miércoles, 30 de noviembre de 2011
Lecturas
Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás.
Por la fe del corazón llegamos a la justificación,- y por la profesión de los labios, a la salvación.
Dice la Escritura:
«Nadie que cree en él quedará defraudado.»
Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan.
Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará.»
Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo, si no creen en él?; ¿cómo van a creer, si no oyen hablar de él?; y ¿cómo van a oír sin alguien que proclame?; y ¿cómo van a proclamar si no los envían? Lo dice la Escritura: « ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio! » Pero no todos han prestado oído al Evangelio; como dice Isaías:
«Señor, ¿quién ha dado fe a nuestro mensaje?» Así, pues, la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo.
Pero yo pregunto: «¿Es que no lo han oído?» Todo lo contrario:
«A toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los limites del orbe su lenguaje. »
En aquel tiempo, pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores.
Les dijo:
-«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
Palabra del Señor.
San Andrés, Apóstol.
Sentada sobre el lago de Genesareth estaba Cafarnaúm, y junto a Cafarnaúm, Corozaím y Bethsaida. Bethsaida y Corozaím, pequeñas aldeas de pescadores y campesinos, miraban con envidia a Cafarnaúm, que poco a poco se había ido convirtiendo en una ciudad populosa y comercial. Situada en el camino de las caravanas que desde Damasco se dirigían al mar, había llegado a ser un punto de cita para artesanos, traficantes, mercaderes, comisionistas, soldados, recaudadores y funcionarios. De los pueblos limítrofes le llegaban sin cesar gentes deseosas de ganarse la vida o de ocupar un puesto en las covachuelas del fisco. Así habían llegado dos pescadores de Bethsaida: Simón, hijo de Jonás, y su hermano Andrés. Pero Simón venía empujado por el amor, pues al llegar a Cafarnaúm se había establecido con su mujer en casa de su suegra.
En la ciudad, lo mismo que en la aldea, los dos hermanos viven de la pesca; pero tanto como las carpas y los boquerones, les interesan las cuestiones religiosas. En las noches serenas, mientras aguardan a que los peces vengan a meterse en la red, hablan en voz baja del último capítulo de los Profetas, leído por el rabino en la sinagoga, y se preguntan si el Mesías no estará a punto de aparecer. Cuando Juan Bautista empieza a bautizar en el Jordán, los dos hermanos se entusiasman con aquel movimiento teocrático, y Andrés, que está más libre, se marcha de casa en busca del Profeta. Es una naturaleza ardiente, un corazón sencillo, un hombre que busca lealmente el reino de Dios. Juan le admite entre sus discípulos. Una tarde estaba Andrés con su maestro cerca del agua, cuando oyeron ruido de pasos. Delante de ellos caminaba un hombre cuya frente aparecía aureolada por una serenidad divina. El Bautista levantó la cabeza, clavó en el transeúnte una mirada de admiración y respeto, y dijo a su discípulo: «He aquí al Cordero de Dios.»
Estas palabras impresionaron tan vivamente al joven pescador, que, dejando a Juan, echó a correr detrás del desconocido.
— ¿Qué quieres?—preguntó éste, volviendo la cabeza; y había tal dulzura en su voz, que Andrés se atrevió a decirle, como pidiéndole una entrevista;
—Rabbí, ¿dónde moras? Y el Rabbí le contestó:
—Ven conmigo y lo verás.
Este fue el primer encuentro de Andrés de Bethsaida y Jesús de Nazareth.
Sin duda, el Señor habitaba entonces algunas de las casitas que se alzaban en las riberas del Jordán, tal vez una choza formada de ramas de terebinto y de palmera, sobre la cual el viajero arrojaba su manto de piel de cabra. Eran las cuatro de la tarde cuando Andrés entró en la morada de Jesús, y se quedó con Él todo el día. « ¡Oh día dichoso!
—Exclamaba San Agustín—. ¡Quién pudiera decirnos lo que en aquellas horas aprendió el afortunado discípulo.»
Loco de alegría con su descubrimiento, Andrés fue a anunciárselo a su hermano.
—He hallado al Mesías—le dijo.
Y, cogiéndole del brazo, le llevó a donde estaba Jesús. El Señor miró al hombre rudo, tostado por los aires y los soles del lago, y viendo en él la roca inmutable sobre la cual construiría su Iglesia, le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Jonás; pero en adelante te llamarás Pedro.»
Después Jesús se volvió a Galilea, y los dos discípulos siguieron echando sus redes en el agua. Pero al poco tiempo el Profeta de Nazareth estaba de vuelta en Cafarnaúm, «su ciudad», como dice San Mateo. Por las tardes solía vérsele a la orilla del lago, viendo llegar las barcas con la vela hinchada por la brisa y saludando a los hombres, que descendían con los pies descalzos, llevando las viejas redes goteando o las cestas donde brillaba la plata de los peces agonizantes. Pero a veces las cestas estaban vacías, y entonces las palabras del Nazareno curaban el mal humor de los corazones, amargados por la brega infructuosa. Y sucedió que un atardecer volvió a ver Jesús a los dos hermanos, que desde su barca arrojaban las redes en el mar; y hablándoles desde la orilla, les dijo: «Venid en pos de Mí, que Yo os haré pescadores de hombres.» Era la vocación definitiva. En el mismo instante, Simón y Andrés dejaron la barca y las redes y siguieron a Jesús.
Durante tres años, Andrés recogió los secretos del corazón del Maestro, asistió a sus milagros, escuchó con avidez su doctrina, y fue testigo de su Pasión y muerte. De todos los Doce fue el primero en seguir a Jesús; y aquel primer entusiasmo no desmaya nunca, ni en los caminos de Galilea, ni en los silencios del desierto, ni ante los muros enemigos de Jerusalén. Oye con los demás Apóstoles el mandato divino: «Id y predicad a todas las gentes»; y cuando llega la hora de lanzarse a través del mundo a predicar la buena nueva, deja para siempre su tierra y el lago inolvidable donde había brillado para él la luz de la verdad, y camina a través del mundo romano, enarbolando intrépidamente la antorcha divina: del Asia Menor al Peloponeso, del Peloponeso a Tracia, de Tracia a las regiones del Ponto Euxino. No le detiene el Cáucaso, ni las fronteras del Imperio. Donde ha renunciado a pasar el soldado de Roma, allá llega él armado de la cruz. La región misteriosa de la Escitia, cuna de hordas salvajes y de conquistadores bárbaros, le mira como su primer Apóstol. Los helenos, acostumbrados a la música poética de Sófocles, escuchan ahora con respeto esta voz que tiene rudezas semitas, pero que trae la luz a los espíritus y el calor a los corazones. En Patras, ciudad de Acaia, la multitud rodea al sabio que predica la filosofía de la cruz.
Andrés es un apasionado de la cruz. La cruz es su bandera, su espada y su armadura. Llevado a presencia del prefecto, le dice: «Oh Egeas; si tú quisieses conocer este misterio de la cruz, y cómo el Creador del mundo quiso morir en el madero para salvar al hombre, seguramente creerías en él y le adorarías.»
Tal vez Egeas era uno de aquellos hombres escépticos que pululaban en el Imperio romano durante el gobierno de los primeros cesares, y que veían en la religión oficial una tradición de belleza, íntimamente unida con la grandeza de Roma. Recibió despectivo la invitación del Apóstol y le ordenó que sacrificase a los dioses. Es bellísima la respuesta de Andrés: «Cada día ofrezco a Dios todopoderoso un sacrificio vivo, no el humo del incienso, ni la sangre de los cabritos, ni la sangre de los toros; mi ofrenda es el Cordero sin mancha, cuya carne es verdadera comida, y cuya sangre es verdadera bebida con que se alimenta el pueblo creyente; y, a pesar de esto, después de la inmolación persevera vivo y entero, como antes de ser sacrificado.»
Estas misteriosas palabras provocaron, como era natural, la cólera del magistrado. Condenado a muerte, Andrés vio levantarse ante sí una cruz en forma de aspa. Era el instrumento del suplicio. Lleno de júbilo, cayó delante de ella, prorrumpiendo en aquellas palabras que la Iglesia ha recogido en su liturgia: « ¡Oh cruz amable, oh cruz ardientemente deseada y al fin tan dichosamente hallada! ¡Oh cruz que serviste de lecho a mi Señor y Maestro, recíbeme en tus brazos y llévame de en medio de los hombres para que por ti me reciba quien me redimió por ti y su amor me posea eternamente!» Así Andrés, «el primogénito de los Apóstoles», como le llama Bossuet, fue elegido para dar al mundo un ejemplo heroico de amor al signo adorable de la cruz.
En la ciudad, lo mismo que en la aldea, los dos hermanos viven de la pesca; pero tanto como las carpas y los boquerones, les interesan las cuestiones religiosas. En las noches serenas, mientras aguardan a que los peces vengan a meterse en la red, hablan en voz baja del último capítulo de los Profetas, leído por el rabino en la sinagoga, y se preguntan si el Mesías no estará a punto de aparecer. Cuando Juan Bautista empieza a bautizar en el Jordán, los dos hermanos se entusiasman con aquel movimiento teocrático, y Andrés, que está más libre, se marcha de casa en busca del Profeta. Es una naturaleza ardiente, un corazón sencillo, un hombre que busca lealmente el reino de Dios. Juan le admite entre sus discípulos. Una tarde estaba Andrés con su maestro cerca del agua, cuando oyeron ruido de pasos. Delante de ellos caminaba un hombre cuya frente aparecía aureolada por una serenidad divina. El Bautista levantó la cabeza, clavó en el transeúnte una mirada de admiración y respeto, y dijo a su discípulo: «He aquí al Cordero de Dios.»
Estas palabras impresionaron tan vivamente al joven pescador, que, dejando a Juan, echó a correr detrás del desconocido.
— ¿Qué quieres?—preguntó éste, volviendo la cabeza; y había tal dulzura en su voz, que Andrés se atrevió a decirle, como pidiéndole una entrevista;
—Rabbí, ¿dónde moras? Y el Rabbí le contestó:
—Ven conmigo y lo verás.
Este fue el primer encuentro de Andrés de Bethsaida y Jesús de Nazareth.
Sin duda, el Señor habitaba entonces algunas de las casitas que se alzaban en las riberas del Jordán, tal vez una choza formada de ramas de terebinto y de palmera, sobre la cual el viajero arrojaba su manto de piel de cabra. Eran las cuatro de la tarde cuando Andrés entró en la morada de Jesús, y se quedó con Él todo el día. « ¡Oh día dichoso!
—Exclamaba San Agustín—. ¡Quién pudiera decirnos lo que en aquellas horas aprendió el afortunado discípulo.»
Loco de alegría con su descubrimiento, Andrés fue a anunciárselo a su hermano.
—He hallado al Mesías—le dijo.
Y, cogiéndole del brazo, le llevó a donde estaba Jesús. El Señor miró al hombre rudo, tostado por los aires y los soles del lago, y viendo en él la roca inmutable sobre la cual construiría su Iglesia, le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Jonás; pero en adelante te llamarás Pedro.»
