martes, 24 de diciembre de 2024

Lecturas del 24/12/2024 - Vigilia de la Natividad del Señor.

Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha.
Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra «Devastada»; a ti te llamarán «Mi predilecta», y a tu tierra «Desposada», porque el Señor te prefiere a ti, y tu tierra tendrá un esposo.
Como un joven se desposa con una doncella, así te desposan tus constructores.
Como se regocija el marido con su esposa, se regocija tu Dios contigo.
Cuando Pablo llego a Antioquía de Pisidia, se puso en pie en la sinagoga y, haciendo seña de que se callaran, dijo: «Israelitas y los que teméis a Dios, escuchad: El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres y multiplicó al pueblo cuando vivían como forasteros en Egipto. Los sacó de allí con brazo poderoso.
Después, les suscitó como rey a David, en favor del cual dio testimonio, diciendo: "Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos".
Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel: Jesús.
Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión antes de que llegará Jesús; y, cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida, decía: "Yo no soy quien pensáis, pero, mirad, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies"».
Libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.
Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés engendró a Esrón, Esrón engendró a Arán, Arán engendró a Aminadab, Aminadab engendró a Naasón, Naasón engendró a Salmón, Salmón engendró, de Rajab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed engendró a Jesé, Jesé engendró a David, el rey.
David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón engendró a Roboán, Roboán engendró a Abías, Abías engendró a Asaf, Asaf engendró a Josafat, Josafat engendró a Jorán, Jorán engendró a Ozías, Ozías engendró a Joatán, Joatán engendró a Acaz, Acaz engendró a Ezequías, Ezequias engendró a Manasés, Manasés engendró a Amós, Amós engendró a Josías; Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia.
Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel engendró a Zorobabel, Zorobabel engendró a Abiud, Abiud engendró a Eliaquin, Eliaquin engendró a Azor, Azor engendró a Sadoc, Sadoc engendró a Aquín, Aquín engendró a Eliud, Eliud engendró a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán engendró a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo. Catorce.
La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del Profeta: «Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios‐con‐nosotros"».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.
Y sin haberla conocido, ella dio a luz un hijo al que puso por nombre Jesús.

Palabra del Señor.

Estamos en ADVIENTO

Reflexión del 24/12/2024

Lecturas del 24/12/2024

Cuando el rey David se asentó en su casa y el Señor le hubo dado reposo de todos sus enemigos de alrededor, dijo al profeta Natán: «Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda».
Natán dijo al rey: «Ve y haz lo que desea tu corazón, pues el Señor está contigo».
Aquella noche vino esta palabra del Señor a Natán: «Ve y habla a mi siervo David: "Así dice el Señor: ¿Tú me vas a construir una casa para morada mía?
Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. He estado a tu lado por donde quiera que hayas ido, he suprimido a todos tus enemigos ante ti y te he hecho tan famoso como los grandes de la tierra. Dispondré un lugar para mi pueblo Israel, y lo plantaré para que resida en él sin que lo inquieten, ni le hagan más daño los malvados, como antaño, cuando nombraba jueces sobre mi pueblo Israel. A ti te he dado reposo de todos tus enemigos. Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa.
En efecto, cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo.
Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre"».
En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, se llenó del Espíritu Santo y profetizó diciendo: «“Bendito sea el Señor, Dios de Israel”, porque ha visitado y “redimido a su pueblo”, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian; realizando la “misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza” y “el juramento que juró a nuestro padre Abrahán” para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante “del Señor a preparar sus caminos”, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

Palabra del Señor.

24 de Diciembre – Santa Paola Elisabetta Cerioli

Paola Elisabetta Cerioli, nació en Soncino (Cremona ? Italia), el 28 de enero de 1816. Sus padres fueron el noble Francisco Cerioli y la Condesa Francisca Corniani, ricos terratenientes, y aún más ricos por la vida cristiana que testimoniaban en la familia y en la sociedad.

