sábado, 31 de julio de 2021

Reflexión del 31/07/2021

 

Lecturas 31/07/2021

 



El Señor habló a Moisés en el monte Sinaí:
«Haz el cómputo de siete semanas de años, siete veces siete, de modo que las siete semanas de años sumarán cuarenta y nueve años. El día diez del séptimo mes harás oír el son de la trompeta: el día de la expiación haréis resonar la trompeta por toda vuestra tierra Declararéis santo el año cincuenta y promulgaréis por el país liberación para todos sus habitantes.
Será para vosotros un jubileo: cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia.
El año cincuenta será para vosotros año jubilar: no sembraréis, ni segaréis los rebrotes, ni vendimiaréis las cepas no cultivadas.
Porque es el año jubilar, que será sagrado para vosotros. Comeréis lo que den vuestros campos por sí mismos.
En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad.
Cuando realices operaciones de compra y venta con alguien de tu pueblo, no lo perjudiques.
Lo que compres a tu prójimo se tasará según el número de años transcurridos después del jubileo.
Él te lo cobrará según el número de cosechas restantes: cuantos más años falten, más alto será el precio; cuanto menos, tanto menor será el precio. Porque lo que él te vende es el número de cosechas.
Que nadie perjudique a su prójimo. Teme a tu Dios, porque yo soy el Señor, vuestro Dios».


En aquel tiempo, oyó el tetrarca Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a sus cortesanos: «Ese es Juan Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él».
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque Juan le decía que no le era lícito vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta. El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos, y le gustó tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera.
Ella, instigada por su madre, le dijo: «Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
El rey lo sintió; pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran; y mandó decapitar a Juan en la cárcel.
Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven, y ella se la llevó a su madre.
Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús.

Palabra del Señor.

31 de Julio - San Ignacio de Loyola

El fundador de la Compañía de Jesús fue un español que nació en la casa-torre de Loyola (Azpeitia) el año 1491. Su niñez pertenece al siglo XV, siglo de otoño medieval con restos feudales y luces nuevas de humanismo, descubrimientos, aventuras; su juventud y madurez, al siglo XVI, a la época de Lutero, de Carlos V y del concilio de Trento. Algo medieval latirá siempre en el corazón de Loyola, aunque su espíritu será siempre moderno, hasta el punto de ser tenido por uno de los principales forjadores de la moderna catolicidad, organizada, práctica y apostólica.

En el verde valle que baña el río Urola, entre Azcoitia y Azpeitia, corrieron los primeros pasos de aquel niño de cara redonda y sonrosada, último vástago —el decimotercero— de una familia rica y poderosa en el país. Diéronle por nombre de bautismo Iñigo, que él cambiará en París por el de Ignacio.

Pronto murió su madre. Quizá ya estaba muy débil cuando Iñigo nació, pues, no pudiéndolo criar ella, lo puso en brazos de una nodriza campesina, cuyo marido trabajaba en las herrerías de los señores de Loyola. Allí se familiarizaría Iñigo con la misteriosa lengua vasca, de la que, siendo mayor, no pudo hacer mucho uso; allí aprendería las costumbres tradicionales del país, fiestas populares, cantos y danzas, como el zorcico y el aurresku, etc. Sabemos que siempre fue aficionado a la música, y una vez, siendo de cuarenta años, no tuvo reparo en bailar un aire de su tierra para consolar a un melancólico discípulo espiritual que se lo pedía. La educación que el niño recibió en su casa fue profundamente religiosa, si bien alguna vez llegarían a su conocimiento ciertos extravíos morales de sus parientes. Parece que su padre quería enderezarlo hacia la carrera eclesiástica, pero al niño le fascinaba mucho más la vida caballeresca y aventurera de sus hermanos mayores. Dos de ellos habían seguido las banderas del Gran Capitán en Nápoles. Un tercero se embarcó después para América, siendo comendador de Calatrava. Otro se estableció en un pueblo de Toledo, después de participar, como capitán de compañía, en la lucha contra los moriscos de Granada. Y otro, finalmente, acaudilló tropas guipuzcoanas al servicio del duque de Alba contra los franceses.

Poco antes de morir su padre, pidióle el caballero don Juan Velázquez de Cuéllar que le enviase el más joven de sus hijos, para educarlo en palacio y abrirle las puertas de la corte. Don Juan, pariente de los Loyola por parte de su mujer, María de Velasco, era contador mayor, algo así como ministro de Hacienda, del Rey Católico, y recibió a Iñigo entre sus hijos, dándole una educación exquisitamente cortesana y caballeresca, que admirarán después en el fundador de la Compañía cuantos se le acerquen: distinción en el porte, en la conversación, en el trato, hasta en el comer. En Arévalo, provincia de Ávila —su residencia ordinaria—, y también en Medina del Campo, Valladolid, Tordesillas, Segovia, Madrid, en dondequiera que se hallase la corte, estaría frecuentemente don Juan Velázquez, y con él su paje Iñigo de Loyola. Toda la inmensa llanura de la vieja Castilla la pasearía éste a caballo, acostumbrando sus ojos a la redonda lejanía de los horizontes. Ejercitábase en la caza, en los torneos, en tañer la viola, en correr toros, en servir y participar en los opíparos banquetes que su señora doña María de Velasco preparaba a la reina Doña Germana de Foix, segunda esposa de Don Fernando. Devoraba ávidamente las novelas de caballerías, como el Amadís, y las poesías amatorias de los Cancioneros. "Aunque era aficionado a la fe —nos dirá más tarde su secretario—, no vivió nada conforme a ella ni se guardaba de pecados, antes era especialmente travieso en juegos y cosas de mujeres y en revueltas y cosas de armas"; mas todos reconocían en él eximias cualidades naturales: valor, magnanimidad, desinterés, fina destreza en gobernar a los hombres. Se ha dado excesiva importancia a un proceso criminal que en 1515 se entabló en Azpeitia "contra don Pero López de Loyola, capellán, e Iñigo de Loyola, su hermano, sobre cierto exceso, por ellos diz que el día de carnestuliendas últimamente pasado cometido e perpetrado". Ignoramos en qué consistió aquel exceso, que acaso se redujo a una nocturna asechanza frustrada contra alguna persona eclesiástica.

Caballerescamente se enamoró de una alta dama que "no era de vulgar nobleza; no condesa ni duquesa, mas era su estado más alto" (¿quizá la reina Doña Germana o la infanta doña Catalina?). Muerto don Juan Velázquez en 1517, Iñigo, que había pasado en Arévalo más de doce años, se acogió a otro alto pariente suyo, don Antonio Manrique, duque de Nájera y virrey de Navarra. Sirviendo al duque participó en sosegar los tumultos durante la revolución de los comuneros —espada en mano en la toma de Nájera, diplomáticamente en Guipúzcoa—, y peleó animosamente defendiendo el castillo de Pamplona contra los franceses, hasta caer herido en las piernas por una bala de cañón (20 de mayo de 1521). Impropiamente se le llama "capitán", era un caballero cortesano, o, mejor, un gentilhombre de la casa del duque.

Mientras le curaban en Loyola se hizo aserrar un hueso, encabalgado sobre otro, sólo porque le afeaba un poco, impidiéndole llevar una media elegante, y estirar con instrumentos torturadores la pierna, a fin de no perder la gallardía en el mundo de la corte; todo lo cual sufrió con estoica imperturbabilidad. En la convalecencia, no hallando las novelas de caballerías que él deseaba, se puso a leer las Vidas de los santos y la Vida de Cristo, lo cual le encendió en deseos de imitar las hazañas de aquellos héroes y de militar al servicio no de un "rey temporal", sino del "Rey eterno y universal, que es Cristo Nuestro Señor". Reflexionando sobre las desolaciones y consolaciones que experimentaba, aprendió a discernir el buen espíritu del malo con fina psicología sobrenatural. Su conversión y entrega a Dios fue perfecta.