Después Jesús se volvió a Galilea, y los dos discípulos siguieron echando sus redes en el agua. Pero al poco tiempo el Profeta de Nazareth estaba de vuelta en Cafarnaúm, «su ciudad», como dice San Mateo. Por las tardes solía vérsele a la orilla del lago, viendo llegar las barcas con la vela hinchada por la brisa y saludando a los hombres, que descendían con los pies descalzos, llevando las viejas redes goteando o las cestas donde brillaba la plata de los peces agonizantes. Pero a veces las cestas estaban vacías, y entonces las palabras del Nazareno curaban el mal humor de los corazones, amargados por la brega infructuosa. Y sucedió que un atardecer volvió a ver Jesús a los dos hermanos, que desde su barca arrojaban las redes en el mar; y hablándoles desde la orilla, les dijo: «Venid en pos de Mí, que Yo os haré pescadores de hombres.» Era la vocación definitiva. En el mismo instante, Simón y Andrés dejaron la barca y las redes y siguieron a Jesús.
Durante tres años, Andrés recogió los secretos del corazón del Maestro, asistió a sus milagros, escuchó con avidez su doctrina, y fue testigo de su Pasión y muerte. De todos los Doce fue el primero en seguir a Jesús; y aquel primer entusiasmo no desmaya nunca, ni en los caminos de Galilea, ni en los silencios del desierto, ni ante los muros enemigos de Jerusalén. Oye con los demás Apóstoles el mandato divino: «Id y predicad a todas las gentes»; y cuando llega la hora de lanzarse a través del mundo a predicar la buena nueva, deja para siempre su tierra y el lago inolvidable donde había brillado para él la luz de la verdad, y camina a través del mundo romano, enarbolando intrépidamente la antorcha divina: del Asia Menor al Peloponeso, del Peloponeso a Tracia, de Tracia a las regiones del Ponto Euxino. No le detiene el Cáucaso, ni las fronteras del Imperio. Donde ha renunciado a pasar el soldado de Roma, allá llega él armado de la cruz. La región misteriosa de la Escitia, cuna de hordas salvajes y de conquistadores bárbaros, le mira como su primer Apóstol. Los helenos, acostumbrados a la música poética de Sófocles, escuchan ahora con respeto esta voz que tiene rudezas semitas, pero que trae la luz a los espíritus y el calor a los corazones. En Patras, ciudad de Acaia, la multitud rodea al sabio que predica la filosofía de la cruz.
Andrés es un apasionado de la cruz. La cruz es su bandera, su espada y su armadura. Llevado a presencia del prefecto, le dice: «Oh Egeas; si tú quisieses conocer este misterio de la cruz, y cómo el Creador del mundo quiso morir en el madero para salvar al hombre, seguramente creerías en él y le adorarías.»
Tal vez Egeas era uno de aquellos hombres escépticos que pululaban en el Imperio romano durante el gobierno de los primeros cesares, y que veían en la religión oficial una tradición de belleza, íntimamente unida con la grandeza de Roma. Recibió despectivo la invitación del Apóstol y le ordenó que sacrificase a los dioses. Es bellísima la respuesta de Andrés: «Cada día ofrezco a Dios todopoderoso un sacrificio vivo, no el humo del incienso, ni la sangre de los cabritos, ni la sangre de los toros; mi ofrenda es el Cordero sin mancha, cuya carne es verdadera comida, y cuya sangre es verdadera bebida con que se alimenta el pueblo creyente; y, a pesar de esto, después de la inmolación persevera vivo y entero, como antes de ser sacrificado.»
Estas misteriosas palabras provocaron, como era natural, la cólera del magistrado. Condenado a muerte, Andrés vio levantarse ante sí una cruz en forma de aspa. Era el instrumento del suplicio. Lleno de júbilo, cayó delante de ella, prorrumpiendo en aquellas palabras que la Iglesia ha recogido en su liturgia: « ¡Oh cruz amable, oh cruz ardientemente deseada y al fin tan dichosamente hallada! ¡Oh cruz que serviste de lecho a mi Señor y Maestro, recíbeme en tus brazos y llévame de en medio de los hombres para que por ti me reciba quien me redimió por ti y su amor me posea eternamente!» Así Andrés, «el primogénito de los Apóstoles», como le llama Bossuet, fue elegido para dar al mundo un ejemplo heroico de amor al signo adorable de la cruz.
martes, 29 de noviembre de 2011
Lecturas
Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago.
Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor.
No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados.
Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios.
La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas.
Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea.
La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey.
El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente.
No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar.
Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.
En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu- Santo, exclamó Jesús:
- «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla.
Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.»
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
- «¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.»
Palabra del Señor.
Beato Dionisio de la Natividad
Nació el 12.12.1600 en Honfleur (Normandía -Francia) y se llamó en el mundo Pedro Berthelot.Desde muy joven se entregó a la navegación por España, Inglaterra y América.En 1619 llegó a la India como cosmógrafo y almirante de los reyes de Francia y Portugal.El British Museum conserva unas Tabulae mar¡t¡mae, conteccinadas por él, que demuestran su valentía y pericia en estas lides de los mares.
Mientras se encontraba en Goa, trabó profunda amistad con el Padre Felipe de la Santísima Trinidad, carmelita teresiano, quien lo encaminó hacia la Orden del Carmen.Abandonando todo, vistió el hábito de carmelita y el 25.12.1636 emitía sus votos religiosos con el nombre de Fray Dionisio de la Natividad.
Fue un modelo de todas las virtudes. Viéndolo preparado los superiores, tanto en virtud como en ciencia, lo ordenaron sacerdote el 1638, entregándose de lleno al apostolado entre aquellos nativos.
El embajador del virrey. Pedro de Silva encomendó una delicada misión ante el sultán de Achén (Sumatra) a Francisco de Souza de Castro.Como director espiritual y para que le ayudase en las dificultades del mar y del idioma malayo, se llevó consigo a Dionisio, a quien profesaba gran veneración.
Padre Dionisio rogó fuera también con ellos el Hermano Redento de la Cruz. Felizmente llegaron aAchén el 25.10.1638.
Aquí murió mártir de Jesucristo el 29.11.1638.
El papa León XIII lo beatificó junto con Hno. Redento el 10.6~1900.
Su fiesta se celebra el 29 de noviembre, unida para siempre con la de su compañero y hermano en el Carmelo y en el martirio Bto. Redento de la Cruz.
Según testimonio del Padre Felipe, su vocacionista y director espiñtual, el Padre Dionisio tue modelo de todas las virtudes para religiosos y seglares.
Alma profundamente contemplativa, solía pasar muchas horas arrobado en éxtasis. En muchas ocasiones le vieron rodeado de resplandores mientras oraba.
Al llegar a Achén, fueron acogidos con toda clase de lisonjas y beneblácemes, pero todo aquelío eran fingidas demostraciones, ya que pronto toda la embajada fue hecha prisionera.
Dionisio y Redento fueron torturados más bárbaramente que los otros cautivos. Al ver el sultán que sus propósitos de que abrazaran la fe del Corán no los podía conseguir, mandó que los torturasen del modo más cruel posible.
En la cárcel Dionisio se privaba de lo necesario para subsistir por entregarlo a los demás.
Por fin fueron condenados a muerte. Dionisio fue martirizado el último, accediendo a su propio deseo de poder confortar a los demás. Le mataron con un golpe de cimatarra en la cabeza, que se la abrió por la mitad.
que sigamos en pos de Cristo con nuestra propia cruz.
que nos sintamos dichosos si no nos comprenden o persiguen.
que amemos e imitemos a Cristo y a María hasta la muerte.
que seamos para todos y siempre testimonio de fidelidad a Cristo.
Mientras se encontraba en Goa, trabó profunda amistad con el Padre Felipe de la Santísima Trinidad, carmelita teresiano, quien lo encaminó hacia la Orden del Carmen.Abandonando todo, vistió el hábito de carmelita y el 25.12.1636 emitía sus votos religiosos con el nombre de Fray Dionisio de la Natividad.
Fue un modelo de todas las virtudes. Viéndolo preparado los superiores, tanto en virtud como en ciencia, lo ordenaron sacerdote el 1638, entregándose de lleno al apostolado entre aquellos nativos.
El embajador del virrey. Pedro de Silva encomendó una delicada misión ante el sultán de Achén (Sumatra) a Francisco de Souza de Castro.Como director espiritual y para que le ayudase en las dificultades del mar y del idioma malayo, se llevó consigo a Dionisio, a quien profesaba gran veneración.
Padre Dionisio rogó fuera también con ellos el Hermano Redento de la Cruz. Felizmente llegaron aAchén el 25.10.1638.
Aquí murió mártir de Jesucristo el 29.11.1638.
El papa León XIII lo beatificó junto con Hno. Redento el 10.6~1900.
Su fiesta se celebra el 29 de noviembre, unida para siempre con la de su compañero y hermano en el Carmelo y en el martirio Bto. Redento de la Cruz.
Según testimonio del Padre Felipe, su vocacionista y director espiñtual, el Padre Dionisio tue modelo de todas las virtudes para religiosos y seglares.
Alma profundamente contemplativa, solía pasar muchas horas arrobado en éxtasis. En muchas ocasiones le vieron rodeado de resplandores mientras oraba.
Al llegar a Achén, fueron acogidos con toda clase de lisonjas y beneblácemes, pero todo aquelío eran fingidas demostraciones, ya que pronto toda la embajada fue hecha prisionera.
Dionisio y Redento fueron torturados más bárbaramente que los otros cautivos. Al ver el sultán que sus propósitos de que abrazaran la fe del Corán no los podía conseguir, mandó que los torturasen del modo más cruel posible.
En la cárcel Dionisio se privaba de lo necesario para subsistir por entregarlo a los demás.
Por fin fueron condenados a muerte. Dionisio fue martirizado el último, accediendo a su propio deseo de poder confortar a los demás. Le mataron con un golpe de cimatarra en la cabeza, que se la abrió por la mitad.
que sigamos en pos de Cristo con nuestra propia cruz.
que nos sintamos dichosos si no nos comprenden o persiguen.
que amemos e imitemos a Cristo y a María hasta la muerte.
que seamos para todos y siempre testimonio de fidelidad a Cristo.
lunes, 28 de noviembre de 2011
Lecturas
Visión de Isaías, hijo de Amos, acerca de Judá y de Jerusalén:
Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas.
Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos.
Dirán:
«Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob:
Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor».»
Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
- «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.»
Jesús le contestó:
- «Voy yo a curarlo.»
Pero el centurión le replicó:
- «Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; a mi criado: “Haz esto”, y lo hace.»
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
- «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.»
Palabra del Señor.
San Santiago de la Marca
Franciscano, nacido en una familia pobre llamada Gangala, en Monteprandone, Marca de Ancona, Italia, en 1391; murió en Nápoles, 28 de noviembre de 1476. Se lo representa generalmente sosteniendo un cáliz en su mano derecha, del cual está escapando una serpiente - en alusión a la controversia respecto a la Preciosísima Sangre.
Comenzó sus estudios en Offida bajo la guía de su tío sacerdote, que poco después lo colocó en la escuela en Ascoli. En la Universidad de Perugia alcanzó el grado de Doctor en Leyes Civiles. Luego de una corta estancia en Florencia como tutor en una noble familia, Jaime fue recibido en la Orden de los Frailes Menores, en la capilla de la Porciúncula, Asís, el 26 de julio de 1416. Habiendo finalizado su noviciado en la Ermita de Carceri, cerca de Asís, estudió Teología en Fiesole, cerca de Florencia, bajo San Bernardino de Siena.
El 13 de junio de 1420 fue ordenado sacerdote, y comenzó pronto a predicar en Toscana, en las Marcas y Umbría; por medio siglo llevó adelante sus labores espirituales. Renombrado por los milagros que realizó y las numerosas conversiones que forjó. Desde 1427, Jaime predicó penitencias, combatió herejías y fue delegado en Alemania, Austria, Suecia, Dinamarca, Bohemia, Polonia, Hungría y Bosnia. En este último destino, fue también comisario de los Frailes Menores. En tiempos del Concilio de Basilea promovió la unión de los Hussitas moderados con la Iglesia, y con los Griegos en el Concilio de Ferrara - Florencia.
