viernes, 30 de noviembre de 2018

Reflexión de hoy

Lecturas


Hermanos:
Si profesas con tus labios que Jesús es el Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación.
Pues dice la Escritura:
«Nadie que crea en él quedará confundido».
En efecto, no hay distinción entre judío y griego; porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan, pues «todo el que invoque el nombre del Señor será salvo».
Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?; y ¿cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie?; y ¿cómo anunciarán si no los envían? Según está escrito:
«¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien!».
Pero no todos han prestado oído al Evangelio. Pues Isaías afirma:
«Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?»
Así, pues, la fe nace del mensaje que se escucha, y viene a través de la palabra de Cristo.
Pero digo yo: «¿Es que no lo han oído? Todo lo contrario:
«A toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los confines del orbe sus palabras».

En aquel tiempo, pasando Jesús junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores.
Les dijo:
«Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres».
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó.
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

Palabra del Señor.

San Everardo

Etimológicamente significa “audaz, fuerte”. Viene de la lengua alemana.

Incluso cuando haya en el creyente dudas, la presencia del Espíritu Santo permanece, en los días apacibles como en las horas de aridez.

Dios no hace acepción de personas. A todos los quiere y llama por igual para que hagan en la vida algo concreto que ayude a los demás y se santifiquen.

Este joven nació de una familia rica y con el título de condes de Stahleck.

En esa casa acomodada surgió la vocación para cisterciense en la abadía de Schoeneau. Tuvo dificultades al principio porque no tenía ninguna clase de estudios.

Entonces, cuando sólo tenía 16 años, se fue de ermitaño a una ermita que él mismo se construyó cerca de Maguncia.

Dios le guiaba en cada instante. Por eso le vino la idea de fundar allí un monasterio de monjas cistercienses.

Se dirigió al abad cercano, y éste le envió un grupo de religiosas de la abadía de Marienhausen. Así nació la abadía de Chumbd.

En estas circunstancias, el abad le impuso el hábito de la Orden. Pronto lo hicieron el padre espiritual de las religiosas, una vez, claro está, que se ordenó de sacerdote.

Entre estas religiosas había dos hermanas suyas.

Cayó enfermo y así estuvo durante muchos años. Todo el mundo, comenzando por las religiosas, lo consideraban un verdadero santo que vivía entre ellas.

Nadie podía suponer que muriera tan joven: a los 28 años. Fue tal día como hoy del año 1191. Lo sepultaron en la iglesia del monasterio.

Sus restos se conservan en la actualidad en la abadía de Himmerod.

jueves, 29 de noviembre de 2018

Reflexión de hoy

Lecturas


Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo con gran autoridad, y la tierra se deslumbró con un resplandor. Y gritó con fuerte voz:
«Cayó, cayó la gran Babilonia. Y se ha convertido en morada de demonios, en guarida de todo espíritu inmundo, en guarida de todo pájaro inmundo y abominable».
Un ángel vigoroso levantó una piedra grande como una rueda de molino y la precipitó al mar diciendo:
«Así, con este ímpetu será precipitada Babilonia, la gran ciudad, y no quedará rastro de ella.
No se escuchará en ti la voz de citaristas ni músicos, de flautas y trompetas. No habrá más en ti artífices de ningún arte; y ya no se escuchará en ti el ruido del molino; ni brillará más en ti la luz de lámpara; ni se escuchará más en ti la voz del novio y de la novia, porque tus mercaderes eran los magnates de la tierra y con tus brujerías embaucaste a todas las naciones». Después de esto oí en el cielo como el vocerío de una gran muchedumbre, que decía:
«Aleluya. La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos. Él ha condenado a la gran prostituta que corrompía la tierra con sus fornicaciones, y ha vengado en ella la sangre de sus siervos».
Y por segunda vez dijeron:
«¡Aleluya!».
Y el humo de su incendio sube por los siglos de los siglos.
Y me dijo:
«Escribe: “Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero”».