A principios de 1522 sale de Loyola en peregrinación a Jerusalén. Detiénese unos días en el santuario de Montserrat, donde cambia sus ropas lujosas por las de un pobre; conságrase a la Santísima Virgen, hace confesión general y recibe de un monje benedictino las primeras instrucciones espirituales. Pasa un año en Manresa, llevando al principio vida de continua oración y penitencia; luego, de apostolado y asistencia a los hospitales. En una cueva de los contornos escribe, iluminado por Dios, sus primeras experiencias en las vías del espíritu, normas y meditaciones que, redondeadas más adelante, formarán el inmortal librito de los Ejercicios espirituales, "el código más sabio y universal de la dirección espiritual de las almas", como dijo Pío XI. Ya en Manresa el Espíritu Santo le transformó en uno de los místicos más auténticos que recuerda la historia. La ilustración más alta que entonces tuvo, y que le iluminó aun los problemas de orden natural, fue junto al río Cardoner. Prosiguiendo su peregrinación se embarca en Barcelona para Italia. De Roma sube a Venecia, siempre mendigando; el mismo dux veneciano le procura pasaje en una nave que va a Chipre, de donde el Santo sigue hasta Palestina. Visita con íntima devoción los santos lugares de Jerusalén, Belén, el Jordán, el Monte Calvario, el Olivete. A su vuelta, persuadido de que para la vida apostólica son necesarios los estudios, comienza a los treinta y tres años a aprender la gramática latina en Barcelona, pasa luego a las universidades de Alcalá y Salamanca, juntando los estudios con un ardiente proselitismo religioso. Falsamente le tienen por "alumbrado". No la Inquisición, como a veces se ha dicho, sino los vicarios generales de esas dos ciudades le forman proceso y le declaran inocente.

En febrero de 1528 se presenta en la célebre universidad de París, adonde confluyen estudiantes y maestros de toda Europa. Obtiene el grado de maestro en artes o doctor en filosofía (abril de 1534) y reúne en torno de sí algunos universitarios, que serán los pilares de la Compañía de Jesús: Fabro, Javier, Laínez, Salmerón, Rodrigues, Bobadilla, con quienes hace voto de apostolado, en pobreza y castidad, a ser posible en Palestina, y, si no, donde el Vicario de Cristo les ordenare (Montmartre, 15 de agosto de 1534).

De hecho el viaje a Tierra Santa resulta irrealizable, e Ignacio de Loyola va con sus compañeros a Roma, a ofrecerse enteramente al Sumo Pontífice. Una honda experiencia mística, recibida en el camino (La Storta, noviembre de 1537), le confirma en la idea de fundar una Compañía o grupo de apóstoles, que llevará el nombre de Jesús. Paulo III, el mismo que abrirá el concilio de Trento, aprueba el instituto de la Compañía de Jesús, innovador en la historia del monaquismo (27 de septiembre de 1540). Mientras los compañeros de Ignacio y sus primeros discípulos salen con misiones pontificias a diversas tierras de Italia, de Alemania y Austria, de Irlanda, de la India, de Etiopía, el fundador permanece fijo en Roma, como en su cuartel general, recibiendo órdenes inmediatas del Papa y comunicándolas a sus hijos en innumerables cartas, de las que hoy conservamos 6.795. No por eso deja de predicar, dar ejercicios, enseñar el catecismo en las plazas de Roma, remediar las plagas sociales, fundando instituciones y patronatos para atender a los pobres, a los enfermos, a las muchachas en peligro, a las ya caídas que querían redimirse, etc. Con razón ha sido llamado "el apóstol de Roma". Y no se contenta con regenerar moralmente la Ciudad Eterna. Quiere que la capital del catolicismo sea un centro de ciencia eclesiástica, con un plantel de doctores, de los que pueda disponer cuando quiera el Sumo Pontífice. Y con este fin crea el Colegio Romano (1551), que después se llamará, como en nuestros días, Universidad Gregoriana, madre fecunda de alumnos ilustres y de maestros que enseñarán en todas las naciones. A su lado surge desde 1552 el Colegio Germánico, primer seminario de la Edad Moderna, prototipo de los tridentinos, cuya finalidad era educar romanamente a los jóvenes sacerdotes alemanes que habían de reconquistar a su patria para la Iglesia. Sus estatutos fueron redactados por el mismo San Ignacio.

A sus hijos esparcidos por todo el mundo los exhortaba a dar los ejercicios espirituales, método eficaz de reforma individual; a enseñar el catecismo a los ignorantes, a visitar los hospitales. Los últimos años de su vida despliega increíble actividad, fundando colegios, orientados principalmente a la formación del clero, para lo cual se enseñará en ellos desde la gramática latina hasta la teología y los casos de conciencia. Dicta sabias normas de táctica misional para los que evangelizan tierras de infieles, para Javier en la India y Japón, Andrés de Oviedo en Abisinia, etc., y no menos prudentes reglas propone a Pedro Canisio para la restauración católica en Alemania, y a Carlos V y Felipe II para el aniquilamiento de la media luna en el Mediterráneo.

Pocas figuras de la Contrarreforma son comparables a la de Ignacio de Loyola. Su devoción al Vicario de Cristo y a "nuestra Santa Madre la Iglesia jerárquica" brota naturalmente de su apasionado amor al Redentor, "nuestro común Señor Jesús", "nuestro Sumo Pontífice", "Cabeza y Esposo de la Iglesia". Sus Reglas para sentir con la Iglesia serán siempre la piedra de toque del buen católico.

El fundador de la Compañía de Jesús murió en Roma el 31 de julio de 1556. Su magnitud histórica impone admiración a todos los historiadores, a los protestantes tanto o más que a los católicos. Quizá su misma excelsitud haya impedido que su culto popular cundiese tanto como el de otros santos, al parecer, más amables. Preciso es reaccionar contra ciertos retratos literarios que nos lo presentan tétrico y sombrío. Sus coetáneos nos lo pintan risueño y sereno siempre, tierno y afectuoso, con extraordinaria propensión a las lágrimas. "El padre Ignacio —decía Gaspar Loarte— es una fuente de óleo." Sabía hacerse amar, aunque es verdad que todos sus afectos, aun los que parecían más espontáneos, iban gobernados por la reflexión. El "reflectir" (verbo de prudencia) le brota a cada paso de la pluma; pero no menos frecuente en sus labios era el "señalarse" (verbo de audacia), es decir, el distinguirse y descollar por el heroísmo y por las aspiraciones hacia lo más alto y perfecto: Ad maiorem Dei gloriam. Nunca fue un gran especulativo, pero sí un genio práctico y organizador, grande entre los grandes. Reduciendo a esquemas simplistas sus consejos espirituales, muchos interpretaron falsamente su doctrina como un ascetismo voluntarista y árido. No era ésa su alma. Basta leer su Diario espiritual, donde con palabras entrecortadas y realistas, no destinadas al público, descubre las intimidades de su alma y las altas experiencias místicas de cada día, para persuadirnos que estamos ante una de las almas más privilegiadas con dones y carismas del Señor.

viernes, 30 de julio de 2021

Reflexión del 30/07/2021

 

Lecturas 30/07/2021

 



El Señor habló a Moisés: «Estas son las festividades del Señor, las asambleas litúrgicas que convocaréis en las fechas señaladas.
El día catorce del primer mes, al atardecer, es la Pascua del Señor.
El día quince del mismo mes, es la fiesta de los Panes Ácimos dedicada al Señor. Comeréis panes ácimos durante siete días. El primer día os reuniréis en asamblea litúrgica, y no haréis ningún trabajo servil. Los siete días ofreceréis al Señor oblaciones. El séptimo os volveréis a reunir en asamblea litúrgica, y no haréis ningún trabajo servil» El Señor habló a Moisés: «Di a los hijos de Israel: “Cuando entréis en la tierra que yo os voy a dar, y seguéis la mies, levaréis al sacerdote una gavilla como primicia de vuestra cosecha.
Este la balanceará ritualmente en presencia del Señor, para que os sea aceptada; la balanceará el sacerdote el día siguiente al sábado.
A partir del día siguiente al sábado en que llevéis la gavilla para el balanceo ritual, contaréis siete semanas completas: contaréis cincuenta días hasta el día siguiente al séptimo sábado y ofreceréis una oblación nueva al Señor.
El día diez del séptimo mes es el Día de la Expiación. Os reuniréis en asamblea litúrgica, ayunaréis y ofreceréis al Señor una oblación.
El día quince de ese séptimo mes comienza la fiesta de las Tiendas dedicada al Señor; y dura siete días. El día primero os reuniréis en asamblea litúrgica. No haréis trabajo servil alguno. Los siete días ofreceréis al Señor oblaciones. Al octavo, volveréis a reuniros en asamblea litúrgica y ofreceréis al Señor oblaciones. Es día de reunión religiosa solemne. No haréis trabajo servil alguno.
Estas son las festividades del Señor en las que os reuniréis en asamblea litúrgica, y ofreceréis al Señor oblaciones, holocaustos y ofrendas, sacrificios de comunión y libaciones, según corresponda a cada día».


En aquel tiempo, Jesús fue a su ciudad y se puso a enseñar en su sinagoga.
La gente decía admirada.
«De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿De dónde saca todo eso?».
Y se escandalizaban a causa de él.
Jesús les dijo: «Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta».
Y no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe.

Palabra del Señor.