Predicó varias cruzadas contra los Turcos, y a la muerte de San Juan de Capistrano, en 1456, Jaime fue enviado a Hungría como su sucesor. En Italia, luchó contra los Fraticelli constituidos en varios montes pietatis, y predicó en todas las grandes ciudades; en Milán le ofrecieron el obispado, el cual declinó. San Jaime pertenecía a la rama de los Observantes de los Frailes Menores, que rápidamente se desarrolló y generó mucha envidia.
Todo lo que sufrió por ello está demostrado en una carta que le dirigió a San Juan de Capistrano, publicada por Nic. Dal – Gal, O.F.M., en "Archivum Franciscanum Historicum", I (1908), 94 – 97.Bajo Calixto III, en 1455 fue constituido árbitro en las discusiones de los temas entre Conventuales y Observantes. Su decisión fue publicada el 2 de Febrero de 1456, en una Bula papal, que no satisfizo a ninguna de las partes.
Pocos años después, un Lunes de Pascua de 1462, San Jaime, predicando en Brescia, expresó la opinión de algunos teólogos, que la Preciosísima Sangre derramada durante la Pasión no estaba unida a la Divinidad de Cristo durante los 3 días de Su entierro. El dominico Jaime de Brescia, inquisidor, lo citó inmediatamente ante el tribunal. Jaime rehusó comparecer, y luego de algunos problemas, apeló a la Santa Sede.
Esta cuestión fue discutida en Roma, en Navidad de 1462, (no en 1463, como sostienen algunos), ante Pío II y los cardenales, pero no se llegó a una decisión. Jaime pasó los últimos 3 años de su vida en Nápoles, y fue enterrado allí, en la iglesia franciscana de Santa María la Nueva, donde es posible ver aun su cuerpo.
Beatificado por Urbano VIII en 1624, fue canonizado por Benedicto XIII en 1726. Nápoles lo venera como uno de sus santos patronos. Los trabajos de San Jaime no han sido aun recopilados. Su biblioteca y sus escritos están preservados en parte en el Municipio de Monteprandone.
Comenzó sus estudios en Offida bajo la guía de su tío sacerdote, que poco después lo colocó en la escuela en Ascoli. En la Universidad de Perugia alcanzó el grado de Doctor en Leyes Civiles. Luego de una corta estancia en Florencia como tutor en una noble familia, Jaime fue recibido en la Orden de los Frailes Menores, en la capilla de la Porciúncula, Asís, el 26 de julio de 1416. Habiendo finalizado su noviciado en la Ermita de Carceri, cerca de Asís, estudió Teología en Fiesole, cerca de Florencia, bajo San Bernardino de Siena.
El 13 de junio de 1420 fue ordenado sacerdote, y comenzó pronto a predicar en Toscana, en las Marcas y Umbría; por medio siglo llevó adelante sus labores espirituales. Renombrado por los milagros que realizó y las numerosas conversiones que forjó. Desde 1427, Jaime predicó penitencias, combatió herejías y fue delegado en Alemania, Austria, Suecia, Dinamarca, Bohemia, Polonia, Hungría y Bosnia. En este último destino, fue también comisario de los Frailes Menores. En tiempos del Concilio de Basilea promovió la unión de los Hussitas moderados con la Iglesia, y con los Griegos en el Concilio de Ferrara - Florencia.
Predicó varias cruzadas contra los Turcos, y a la muerte de San Juan de Capistrano, en 1456, Jaime fue enviado a Hungría como su sucesor. En Italia, luchó contra los Fraticelli constituidos en varios montes pietatis, y predicó en todas las grandes ciudades; en Milán le ofrecieron el obispado, el cual declinó. San Jaime pertenecía a la rama de los Observantes de los Frailes Menores, que rápidamente se desarrolló y generó mucha envidia.
Todo lo que sufrió por ello está demostrado en una carta que le dirigió a San Juan de Capistrano, publicada por Nic. Dal – Gal, O.F.M., en "Archivum Franciscanum Historicum", I (1908), 94 – 97.Bajo Calixto III, en 1455 fue constituido árbitro en las discusiones de los temas entre Conventuales y Observantes. Su decisión fue publicada el 2 de Febrero de 1456, en una Bula papal, que no satisfizo a ninguna de las partes.
Pocos años después, un Lunes de Pascua de 1462, San Jaime, predicando en Brescia, expresó la opinión de algunos teólogos, que la Preciosísima Sangre derramada durante la Pasión no estaba unida a la Divinidad de Cristo durante los 3 días de Su entierro. El dominico Jaime de Brescia, inquisidor, lo citó inmediatamente ante el tribunal. Jaime rehusó comparecer, y luego de algunos problemas, apeló a la Santa Sede.
Esta cuestión fue discutida en Roma, en Navidad de 1462, (no en 1463, como sostienen algunos), ante Pío II y los cardenales, pero no se llegó a una decisión. Jaime pasó los últimos 3 años de su vida en Nápoles, y fue enterrado allí, en la iglesia franciscana de Santa María la Nueva, donde es posible ver aun su cuerpo.
Beatificado por Urbano VIII en 1624, fue canonizado por Benedicto XIII en 1726. Nápoles lo venera como uno de sus santos patronos. Los trabajos de San Jaime no han sido aun recopilados. Su biblioteca y sus escritos están preservados en parte en el Municipio de Monteprandone.
domingo, 27 de noviembre de 2011
Domingo 27-11-2011 1er. de Adviento
1er. Domingo de ADVIENTO
Primera vela de ADVIENTO: LOS PROFETAS
" En el libro del profeta Isaías está escrito: ‘He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, a preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos. En cumplimiento de esto, apareció en el desierto Juan el Bautista..." (Mc 1,2-4)
El profeta es un mensajero, una voz que clama y un servidor que prepara los caminos del pueblo para abrirle paso al Señor. El profeta Isaías pasa la estafeta profética a Juan el Bautista y, por el Espíritu, esa palabra viva continúa anunciando y denunciando a lo largo de los siglos.
Símbolo: capa o manto: "Elías partió de allí y fue en busca de Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando... Elías pasó junto a él y le echó encima su manto. Eliseo dejó la yunta, corrió detrás de Elías..." (I R 19,19-20) Este gesto de echar el manto, es como delegar la misión, pasar la estafeta, el cargo y carga del servicio profético.
Jesucristo es el profeta principal y fuente de toda palabra profética. El es el cumplimiento de la profecía hecha a Moisés: " Yo les suscitaré en medio de sus hermanos un profeta como tú; pondré mis palabras en su boca y él les dirá todo lo que yo le mande." (Dt 18,18). Y a la vez Jesucristo llama y envía profetas en medio del pueblo: " Por eso, yo les envío profetas ..." (Mt 23,34)
¿Quiénes son los profetas y qué hacen?
Los profetas son hombres y mujeres del pueblo, grupos de personas o comunidades que denuncian las injusticias, las mentiras, el odio y anuncian caminos de vida, paz, amor y esperanza. Los profetas son puentes entre Dios y el pueblo y también antorchas de luz que inflaman e iluminan. Su misión a favor del Reino de Dios en la tierra provoca conflictos y persecuciones.
¿Cuáles son los caminos recorridos y preparados por los profetas?
Los caminos de la justicia, de la solidaridad y de la mística.
- El camino de la justicia: El cambio de las estructuras injustas para transformar la realidad.
- El camino de la solidaridad: El cambio en la relación para lograr la renovación comunitaria.
- El camino de la mística: El cambio en los modos de pensar para recrear la conciencia.
Los tres caminos deben estar unidos por la palabra profética. Los profetas integran los tres caminos para que no se vayan desviando, ni desvirtuando. La sola justicia es sólo política deshumanizante. La sola solidaridad es filantropía o camaradería. La mística aislada es pietismo en las nubes.
"El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombra, una luz brilló sobre ellos " (Is 9,1).
Isaías y otros profetas, nos acompañarán durante este Tiempo de Adviento para iluminar nuestro caminar y compromiso con el Pueblo y con Dios. "Tú sales al encuentro del que practica alegremente la justicia y recuerdan tus caminos... Tú eres nuestro Padre..." (Is 64,4.7). Dios busca y sale al encuentro de quien practica y lucha por la justicia, quien perdona las deudas y libera a los esclavos. Por eso la carta Hacia al Tercer Milenio nos recordaba: "El año jubilar debía servir de ese modo al restablecimiento de la justicia social." (TMA 13).
Lecturas
Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es «Nuestro redentor».
Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad.
¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste. y los montes se derritieron con tu presencia, jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti que hiciera tanto por el que espera en él.
Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos.
Estabas airado, y nosotros fracasarnos-aparta nuestras culpas, y seremos salvos.
Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento.
Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa.
Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: .somos todos obra de tu mano.
Hermanos:
La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros.
En mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús.
Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo.
De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro.
Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»
Palabra del Señor.
Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.
Homilia
Adviento.
Un año más, en medio del otoño, celebramos el Adviento.
Una vez, Jesús anuncia su venida y llama a nuestras puertas.
El eje central del la liturgia de este Domingo pivota en torno a la vigilancia. “Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento” (Mc. 13, 34).
El relato evangélico de hoy está tomado del discurso escatológico de Jesús. El Señor utiliza un estilo habitual en otros libros del Antiguo testamento, con imágenes, llenas de fuerza, que se refieren al “día del Señor”, muy frecuentes en el profeta Amós.
Los exegetas afirman que todas estas imágenes no describen hechos históricos, sino que pretenden dar un sentido simbólico.
La idea motriz es que no sabemos cuándo vendrá el Señor, “si al atardecer, a la medianoche, al canto del gallo o al amanecer” (Mc. 13, 35-36).
“El señor viene, viene siempre” (R. Tagore), pero no nos apercibimos de su presencia, porque nuestros ojos están cerrados y nuestra mente abotargada.
El discurso de Jesús nos habla de nuestra muerte, pero nos interroga, sobre todo en nuestra vida normal, acerca de cómo empleamos el tiempo y qué sentido damos al devenir cotidiano.
Cabe preguntarnos: ¿Qué nos quiere decir Dios a través de los acontecimientos de nuestros entornos personales, sociales y globales?
Isaías.
Isaías desarrolla su acción profética en momentos claves para la Historia de Israel.
Los babilonios destruyen Jerusalén el año 587 a.C. y dejan el templo convertido en ruinas. Muchos pueblos son arrasados y exterminada gran parte de la población. Los campos se quedan desiertos y surge en el alma del pueblo una sensación de frustración y lamento por los días vividos, que el profeta refleja en estos términos: “¿Por qué nos extravías de nuestros caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?”.
( Is. 63, 17).
Pero Isaías es un profeta de esperanza, que conoce las necesidades del pueblo, y enseguida añade: “Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre de siempre es “nuestro Redentor... Vuélvete por amor a tus siervos... Jamás oído oyó no ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciese tanto por el que espera en él”. (Is. 64, 3)
La actual teología feminista refleja con razón que Dios no es sólo padre; es también madre tierna que se desvive por sus hijos.
La experiencia que tuvieron los israelitas se asemeja a la que sufrimos nosotros con la pérdida del sentido de Dios y la caída del estado del bienestar, que ha dejado en el paro a millones de personas y a muchas familias sin hogar.