Recién nacida fue bautizada en su misma casa, pues corría riesgo de muerte. Superada la fase crítica, el día 2 de febrero se completó en la Iglesia el rito de su Bautismo.

Desde temprana edad tuvo que lidiar con el sufrimiento físico y espiritual pues su cuerpo frágil sufría también viendo la miseria, muy presente en la época entre las personas del campo, hacia las cuales su madre supo despertar especial atención y cariño.

Llegado el tiempo de su formación cultural y moral, fue enviada al Monasterio de las Hermanas de la Visitación en Alzano Maggiore (Bérgamo ? Italia), como era costumbre en la época para las familias nobles. Allí habían sido enviada también para su hermana y se encontraba la tía, la hermana Giovanna.

Constancia vivió en aquel colegio hasta los 16 años. Después de vuelta a casa, la voluntad de los padres, en la cual ella siempre reconoce la voluntad de Dios, la llevó con 19 años, al matrimonio con Gaetano Busecchi, de 58 años, heredero de los Condes Tassis de Comonte de Sériate (Bérgamo ? Italia).

El difícil matrimonio la hizo una esposa dócil y cuidadosa. Tuvo la alegría de engendrar cuatro hijos, de los cuales tres murieron recién nacidos; y otro, Carlos, murió con 16 años. Pocos meses después murió también el marido, dejando a Constancia sola y heredera de un gran patrimonio.

La pérdida del último hijo y del marido fueron para ella una experiencia dramática. Cayó en un estado de gran aflicción. Gracias a la ayuda de los Obispos de Bérgamo, Mons. Luis Esperanza y Mons. Alexandre Valsecchi, que la acompañaron espiritualmente, tuvo la fuerza de sostenerse en la fe. Se unió con el misterio de la Madre de los Dolores y se abrió, a través de una profunda vida de fe y de caridad activa, al valor de la maternidad espiritual, preparándose de esta forma para una donación total de sí a Dios en el servicio de los pequeños y más pobres.

Así, pocos meses después de haber quedado viuda, se hizo religiosa y abrió su palacio para acoger y atender en educación, alimentación y formación espiritual a las niñas abandonadas del campo. En 1857, junto con seis compañeras más, funda el Instituto de las Hermanas de la Sagrada Familia.

Habiendo enfrentado muchas dificultades, el día 4 de noviembre de 1863, realiza su más profundo anhelo: abre la primera casa para la acogida y la educación de los pobres hijos del campo, donando para ese fin su propiedad de Villacampagna (Cremona ? Italia): el primer y fiel colaborador era el Hermano Juan Capponi, natural de Leffe (Bérgamo ? Itália).

De esta forma, Paola Elizabetta Cerioli se convirtió en la fundadora de los Institutos de las Hermanas de la Sagrada Familia para el socorro material y la educación moral y religiosa de la clase campesina, en aquella época, la más excluida y pobre.

Escogió a la Sagrada Familia como modelo, queriendo que sus comunidades aprendiesen de ella como ser familias cristianas acogedoras, unidas en el amor actual, en la fraternidad serena, en la fe fuerte simple y confiada.

Feliz por haberse consagrado a sus amados pobres, el 24 de diciembre de 1865 murió dejando a los cuidados de la Providencia el Instituto femenino ya bien encaminado y la semilla del Instituto masculino.

El perfil espiritual de Cerioli fue marcado por la acción fuerte de la Trinidad que moldearon su vida y su corazón de manera sorprendente. En el centro de todo su deseo y actividad tenía siempre una referencia explícita a Dios Padre y a su Hijo Jesús, más el desenvolvimiento de su testimonio espiritual fue marcado de manera especial por la figura de María, Madre de los Dolores.