30 de Julio - Santos Abdón y Senén

De los Santos Abdón y Senén se recitaba esta "lección" en el oficio de maitines del Breviario antes de la simplificación de rúbricas llevada a cabo el año 1956 por la Sagrada Congregación de Ritos, en que su antiguo oficio de rito simple quedó reducido a "memoria" o conmemoración:

Bajo el imperio de Decio, Abdón y Senén, de nacionalidad persa, fueron acusados de enterrar en sus propiedades los cuerpos de los cristianos que eran dejados insepultos. Habiendo sido detenidos por orden del emperador, intentóse obligarles a sacrificar a los dioses; mas ellos se negaron a hacerlo, proclamando con toda energía la divinidad de Jesucristo, por lo cual, después de haber sido sometidos a un riguroso encarcelamiento, al volver Decio a Roma obligóles a entrar en ella cargados de cadenas, caminando delante de su carroza triunfal. Conducidos a través de las calles de la ciudad a la presencia de las estatuas de los ídolos, escupieron sobre ellas en señal de execración, lo que les valió ser expuestos a los osos y a los leones, los cuales no se atrevieron a tocarles. Por último, después de haberlos degollado, arrastraron sus cuerpos, atados por los pies, delante del simulacro del Sol, pero fueron retirados secretamente de aquel lugar, para darles sepultura en la casa del diácono Quirino."

La "lección" transcrita recoge la leyenda que nos ha transmitido la "pasión de San Policronio”, pieza que parece remontarse a finales del siglo V o principios del VI. Esta pasión representa a nuestros Santos como subreguli o jefes militares de Persia, donde habrían sido hechos prisioneros por Decio, circunstancia evidentemente falsa, puesto que Decio no hizo guerra alguna contra aquella nación. Añade el documento que padecieron martirio en Roma bajo Decio, siendo prefecto Valeriano, detalle igualmente inexacto, puesto que Valeriano no fue prefecto durante el reinado de Decio. Sin embargo, la mención de estos dos emperadores nos permite fijar la fecha del martirio de Abdón y Senén ya bajo Decio, en 250, ya bajo Valeriano. En 258.

Lo que sí podemos retener como seguro es el origen oriental de ambos Santos, suficientemente atestiguado por sus nombres. Muy bien puede creerse que fueran de origen ilustre, príncipes o sátrapas, ya refugiados en Roma a consecuencia de alguna revolución en su país o por haber caído en desgracia de sus soberanos, ya traídos de Persia como prisioneros o como rehenes, no por Decio, que no estuvo allí, sino por su inmediato predecesor, el emperador Felipe el Árabe. Si vivieron en la corte de Decio pudieron haber muerto víctimas no solamente de su fe cristiana, sino también del odio que los escritores cristianos atribuyen a Decio contra todo lo que guardaba relación con su predecesor.

Alguien ha propuesto otra hipótesis. Teniendo en cuenta que el cementerio de Ponciano, donde fueron sepultados estos mártires, se halla enclavado en un barrio pobre, próximo a los almacenes del puerto de Roma, cabría preguntarse si Abdón y Senén no fueron simplemente dos obreros orientales. Se habla en la pasión de un cierto Galba, cuyo nombre podría haber sido sugerido por la proximidad de los horrea Galbae, los docks para el vino, el aceite y otras mercancías de importación.

Sea lo que fuere de tales conjeturas, hay un dato cierto e indudable en la vida de nuestros Santos, y es la constancia de su martirio, atestiguada por su sepultura en el referido cementerio o catacumba de Ponciano y la nota que trae el cronógrafo de Filócalo, del año 354, que dice así en su lista de enterramiento de mártires: "El 3 de las calendas de agosto (es decir, el 30 de julio), Abdón y Senén en el cementerio de Ponciano, que se encuentra junto al "Oso encapuchado". Igual referencia y para igual fecha aporta el calendario jeronimiano, repitiéndola los diversos itinerarios compuestos para uso de los peregrinos del siglo VII, e incluyéndola los martirologios de redacción posterior, como el de Beda, Adón y Usuardo.

El cementerio de Ponciano se encuentra en la vía de Porto, y una de sus criptas, la situada junto a la escalera, poseyó la tumba de estos mártires. Fue decorada posteriormente, en la época bizantina, hacia el siglo VI según Marucchi y monseñor Wilper. Esta cripta fue siempre objeto de particular veneración. En un hueco cavado en la roca se edificó un baptisterio, decorándolo con una cruz gemada que parece salir de las aguas, mientras de los brazos de la cruz penden las letras alfa y omega. Debajo del nicho se encuentra una pintura con el bautismo del Señor.

La tumba de Abdón y Senén ocupaba la pared de la derecha y hallábase coronada con un fresco representando a Cristo que sale entre nubes y pone dos coronas sobre las frentes de los mártires, estando escrito debajo de uno SCS ABDO, y del otro SCS SENNE. Su indumentaria es asiática, y ambos están tocados con un capuchón enroscado, en forma de gorro frigio. El resto de sus vestidos se compone de un manto que prolonga el capuchón, dejando ver una túnica de piel, que va recogida por delante, quedando las piernas al aire.

Tales detalles en el vestido denotan que, al tiempo en que fue decorada la cripta, la tradición oriental de Abdón y Senén no ofrecía duda alguna, pero no concuerdan del todo con el origen ilustre que la pasión les atribuye, pues la túnica recogida, dejando ver las piernas, parece indumentaria de gente humilde. Sin embargo, ha aparecido una lámpara de terracotta, que se data como del siglo V, la cual representa a San Abdón portando el manto persa de pieles, aunque adornado con esferillas y piedras preciosas, lo que está acorde con la pasión al decir que los mártires se presentaron ante Decio con su espléndida vestimenta oriental, como sátrapas o príncipes. Esta lámpara pudo inspirarse en alguna pintura del mismo cementerio de Ponciano, hoy desaparecida.

Los cuerpos de San Abdón y San Senén no estuvieron mucho tiempo en el sarcófago de ladrillo que aún se conserva en la cripta. Después de la paz de la Iglesia se les transportó a la rica basílica que fue levantada encima de la catacumba. El itinerario de Salzburgo lo indica claramente cuando invita al peregrino a que, después de visitar el subterráneo o espelunca, suba arriba y entre en la gran iglesia, "donde descansan los santos mártires Abdón y Senén".

Esta basílica fue restaurada a fines del siglo VIII por el papa Adriano I, pero de ella hoy no queda rastro. Años después, en 826, el papa Gregorio IV transfirió los cuerpos de los dos mártires a la iglesia de San Marcos, dentro del actual palacio de Venecia.

En Roma llegaron a tener dedicada otra iglesuela cerca del Coliseo, la cual se construiría en relación con la noticia de la pasión de que sus cadáveres fueron arrojados ante el "simulacro del Sol", que era la grandiosa estatua de Nerón que daba nombre de Coliseo al anfiteatro Flavio. Esta iglesia está registrada en un catálogo mandado confeccionar por San Pío V y debe señalar el sitio en que fueron ajusticiados ambos Santos.

Parte de las reliquias de San Abdón y San Senén fueron transportadas al monasterio de Nuestra Señora de Arlés-sur-Tech, en el actual departamento francés de los Pirineos Orientales. Están guardadas en dos bustos relicarios, ricos y artísticos. Por esta región se conservan poblaciones como Dondesennec, que evocan el nombre del primero de los mártires.

Aquí terminaríamos esta semblanza si no creyéramos defraudar al lector.

No debe tomarse a menoscabo para los gloriosos mártires el tener que movernos entre conjeturas; es una prueba de la antigüedad de su martirio, si bien la carencia de documentación abundante nos impida noticias ciertas, que el relato fantástico de la pasión procuró suplir tres siglos después. Lo principal, que es su martirio, está atestiguado por el calendario filocaliano y por el culto constante junto a su tumba y después en su basílica. También está comprobado su origen oriental, como lo demuestran sus nombres, la propia leyenda y la iconografía.

Fueron mártires de una de las más tristes y gloriosas persecuciones, la de Decio.

Este emperador reinó tres años, del 249 al 251. Era hombre de grandes cualidades; pero, cegado por el esplendor del trono, quiso volverlo a su antigua grandeza, pretendió que la religión del Estado alcanzara la significación que tuvo en los tiempos de gloria del Imperio.

Como el cristianismo había echado hondas raíces en la sociedad romana, se propuso exterminarlo, pues Decio lo consideraba como el principal estorbo a sus proyectos. Anteriormente las persecuciones habían sido esporádicas, en virtud de una legislación ambigua, que por un lado prohibía buscar a los cristianos, y por otro los juzgaba y condenaba cuando se presentaban denuncias contra ellos en los tribunales.