¿ Nos vamos a dejar abatir por la desesperanza y claudicar ante la adversidad?
En aquellos tiempos, Jerusalén fue reconstruida, el pueblo regresó a sus hogares y llegaron días de desarrollo y prosperidad, no exentos de tensiones religiosas y sociales.
Por eso, Isaías se pregunta: “Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti” ( Is. 64, 6).
Es el eterno devenir de la historia humana, que obliga a exclamar a un sabio: “No me des, Señor, pobreza, para que, en mi angustia, te maldiga, ni me des riqueza para que me olvide ti; dame tan sólo lo que necesito para vivir”.
Corren para nosotros tiempos difíciles por la crisis económica, que se superarán con el tiempo. Pero el desarme moral y las agresiones a los sentimientos y prácticas religiosas han dejado profundas secuelas entre muchos cristianos inmaduros en su fe o desconcertados por el vaivén de las ideas.
Es más fácil cauterizar las conciencias y adormecer las iniciativas con diversiones, comodidades, sexo a la carta, alcohol, drogas... que educar personas responsables de sus actos y con bases firmes para consolidar valores de cara al futuro.
La esperanza
La esperanza, a pesar de todo, nunca defrauda, porque en cada ser humano Dios ha puesto una semilla de regeneración para que dé frutos en su momento, no necesariamente inmediatos, como desearíamos todos.
Nos falta quizás humildad para reconocer nuestros vacíos interiores, valentía para combatir los desmanes de mandamases sin escrúpulos y fe para que, lo aparentemente imposible, sea posible.
La época que nos toca vivir no es mejor ni peor que las anteriores; es sencillamente distinta. Y hemos de afrontar las realidades del presente con los medios, muchos sofisticados, que la ciencia pone a nuestra disposición para evangelizar de nuevo y cambiar las estructuras y adaptar el lenguaje y las formas para que el mensaje sea creíble.
Sin olvidar que la fuente suprema es Dios que nos ha creado: “Tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tu mano” (Is. 64, 7)
Nunca, como ahora, ha acudido tanta gente al psiquiatra para remediar sus desequilibrios, nerviosismo y soledades. Vivimos muy acelerados, sin darnos tiempo para reflexionar serenamente. Además las relaciones humanas se deterioran con las prisas y las necesidades fundamentales de amar y ser amados quedan a medio cubrir.
Todo esto nos lleva a la sombra de la depresión, a la angustia del envejecimiento y al temor de quedarnos solos.
Al final, afluye la añoranza de Dios y la búsqueda de una felicidad duradera, aliñada con la esperanza de un futuro mejor.
La primera vela de la Corona de Adviento simboliza la alegría de quien mantiene encendido el fuego de su fe y se mantiene activo, en vela, para acompañar a la larga comitiva del esposo- Cristo- al banquete eterno.
El Adviento nos invita a levantar la mirada, a soñar con la liberación de las diversas ataduras materiales que condicionan nuestra libertad y a dar la bienvenida a las novedades que nos depara el porvenir, siempre en efervescencia.
“Pero al final de los tiempos estará firme el monte de la casa del señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas” (Is.2, 2).
¡Feliz Adviento!
Beato Raimundo Lulio
En la isla de Mallorca, con las alas mayores que el nido, nació Ramón Llull (Raimundo Lulio), en año incierto del primer tercio del siglo XIII. Hijo de la primera generación de los conquistadores, acaudillados por don Jaime I, pudo identificarse ante el tribunal de la Sorbona, en París, y en un trance ambiguo, como catalán de Mallorca. No consiguió retenerle el sortilegio de su tierra natal y se hurtó al abrazo avaro de las costas mallorquinas. Tiempos hubo en que su nombre fue signo de contradicción y bandera de combate. Una anécdota falsa de su vida, la de un amor pecaminoso por una dama, cuyo pecho roía un cáncer con su diente asiduo, le aureoló con una celebridad romántica. Raimundo Lulio, para su gloria, no ha menester ninguna mentira.
Fue varón de deseos, como dijo el arcángel Gabriel, del profeta antiguo; pero lanzóse a la acción con ímpetu de arma arrojadiza. En su pecho, molido por la contrición, en el momento de su crisis espiritual, germinó un triple deseo, tan vasto, que su desmedida ambición predestinábale a un fracaso previsible. Quería la iluminación y enderezamiento de toda la infidelidad, desparramada por el universo mundo. Quería conquistar todas las mentes con el imperio apodíctico de la verdad; e inventó un sistema científico, a su parecer irrebatible. Quería coronar esta total dedicación suya con el derramamiento de su sangre, sellándola con una roja rúbrica final.
Centrada y substanciada así la vida de Raimundo Lulio, todo lo demás en ella es lateral y adjetivo. Son armas de combate al servicio de aquel deseo triple; y las abandona tan pronto como se convence de que no le sirven para la consecución de su ideal inmediato. A la Sorbona de París llevó su sistema filosófico, su Arte Magna, en la que tenía una fe tan ciega, que creíala recibida de Dios, por iluminación, como Un don intelectual. No la entienden ni los graves doctores ni los leves escolares, que la conceptúan demasiado sutil de comprender. Raimundo sufre un inenarrable desencanto. Va a mitigar su duelo acerbísimo en las afueras de París, en una bella selva poblada de árboles, abundosa de fuentes, de verdes prados, de hierbas en flor y de aves canoras. Fracasado, como él mismo reconoce, por manera de saber, arrumba su Arte Magna, y sale de nuevo a la palestra a ver si triunfará por manera. de amor. Fruto de esta crisis y de esta derrota, es su bellísimo y ameno Arbol de filosofía de amor, con el que se lanza a un camino nuevo.
En vaso infrangible lleva el tesoro del apostolado. Apóstol es, y apóstol incomparable que descuella en su multiforme y proteica personalidad. Apóstol cuando se sienta en los bancos o en la cátedra de la Universidad parisina donde se le apoda Ramón Barbaflorida. Apóstol es cuando sueña, con antelación de doscientos años a Santo Tomás Moro, una suerte de cristianísima utopía, porque utopía es aquel delicioso libro de Blanquerna por el cual quiere atraer sobre el mundo el reino de la justicia del amor y de la paz de Cristo. Apóstol cuando rima los versos anfractuosos y abruptos de los Cien Nombres de Dios. Apóstol cuando compone el rústico, digámosle romancerillo en prosa suelta, del Amigo y del Amado. con tantos versículos como tiene el año y dice al avecita cantora en la repuesta enramada de Miramar con un infinito amor franciscano: Si no nos entendemos por lenguaje, entendámonos por amor. Apóstol más que nunca, cuando con el favor de Jaime II de Mallorca, y anticipándose en cientos de años alColegio de Propaganda Fide, funda el colegio de lenguas orientales, cuyo acabamiento y dilapidación hubo de ver con sus ojos mortales que derramaron las más amargas lágrimas de su vida, en el cáliz de ajenjo de su obra rimada: Desconsuelo. Apóstol cuando acude a la corte del rey de Francia, Felipe, le bel; y a la corte del rey de Aragón, Jaime II, y dedica el libro De oración a su esposa, la dulce doña Blanca de Anjou, reina blanca de blanca paz.Apóstol cuando acude a la corte de Roma, infructuosamente; y con sus ochenta años a cuestas, camina hacia el concilio de Viena, sobre el Ródano, durante la cautividad de Aviñón, y emplaza ante el tribunal de Cristo al papa Clemente V, de quien promete ser testigo de cargo, si el concilio se malogra. Apóstol cuando acude a los capítulos generales de las grandes órdenes religiosas de su tiempo. Apóstol cuando en suopúsculo De fine, sólo conocido por su versión latina, excogita y ofrece planes para la conquista del norte de Africa, pasando por Málaga y Granada, camino el más rápido y seguro y primer paso para la redención del Santo Sepulcro de Jerusalén. Apóstol en sus proyectos de evangelización del universo mundo, no por violencia de armas materiales, sino con el sistema con que la cristianizaron los apóstoles, con predicación evangélica persuasiva y con derramamiento de lágrimas y de sangre. Apóstol siempre Raimundo Lulio y fiel a sus tres deseos originales, que fueron el poderoso motor de su vida; ¿consiguió el supremo galardón y la paga del apóstol, que es el martirio?
Esta es la angustiosa incógnita de nuestros días y el más agudo tormento de sus biógrafos y de sus devotos. Por largos años y generaciones se creyó así. Hasta se fijó una fecha: la que corre desde los postreros días de junio de 1314 al 2 de julio, día de su triunfal arribo a su isla natal, efemérides honrada con la celebridad de su fiesta litúrgica y popular Nihil prius fide. El documento en que se basaba, parece amañado. Documentos auténticos, custodiados en el archivo de la corona de Aragón, atestiguan fechas de cuatro meses y aun más posteriores a aquella data. Su martirio, si fue, es fuerza que sea posterior, pero no nos lo dice la silenciosa historia; siempre queda, fuera de toda posible duda, que si no recibió el bautismo de sangre, durante los ochenta años rebasados de su vida mortal, sufrió a la continua el aguijón urente del bautismo de fuego.
Raimundo Lulio, en el generoso ímpetu de su conversión, en su grandiosa y quizá primogénita obra del Libro de contemplación, escribió estas palabras grávidas de fogoso deseo y llenas, tal vez, de clarividente presagio: "Bienaventurados son, Señor, aquellos que en este mundo se visten de rojo color y de vestiduras bermejas, semejantes a las que vestisteis Vos el día de vuestra muerte. Esta bienaventuranza y esta gracia espera vuestro siervo, todos los días, de Vos; que sus vestidos sean tintos en sangre y mojados de lágrimas el día de su muerte, si es que a Vos pluguiere que él muera por amor vuestro y por amor de aquellos que os aman." Y aun, a veces, con golosa anticipación, deléitase saboreando el cáliz embriagante del martirio entrañablemente deseado y con ardientes votos que merecieron ser oídos de Dios: "Tanto se dilata, Señor, el día en que yo tome martirio en medio del pueblo, confesando la santa fe cristiana, que todo me siento desfallecer y morir de deseo y añoranza porque no llegué a aquel día en que esté en medio del pueblo, acosado como león u otra salvaje alimaña, rodeada de cazadores que la matan y la despedazan."
La pesadumbre de más de dieciséis lustros gravitaba en sus hombros; su barba, que en sus días de París era florida, ahora pendía cuajada en larga nieve sobre su pecho; y su cabeza blanqueaba con los rayos fríos de una aurora polar. Era llegada la hora de disponer de aquellas cosas que el Amado le diera en comanda. La avara antigüedad nos ha conservado el testamento postrero. Raimundo, como el protagonista de su Arbol de filosofía de amor, dejó su cuerpo al polvo de la tierra para que lo dispersase ante la faz del viento. Distribuyó su rica pobreza entre los dos hijos de su carne, Domingo y Magdalena, esposa del prócer barcelonés Pedro de Sentmenat; los frailes predicadores, los frailes franciscanos; las monjas de Santa Clara y las de Santa Margarita y las de la Penitencia y los niños huérfanos de la ciudad de Mallorca, y la obra de la bienaventurada Virgen María de la Seo, comenzada por el rey don Jaime I. Mayor preocupación le merecen sus obras seniles.