Este misterio de María, que manifiesta la unión total y profunda con el misterio de Jesús, que en su vida terrena no excluye la tentación y la cruz, para Cerioli no fue solo objeto de contemplación exterior: durante el año 1854 se tornó verdadera iluminación que vivificó el destino de su vida y de su obra: «Confesó que una vez, considerando los dolores de María Santísima e imaginando el momento en que ella vio la muerte de su Divino Hijo, sintió un presentimiento tal y una opresión en el corazón, que angustiada se dejó caer sentada casi desmayándose. "No sé — dijo después — como he podido sobrevivir, frágil y probada como estaba".

Fue así que lentamente se sintió llevada a tener estas actitudes y disposiciones propias de la profundísima relación filial que hubo y hay entre María y su Hijo agonizante. De manera profética y por el dolor que ella también había pasado con el fallecimiento de sus hijos, era invitada a entender lo que Dios le guardaba también a ella en recompensa cuando consolaba a la Virgen María, diciéndole: «Madre no llores, Dios te dará otros hijos».

En su vida diaria, se destacó por la maternidad espiritual, la caridad concreta, la piedad, la absoluta confianza en la Providencia, el amor para la pobreza, la humildad, la simplicidad y por la admirable sumisión a los Superiores (los Obispos, sus orientadores espirituales). Valorizó mucho la dignidad y el papel de la mujer en la familia y en la sociedad.

Creó colegios para huérfanos, instituyó escuelas; cursos de doctrina cristiana, ejercicios espirituales; recreación y asistencia a las enfermas. Venciendo dificultades e incomprensiones de todo tipo, quiso dar inicio a una institución religiosa constituida por hombres y mujeres que, de alguna forma, imitasen el modelo evangélico del misterio de Nazaret constituido por María y José que acogen y protegen a Jesús para darlo al mundo.

La contemplación de la Familia de Nazaret sugiere a ella la aceptación de un modelo de paternidad, de maternidad y también de filiación características solo posibles de vivir con el amplio horizonte que da la fe.

Fue beatificada en 1994 y canonizada por el Papa Juan Pablo II el 16 de mayo de 2004 (VI Domingo de Pascua).

lunes, 23 de diciembre de 2024

Estamos en ADVIENTO

Reflexión del 23/12/2024

Lecturas del 23/12/2024

Esto dice el Señor Dios: «Voy a enviar a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí.
De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo.
¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su mirada?
Pues es como el fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.
Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos pasados, como antaño.
Mirad, os envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor, día grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir a castigar y destruir la tierra».
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo: « ¡No! Se va a llamar Juan».
Y le dijeron: «Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo: «Pues ¿qué será este niño?».
Porque la mano del Señor estaba con él.

Palabra del Señor.

23 de Diciembre – Santa Margarita de Youville

María Margarita Dufrost de La Jemmerais nació en Canadá en la provincia de Québec a Varennes, el 15 de octubre de 1701ñ fue bautizada al día siguiente. Era la mayor de la familia, estudió dos años en el convento de las Ursulinas de Québec donde floreció su bella inteligencia. A los veinte años al casarse con Francisco d'Youville se estableció en Ciudad-María (Montreal).

Viuda a los ocho años de matrimonio, la Señora d'Youville se consagró a la educación de sus hijos de los de los cuales dos fueron sacerdotes. Al mismo tiempo se dedicó a socorrer los menesterosos.

Su regularidad a asistir a misa y las frecuentes visitos a Jesús en el tabernáculo le daba fuerza para su ardua labor, que cumple siempre con un gran amor de Dios y del prójimo.

Con el tiempo otras personas se le unieron para ayudarla en su obra de caridad hacia los pobres. La primera necesitada es recibida en la vivienda hospitalaria donde el 21 de diciembre de 1737, Madre d'Youville y sus colaboradoras emprenden unánimemente el nuevo apostolado.

En 1747 la restauración del hospital general de los hermanos Charron, para los desprovistos de vivienda es confiado a la Señora d'Youville en beneficio de toda clase de pobres: niños abandonados, huérfanos, ancianos, inválidos, enfermos.

