Oíd la palabra del Señor, príncipes de Sodoma; escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de Gomorra: 
«¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? - dice el Señor -. 
Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. 
¿Por qué entráis a visitarme? 
¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? 
No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. 
Novilunios, sábados, asambleas, no los aguanto. 
Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. 
Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. 
Vuestras manos están llenas de sangre. 
Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda.» 
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: 
-«No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. 
He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. 
El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mi; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mi no es digno de mi; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mi. 
El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mi la encontrará. 
El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. 
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro. » 
Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades. 
Palabra del Señor.



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