"Quiero y mando que copien sobre pergamino los libros en romance y en latín, que, mediante la divina gracia, compilé." Quiere con voluntad muy firme que de todas sus obras de su invierno que saben a enjutez de tronco, pero amadas con una ternura especial, como son amados los benjamines, que se envíen ejemplares a la cartuja de París y que uno, en pergamino, se envíe a Micer Percival Spínola, en Génova, que había de ser la última tierra cristiana que pisó, en saliendo para el supremo apostolado africano.
¿Cuándo volvió a Mallorca, vivo o muerto? No se sabe. ¡O vetustatis silentis obsoleta oblivo! Invidentur ista nobis... ¡Oh herrumbroso olvido de la silente antigüedad! Nos lo ocultó, por envidia, la callada vetustez con un dedo sobre la boca.
Raimundo Lulio, de quien se esperaba que pronto sería canonizado, fue sepultado, provisionalmente, en la sacristía de San Francisco de Asís. Posteriormente, fue depositado el autor del dulcísimo Libro de Santa María, todo leche y miel, en la capilla de Nuestra Señora de la Consolación, del mismo templo, su coetáneo, en donde espera la resurrección de la carne. El sepulcro es bello y solemne, lleno de alegorías, construido por los Jurados de Mallorca, en el declivio del siglo XV. Es imposible acercarse al monumento sepulcral sin que a través del alabastro yerto el devoto no se imagine que va a oír los recios golpes de ala de un huracán aprisionado, o el crepitar del incendio de los huesos abrasados de aquel incendio que los abrasó en vida, Y como de la boca de un oráculo parécele que va a oír aquellas ardientes palabras que el mismo Raimundo escribió en el Amigo y el Amado:
"Si vosotros, amadores, queréis agua, venid a mis ojos, que son fuentes de lágrimas; y si queréis fuego, venid a mi corazón y encended en él vuestras antorchas."
Fue varón de deseos, como dijo el arcángel Gabriel, del profeta antiguo; pero lanzóse a la acción con ímpetu de arma arrojadiza. En su pecho, molido por la contrición, en el momento de su crisis espiritual, germinó un triple deseo, tan vasto, que su desmedida ambición predestinábale a un fracaso previsible. Quería la iluminación y enderezamiento de toda la infidelidad, desparramada por el universo mundo. Quería conquistar todas las mentes con el imperio apodíctico de la verdad; e inventó un sistema científico, a su parecer irrebatible. Quería coronar esta total dedicación suya con el derramamiento de su sangre, sellándola con una roja rúbrica final.
Centrada y substanciada así la vida de Raimundo Lulio, todo lo demás en ella es lateral y adjetivo. Son armas de combate al servicio de aquel deseo triple; y las abandona tan pronto como se convence de que no le sirven para la consecución de su ideal inmediato. A la Sorbona de París llevó su sistema filosófico, su Arte Magna, en la que tenía una fe tan ciega, que creíala recibida de Dios, por iluminación, como Un don intelectual. No la entienden ni los graves doctores ni los leves escolares, que la conceptúan demasiado sutil de comprender. Raimundo sufre un inenarrable desencanto. Va a mitigar su duelo acerbísimo en las afueras de París, en una bella selva poblada de árboles, abundosa de fuentes, de verdes prados, de hierbas en flor y de aves canoras. Fracasado, como él mismo reconoce, por manera de saber, arrumba su Arte Magna, y sale de nuevo a la palestra a ver si triunfará por manera. de amor. Fruto de esta crisis y de esta derrota, es su bellísimo y ameno Arbol de filosofía de amor, con el que se lanza a un camino nuevo.
En vaso infrangible lleva el tesoro del apostolado. Apóstol es, y apóstol incomparable que descuella en su multiforme y proteica personalidad. Apóstol cuando se sienta en los bancos o en la cátedra de la Universidad parisina donde se le apoda Ramón Barbaflorida. Apóstol es cuando sueña, con antelación de doscientos años a Santo Tomás Moro, una suerte de cristianísima utopía, porque utopía es aquel delicioso libro de Blanquerna por el cual quiere atraer sobre el mundo el reino de la justicia del amor y de la paz de Cristo. Apóstol cuando rima los versos anfractuosos y abruptos de los Cien Nombres de Dios. Apóstol cuando compone el rústico, digámosle romancerillo en prosa suelta, del Amigo y del Amado. con tantos versículos como tiene el año y dice al avecita cantora en la repuesta enramada de Miramar con un infinito amor franciscano: Si no nos entendemos por lenguaje, entendámonos por amor. Apóstol más que nunca, cuando con el favor de Jaime II de Mallorca, y anticipándose en cientos de años alColegio de Propaganda Fide, funda el colegio de lenguas orientales, cuyo acabamiento y dilapidación hubo de ver con sus ojos mortales que derramaron las más amargas lágrimas de su vida, en el cáliz de ajenjo de su obra rimada: Desconsuelo. Apóstol cuando acude a la corte del rey de Francia, Felipe, le bel; y a la corte del rey de Aragón, Jaime II, y dedica el libro De oración a su esposa, la dulce doña Blanca de Anjou, reina blanca de blanca paz.Apóstol cuando acude a la corte de Roma, infructuosamente; y con sus ochenta años a cuestas, camina hacia el concilio de Viena, sobre el Ródano, durante la cautividad de Aviñón, y emplaza ante el tribunal de Cristo al papa Clemente V, de quien promete ser testigo de cargo, si el concilio se malogra. Apóstol cuando acude a los capítulos generales de las grandes órdenes religiosas de su tiempo. Apóstol cuando en suopúsculo De fine, sólo conocido por su versión latina, excogita y ofrece planes para la conquista del norte de Africa, pasando por Málaga y Granada, camino el más rápido y seguro y primer paso para la redención del Santo Sepulcro de Jerusalén. Apóstol en sus proyectos de evangelización del universo mundo, no por violencia de armas materiales, sino con el sistema con que la cristianizaron los apóstoles, con predicación evangélica persuasiva y con derramamiento de lágrimas y de sangre. Apóstol siempre Raimundo Lulio y fiel a sus tres deseos originales, que fueron el poderoso motor de su vida; ¿consiguió el supremo galardón y la paga del apóstol, que es el martirio?
Esta es la angustiosa incógnita de nuestros días y el más agudo tormento de sus biógrafos y de sus devotos. Por largos años y generaciones se creyó así. Hasta se fijó una fecha: la que corre desde los postreros días de junio de 1314 al 2 de julio, día de su triunfal arribo a su isla natal, efemérides honrada con la celebridad de su fiesta litúrgica y popular Nihil prius fide. El documento en que se basaba, parece amañado. Documentos auténticos, custodiados en el archivo de la corona de Aragón, atestiguan fechas de cuatro meses y aun más posteriores a aquella data. Su martirio, si fue, es fuerza que sea posterior, pero no nos lo dice la silenciosa historia; siempre queda, fuera de toda posible duda, que si no recibió el bautismo de sangre, durante los ochenta años rebasados de su vida mortal, sufrió a la continua el aguijón urente del bautismo de fuego.
Raimundo Lulio, en el generoso ímpetu de su conversión, en su grandiosa y quizá primogénita obra del Libro de contemplación, escribió estas palabras grávidas de fogoso deseo y llenas, tal vez, de clarividente presagio: "Bienaventurados son, Señor, aquellos que en este mundo se visten de rojo color y de vestiduras bermejas, semejantes a las que vestisteis Vos el día de vuestra muerte. Esta bienaventuranza y esta gracia espera vuestro siervo, todos los días, de Vos; que sus vestidos sean tintos en sangre y mojados de lágrimas el día de su muerte, si es que a Vos pluguiere que él muera por amor vuestro y por amor de aquellos que os aman." Y aun, a veces, con golosa anticipación, deléitase saboreando el cáliz embriagante del martirio entrañablemente deseado y con ardientes votos que merecieron ser oídos de Dios: "Tanto se dilata, Señor, el día en que yo tome martirio en medio del pueblo, confesando la santa fe cristiana, que todo me siento desfallecer y morir de deseo y añoranza porque no llegué a aquel día en que esté en medio del pueblo, acosado como león u otra salvaje alimaña, rodeada de cazadores que la matan y la despedazan."
La pesadumbre de más de dieciséis lustros gravitaba en sus hombros; su barba, que en sus días de París era florida, ahora pendía cuajada en larga nieve sobre su pecho; y su cabeza blanqueaba con los rayos fríos de una aurora polar. Era llegada la hora de disponer de aquellas cosas que el Amado le diera en comanda. La avara antigüedad nos ha conservado el testamento postrero. Raimundo, como el protagonista de su Arbol de filosofía de amor, dejó su cuerpo al polvo de la tierra para que lo dispersase ante la faz del viento. Distribuyó su rica pobreza entre los dos hijos de su carne, Domingo y Magdalena, esposa del prócer barcelonés Pedro de Sentmenat; los frailes predicadores, los frailes franciscanos; las monjas de Santa Clara y las de Santa Margarita y las de la Penitencia y los niños huérfanos de la ciudad de Mallorca, y la obra de la bienaventurada Virgen María de la Seo, comenzada por el rey don Jaime I. Mayor preocupación le merecen sus obras seniles.
"Quiero y mando que copien sobre pergamino los libros en romance y en latín, que, mediante la divina gracia, compilé." Quiere con voluntad muy firme que de todas sus obras de su invierno que saben a enjutez de tronco, pero amadas con una ternura especial, como son amados los benjamines, que se envíen ejemplares a la cartuja de París y que uno, en pergamino, se envíe a Micer Percival Spínola, en Génova, que había de ser la última tierra cristiana que pisó, en saliendo para el supremo apostolado africano.
¿Cuándo volvió a Mallorca, vivo o muerto? No se sabe. ¡O vetustatis silentis obsoleta oblivo! Invidentur ista nobis... ¡Oh herrumbroso olvido de la silente antigüedad! Nos lo ocultó, por envidia, la callada vetustez con un dedo sobre la boca.
Raimundo Lulio, de quien se esperaba que pronto sería canonizado, fue sepultado, provisionalmente, en la sacristía de San Francisco de Asís. Posteriormente, fue depositado el autor del dulcísimo Libro de Santa María, todo leche y miel, en la capilla de Nuestra Señora de la Consolación, del mismo templo, su coetáneo, en donde espera la resurrección de la carne. El sepulcro es bello y solemne, lleno de alegorías, construido por los Jurados de Mallorca, en el declivio del siglo XV. Es imposible acercarse al monumento sepulcral sin que a través del alabastro yerto el devoto no se imagine que va a oír los recios golpes de ala de un huracán aprisionado, o el crepitar del incendio de los huesos abrasados de aquel incendio que los abrasó en vida, Y como de la boca de un oráculo parécele que va a oír aquellas ardientes palabras que el mismo Raimundo escribió en el Amigo y el Amado:
"Si vosotros, amadores, queréis agua, venid a mis ojos, que son fuentes de lágrimas; y si queréis fuego, venid a mi corazón y encended en él vuestras antorchas."
sábado, 26 de noviembre de 2011
Mañana DOMINGO
La Iglesia, para comenzar el año litúrgico, celebra la llegada de Cristo con una gran fiesta a la cual llamamos Navidad. Esta fiesta es tan importante para los cristianos que la Iglesia, antes de celebrarla, prepara a sus hijos durante el período conocido como Adviento. Ya desde tiempos remotos la Iglesia acostumbra tener esta preparación.
La palabra Adviento, como se conoce este temporada, significa "llegada" y claramente indica el espíritu de vigilia y preparación que los cristianos deben vivir. Al igual que se prepara la casa para recibir a un invitado muy especial y celebrar su estancia con nosotros, durante los cuatro domingos que anteceden a la fiesta de Navidad, los cristianos preparan su alma para recibir a Cristo y celebrar con Él su presencia entre nosotros.