Modelo de todas la virtudes esta incomparable madre de los pobres trabaja sin cesar en medio del su pequeña familia religiosa. Su fe, su amor excepcional de la cruz y su confianza sin límites en la divina providencia se expresaba con cantos de acciones de gracia en medio de las más grandes pruebas de la vida.

Delante del hospital general de Montreal hecho ruinas por un fuego, al igual que el santo hombre Job, la Madre d'Youville encontrar la fuerza para repetir el acto sublime de una heroica resignación: «El Señor todo me ha quitado; todo es permitido por Su voluntad». Y agrega con una voz firme: «Mis hijos entonemos el himno de Acción de Gracias (Te Deum) en reconocimiento por la gran gracia que Dios os ha otorgado».

La que tanto amó a Jesús representado en los pobres, madre fundadora de la Hermanas Grises expiró dejando a sus hijas estas conmovedoras palabras: «Cuan feliz sería, si me viera en el cielo con todas mis hermanas».

El día de su muerte el 23 de diciembre de 1771 Dios inmortalizó visiblemente el amor que su servidora profesó por la cruz, haciendo aparecer una gran cruz toda iluminada encima del hospital general.

El bien inmenso que Santa Margarita d'Youville ha realizado y perpetua por medio de su congregación desde más de doscientos años nos muestra la gran santidad de esa mujer admirable.

Beatificada el 3 de mayo por el Papa Juan XXIII, Madre d'Youville fue canonizada por Gregorio XVII el 1ro de enero de 1975. Es la primera Santa canadiense elevada a los altares.

domingo, 22 de diciembre de 2024

Estamos en ADVIENTO

22 de Diciembre 2024 – 4º DOMINGO DE ADVIENTO - LA PREPARACIÓN DE LOS CAMINOS DE DIOS

Otra vez la figura rígida e impresionante del Bautista. Ya le hemos visto en el momento de recibir la embajada de los sanedritas, y hemos oído también su propia embajada. Ahora la liturgia nos le presenta saliendo del desierto, acercándose al Jordán con paso firme, clavando sus ojos iluminados sobre los pasajeros y repitiéndoles las palabras de Isaías, que muchas veces le habían hecho temblar en sus meditaciones solitarias: «Consuélate, consuélate, pueblo mío, te lo dice tu Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle que sus males se han terminado, que han sido perdonados sus crímenes. Más he aquí la voz que clama en el desierto: Preparad los caminos del Señor y enderezad sus senderos en la soledad. Calmad los valles, allanad las montañas y las colinas. Haced rectos los caminos tortuosos y llanas las sendas accidentadas. Porque la gloria de Jehová se acerca y en toda la redondez de la tierra se va a cumplir la palabra del Señor.» Y el austero predicador resumía su mensaje con estas palabras: «Haced penitencia, porque el reino de Dios está cerca de vosotros.»

Era el anuncio de la nueva era que se había de inaugurar con la venida del Mesías: la era del reino universal, espiritual y eterno, el reino de las almas, claramente profetizado y descrito en cada página de los profetas hebreos; reino de humildad y de santidad, de amor y de misericordia. Desgraciadamente, los intérpretes oficiales de Israel habían terminado por adulterar los vaticinios. Heridos y humillados por la garra del poder romano, llenos de rencores y sedientos de venganza, sueñan con un reino terrestre, con un Mesías armado, con un guerrero sin entrañas, que se lanza por el mundo derramando la sangre de los gentiles, esclavizando a los amos de la víspera, realizando horribles venganzas, restaurando los esplendores del palacio de Salomón y haciendo tributarios a todos los reyes del mundo, no con tributo de amor y adoración, sino con oro pesado y macizo, con dinero contante y sonante. En su imperio todo sería alegría y felicidad, prosperidad y victoria: los campos darán el ciento por uno, los pastos serán siempre abundantes, los rebaños se multiplicarán bajo la bendición de Jehová, los racimos serán tan grandes como aquellos de los días lejanos de Caleb. Las ramas de los árboles se romperán al peso de la fruta, el trigo se segará dos veces al año. Las nubes serán dóciles a la voluntad de los hombres y la tierra manará leche y miel.