El edicto que ahora se publicó era general y sentaría las bases jurídicas de la persecución, nuevas en relación con la antigua jurisprudencia. Los procónsules o gobernadores de provincias habían de exigir de todos los súbditos del Imperio una prueba explícita del reconocimiento de la religión del Estado, ya ofreciendo alguna libación o sacrificio, ya quemando unos granos de incienso ante el altar de los dioses. Los que cumplieran este requisito recibirían un certificado o libellum, y su nombre sería incluido en las listas oficiales.

La persecución se extendió a todo el Imperio, desde España a Egipto, desde Italia a África. Los efectos fueron terribles, porque hubo muchos mártires, pero los magistrados preferían hacer apóstatas, recurriendo para ello a todas las estratagemas.

Entre los que resistieron heroicamente la prueba, tenemos a nuestros Santos Abdón y Senén. Ya fuesen de origen noble, ya de condición plebeya, demostraron gran entereza de alma.

¿Serían apresados porque, como afirma la pasión, enterraban en sus propiedades los cuerpos de los mártires?

No es inverosímil. En momentos de terror hasta los mismos familiares abandonan a sus parientes para no comprometerse. Por esta o por otra causa, o porque hubieran sido convocados simplemente a sacrificar, como otros muchos ciudadanos, lo cierto es que no retrocedieron ante el peligro y confesaron con valentía su fe. Tenemos también constancia de otros muchos mártires, sobre todo obispos y personas de relieve, que sufrieron la muerte en esta persecución, como el papa San Fabián, el obispo de Alejandría, San Dionisio; el de Cartago, San Cipriano; la virgen Santa Águeda, de Sicilia, San Félix, de Zaragoza. Los perseguidores buscaban las cabezas para desorganizar mejor la Iglesia.

Hubo también innumerables "confesores" que soportaron cárceles, cadenas y torturas por Cristo, aunque obtuvieran posteriormente la libertad, pudiendo mostrar las señales de sus padecimientos en sus heridas y cicatrices. Eran como mártires vivientes, que habían conservado la vida para ejemplo y estímulo de los demás. Uno de los más célebres confesores de este período fue el ilustre escritor alejandrino Orígenes.

En fin, de esta época y de este ambiente son San Abdón y San Senén. Si podemos tomar por novelescos muchos detalles de la pasión, siempre será cierto el hecho fundamental: que derramaron generosamente su sangre por Cristo en la confesión de su fe, y así los ha venerado por mártires, a través de una larga tradición de siglos, la Iglesia católica.

jueves, 29 de julio de 2021

Reflexión del 29/07/2021

 

Lecturas 29/07/2021

 



En aquellos días, Moisés hizo todo conforme a lo que el Señor le había mandado.
El día uno del mes primero del segundo año fue erigida la Morada. Moisés erigió la Morada, colocó las bases, puso los tablones con sus travesaños y plantó las columnas; montó la tienda sobre la Morada y puso la cubierta sobre la tienda; como el Señor se lo había mandado a Moisés. Luego colocó el Testimonio en el arca, sujetó los varales al Arca y puso el propiciatorio encima del Arca. Después trasladó el Arca a la Morada, puso el velo de separación para cubrir el Arca del Testimonio; como el Señor había mandado a Moisés.
Entonces la nube cubrió la Tienda del Encuentro y la gloria del Señor llenó la Morada.
Moisés no pudo entrar en la Tienda del Encuentro, porque la nube moraba sobre ella y la gloria del Señor llenaba la Morada.
Cuando la nube se alzaba de la Morada, los hijos de Israel levantaban el campamento, en todas las etapas. Pero cuando la nube no se alzaba, ellos esperaban hasta que se alzase.
De día la nube del Señor se posaba sobre la Morada, y de noche el fuego, en todas sus etapas, a la vista de toda la casa de Israel.


En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa.
Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

Palabra del Señor.

29 de Julio - Beato Urbano II - PAPA

El Beato Urbano II (1040-1099) es, indudablemente, uno de los papas más insignes de la Edad Media, cuyo mérito principal consiste, aparte de la santidad de su vida, en haber hecho progresar notablemente y llevado adelante la reforma eclesiástica, ampliamente emprendida por San Gregorio VII (1073-1085). El resultado brillante de sus esfuerzos aparece bien de manifiesto en los grandes sínodos de Piacenza y de Clermont, de 1095, y en la primera Cruzada, iniciada en este último concilio (1095-1099).

Nacido de una familia noble en la diócesis de Soissons, en 1040, llamábase Eudes u Otón; tuvo por maestro en Reims al fundador de los cartujos, San Bruno: fue allí mismo canónigo, y el año 1073 entró en el monasterio de Cluny, donde se apropió plenamente el espíritu de la reforma cluniacense, entonces en su apogeo. De esta manera se modeló su carácter suave y humilde, pero al mismo tiempo entusiasta y emprendedor. Por esto llegó fácilmente a la convicción de que el espíritu de la reforma cluniacense, que iba penetrando en todos los sectores de la Iglesia, era el destinado por Dios para realizar la transformación a que aspiraban los hombres de más elevado criterio eclesiástico. Por esto, ya desde el principio de la gran campaña reformadora emprendida por Gregorio VII, Otón fue uno de sus más decididos partidarios.

Estaba entonces al frente de la abadía de Cluny el gran reformador San Hugón, a cuya propuesta Gregorio VII elevó en 1078 al monje Otón al obispado de Ostia. Bien pronto pudo éste dar claras pruebas de sus extraordinarias cualidades de gobierno, pues, enviado por el Papa como legado a Alemania, supo allí defender victoriosamente los derechos de la Iglesia frente a las arbitrariedades del emperador Enrique IV. Al volver de esta legación acababa de morir Gregorio VII.

La situación de la Iglesia era en extremo delicada. Al desaparecer el gran Papa, personificación de la reforma eclesiástica, dejaba tras sí un ejército de hombres eminentes, discípulos o admiradores de sus ideas. Frente a ellos estaban sus adversarios, entre los cuales se hallaban el violento Enrique IV y el antipapa puesto por él, Clemente III. En estas circunstancias fue elegido el papa Víctor III (1086-1087), antiguo abad de Montecasino, gran amigo de las letras, pero indeciso, reconciliador y poco partidario de las medidas violentas. Pero muerto inesperadamente al año de su pontificado, fue elegido entonces nuestro Otón de Ostia, quien tomó el nombre de Urbano II.

Era, indudablemente, el hombre más a propósito, el hombre providencial en aquellas circunstancias. Dotado de las más eximias virtudes cristianas, era un amante y entusiasta decidido de la reforma eclesiástica, de que ya había dado muestras suficientes. Precisamente por esto su elección fue considerada por todos como el mayor triunfo de las ideas gregorianas, y rápidamente recobraron todo su influjo los elementos partidarios de la reforma eclesiástica. Así lo entendieron también Enrique IV, el antipapa Clemente III y todos los adversarios de la reforma, los cuales se aprestaron a la lucha más encarnizada.

Ya desde el principio quiso el nuevo Papa dar muestras inequívocas de su verdadera posición. En diferentes cartas, dirigidas a los obispos alemanes y franceses, escritas en los primeros meses de su pontificado, expresó claramente su decisión de renovar en todos los frentes la campaña de reforma gregoriana. Así lo manifestó en el concilio Romano de la cuaresma de 1089, y, sobre todo, así lo proclamó en el concilio de Melfi, de septiembre del mismo año, en el que se renovaron las disposiciones contra la simonía, contra el concubinato y contra la investidura laica, y que constituye el programa que Urbano II se proponía realizar en su gobierno.

Mas, por otra parte, con su carácter más flexible y diplomático con su espíritu de longanimidad y mansedumbre, siguió un camino diverso del que se había seguido anteriormente, y con él obtuvo mejores resultados. Inflexible en los principios y genuino representante de la reforma gregoriana, sabía acomodarse a las circunstancias, procurando sacar de ellas el mayor partido posible. Símbolo de su modo de proceder son Felipe I de Francia, vicioso y afeminado, pero hombre en el fondo de buena voluntad, y Enrique IV de Alemania, bien conocido por sus veleidades y mala fe. Del primero procuró sacar lo que pudo con concesiones y paternales amonestaciones. Con el segundo ni siquiera lo intentó, manteniendo frente a él los principios de reforma y alentando siempre a los partidarios de la misma.

