miércoles, 2 de febrero de 2022

02 de Febrero - SANTA CATALINA DE RICCI

En Prato, de la Toscana, santa Catalina de Ricci, virgen, de la Tercera Orden Regular de Santo Domingo, que se dedicó de lleno a la restauración de la religión y por su asidua meditación de los misterios de la pasión de Jesucristo, obtuvo experimentarla de alguna manera.

Se llamaba Alessandrina Lucrecia Romola de Ricci. Hija de unos patricios florentinos. Poco después de nacer Alejandra, murió su madre y su padre se casó de nuevo. Fue educada, con todo cuidado, por su madrastra y su padre. Ya desde niña aparecieron en ella virtudes que después darían un gran fruto. 

Ingresó a los diez años (1534) en el monasterio dominico de San Vicente in Prato, (Toscana), (fundado por nueve damas admiradoras de Savonarola), de donde su tío Timoteo Ricci, era capellán, y al año siguiente emitió los votos religiosos. Allí estaba su tía Luisa Ricci. Muy pronto quedaron profundamente admiradas las religiosas al descubrir las muchas y profundas virtudes que tenía. La expiaban para ver si su virtud, sobre todo la que manifestaba cuando se encontraba en oración, si era natural o pasajero. 

Una de las notas características de su vida espiritual fue la meditación en la Pasión de Cristo, a la que dedicaba muchas horas de oración. A los 13 años volvió a la casa paterna donde continuó su vida conventual. Desde el tiempo del noviciado Catalina manifestó dificultades de adaptación a la regla, lentitud para aprender y trastornos físicos crecientes, que culminaron en 1538 en una grave enfermedad, que luego se achacaría a sus primeras manifestaciones místicas. Allí vivió una vida llena de virtud y criterio, de otro modo no se le hubiera confiado la dirección espiritual de las novicias, ni se la hubiera elegido priora para toda la vida. La reputación de su santidad atrajo a muchas visitas de numerosos obispos y cardenales, entre ellos: Cervini, futuro Marcelo II; Alejandro de Medicis, futuro Clemente VIII y Aldobrandini, futuro León XI. No aceptó nunca que se la alabara por su santidad o por los fenómenos místicos que recibía.

Pero no fue una monja como las demás, desde 1542, todas las semanas, los jueves y los viernes, sor Catalina tuvo éxtasis en los que revivía la Pasión de Cristo: azotes, la corona de espinas, las magulladuras de la cruz, las heridas de los clavos, todo el deja huellas sensibles en su cuerpo; de este misticismo también se producen los desposorios místicos con Cristo; pero nunca perdió la alegría y la sencillez. Ella rezó día y noche para que no se repitiesen estos fenómenos, que duraron 12 años. Por lo demás fue una mujer inteligente, equilibrada y de una audacia muy suya, siempre dentro de la más estricta ortodoxia. Era tal su misticismo que algunos pensaron que era locura y poco faltó para que fuera expulsada. 

Gran admiradora de Savonarola (después de que fuera curada milagrosamente en el día de su ejecución de la enfermedad que sufría), hizo pintar su imagen con la palma del martirio en su mano. Tal vez en la Orden se vio con recelo su veneración a la memoria de Savonarola, pero su correspondencia con san Felipe Neri, san Carlos Borromeo, a quien le predijo un atentado, y después del intento frutado de asesinato, san Carlos tuvo siempre en su celda el retrato de Catalina; y san Pío V, la mostró muy lúcida. Fue gran amiga de santa María Magdalena de Pazzi, que la introdujo en el conocimiento de Jesús resucitado y en el misterio del amor y que tuvo la visión de verla subir al cielo, el día de su muerte. Fue canonizada en 1747 por Benedicto XIV.

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