En este tiempo es muy característico pensar: ¿cómo vamos a celebrar la Noche Buena y el día de Navidad? ¿Con quien vamos a disfrutar estas fiestas? ¿Qué vamos a regalar? Pero todo este ajetreo no tiene sentido si no consideramos que Cristo es el festejado a quien tenemos que acompañar y agasajar en este día. Cristo quiere que le demos lo más preciado que tenemos: nuestra propia vida; por lo que el período de Adviento nos sirve para preparar ese regalo que Jesús quiere, es decir, el adviento es un tiempo para tomar conciencia de lo que vamos a celebrar y de preparación espiritual.
Durante el Adviento los cristianos renuevan el deseo de recibir a Cristo por medio de la oración, el sacrificio, la generosidad y la caridad con los que nos rodean, es decir, renovarnos procurando ser mejores para recibir a Jesús.
La Iglesia durante las cuatro semanas anteriores a la Navidad y especialmente los domingos dedica la liturgia de la misa a la contemplación de la primera "llegada" de Cristo a la tierra, de su próxima "llegada" triunfal y la disposición que debemos tener para recibirlo. El color morado de los ornamentos usados en sus celebraciones nos recuerda la actitud de penitencia y sacrificio que todos los cristianos debemos tener para prepararnos a tan importante evento.
La familia como Iglesia doméstica procura reunirse para hacer más profunda esta preparación. Algunas familias se unen para orar en torno a una corona de ramas de hojas perennes sobre la cuál colocan velas que van encendiendo cada domingo. En otros lugares se elabora un calendario en el cuál se marcan los días que pasan hasta llegar al día de Navidad. En algunos países, como México, familiares y amigos se reúnen para celebrar las Posadas rezando el rosario, recordando el peregrinar de María y José para llegar a Belén. En todas estas reuniones el sentido de penitencia y sacrificio se enriquece por la esperanza y el espíritu de fraternidad y generosidad que surge de la alegría de que Dios pronto estará con nosotros.
En la liturgia de Adviento, la Iglesia retoma la larga preparación y espera de la primera venida del Salvador y sobre todo nos impulsa a renovar el ardiente deseo de su segunda Venida (CIC 524). No se pretende quedarnos en el pasado, ni evadirnos en el futuro, sino vivir el encuentro con el Señor en el presente, puesto que éste es el único momento del tiempo y de la vida en que vivimos realmente. El ciclo litúrgico dedica cuatro semanas al tiempo de Adviento, pero en un sentido profundo todo tiempo es Tiempo de Adviento, en especial el tiempo desde la Ascensión del Señor a su Parusía.
Significado de las palabras, vocablos o términos: Adviento, Parusía, Tiempo...
Adviento significa salir al encuentro de Aquél que viene a buscarnos y a quien buscamos.
Dios, amorosamente, nos ha buscado siempre: " ¿Dónde estás...? ¿Dónde está tu hermano? "(Gn 3,9 y 4,9). Esta búsqueda se realiza en la vida, en la historia humana, culmina en la Encarnación del Verbo Divino y se eterniza en la Resurrección de Jesucristo. Pero, mientras la humanidad viva en el mundo, la búsqueda continúa hasta el fin de la historia. La humanidad, desde su conciencia y su creencia, ha buscado a Dios por muchos caminos: la naturaleza, la cultura y la religión. Los hallazgos, encuentros y desencuentros animan la voluntad y avivan la esperanza para seguir buscando." Como busca la cierva corrientes de agua, así Dios mío, te busca todo mi ser. Tengo sed de Dios, del Dios vivo, ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? "(Sal 42,2-3). Nuestra búsqueda es personal y comunitaria, actual y escatológica, aquí y ahora y hacia y hasta el fin del mundo y del tiempo.
"Continuamente agradezco a mi Dios los dones divinos que les ha concedido a ustedes... los que esperan la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo. El los hará permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento." (I Co 1,4-9)
¿A qué nos motiva a mí y a la humanidad el Adviento de Jesucristo?
Parusía significa estar presente, presencia o venida. (Palabra usada para referirse a las visitas oficiales de los emperadores). Designa el advenimiento del Señor, de su "día".
El Camino de Israel prepara, prefigura y anuncia el Camino de Jesús. Los profetas, a partir de su situación anuncian la promesa del Mesías que vendrá a salvar al pueblo: " He aquí que viene a ti tu rey, justo él y victorioso, humilde y montado en un asno." (Zac 9,9). Los profetas anuncian también el Día del Señor cuando vendrá a juzgar y condenar las injusticias: " Silencio ante el Señor Yahveh, porque el Día de Yahveh está cerca... visitaré aquel día a todos los que saltan por encima del umbral, los que llenan la Casa de su señor de violencia y fraude." (Sof 1,7.9).
Jesús advierte a sus discípulos y discípulas sobre la venida sorpresiva del día del juicio final y de su venida. Él los exhorta a permanecer siempre prevenidos, despiertos y alertas para estar firmes y de pie en su camino, cuando: "... venga aquel Día de improviso... porque vendrá sobre todos los que habitan la faz de la tierra. Estén en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengan fuerza... y puedan estar de pie delante del Hijo del Hombre ." (Lc 21,34-27). Jesucristo no actúa como ladrón, pues Él mismo reconoce no saber ni el día, ni la hora del Día final. " En cuanto al día aquel y la hora, nadie sabe nada , ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre ." (Mc 13,32).
La Iglesia, según encontramos en varios escritos del Nuevo Testamento, consideraba cercana la Venida de Jesucristo. "Nosotros, los que vivamos; los que quedemos hasta la Venida del Señor no nos adelantaremos a los que murieron..." (I Tes 4,15)." " Les hemos dado a conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad ." (2 Pe 1,16). La tardanza de la llegada de esta Venida, nos impulsa a seguir trabajando por realizar el Reino de Dios en la tierra y a aguardar con paciencia la venida de Jesucristo: " Tengan, pues paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. Miren al labrador..." (Sant 5,7). Tampoco esta promesa trata de espantarnos, sino al contrario, quiere animarnos a mirar con confianza, amor y esperanza el momento del cumplimiento eterno del encuentro total y definitivo con nuestro Dios.
"Porque para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia... Me siento presionado por ambas partes: por una, deseo estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; por otra, seguir viviendo en este mundo es lo más necesario para vosotros ..." (Fil 1,21-24).
¿Cómo preparar mejor la venida del Señor?
El Tiempo. La palabra tiempo tiene tres sentidos principales: duración, sucesión y cualificado. En griego se usan tres vocablos distintos.
Tiempo-duración: La vida ‘temporal', el tiempo desde el nacimiento a la muerte. El tiempo del mundo, como proceso natural de las cosas: Tiempo de aguas o de frío. Tiempo de siembra o de cosecha: " Y viendo de lejos una higuera con hojas... pues no era tiempo de higos." (Mc 11,13).
Tiempo-sucesión (Kronos ): Se mide en horas, días, meses, años, siglos... Las fechas de los hechos. "Entonces Él le preguntó a su padre ¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto? (Mc 9,21).
Tiempo-cualificado (Kairos ): Es un momento propicio, una coyuntura apropiada o situación oportuna para realizar algo. "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en la Buena Nueva." (Mc 1,15). Este tiempo cualitativo siempre está cerca, aunque tiene momentos más oportunos para actuar: enderezar y trazar la ruta salvífica de la historia. A este tiempo nos referimos al hablar de Tiempo de Adviento. Es un tiempo de gracia y liberación que se vive y cumple en el hoy: "... para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor... Esta Escritura, que acaban de oír se cumple hoy ." (Lc 4,18-21).
"Porque Él mismo dice: En el tiempo favorable te escuché; en el día de la salvación te ayudé. Pues sepan que, éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación." (2 Cor 6,2).
¿Cómo aprovechar el tiempo de gracia para preparar el Adviento?
Las cuatro antorchas milenarias.
"Vosotros sois la luz del mundo ... Brille así su luz delante de los hombres, para que ellos vean las vuestras obras buenas y den gloria al Padre que está en los cielos ." (Mt 5,14-16)
Jesús, la Luz plena, entrega, enciende la luz de sus seguidores: Profetas, Maestros, Sabios, Apóstoles, Santos y Santas, hombres y mujeres de buena voluntad: solidarios y misericordiosos para que lleven esa luz a toda la humanidad hasta el fin de los tiempos. Gracias a esas ‘antorchas milenarias' hemos recibido el testimonio y Evangelio de Jesucristo y podemos vivir siempre el Tiempo de Adviento.
El tiempo litúrgico del Adviento, como ya vimos, dura cuatro semanas, por eso surge la figura de ‘la corona de Adviento' con sus cuatro velas para revelar el misterio cristiano. Las velas se van encendiendo, una tras otra, cada semana para iluminar el camino y ayudarnos a velar para ver y encontrar al que viene a nuestro encuentro. Estas antorchas de relevo se van entregando de mano en mano, a través de los años, siglos y milenios, para hacer un camino de luz a Jesucristo, Camino y Luz del mundo. Encenderemos cuatro ‘antorchas milenarias': Los Profetas, la Santa Virgen María, las Posadas y los Signos de los Tiempos.
El Adviento es tiempo de salir al encuentro y a la vez tiempo de esperar y de esperanza. El Adviento exige un éxodo, un salir de nosotros mismos para salir al camino. El Adviento es tiempo de conversión y reconciliación, tiempo de transfiguración y revelación, de gozo y celebración. El Adviento es tiempo litúrgico, no tanto para recordar la navidad del Niño Jesús, sino para preparar el camino para el encuentro escatológico final y definitivo con el Señor Jesucristo. El ‘ Día del Señor ', su ‘Segunda Venida' la preparamos y adelantamos, todos los días, cuando actualizamos el amor, la fe y la esperanza.
La Iglesia en la liturgia de Adviento lee las Sagradas Escrituras para animar a los fieles a despertar y velar, a levantar los ojos y a mirar con esperanza y a preparar el camino al Señor que viene a manifestarse al pueblo. Los textos más generalmente usados en este tiempo litúrgico son: el profeta Isaías, los Salmos, alguna Cartas Paulinas y los Evangelios. Estos textos presentan como personajes principales: a Dios, al pueblo, a Juan Bautista, a María y a Jesucristo en su Segunda Venida. Destacan los valores de la justicia y la salvación, y fomentan sobre todo las actitudes de esperanza, el estar alertas, la conversión y el gozo.
Así como las velas prendidas continúan encendidas a lo largo de los siguientes domingos, estas ‘antorchas milenarias' van integrando la luz de la Palabra en la Vida y en la Biblia y van sumando su fuego para encender nuestros corazones e iluminar el camino. El paso de un milenio a otro nos ha ayudado a reflexionar en el sentido del tiempo, a vivir un tiempo jubilar y a reavivar nuestro caminar.
Todo Adviento es jubilar, porque Jesucristo tomó el relevo de esta antorcha profética y liberadora.
" El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación de los cautivos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor ." (Lc 4,18-19)
¿Cuáles son, aquí y ahora, mis mayores esperanzas?
Como vivir el ADVIENTO
Por lo general se estudian las lecturas propuestas por el misal para los cuatro domingos de Adviento.