Con clara visión sobre la necesidad de intensificar el ambiente general de reforma fomentó e impulsó los trabajos de los apologistas. Movidos por este impulso pontificio, muchos y acreditados escritores lanzaron al público importantes obras, que contribuyeron eficazmente a que ganaran terreno y se afianzaran las ideas de reforma. Así Gebhardo de Salzburgo compuso una carta, dirigida a Hermann de Metz, típico representante de la oposición a la reforma, en la que defiende con valiente argumentación la justicia del Papa. Bernardo de Constanza dirigió a Enrique IV un tratado, en el que establece como base la expresión de San Mateo (18, 17): "El que rehúsa escuchar a la Iglesia sea para ti como un pagano y un publicano"; y poco después publicó una verdadera apologética de la reforma. Otro escritor insigne, Anselmo de Lucca, redactó una obra contra Guiberto, es decir, el antipapa Clemente III. Indudablemente este movimiento literario, impulsado por Urbano II, fue un arma poderosa y eficaz para la realización de la reforma.

Así, pues, mientras con prudentes concesiones y convenios ventajosos para la Iglesia Urbano II logró robustecer su influjo en Francia, España, Inglaterra y otros territorios, en Alemania siguió la lucha abierta y decidida con Enrique IV. En Francia mantuvo con energía la santidad del matrimonio cristiano frente al divorcio realizado por el rey al separarse de la reina Berta, llegando en 1094 a excomulgarlo; mas, por otra parte, en la cuestión de la investidura laica, por la que los príncipes defendían su derecho de nombramiento de los obispos, llegó a un acuerdo, que fue luego la base de la solución final y definitiva: el rey renunciaba a la investidura con anillo y báculo, dejando a los eclesiásticos la elección canónica; pero se reservaba la aprobación de la elección, que iba acompañada de la investidura de las insignias temporales. También en Inglaterra tuvo que mantenerse enérgico Urbano II frente al rey Guillermo, quien, a la muerte de Lanfranco, no quería reconocer ni a Urbano II ni al antipapa Clemente III; pero al fin se llegó a una especie de reconciliación.

El resultado fue un robustecimiento extraordinario del prestigio pontificio y de la reforma eclesiástica por él defendida. El espíritu religioso aumentaba en todas partes. Los cluniacenses se hallaban en el apogeo de su influjo y por su medio la reforma penetraba en todos los medios sociales. El estado eclesiástico iba ganando extraordinariamente, por lo cual se formaban en muchas ciudades grupos de canónigos regulares, de los cuales el mejor exponente fueron los premonstratenses, fundados poco después.

Es cierto que, durante casi todo su pontificado, Urbano II se vio obligado a vivir fuera de Roma, pues Enrique IV mantenía allí al antipapa Clemente III. Pero, esto no obstante, desplegó una actividad extraordinaria y fue constantemente ganando terreno. En una serie de sínodos, celebrados en el sur de Italia, renovó las prescripciones reformadoras, proclamadas al principio de su gobierno. Pero donde apareció más claramente el éxito y la significación del pontificado de Urbano II fue en los dos grandes concilios de Piacenza y de Clermont, celebrados en 1095.

En el gran concilio de Piacenza, celebrado en el mes de marzo ante más de cuatro mil clérigos y treinta mil laicos reunidos, proclamó de nuevo los principios fundamentales de reforma. Pero en este concilio presentáronse los embajadores del emperador bizantino, en demanda de socorro frente a la opresión de los cristianos en Oriente. Así, pues, Urbano II trató de mover al mundo occidental a enviar al Oriente el auxilio necesario para defender los Santos Lugares. Fue el principio de las Cruzadas; mas, como se trataba de un asunto de tanta trascendencia, se determinó dar la respuesta definitiva en otro concilio, que se celebraría en Clermont.

Efectivamente, dedicáronse inmediatamente gran número de predicadores del temple de Pedro de Amiéns, llamado también Pedro el Ermitaño, a predicar la Cruzada en todo el centro de Europa. Urbano II, con su elocuencia extraordinaria y el fervor que le comunicaba su espíritu ardiente y entusiasta, contribuyó eficazmente a mover a gran número de príncipes y caballeros de la más elevada nobleza. El resultado fue el gran concilio de Clermont, de noviembre de 1095, en el que, en presencia de catorce arzobispos, doscientos cincuenta obispos, cuatrocientos abades y un número extraordinario de eclesiásticos, de príncipes y caballeros cristianos, se proclamaron de nuevo los principios de reforma y la Tregua de Dios. Después de esto, a las ardientes palabras que dirigió Urbano II, en las que describió con los más vivos colores la necesidad de prestar auxilio a los cristianos de Oriente y rescatar los Santos Lugares, respondieron todos con el grito de Dios Lo quiere, que fue en adelante el santo y seña de los cruzados. De este modo se organizó inmediatamente la primera Cruzada, cuyo principal impulsor fue, indudablemente, el papa Urbano II.

Después de tan gloriosos acontecimientos, mientras Godofredo de Bouillón, Balduino y los demás héroes de la primera Cruzada realizaban tan gloriosa empresa, Urbano II continuaba su intensa actividad reformadora. En las Navidades de 1096 pudo, finalmente, entrar en Roma, donde celebró una gran asamblea o sínodo en Letrán. En enero de 1097 celebró otro importante concilio en Roma; otro de gran trascendencia en Bari, en octubre de 1088; pero el de más significación de estos últimos años fue el de la Pascua, celebrado en Roma en 1099, donde, en presencia de ciento cincuenta obispos, proclamó de nuevo los principios de reforma y la prohibición de la investidura laica.

Poco después, en julio del mismo año 1099, moría el santo papa Urbano II, sin conocer todavía la noticia del gran triunfo final de la primera Cruzada, con la toma de Jerusalén, ocurrida quince días antes.

En realidad, el Beato Urbano II fue digno sucesor en la Sede Pontificia de San Gregorio VII y digno representante de los intereses de la Iglesia en la campaña iniciada de la más completa renovación eclesiástica. En ella tuvo más éxito que su predecesor, logrando transformar en franco triunfo y en resultados positivos la labor iniciada por sus predecesores. Esta impresión de avance y de triunfo aparece plenamente confirmada y enaltecida con el principio de una de las más sublimes epopeyas de la Iglesia y de la Edad Media cristiana, que son las Cruzadas, y con el éxito final de la primera, que es la conquista de Tierra Santa y la formación del reino de Jerusalén con que termina este glorioso pontificado. Por eso la memoria de Urbano II va inseparablemente unida a la primera Cruzada, la única plenamente victoriosa.

miércoles, 28 de julio de 2021

Reflexión del 28/07/2021

 

Lecturas 28/07/2021

 



Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas del Testimonio en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, por haber hablado con el Señor. Aarón y todos los hijos de Israel vieron a Moisés con la piel de la cara radiante, y no se atrevieron a acercarse a él.
Pero Moisés los llamó, Aarón y los jefes de la comunidad se acercaron a él, y Moisés habló con ellos.
Después se acercaron todos los hijos de Israel, y Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le habla dado en la montaña del Sinaí.
Cuando terminó de hablar con ellos, se cubrió la cara con un velo.
Siempre que Moisés entraba ante el Señor para hablar con él, se quitaba el velo hasta la salida. Al salir, comunicaba a los hijos de Israel lo que le había mandado. Ellos veían la piel de la cara de Moisés radiante, y Moisés se cubría de nuevo la cara con el velo, hasta que volvía a hablar con Dios.


En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra».

Palabra del Señor.

28 de Julio – Santa Catalina Thomás

Las islas Baleares tienen santa en esta niña nacida alrededor del año 1530, y digo la fecha sin certeza porque los estudiosos de la historia no terminan de llegar a un acuerdo al respecto. Nació en una familia pobre formada por Jaime Thomás y Marquesina Gallard, en Valldemosa, esa población repleta hoy de turismo tantas veces extravagante y superficial.

En torno a la santa Catalina hay una densa y extensa leyenda dorada hecha por el cariño de los paisanos que fueron acumulando datos en torno a su figura. Puede ser que lo que fue comentario sobre sus cualidades, aficiones o deseos llegara a objetivarse en personajes unidos a su vida. No es posible deslindar los campos que pertenecen al mundo de la fantasía del que es propio de la realidad, porque, cuando se entra en el terreno de la acción divina en las personas, siempre queda la sospecha de lo posible e incluso de lo que se teme por el factor sobrenatural residente en la omnipotencia y el querer de Dios, máxime si faltan datos históricos plenamente comprobables.