Contra estos sueños desatinados se levanta la palabra vibrante del Bautista. Haced penitencia, dice a los israelitas, porque estáis extraviados. Vendrá el Cielo prometido, pero será un reino de amor. Hallaréis la dicha, pero si aún no ha brillado para vosotros, no debéis quejaros del yugo impío de los romanos. El obstáculo está dentro de vosotros mismos: es el pecado el yugo que oprime vuestra vida moral. No soñéis con revoluciones políticas; transformad, más bien, vuestras conciencias, y veréis aparecer el reino del Mesías. Llenad los valles, salid del fango del placer, abandonad los bajos fondos do la intriga y el egoísmo para respirar el aire puro de las cimas del espíritu; nivelad las montañas y las colmas; doblegad la cerviz soberbia y reconoced que todos vuestros privilegios, toda vuestra superioridad sobre los paganos se la debéis a la generosidad gratuita e inagotable de la bondad divina; enderezad los caminos tortuosos y allanad los senderos desiguales; olvidad los intereses del amor propio, de la ambición y de la codicia; buscad a Dios con rectitud de corazón, y no esperéis ese reino porque vais a ser los primeros en él, porque pensáis ser los amigos del conquistador, porque se acerca para vosotros el tiempo de satisfacer vuestros odios y cumplir vuestras venganzas.

En víspera de Navidad, la Iglesia recoge estas enseñanzas del Bautista para recordarnos las disposiciones con que debemos recibir al Rey que se acerca. Este trabajo interior es una de las exigencias de este tiempo de Adviento. Ya en el siglo IV los ascetas españoles tenían la costumbre de recogerse en sus casas desde el diecisiete de diciembre, de andar con los pies descalzos o de esconderse en los montes para mejor pensar en el misterio del nacimiento de Jesús. Es la primera noticia que tenemos acerca del origen del Adviento. «Durante esos días, decía uno de aquellos ascetas, es preciso imitar a María retirándose a algún lugar solitario, y acordándonos allí de Daniel, varón de deseos, a cuya imitación debemos ayunar y rezar en espera del gran acontecimiento. El monasterio será para nosotros como la posada de Belén. Toda nuestra atención debe estar puesta en el pesebre, es decir, en el atril donde descansa el Verbo de Dios envuelto en pañales, que son los pergaminos donde leemos la palabra divina.»

El Adviento tiene, ciertamente, un carácter muy distinto de la Cuaresma. No es un tiempo de penitencia ni de dolor, sino más bien de una íntima esperanza, en que el temor acongojante se mezcla con las más vivas alegrías. Su cielo no es un cielo brillante, sino cielo de noche, un cielo austero, que en vez de esponjar el alma de esplendores, la obliga a concentrarse en su interior. «Veo una niebla que cubre toda la tierra», dice la liturgia al empezar estos días de expectación. Una densa nube gira sobre nuestras cabezas. Esa nube es una nube de parusia; en ella vendrá el Hijo del Hombre, el esperado, el deseado; pero no ha venido todavía; aún se esconde a nuestras miradas. Lo único que vemos es el paisaje invernal que nos rodea, el hecho de nuestra indignidad, la realidad de nuestra miseria. «Jerusalén desolata est», cantamos en el bello cántico de estos días. La ciudad mística gime desmantelada y sin luz; el mundo está envuelto en las sombras de la muerte; la Humanidad tirita de frío, abandonada en las tinieblas, cubierta de llagas y hecha una ruina. «Todos hemos caído como las hojas» decimos, exhalando nuestro lúgubre lamento. El estremecimiento solemne del invierno ha arrancado de los árboles las hojas respetadas por el otoño. Ahora yacen en el suelo, diseminadas en las praderas o en las orillas de los ríos, formando largas cintas amarillentas a uno y otro lado de los caminos y recordándonos el verso del poeta helénico: «La generación de los hombres es como la de las hojas: unas ruedan arrojadas al suelo por el vendaval, y al llegar la primavera otras muchas brotan en el bosque.»