Son lecturas inspiradoras de los Profetas del Antiguo Testamento, Salmos, Cartas Paulinas u otras, Evangelios de los comienzos: infancia de Jesús o la predicación del Bautista. Las antífonas también son muy bellas: "A ti, Señor, levanto mi alma; Dios mío en ti confío..." (Sal 25,1-3) y las oraciones centradas en el tiempo de Adviento: " Señor, despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo con la práctica de misericordia para que, puestos a su derecha el día del juicio, podamos entrar al Reino de los Cielos."
Nosotros retomaremos las cuatro antorchas milenarias para profundizar en las personas, testimonios, acontecimientos históricos que han preparado y señalado el Tiempo de Adviento por milenios:
* El primer domingo de Adviento: los Profetas y el profetismo.
* El segundo domingo de Adviento: la Santa María y la santidad.
* El tercer domingo de Adviento: las posadas y la misericordia.
* El cuarto domingo de Adviento: los Signos de los Tiempos.
Aleluya, Aleluya: "Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos y todos los hombres verán a Dios. " (Lc 3,4-5). Aleluya, Aleluya ( Aleluya significa Alabado sea Yahveh )
Lectura
Yo, Daniel, me sentía agitado por dentro, y me turbaban las visiones de mi fantasía.
Me acerqué a uno de los que estaban allí en pie y le pedí que me explicase todo aquello.
Él me contestó, explicándome el sentido de la visión:
-«Esas cuatro fieras gigantescas representan cuatro reinos que surgirán en el mundo. Pero los santos del Altísimo recibirán el Reino y lo poseerán por los siglos de los siglos.»
Yo quise saber lo que significaba la cuarta fiera, diversa de las demás; la fiera terrible, con dientes de hierro y garras de bronce, que devoraba y trituraba y pateaba las sobras con las pezuñas; lo que significaban los diez cuernos de su cabeza, y el otro cuerno que le salía y eliminaba a otros tres, que tenía ojos y una boca que profería insolencias, y era más grande que los otros.
Mientras yo seguía mirando, aquel cuerno luchó contra los santos y los derrotó.
Hasta que llegó el anciano para hacer justicia a los santos del Altísimo, y empezó el imperio de los santos.
Después me dijo:
-«La cuarta bestia es un cuarto reino que habrá en la tierra, diverso de todos los demás; devorará toda la tierra, la trillará y triturará. Sus diez cuernos son diez reyes que habrá en aquel reino; después vendrá otro, diverso de los precedentes, que destronará a tres reyes; blasfemará contra el Altísimo e intentará aniquilar a los santos y cambiar el calendario y la ley. Dejarán en su poder a los santos durante un año y otro año y otro año y medio.
Pero, cuando se siente el tribunal para juzgar, le quitará el poder, y será destruido y aniquilado totalmente.
El poder real y el dominio sobre todos los reinos bajo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo.
Será un reino eterno, al que temerán y se someterán todos los soberanos.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.»
Palabra del Señor.
Santa Catalina de Siena
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 26 de noviembre de 2010- Catequesis que el Papa Benedicto XVI pronunció durante la Audiencia General celebrada en el Aula Pablo VI.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera hablaros de una mujer que ha tenido un papel eminente en la historia de la Iglesia. Se trata de santa Catalina de Siena. El siglo en que vivió – el decimocuarto – fue una época difícil para la vida de la Iglesia y para todo el tejido social en Italia y en Europa. Con todo, incluso en los momentos de mayor dificultad, el Señor no cesa de bendecir a su Pueblo, suscitando Santos y Santas que sacudan las mentes y los corazones provocando conversión y renovación. Catalina es una de estas y aún hoy nos habla y nos empuja a caminar con valor hacia la santidad para ser de forma cada vez más plena discípulos del Señor.
Nacida en Siena, en 1347, en una familia muy numerosa, murió en su ciudad natal en 1380. A la edad de 16 años, impulsada por una visión de santo Domingo, entró en la Orden Terciaria Dominica, en la rama femenina llamada Mantellate [llamadas así por llevar un manto negro, n.d.t.]. Permaneciendo con la familia, confirmó el voto de virginidad que había hecho de forma privada cuando era aún adolescente, se dedicó a la oración, a la penitencia, a las obras de caridad, sobre todo en beneficio de los enfermos.
Cuando la fama de su santidad se difundió, fue protagonista de una intensa actividad de consejo espiritual hacia toda categoría de personas: nobles y hombres políticos, artistas y gente del pueblo, personas consagradas, eclesiásticos, incluido el papa Gregorio XI, que en aquel periodo residía en Aviñón y a quien Catalina exhortó enérgica y eficazmente a volver a Roma. Viajó mucho para solicitar la reforma interior de la Iglesia y para favorecer la paz entre los Estados: también por este motivo el Venerable Juan Pablo II la quiso declarar Copatrona de Europa: para que el Viejo Continente no olvide nunca las raíces cristianas que están en la base de su camino y siga tomando del Evangelio los valores fundamentales que aseguran la justicia y la concordia.
Catalina sufrió mucho, como muchos Santos. Alguno pensó incluso que había que desconfiar de ella hasta el punto de que en 1374, seis años antes de su muerte, el capítulo general de los Dominicos la convocó a Florencia para interrogarla. Le pusieron al lado a un fraile docto y humilde, Raimundo de Capua, futuro Maestro General de la Orden. Convertido en su confesor y también en su “hijo espiritual”, escribió una primera biografía completa de la Santa. Fue canonizada en 1461.
La doctrina de Catalina, que aprendió a leer con dificultad y a escribir cuando era ya adulta, está contenida en el Diálogo de la Divina Providencia o bien Libro de la Divina Doctrina, una obra maestra de la literatura espiritual, en su Epistolario y en la colección de las Oraciones. Su enseñanza está dotada de una riqueza tal que el Siervo de Dios Pablo VI, en 1970, la declaró Doctora de la Iglesia, título que se añadía al de Copatrona de la Ciudad de Roma, por voluntad del Beato Pío IX, y de Patrona de Italia, por decisión del Venerable Pío XII.
En una visión que nunca se borró del corazón y de la mente de Catalina, la Virgen la presentó a Jesús, que le dio un espléndido anillo, diciéndole: "Yo, tu Creador y Salvador, te desposo en la fe, que conservarás siempre pura hasta cuando celebres conmigo en el cielo tus bodas eternas” (Raimundo de Capua, S. Catalina de Siena, Legenda maior, n. 115, Siena 1998). Ese anillo le era visible solo a ella. En este episodio extraordinario advertimos el centro vital de la religiosidad de Catalina y de toda auténtica espiritualidad: el cristocentrismo. Cristo es para ella como el esposo, con el que hay una relación de intimidad, de comunión y de fidelidad; es el bien amado sobre cualquier otro bien.
Esta unión profunda con el Señor está ilustrada por otro de la vida de esta insigne mística: el intercambio del corazón. Según Raimundo de Capua, que transmite las confidencias recibidas de Catalina, el Señor Jesús se le apareció con un corazón humano rojo resplandeciente en la mano, le abrió el pecho, se lo introdujo y dijo: “Queridísima hija, como el otro día tomé el corazón tuyo que me ofrecías, he aquí que ahora te doy el mío, y de ahora en adelante estará en el lugar que ocupaba el tuyo” (ibid.). Catalina vivió verdaderamente las palabras de san Pablo, “...no vivo yo, sino que Cristo vive en mi" (Gal 2,20).
Como la santa de Siena, todo creyente siente la necesidad de conformarse a los sentimientos del Corazón de Cristo para amar a Dios y al prójimo como el mismo Cristo ama. Y todos nosotros podemos dejarnos transformar el corazón y aprender a amar como Cristo, en una familiaridad con Él nutrida por la oración, por la meditación sobre la Palabra de Dios y por los Sacramentos, sobre todo recibiendo frecuentemente y con devoción la santa Comunión. También Catalina pertenece a este grupo de santos eucarísticos con la que quise concluir mi Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis (cfr n. 94). Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es un extraordinario don de amor que Dios nos renueva continuamente para nutrir nuestro camino de fe, revigorizar nuestra esperanza, inflamar nuestra caridad, para hacernos cada vez más semejantes a Él.
Alrededor de una personalidad tan fuerte y auténtica se fue construyendo una verdadera y auténtica familia espiritual. Se trataba de personas fascinadas por la autoridad moral de esta joven mujer de elevadísimo nivel de vida, y quizás impresionadas también por los fenómenos místicos a los que asistían, como los frecuentes éxtasis. Muchos se pusieron a su servicio y sobre todo consideraron un privilegio ser guiados espiritualmente por Catalina. La llamaban “mamá”, pues como hijos espirituales tomaban de ella la nutrición del espíritu.
También hoy la Iglesia recibe un gran beneficio del ejercicio de la maternidad espiritual de tantas mujeres, consagradas y laicas, que alimentan en las almas el pensamiento de Dios, refuerzan la fe de la gente y orientan la vida cristiana hacia cimas cada vez más elevadas. “Hijo os digo y os llamo – escribe Catalina dirigiéndose a uno de sus hijos espirituales, el cartujo Giovanni Sabatini -, en cuanto que os doy a luz a través de continuas oraciones y deseo en presencia de Dios, así como una madre da a luz a su hijo" (Epistolario, Carta n. 141: A don Giovanni de’ Sabbatini). Al fraile dominico Bartolomeo de Dominici solía dirigirse con estas palabras: "Dilectísimo y queridísimo hermano e hijo en el dulce Jesucristo".
Otro rasgo de la espiritualidad de Catalina está ligado al don de las lágrimas. Estas expresan una sensibilidad exquisita y profunda, capacidad de conmoción y de ternura. No pocos santos tuvieron el don de las lágrimas, renovando la emoción del mismo Jesús, que no reprimió ni escondió su llanto ante el sepulcro del amigo Lázaro y al dolor de María y de Marta, y a la vista de Jerusalén, en sus últimos días terrenos. Según Catalina, las lágrimas de los Santos se mezclan con la Sangre de Cristo, de la que ella habló con tonos vibrantes y con imágenes simbólicas muy eficaces: “Tened memoria de Cristo crucificado, Dios y hombre (…). Poneos por objetivo a Cristo crucificado, escondeos en las llagas de Cristo crucificado, ahogaos en la sangre de Cristo crucificado" (Epistolario, Carta n. 16: A uno cuyo nombre se calla).
Aquí podemos comprender por qué Catalina, aún consciente de las debilidades humanas de los sacerdotes, hubiese tenido siempre una grandísima reverencia por ellos: ellos dispensan, a través de los Sacramentos y la Palabra, la fuerza salvífica de la Sangre de Cristo. La Santa de Siena invitó siempre a los sagrados ministros, también al Papa, a quien llamaba “dulce Cristo en la tierra", a ser fieles a sus responsabilidades, movida siempre y solo por su amor profundo y constante por la Iglesia. Antes de morir dijo: “Partiendo del cuerpo yo, en verdad, he consumido y dado la vida en la Iglesia y por la Iglesia Santa, lo cual me es de singularísima gracia" (Raimundo de Capua, S. Caterina da Siena, Legenda maior, n. 363).
De santa Catalina, por tanto, aprendemos la ciencia más sublime: conocer y amar a Jesucristo y a su Iglesia. En el Diálogo de la Divina Providencia, ella, con una imagen singular, describe a Cristo como un puente lanzado entre el cielo y la tierra. Está formado por tres escalones constituidos por los pies, el costado y la boca de Jesús. Elevándose a través de estos escalones, el alma pasa a través de las tres etapas de todo camino de santificación: el desapego del pecado, la práctica de las virtudes y del amor, la unión dulce y afectuosa con Dios.
Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de santa Catalina a amar con valor, de forma intensa y sincera, a Cristo y la Iglesia. Hagamos nuestras para ello las palabras de santa Catalina que leemos en el Diálogo de la Divina Providencia, en la conclusión del capítulo que habla de Cristo-puente: "Por misericordia nos has lavado en la Sangre, por misericordia quisiste conversar con las criaturas. ¡Oh Loco de amor! ¡No te bastó encarnarte, sino que quisiste también morir! (...) ¡Oh misericordia! El corazón se me ahoga al pensar en ti: a dondequiera que me vuelva a pensar, no encuentro sino misericordia" (cap. 30, pp. 79-80). Gracias.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera hablaros de una mujer que ha tenido un papel eminente en la historia de la Iglesia. Se trata de santa Catalina de Siena. El siglo en que vivió – el decimocuarto – fue una época difícil para la vida de la Iglesia y para todo el tejido social en Italia y en Europa. Con todo, incluso en los momentos de mayor dificultad, el Señor no cesa de bendecir a su Pueblo, suscitando Santos y Santas que sacudan las mentes y los corazones provocando conversión y renovación. Catalina es una de estas y aún hoy nos habla y nos empuja a caminar con valor hacia la santidad para ser de forma cada vez más plena discípulos del Señor.
Nacida en Siena, en 1347, en una familia muy numerosa, murió en su ciudad natal en 1380. A la edad de 16 años, impulsada por una visión de santo Domingo, entró en la Orden Terciaria Dominica, en la rama femenina llamada Mantellate [llamadas así por llevar un manto negro, n.d.t.]. Permaneciendo con la familia, confirmó el voto de virginidad que había hecho de forma privada cuando era aún adolescente, se dedicó a la oración, a la penitencia, a las obras de caridad, sobre todo en beneficio de los enfermos.
Cuando la fama de su santidad se difundió, fue protagonista de una intensa actividad de consejo espiritual hacia toda categoría de personas: nobles y hombres políticos, artistas y gente del pueblo, personas consagradas, eclesiásticos, incluido el papa Gregorio XI, que en aquel periodo residía en Aviñón y a quien Catalina exhortó enérgica y eficazmente a volver a Roma. Viajó mucho para solicitar la reforma interior de la Iglesia y para favorecer la paz entre los Estados: también por este motivo el Venerable Juan Pablo II la quiso declarar Copatrona de Europa: para que el Viejo Continente no olvide nunca las raíces cristianas que están en la base de su camino y siga tomando del Evangelio los valores fundamentales que aseguran la justicia y la concordia.
Catalina sufrió mucho, como muchos Santos. Alguno pensó incluso que había que desconfiar de ella hasta el punto de que en 1374, seis años antes de su muerte, el capítulo general de los Dominicos la convocó a Florencia para interrogarla. Le pusieron al lado a un fraile docto y humilde, Raimundo de Capua, futuro Maestro General de la Orden. Convertido en su confesor y también en su “hijo espiritual”, escribió una primera biografía completa de la Santa. Fue canonizada en 1461.
La doctrina de Catalina, que aprendió a leer con dificultad y a escribir cuando era ya adulta, está contenida en el Diálogo de la Divina Providencia o bien Libro de la Divina Doctrina, una obra maestra de la literatura espiritual, en su Epistolario y en la colección de las Oraciones. Su enseñanza está dotada de una riqueza tal que el Siervo de Dios Pablo VI, en 1970, la declaró Doctora de la Iglesia, título que se añadía al de Copatrona de la Ciudad de Roma, por voluntad del Beato Pío IX, y de Patrona de Italia, por decisión del Venerable Pío XII.
En una visión que nunca se borró del corazón y de la mente de Catalina, la Virgen la presentó a Jesús, que le dio un espléndido anillo, diciéndole: "Yo, tu Creador y Salvador, te desposo en la fe, que conservarás siempre pura hasta cuando celebres conmigo en el cielo tus bodas eternas” (Raimundo de Capua, S. Catalina de Siena, Legenda maior, n. 115, Siena 1998). Ese anillo le era visible solo a ella. En este episodio extraordinario advertimos el centro vital de la religiosidad de Catalina y de toda auténtica espiritualidad: el cristocentrismo. Cristo es para ella como el esposo, con el que hay una relación de intimidad, de comunión y de fidelidad; es el bien amado sobre cualquier otro bien.
Esta unión profunda con el Señor está ilustrada por otro de la vida de esta insigne mística: el intercambio del corazón. Según Raimundo de Capua, que transmite las confidencias recibidas de Catalina, el Señor Jesús se le apareció con un corazón humano rojo resplandeciente en la mano, le abrió el pecho, se lo introdujo y dijo: “Queridísima hija, como el otro día tomé el corazón tuyo que me ofrecías, he aquí que ahora te doy el mío, y de ahora en adelante estará en el lugar que ocupaba el tuyo” (ibid.). Catalina vivió verdaderamente las palabras de san Pablo, “...no vivo yo, sino que Cristo vive en mi" (Gal 2,20).
Como la santa de Siena, todo creyente siente la necesidad de conformarse a los sentimientos del Corazón de Cristo para amar a Dios y al prójimo como el mismo Cristo ama. Y todos nosotros podemos dejarnos transformar el corazón y aprender a amar como Cristo, en una familiaridad con Él nutrida por la oración, por la meditación sobre la Palabra de Dios y por los Sacramentos, sobre todo recibiendo frecuentemente y con devoción la santa Comunión. También Catalina pertenece a este grupo de santos eucarísticos con la que quise concluir mi Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis (cfr n. 94). Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es un extraordinario don de amor que Dios nos renueva continuamente para nutrir nuestro camino de fe, revigorizar nuestra esperanza, inflamar nuestra caridad, para hacernos cada vez más semejantes a Él.
Alrededor de una personalidad tan fuerte y auténtica se fue construyendo una verdadera y auténtica familia espiritual. Se trataba de personas fascinadas por la autoridad moral de esta joven mujer de elevadísimo nivel de vida, y quizás impresionadas también por los fenómenos místicos a los que asistían, como los frecuentes éxtasis. Muchos se pusieron a su servicio y sobre todo consideraron un privilegio ser guiados espiritualmente por Catalina. La llamaban “mamá”, pues como hijos espirituales tomaban de ella la nutrición del espíritu.
También hoy la Iglesia recibe un gran beneficio del ejercicio de la maternidad espiritual de tantas mujeres, consagradas y laicas, que alimentan en las almas el pensamiento de Dios, refuerzan la fe de la gente y orientan la vida cristiana hacia cimas cada vez más elevadas. “Hijo os digo y os llamo – escribe Catalina dirigiéndose a uno de sus hijos espirituales, el cartujo Giovanni Sabatini -, en cuanto que os doy a luz a través de continuas oraciones y deseo en presencia de Dios, así como una madre da a luz a su hijo" (Epistolario, Carta n. 141: A don Giovanni de’ Sabbatini). Al fraile dominico Bartolomeo de Dominici solía dirigirse con estas palabras: "Dilectísimo y queridísimo hermano e hijo en el dulce Jesucristo".
Otro rasgo de la espiritualidad de Catalina está ligado al don de las lágrimas. Estas expresan una sensibilidad exquisita y profunda, capacidad de conmoción y de ternura. No pocos santos tuvieron el don de las lágrimas, renovando la emoción del mismo Jesús, que no reprimió ni escondió su llanto ante el sepulcro del amigo Lázaro y al dolor de María y de Marta, y a la vista de Jerusalén, en sus últimos días terrenos. Según Catalina, las lágrimas de los Santos se mezclan con la Sangre de Cristo, de la que ella habló con tonos vibrantes y con imágenes simbólicas muy eficaces: “Tened memoria de Cristo crucificado, Dios y hombre (…). Poneos por objetivo a Cristo crucificado, escondeos en las llagas de Cristo crucificado, ahogaos en la sangre de Cristo crucificado" (Epistolario, Carta n. 16: A uno cuyo nombre se calla).
Aquí podemos comprender por qué Catalina, aún consciente de las debilidades humanas de los sacerdotes, hubiese tenido siempre una grandísima reverencia por ellos: ellos dispensan, a través de los Sacramentos y la Palabra, la fuerza salvífica de la Sangre de Cristo. La Santa de Siena invitó siempre a los sagrados ministros, también al Papa, a quien llamaba “dulce Cristo en la tierra", a ser fieles a sus responsabilidades, movida siempre y solo por su amor profundo y constante por la Iglesia. Antes de morir dijo: “Partiendo del cuerpo yo, en verdad, he consumido y dado la vida en la Iglesia y por la Iglesia Santa, lo cual me es de singularísima gracia" (Raimundo de Capua, S. Caterina da Siena, Legenda maior, n. 363).
De santa Catalina, por tanto, aprendemos la ciencia más sublime: conocer y amar a Jesucristo y a su Iglesia. En el Diálogo de la Divina Providencia, ella, con una imagen singular, describe a Cristo como un puente lanzado entre el cielo y la tierra. Está formado por tres escalones constituidos por los pies, el costado y la boca de Jesús. Elevándose a través de estos escalones, el alma pasa a través de las tres etapas de todo camino de santificación: el desapego del pecado, la práctica de las virtudes y del amor, la unión dulce y afectuosa con Dios.
Queridos hermanos y hermanas, aprendamos de santa Catalina a amar con valor, de forma intensa y sincera, a Cristo y la Iglesia. Hagamos nuestras para ello las palabras de santa Catalina que leemos en el Diálogo de la Divina Providencia, en la conclusión del capítulo que habla de Cristo-puente: "Por misericordia nos has lavado en la Sangre, por misericordia quisiste conversar con las criaturas. ¡Oh Loco de amor! ¡No te bastó encarnarte, sino que quisiste también morir! (...) ¡Oh misericordia! El corazón se me ahoga al pensar en ti: a dondequiera que me vuelva a pensar, no encuentro sino misericordia" (cap. 30, pp. 79-80). Gracias.
viernes, 25 de noviembre de 2011
Lecturas
Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: los cuatro vientos del cielo agitaban el océano. Cuatro fieras gigantescas salieron del mar, las cuatro distintas.
La primera era como un león con alas de águila; mientras yo miraba, le arrancaron las alas, la alzaron
del suelo, la pusieron de pie como un hombre y le dieron mente humana.
La segunda era como un oso medio erguido, con tres costillas en la boca, entre los dientes. Le dijeron: -«¡Arriba! Come carne en abundancia.»
Después vi otra fiera como un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y cuatro cabezas. Y le dieron el poder.
Después tuve otra visión nocturna: una cuarta fiera, terrible, espantosa, fortísima; tenía grandes dientes de hierro, león los que corma y descuartizaba, y las sobras las pateaba con las pezuñas. Era diversa de las fieras anteriores, porque tenía diez cuernos. Miré atentamente los cuernos y vi que entre ellos salía otro cuerno pequeño; para hacerle sitio, arrancaron tres de los cuernos precedentes. Aquel cuerno tenía ojos humanos y una boca que profería insolencias.
Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.
Yo seguía mirando, atraído por las insolencias que profería aquel cuerno; hasta que mataron a la fiera, la descuartizaron y la echaron al fuego.
A las otras fieras les quitaron el poder, dejándolas vivas una temporada.
Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él.
Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.
En aquel tiempo, expuso Jesús una parábola a sus discípulos:
-«Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan brotes, os basta verlos para saber que el verano está cerca.
Pues, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.
Os aseguro que antes que pase esta generación todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.»
Palabra del Señor.
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