Se habla en torno a su figura santa que tuvo visiones de Jesús crucificado y de Nuestra Señora; también se afirma que vino a verla santa Práxedes, san Antonio Abad, san Bruno y su especialmente amiga y protectora de toda la vida santa Catalina mártir. ¿Fueron sólo santos a los que tuvo gran devoción y que la gente exaltó con fervor popular hasta el punto de crear situaciones irreales de misticismo en Catalina Thomás? ¿Fueron efectivas, aunque no demostrables, las visiones de la santa? A la distancia de cuatro siglos, ¿quién se atreverá a negar o a afirmar los hechos, basados sólo en el dato de no ser frecuentes en los de a pie o de considerarlos muy repetitivos en ella? Parece que lo mejor que se puede hacer con sencillez es relatarlos como nos han llegado y dejar a la sensibilidad y sensatez del lector la interpretación.

Murieron pronto los padres de la chiquilla y unos tíos se ocuparon de ella. La llevaron a su propiedad de Son Gallart, como a unos diez kilómetros de Valldemosa, donde vivían como agricultores y ganaderos acomodados. Pronto empieza a cooperar en las faenas caseras propias de una familia campesina de la comarca: comidas y loza, ropa a lavar y coser, orden de la casa, atención a los criados, cuidado de animales y algún trabajo adicional de labranza; los domingos, a misa con la familia y poco más. Es verdad que algunas veces la echaban de menos cuando le tocaba ir al campo con el ganado -luego se ha sabido que eran momentos de especial disfrute de esa soledad tan acompañada en la contemplación y el diálogo-.

Conoció al eremita P. Castañeda que era un solitario del monte y bajaba a pedir lo poco que necesitaba para vivir. Un día fue a verlo al Oratorio de la Santísima Trinidad para contarle lo que hacía tiempo llevaba en el alma; ella quería ser religiosa, pero temía que sus tíos no lo entendieran. Y se confirmaron los temores. Hubo una resistencia tan grande que fue precisa la severa intervención del sacerdote para que le permitieran ir a Palma y estudiar la posibilidad.

Mientras se ven los conventos, entra en casa de la familia de Don Mateo Zaforteza como criada y chica para todo. Se produce buena simbiosis entre las dos mozas de la casa; Catalina aprende de la hija de Don Mateo a leer, a escribir y a bordar mientras que enseña a Isabel las cosas de Dios y el modo de tratarlo. Conventos hay, pero no la reciben. Existe una razón de peso en la época: los monasterios son pobres y no pueden facilitar la entrada a nadie sin dote. A la desesperanza lógica responde Catalina con más oración y con lágrimas que mojan la piedra para que el Señor y la Señora allanen las dificultades y abran las puertas como así sucedió al fin: cuatro conventos están dispuestos a recibirla pasando por alto la formalidad de la dote y ella elige al de Santa María Magdalena.

La payesita casi analfabeta tomó el velo en 1553. Es una monja más; hace el trabajo que le encargan que siempre es sencillo y nunca importante: cuidó la enfermería, la cocina, la despensa y el torno de comunicación con el exterior. Orden, oración intensa, mortificación habitual, caridad delicada, soledad, alegría y mucha paz. Cada vez va más gente a verla y siempre tiene una palabra animosa para la fidelidad al Evangelio. No hay mucho más en lo externo de Catalina, salvo que predijo el momento de su muerte que conoció diez años atrás. Estaba tan buena... pero dice que ya se va y quiso despedirse de Isabel, de su familia y de las monjas; avisado el médico, no diagnostica ninguna preocupante enfermedad; pero ella pide los sacramentos al capellán, entra en éxtasis y marchó al Cielo así, sin más.

Los mallorquines sabían bien que desde ese 28 de julio tienen santa protectora y conservan con veneración, cariño y algo de orgullo del bueno las reliquias del cuerpo incorrupto de Catalina Thomás. La canonizó el papa Pío XI en el año 1930.

martes, 27 de julio de 2021

Reflexión del 27/07/2021

 

Lecturas 27/07/2021

 



En aquellos días, Moisés levantó la tienda de Dios y la plantó fuera, a distancia del campamento, y la llamó «Tienda del Encuentro». El que deseaba visitar al Señor, salía fuera del campamento y se dirigía a la Tienda del Encuentro.
Cuando Moisés salía en dirección a la tienda, todo el pueblo se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas, mirando a Moisés hasta que este entraba en la tienda. En cuanto Moisés entraba en la tienda, la columna de nube bajaba y se detenía a la entrada de la tienda, mientras el Señor hablaba con Moisés.
Cuando el pueblo veía la columna de nube a la puerta de la tienda, se levantaba y se postraba cada uno a la entrada de su tienda.
El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo. Después Moisés volvía al campamento, mientras Josué, hijo de Nun, su joven ayudante, no se apartaba del interior de la tienda.
Moisés se quedó en la presencia del Señor, y pronunció su nombre.
El Señor pasó ante él proclamando: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, que mantiene la clemencia hasta la milésima generación, que perdona la culpa, el delito y el pecado, pero no los deja impunes y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación». Moisés al momento se inclinó y se postró en tierra.
Y le dijo: «Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya».
Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días con sus cuarenta noches: sin comer pan ni beber agua; y escribió en las tablas las palabras de la alianza, las Diez Palabras.


En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa.
Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo».
Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles.
Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».

Palabra del Señor.

27 de Julio - San Pantaleón

En la vida de San Pantaleón, tal como hasta nosotros ha llegado su relato, a través de las Actas, a través de la tradición, se nos manifiestan dos aspectos particularmente destacados, sobre todo si llegamos a él con alguna preocupación crítica. Sobre la vida histórica del Santo, dirá alguno, se monta una exuberancia de milagros verdaderamente sospechosa. La razón de ser del Santo, se podrá también decir, fue precisamente ésa: dar testimonio del poder de Cristo y de su verdad insoslayable, haciendo de su vida un continuo milagro, llevando sobre sus hombros el peso enorme del milagro, porque a los planes de Dios así convenía providencialmente.

Ambas posiciones pueden ser parcialmente ciertas, y ambas, por tanto, pueden conjugarse. Conviene desde ahora, antes de entrar en la intimidad del Santo, tomar posición y acercarnos sin prejuicios. No abreviemos la mano de Dios. Conviene no rechazar lo excepcional porque sí. Ahora particularmente es importante señalar esa circunstancia. Vamos a ver al Santo tal como Actas y tradición nos lo han transmitido, sin posibilidad de quitar ni poner, prudentemente. La verdad entera, Dios la sabe.

Pantaleón nace en Nicomedia, corriendo el siglo III de nuestra era. Tiempos recios iban a ser los suyos. El Imperio romano está ensayando fórmulas varias para impedir el hundimiento que se avecina, y como una de ellas se va a pensar, naturalmente, en la implantación de la religión oficial como obligación universal. El Imperio de Roma no es ya el poder seguro de sí mismo que avasallaba al mundo. Ahora ha sido necesario poner un emperador, un César, en Oriente para sostener aquellas regiones tan distantes de la metrópoli. Y Nicomedia es la residencia de los emperadores de Oriente. Estamos en una ciudad del Asia Menor, en la mitad segunda del siglo III de Jesucristo.

La figura del futuro mártir se nos muestra en los relatos sumamente atractiva. Pantaleón es un joven de nobles inclinaciones, de sano corazón. Es hijo de un gentil, Eustorgio, senador y rico. Su madre era cristiana, pero murió joven: el niño era pequeño y apenas si pudo enseñarle más que unos rudimentos que no llegaron a darle idea completa del cristianismo.

La formación del joven se desarrolló con felicidad, sobre la base de una inteligencia muy despierta y con muy buenos profesores. Al concluir el aprendizaje de las letras Eustorgio hizo que Pantaleón estudiara la medicina bajo la dirección de Eufrosino, médico del mismo Diocleciano. Pantaleón se va haciendo un joven distinguido y respetado: llama la atención entre sus compañeros, y su buen corazón le hace ejercer su ministerio con una abnegación ejemplar, cuya honestidad pasa a ser verdaderamente excepcional en el medio pagano en que vivía.

El encuentro definitivo con la gracia le vino a Pantaleón a través de un sacerdote cristiano. Hermolao vivía oculto por el rigor de la persecución. Un día se encontró con Pantaleón y fue el mismo sacerdote quien, admirado por las condiciones del joven, se lanzó a hablar abiertamente de la doctrina de Jesucristo. Pantaleón quedo impresionado. Los recuerdos, desdibujados ya, de las enseñanzas de la madre cristiana subieron agolpadamente a su conciencia. Pantaleón prometió que continuarían en contacto. El golpe final de la llamada vino ya milagrosamente. Poco después hubo de encontrarse el médico Pantaleón ante un caso desesperado. Un niño yacía muerto, mientras, cercana, reptaba la víbora fatal. El médico, impotente, recuerda entonces unas palabras del sacerdote Hermolao. El nombre de Cristo bastaba para resucitar a los muertos. Pantaleón no vacila, y la increpación llena de fe opera el milagro. El niño vuelve a la vida y la serpiente muere en el acto. Pantaleón es ya cristiano. Unos días de convivencia con el sacerdote oculto le proporcionan la instrucción necesaria para recibir después el bautismo de Jesús.