La voz de la renovación universal suena en medio de las turbaciones: mensajes proféticos, roces de alas angélicas, palabras llenas de esperanza, consuelos y promesas. Es un diálogo prolongado, un conflicto psicológico emocionante, cuyas principales fases nos van descorriendo gradualmente los cuatro domingos de Adviento. El alma se turba, incapaz casi de creer en tan alta felicidad; sueña apasionadamente en el que va a venir a sacarla de las tinieblas y de la sombra de la muerte, se llena de júbilos frenéticos ante la seguridad de liberación, y vuelve de nuevo a desmayar; reza, canta, solloza, se estremece de amor y de miedo, calla presa de la humildad y el agradecimiento y estalla en éxtasis de felicidad. Al fin, el coro unánime de los vaticinios produce su efecto mágico. Cesan las impaciencias y renace la quietud. La seguridad es perfecta; la luz increada dora ya los horizontes del mundo. Ya sólo cabe un pensamiento y un anhelo: el de la preparación para el gran día. «Preparad los caminos», clama el Precursor; San Pablo deja oír aquellas palabras fecundas que convirtieron a San Agustín: «Despojémonos de las obras de las tinieblas y ciñamos las armas de la luz. Vivamos como en pleno día, decorosamente.» Eco de esta turbación. San León avanza hacia nosotros invitándonos a los ejercicios de la ascesis en el grave acento de sus homilías.

Domingo, 22-12-2024 4º de ADVIENTO Ciclo C

Reflexión del 22/12/2024

Lecturas del 22/12/2024

Esto dice el Señor: «Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemoriales.
Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz, el resto de sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel.
Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor, su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra.
Él mismo será la paz».
Hermanos:
Al entrar Cristo en el mundo dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije: He aquí que vengo ‐ pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí ‐ para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».
Primero dice: «Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, ni holocaustos, ni víctimas expiatorias», que se ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad».
Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y levantando la voz, exclamo: « ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

Palabra del Señor.

22 de Diciembre – Santa Clotilde

Santa Clotilde fue reina de los francos; nació probablemente en Lyon, alrededor de 474; murió en Tours el 3 de junio de 545. Su fiesta se celebra el 3 de junio. Clotilde fue la mujer de Clodoveo I, e hija de Chilperico, rey de los borgoñones de Lyon y Caretena. Tras la muerte del rey Gundovico (Gundioco), el reino de Borgoña se había dividido entre sus cuatro hijos: Chilperico reinó en Lyon, Gundebaldo en Vienne y Godegisilo en Ginebra; no se menciona la capital de Gundemaro. Chilperico y probablemente Godegisilo eran católicos, mientras que Gundebaldo profesaba el arrianismo. Clotilde fue educada religiosamente por su madre Caretena, que, según Sidonio Apolinario y Fortunato de Poitiers, era una mujer notable. Tras la muerte de Chilperico, parece que Caretena se fue a vivir con Godegisilio en Ginebra, donde su otra hija, Sedeleuba, o Crona, fundó la iglesia de San Víctor y tomó el hábito religioso. Fue poco después de la muerte de Chilperico cuando Clodoveo pidió y obtuvo la mano de Clotilde.

