Señor, pastorea a tu pueblo con el cayado, a las ovejas de tu heredad, a las que habitan apartadas en la maleza, en medio del Carmelo. 
Pastarán en Basán y Galaad, como en tiempos antiguos; como cuando saliste de Egipto y te mostraba mis prodigios. 
¿Qué Dios como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad? 
No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. 
Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos. 
Serás fiel a Jacob, piadoso con Abrahán, corno juraste a nuestros padres en tiempos remotos. 
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. 
Fuera, junto al sepulcro, estaba María, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: - “Mujer, ¿por qué lloras?” 
Ella les contesta: - “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.” 
Dicho esto, da media vuelta y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. 
Jesús le dice: - “Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? 
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré.” 
Jesús le dice: - “¡María!” 
Ella se vuelve y le dice: - “¡Rabboni!”, que significa: “¡Maestro!” 
Jesús le dice: - “Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: 
“Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.”“ 
María Magdalena fue y anunció a los discípulos: - “He visto al Señor y ha dicho esto.” 
Palabra del Señor.



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