A partir de este momento la vida de Pantaleón es ya un tejido de milagros, encadenándose unos y otros de manera abrumadora, inverosímil casi. La conversión de su padre también se obra a golpe de prodigio. En casa de Pantaleón se presenta un ciego incurable, y esta ocasión va a ser eficazmente aprovechada. El joven médico llama a su padre para que esté presente a lo que va a tener lugar, y, después de invocar el nombre de Cristo sobre el ciego irremediable, pone sus manos sobre los ojos sin luz: instantáneamente una explosión jubilosa y sobrecogida acompaña al milagro. Eustorgio y el ciego caen de rodillas: Cristo, Cristo es el Dios verdadero. El senador pagano hace añicos los ídolos que adornan la casa: él ahora sólo quiere ser instruido en el cristianismo para recibir el bautismo inmediatamente, como sucede en realidad, con júbilo ilimitado de Pantaleón. Poco después Eustorgio muere. Es éste otro momento culminante en la vida de nuestro Santo.

Efectivamente, aquí tiene lugar la segunda conversión del entusiasta neocristiano. Pantaleón, que se ve desligado de toda traba, responsable único de sus actos, por si y ante sí, se arroja a una vida de absoluto fervor: entrega a los pobres sus cuantiosas riquezas, quedándose con lo indispensable; pone en libertad a todos sus esclavos, se entrega a las obras de caridad en la práctica de su propia profesión de médico. Naturalmente, esta conducta no pudo pasar desapercibida; además, los restantes médicos de Nicomedia ardieron en celo al ver que la gran mayoría de los enfermos quería ser curada por Pantaleón, con lo que las pérdidas materiales iban a ser cuantiosas de seguir en auge el médico sospechoso. Naturalmente, había que deshacerse de él, y fue acusado ante el emperador como cristiano.

Diocleciano fue un emperador de excepcionales vuelos. Quiso llegar a una solución que evitase el camino de catástrofe por el que se avanzaba. Sus decisiones fueron múltiples. Para la crisis económica arbitró el edicto del Máximum, de 202, el más grande intento de tasación estatal que se recuerde de tiempos antiguos. En el gobierno montó una máquina que creyó eficaz: el mismo año en que la muerte de Carino le dejó el Imperio se buscó un colega, Maximiano. Seis años después, ante lo eficaz del resultado, añade dos nuevos emperadores (292), y además fue afortunado en la elección de las personas: Galerio y Constancio Cloro. Soldado excepcional aquél, pero rudo y de primitivos sentimientos. Constancio Cloro, en cambio, general destacado, era de más fina formación. Galerio movió a Diocleciano a firmar el decreto de exterminio general de los cristianos. Fue el 23 de febrero del 303. No era tolerable que ante los proyectos de religión oficial un grupo irreductible se mantuviera en el seno del Imperio rompiendo la unidad de creencia. Se inauguró la décima gran persecución. Ríos de sangre cristiana corrieron por todo el ámbito del Imperio.

La presencia de Pantaleón ante el tirano es el triunfo manifiesto de la fe de Cristo sobre todos los intentos opresores. Incluso sobre la fuerza física, sobre las leyes naturales, sobre el instinto de las fieras hambrientas. Pantaleón pasa a ser un grito de triunfo, el emblema de la fe invencible por obra del poder de Jesús. El interrogatorio ya se abre con un milagro. El ciego curado por Pantaleón ha declarado ser cristiano y se le ha quitado la vida. Pantaleón recogió su cuerpo y lo sepultó junto a su padre. Entonces es también él llamado a juicio: se le intenta seducir, pero todo es en vano. Declara su fe y afirma en ella su poder excepcional.

Después Pantaleón es atado al potro. Aquí se hacen presentes los garfios de hierro con que se le desgarran las carnes, las teas encendidas que se le aplican a las llagas. Pero una fuerza misteriosa hace reanimarse al mártir, y los brazos de los verdugos caen, dominados por una fuerza prodigiosa. La ira del tribunal no tiene límite. Se prepara una caldera de plomo fundido, en la que va a ser sepultado Pantaleón. Pero, en el momento en que el cuerpo del mártir toca la ardiente superficie, ésta queda como helada, y Pantaleón puede apoyarse sobre el plomo endurecido. Ahora el mudo estupor se junta con la inmediata reacción ciega de la soberbia enfebrecida. Pantaleón va a ser arrojado al mar, atado al cuello la gran piedra que impida su vuelta a la superficie. Se quiere ahora impedir también el que los demás cristianos recojan su cuerpo y lo veneren. Pero Pantaleón vuelve andando a la playa sobre la superficie de las aguas.

Lo evidente del caso no logra hacer que el tribunal abra los ojos. Se ensaya el tormento de las fieras. La ciudad sabe ahora que el invencible va a probar el terrible tormento, y una multitud inmensa llena el anfiteatro. A la señal estremecedora, y en medio de un silencio impresionante, se abren las jaulas. Varias fieras avanzan a saltos, rugientes, hacia el mártir, que está solo, en medio de la arena. Mas, apenas se le llegan, se aquietan, sumisas, a sus plantas. Pantaleón las bendice y ellas se retiran. El vocerío loco de la multitud reclama la libertad para el inocente, y tiembla en el ambiente la sensación de que el Dios verdadero es el que le sostiene.

Bajo la opresión del griterío los jueces, abrasados de rencor, humillados, deciden seguir con la intentona de los tormentos. Es en vano que el pueblo grite a su favor. Pantaleón es sometido al suplicio de la rueda. Sale ileso. Entonces se le arroja en un calabozo. Son detenidos Hermolao y otros dos cristianos: la pretensión es que seduzcan al mártir a que apostate. Hermolao se niega, y con Hermipo y Hermócrates, los dos cristianos, padece el martirio.

Pantaleón es azotado. Se preludia el final. La condena es que se le decapite y luego se queme su cuerpo. Pantaleón, gozoso, va al suplicio. Es atado a un olivo. El verdugo alza la espada para cortarle la cabeza, pero en el momento de dar el golpe el hierro se ablanda y el mártir ni siquiera percibe el metal sobre su cuello. Ante el nuevo prodigio el lictor cae de rodillas pidiendo perdón; pero Pantaleón se siente ya impaciente. Ahora es él quien pide, entre súplicas y forcejeos, que se cumpla la sentencia. Los verdugos, que inicialmente se resisten, acceden por fin, y, después de abrazarse con el mártir, hacen caer la cuchilla definitiva. Salta la sangre e instantáneamente florece el olivo y se llena de frutos. El cuerpo no es quemado. Los soldados no se atreven. Los cristianos se lo llevan y recibe sepultura en medio de intensa veneración.

San Pantaleón ha pasado a ser uno de los principales patronos de los médicos. Su culto ha sido extendidísimo y popular. Su nombre en la hora ciega de las persecuciones tuvo el valor de un símbolo, Los cristianos confesaron a Dios, y Él estuvo con ellos, prestándoles un poder incalculablemente más grande que todas las insidias de sus enemigos.

lunes, 26 de julio de 2021

Reflexión del 26/07/2021

 

Lecturas 26/07/2021

 



En aquellos días, Moisés se volvió y bajó del monte con las dos tablas del testimonio en la mano. Las tablas estaban escritas por ambos lados; eran hechura de Dios, y la escritura era escritura de Dios grabada en las tablas.
Al oír Josué el griterío del pueblo, dijo a Moisés: «Se oyen gritos de guerra en el campamento».
Contestó él: «No es grito de victoria, no es grito de derrota, que son cantos lo que oigo».
Al acercarse al campamento y ver el becerro y las danzas, Moisés, encendido en ira, tiró las tablas y las rompió al pie de la montaña.
Después agarró el becerro que habían hecho, lo quemó y lo trituró hasta hacerlo polvo, que echó en agua y se lo hizo beber a los hijos de Israel.
Moisés dijo a Aarón: « ¿Qué te ha hecho este pueblo, para que nos acarreases tan enorme pecado? ». Contestó Aarón: «No se irrite mi señor. Sabes que este pueblo es perverso. Me dijeron: “Haznos un Dios que vaya delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le ha pasado”. Yo les dije: “Quien tenga oro que se desprenda de él y me lo dé; yo lo eché al fuego, y salió este becerro”». Al día siguiente, Moisés dijo al pueblo: «Habéis cometido un pecado gravísimo; pero ahora subiré al Señor a expiar vuestro pecado.» Volvió, pues, Moisés al Señor y le dijo: «Este pueblo ha cometido un pecado gravísimo, haciéndose dioses de oro. Pero ahora, o perdonas su pecado o me borras del libro de tu registro».
El Señor respondió: «Al que haya pecado contra mí lo borraré del libro. Ahora ve y guía a tu pueblo al sitio que te dije; mi ángel irá delante de ti; y cuando llegue el día de la cuenta, les pediré cuentas de su pecado».