A partir del siglo VI el matrimonio de Clodoveo y Clotilde fue el tema de narraciones épicas, en las que los hechos originales se alteraron materialmente y diversas versiones se abrieron camino en las obras de diferentes cronistas francos, por ejemplo, Gregorio de Tours, Fredegario, y el “Liber Historiae". Estas narraciones tienen el carácter común a todos los poemas nupciales de la ruda poesía épica que se encuentra en muchos de los pueblos germánicos. Aquí bastará con resumir las leyendas y añadir una breve exposición de los hechos históricos. Se encontrará información adicional en obras específicas sobre la materia. Los poemas populares sustituían al rey Godegisilo, tío y protector de Clotilde, por Gundebaldo, hermano de Godegisilo y que era presentado como el perseguidor de la joven princesa. Se suponía que Gundebaldo había asesinado a Chilperico, arrojado a su mujer a un pozo, con una piedra atada al cuello y desterrado a sus dos hijas.

Cuando Clodoveo oyó hablar de la belleza de Clotilde, envió a su amigo Aureliano disfrazado de mendigo, para visitarla en secreto, y darle un anillo de oro de su amo; entonces pidió a Gundebaldo la mano de la joven princesa. Gundebaldo, que temía al poderoso rey de los francos, no se atrevió a negársela y Clotilde acompañó a Aureliano y su escolta en su viaje de vuelta. Se apresuraron a alcanzar el territorio franco, pues Clotilde temía que Aredio, el fiel consejero de Gundebaldo, a su vuelta de Constantinopla adónde había sido enviado en una misión, influyera en su amo para que se retractara de su promesa. Sus temores estaban justificados. Poco después de la partida de la princesa, Aredio volvió y provocó que Gundebaldo se arrepintiera del matrimonio. Se despacharon tropas para traer de vuelta a Clotilde, pero era demasiado tarde, pues estaba a salvo en suelo franco. Los detalles de este relato son puramente legendarios. Está establecido históricamente que Gundebaldo lamentó la muerte de Chilperico, y que Caretena vivió hasta el 506: murió "llena de años", dice su epitafio, habiendo tenido la alegría de ver a sus hijos criados en la religión católica. Aureliano y Aredio son personajes históricos, aunque se sabe poco de ellos, lo que dice la leyenda es muy improbable.

Clotilde, como esposa de Clodoveo, pronto adquirió una gran influencia sobre él, de la que se valió para exhortarle a abrazar la fe católica. Durante mucho tiempo sus esfuerzos fueron infructuosos, aunque el rey permitió el bautismo de Ingomiro, su primer hijo. El niño murió en su infancia, lo que pareció dar a Clodoveo un argumento contra el Dios de Clotilde, pero no obstante esto, la joven reina obtuvo de nuevo el consentimiento de su marido para el bautismo de su segundo hijo, Clodomiro. Así el futuro del catolicismo quedó ya asegurado en el reino franco. El propio Clodoveo fue poco después convertido bajo dramáticas circunstancias, y fue bautizado en Reims por San Remigio, en 496 (vea CLODOVEO). Así Clotilde llevó a cabo la misión asignada a ella por la Providencia; fue el instrumento de la conversión de un gran pueblo, que durante siglos sería el dirigente de la civilización católica. Clotilde dio a Clodoveo cinco hijos, cuatro varones, Ingomiro, que murió en la infancia, y los reyes Clodomiro, Childeberto, y Clotario, y una hija, llamada Clotilde como su madre. Poco más se sabe de Clotilde durante la vida de su marido, pero puede conjeturarse que intercedió ante él, en la época de la disputa entre los reyes de Borgoña, para ganarlo a la causa de Godegisilo contra Gundebaldo. La moderación desplegada por Clodoveo en esta lucha, en la que, aunque victorioso, no buscó sacar partido de su victoria, además de la alianza que después concluyó con Gundebaldo, fueron indudablemente debidas a la influencia de Clotilde, que debió haber visto con horror la lucha fratricida.

Clodoveo murió en París en 511, y Clotilde le enterró en lo que era entonces el Mons Lucotetius, en la iglesia de los Apóstoles (después de Santa Genoveva), que habían construido juntos para servirles como mausoleo, y que Clotilde se encargó de completar. La viudez de esta noble mujer se vio entristecida por crueles pruebas. Su hijo Clodomiro, yerno de Gundebaldo, guerreó contra su primo Segismundo, que había sucedido a Gundebaldo en el trono de Borgoña, le capturó, y le hizo dar muerte con su mujer e hijos en Coulmiers, cerca de Orleans. Según la épica popular de ||los Francos |los francos]] fue incitado a esta guerra por Clotilde, que pensaba vengar en Segismundo el asesinato de sus padres; pero, como ya se ha visto, Clotilde no tenía nada que vengar, y, por el contrario, fue probablemente ella la que arregló la alianza entre Clodoveo y Gundebaldo. Aquí la leyenda está en desacuerdo con la verdad, difamando cruelmente la memoria de Clotilde, que tuvo el dolor de ver perecer a Clodomiro en su atroz guerra con los borgoñones; fue vencido y muerto en la batalla de Veseruntia (Vezeronce), en 524, por Gundemaro, hermano de Segismundo. Clotilde tomó a su cuidado sus tres nietos de corta edad, Teodoaldo, Gunterio, y Clodoaldo. Childeberto y Clotario, sin embargo, que habían dividido entre ellos la herencia de su hermano mayor, no deseaban que vivieran los niños, a los que tendrían que rendir cuentas más tarde. Mediante una astucia retiraron a los niños del cuidado vigilante de su abuela y mataron a los dos mayores; el tercero escapó y entró en un monasterio, al que dio su nombre (San Clodoaldo, cerca de París).

El dolor de Clotilde fue tan grande que París se le hizo insoportable, y se retiró a Tours, cerca de a la tumba de San Martín, al que tenía gran devoción, donde pasó el resto de su vida en oración y dedicada a las buenas obras. Pero aún le esperaban pruebas allí. Su hija Clotilde, esposa de Amalarico, el rey visigodo, que era cruelmente maltratada por su marido, pidió ayuda a su hermano Childeberto. Éste fue a su rescate y derrotó a Amalarico en una batalla, en la que este último murió; Clotilde, sin embargo, murió en el viaje a su casa, exhausta por las privaciones que había soportado. Finalmente, como para coronar el largo martirio de Clotilde, sus dos únicos hijos supervivientes, Childeberto y Clotario, comenzaron una disputa, y emprendieron una seria guerra. Clotario, perseguido de cerca por Childeberto, al que se había unido Teodeberto, hijo de Teodorico I, se refugió en el bosque de Brottonne, en Normandía, donde temía ser exterminado él y su ejército por las fuerzas superiores de sus adversarios. Entonces, dice Gregorio de Tours, Clotilde se postró de rodillas ante la tumba de San Martín, y le suplicó con lágrimas durante toda la noche que no permitiera que otro fratricidio afligiera a la familia de Clodoveo. Repentinamente se suscitó una terrible tempestad y dispersó a los dos ejércitos que estaban a punto de empezar una lucha cuerpo a cuerpo; así, dice el cronista, respondió el santo a las oraciones de la afligida madre. Esta fue la última de las pruebas de Clotilde. Rica en virtudes y buenas obras, tras una viudedad de treinta y cuatro años, durante los cuales vivió más como una religiosa que como una reina, murió y fue enterrada en París, en la iglesia de los Apóstoles, junto a su marido e hijos.

La vida de Santa Clotilde, cuyos principales episodios, tanto legendarios como históricos, se encuentran dispersos a lo largo de la crónica de San Gregorio de Tours, fue escrita en el siglo X, por un autor anónimo, que recogió sus hechos principalmente de esta fuente. En una época temprana fue venerada por la Iglesia como santa, y aunque la poesía popular contemporánea desfigura su noble personalidad haciéndola un modelo de furia salvaje, Clotilde ha entrado ahora en posesión de una fama pura y sin tacha, que ninguna leyenda podrá oscurecer.