En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola al gentío: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros a anidar en sus ramas».
Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta para que todo fermenta».
Jesús dijo todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les hablaba nada, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo».

Palabra del Señor.

26 de Julio - Día de los ABUELOS

A continuación expongo unas cuantas razones por las que creemos que este día debería existir:

A.   Los valores humanos como el respeto y el cariño hacia nuestros mayores son algo importante y connatural a nuestra sociedad.

B.    La figura de los padres de nuestros padres está presente en la cercanía-lejanía de nuestra infancia. Nuestros abuelos son punto de referencia de nuestros primeros actos de toma de nuestra conciencia, nuestros primeros pasos, nuestros primeros juegos, nuestras primeras desobediencias, nuestras primeras alegrías, nuestros primeros castigos, nuestros primeros cumpleaños y tantas y tantas sensaciones más.

C.   Las nuevas generaciones conocen a sus bisabuelos, muchas veces en residencias, y a sus abuelos, detectando cada vez más ayuda y cariño hacia ellos. Se preocupan tanto o más que los padres.

D.   Nuestros padres, muchas veces a causa de sus trabajos, encomiendan a los abuelos el cuidado de los niños, el levantarles, llevarles y recogerles del colegio, el darles de comer o de merendar, etc.

E.    Infinidad de veces hacen las funciones de padres con todo el amor y dedicación, para ir educando a sus nietos con la ternura que se merecen, a fin de que descubran la vida sin traumas y sin complejos, ayudándoles en todo lo que pueden, mejorando incluso, en aquellas cosas que saben por experiencia que han de dar de otra manera, acordándose de errores que tu-vieron con sus propios hijos.

Como estas razones, existen muchísimas más, que demuestran que la figura de los abuelos, en la actualidad, es muy importante.

El día 26 de julio, puede ser un gran día. La tradición cristiana celebra la festividad de San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Santísima Virgen María, Madre de Jesucristo, por tanto los abuelos del Niño Jesús. Esta festividad puede convertirse en un día muy bonito para celebrar toda la familia unida la fiesta de los abuelos.

UN DÍA PARA LA GRATITUD

Podemos convertir el día 26 de julio en la fiesta del agradecimiento: gracias a nuestros abuelos vinieron a la vida nuestros padres. Gracias a ellos nosotros hemos vivido muchas cosas.

Darles las gracias, compartir cada año un día de alegría, proporcionar unas horas de cariño, ternura, amor en sus soledades de personas mayores, logrando la sonrisa de su ancianidad, la chispa de viveza en sus ojos fatigados por su vejez, con-sumidos por sus años, pero siempre generosos con todos.

Día de acción de gracias por la vida, por los cuidados, por los desvelos, por los sufrimientos, por los sacrificios, por el derroche de amor y cariño de nuestros abuelos hacia nuestros padres y hacia nosotros. Por la indescriptible ayuda en nuestra educación y en la formación de nuestra personalidad.

Los abuelos de nuestra sociedad vuelven a vivir y a dar por segunda vez los mimos y los castigos que en su día ejercitaron con nuestros padres, rectificando y mejorando en todo aquello que para ellos, desde la óptica de la sabiduría que dan los años, han visto que es lo mejor para sus nietos. Su sensibilidad nos permite amarles más, y por ello nuestro agradecimiento ha de ser mucho mayor.

Celebrar la fiesta de los abuelos, es como un deber de agradecimiento, un acto de amor, una devolución de ternura y sobre todo, una acción de gracias respetuosa y alegre, para hacerles arrancar su mejor sonrisa en esta celebración íntima y familiar, donde vuelven a ser protagonistas en este día de los abuelos. Es una extensión justa, y cada día más necesaria, del cuarto mandamiento: honrarás a tu padre y a tu madre.

La sensibilidad de la sociedad actual nos pide que se establezca un reconocimiento público, universal y particular de cada nieto por sus abuelos –los padres de nuestros padres–. Ensalzar la figura de la abuela y del abuelo es tributar un cariño particular por la persona importante de nuestros recuerdos de infancia, personajes simpáticos a los que más de una vez hemos hecho rabiar», al igual que recordamos que les hemos hecho llorar de emoción y alegría. Su gran corazón se lo me-rece todo.

RELACIONES ENTRE GENERACIONES

La figura del abuelo es realmente una figura emblemática de la ternura humana: cuando está en la cima serena de los años contempla en los retoños de los nietos vivas prolongaciones de su propia existencia. Los latidos del corazón de los abuelos intentan prolongarse, en la vida y en la historia, durante siglos, en los mismos latidos del corazón de sus propios nietos. Es la voz del amor que resuena en todos los hogares y no se conforma con la indiferencia del olvido y menos todavía con el desdén, el desvío y la ausencia total de solidaridad humana.

Los ojos de los abuelos miran con redoblado amor la figura y presencia de los nietos. Con un amor que no es de signo paternal, sino más bien patriarcal y providencial, oteando horizontes que van más allá de la frontera del tiempo, porque rozan las mismas puertas de la trascendencia. Los abuelos, por la experiencia de sus corazones, intuyen que el amor reclama perennidad e inmortalidad. Todo ello en el ámbito entrañable de la vida. Y los nietos, al besar y abrazar con inmenso cariño a sus abuelitos, les están diciendo con esos humanísimos signos de amor: «Abuelito, yo quiero que tú vivas siempre, que tú no mueras. Que tú y yo vivamos siempre». Éste es el mensaje del verdadero amor.

Un detalle cualquiera con «mucho amor» no tiene precio, no hay dinero que lo pague y valore.

Los padres ancianos, elevados a la categoría de abuelos, merecen la expresión más fina, gentil y cariñosa de los nietos. Esta fineza hermosea la vida humana, enriquece el mundo y constituye un prestigio para los corazones agradecidos. Los nietos y los abuelos unidos en ese amor recíproco son auténticos mensajeros de la paz.

Los abuelos son un factor integrador de la vida familiar, a la que intentan sostener y fortalecer, siendo elementos creadores de afectividad, cariño y comprensión; su equilibrio emocional y de convivencia permite mantener un clima de tranquilidad y de sosiego en el hogar, que ayuda, colaborando con los padres, a obtener la madurez en la formación de los nietos.

Pero también las personas mayores precisan mantener relaciones intergeneracionales para renovar sus conocimientos. Por eso, armonizar todos los sectores demográficos de la sociedad, resulta necesario para obtener vivencias complementarias, que llenan la vida en sociedad.

La soledad de los abuelos suele ser su mayor pobreza, pues produce la sensación de vacío, difícil de sustituir. Esto se puede comprobar, si acudes a una residencia: observarás cómo esperan anhelantes la visita de un familiar.

Terminamos con estas bellas palabras de Juan Pablo II: « ¡Nuestros abuelos! La Biblia les reserva el calificativo de ricos en sabiduría, maestros de la vida, testigos de la tradición de la fe y personas llenas de respeto a Dios... Es importante que se conserve, o se restablezca donde se haya perdido, un pacto entre las generaciones, de modo que los padres ancianos, llegados al término de su camino, puedan encontrar en sus hijos la acogida y la solidaridad que ellos les dieron cuando nacieron» (Juan Pablo II, Evangelium vitae).

«Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano» (Lv 19, 32). Honrar a los ancianos supone un triple deber hacia ellos: acogerlos, asistirlos y valorar sus cualidades. En muchos ambientes eso sucede casi espontáneamente, como por costumbre inveterada. En otros, especialmente en las naciones desarrolladas, parece obligado un cambio de tendencia para que los que avanzan en años puedan envejecer con dignidad, sin temor a quedar reducidos a personas que ya no cuentan nada. Es preciso convencerse de que es propio de una civilización plenamente humana respetar y amar a los ancianos, porque ellos se sienten, a pesar del debilitamiento de las fuerzas, parte viva de la sociedad. Ya observaba Cicerón que "el peso de la edad es más leve para el que se siente respetado y amado por los jóvenes". Mientras hablo de los ancianos, no puedo dejar de dirigirme también a los jóvenes para invitarles a estar a su lado. Os exhorto, queridos jóvenes, a hacerlo con amor y generosidad. Los ancianos pueden daros mucho más de cuanto podáis imaginar (Carta de Juan Pablo II a los ancianos).

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