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que entonces está cerca su destrucción.
Entonces los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en medio de Jerusalén, que se alejen; los que estén en los campos, que no entren en ella; porque estos son “días de venganza” para que se cumpla todo lo que está escrito.
¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días!
Porque habrá una gran calamidad en esta tierra y un castigo para este pueblo.
“Caerán a filo de espada”, los llevarán cautivos “a todas las naciones”, y “Jerusalén será pisoteada por los gentiles”, hasta que alcancen su plenitud los tiempos de los gentiles.
Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y el oleaje, desfalleciendo los hombres por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo serán sacudidas. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria.
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación».

Palabra del Señor.

San Saturnino de Tolosa

El martirologio romano reza en este día lo siguiente: En Tolosa, en tiempo de Decio, San Saturnino, obispo; fue detenido por los paganos en el Capitolio de esta villa y arrojado desde lo alto de las gradas. Así, rota su cabeza, esparcido el cerebro, magullado el cuerpo, entregó su digna alma a Cristo".

Históricamente apenas se sabe nada sobre el primer arzobispo de Tolosa, pero la historia de su época y de su país y numerosos testimonios relativos a su culto nos ayudan a tener de él un conocimiento más completo.

Los orígenes de la ciudad de Tolosa se remontan a las migraciones de los pueblos celtas en el siglo IV antes de nuestra era. Bajo la conquista romana—128 a. de C. 52 d. C.—, la Galia céltica asimiló la civilización de los que la ocuparon, guardando su espíritu propio. De esta manera, Tolosa, renovada por las instituciones romanas era en el siglo IV la ciudad más floreciente de la Narbonense. Así, Saturnino, el fundador de la iglesia de Tolosa entró en el siglo lll en una brillante ciudad galo-romana. Su figura destaca gloriosamente en la antigüedad cristiana de los paises occidentales.

Su nombre—diminutivo del dios Saturno—es tan común en latín que no indica nada del personaje, de quien, por otra parte, se desconoce todo lo anterior a su episcopado tolosano. a pesar de que leyendas posteriores le hacen venir de Roma o de Oriente.

Cuando Saturnino llegó a Tolosa no debió de encontrar allí más que un grupo pequeño de cristianos. Gracias a su celo apostólico se desarrolló rápidamente esta comunidad joven, que él organizó y a la que gobernó como buen pastor.

Si no se sabe nada cierto sobre su vida y apostolado, estamos mejor informados sobre su muerte: en el año 250 aparecieron en la Galia los edictos de Decio que obligaban a todos los cristianos a hacer acto público de idolatría. Durante esta persecución, la más terrible que tuvo lugar en la Galia, los sacerdotes paganos de Tolosa atribuyeron a la presencia de Saturnino en su ciudad el mutismo de sus ídolos, que no emitían oráculos. Un día, los sacerdotes paganos excitaron a la muchedumbre contra el obispo cuando pasaba ante el templo de Júpiter Capitolino. Quisieron obligarle a sacrificar a los dioses. Los paganos, exasperados ante su enérgica negativa, no quisieron esperar el final de un proceso regular. La muchedumbre, con la complicidad tácita de los magistrados, se apoderó de Saturnino y le ató con una cuerda detrás de un toro que iba a ser inmolado y que huyó furioso. Rota la cabeza y despedazado el cuerpo, Saturnino encontró así una muerte heroica causada por el motín popular.

Su comunidad, fortificada en su fe, pero consternada por ese fin trágico, no se atrevía a tocar el cuerpo del mártir, porque la persecución exigía prudencia. Sin embargo, dos mujeres valerosas recogieron piadosamente el cuerpo, que quedó en el sitio donde la cuerda se había roto, y lo sepultaron dignamente cerca de allí, al norte de la ciudad, a la orilla de la gran ruta de Aquitania.

Un siglo más tarde el obispo Hilario hizo construir sobre la tumba de su predecesor una bóveda de ladrillo y una basílica pequeña en madera. El obispo Silvio, que posiblemente fue el sucesor de Hilario, empezó la construcción de una nueva basílica, terminada por Exuperio en el siglo v y destruida por los sarracenos en 711.

La fiesta del mártir no fue celebrada litúrgicamente, y por eso debió olvidarse muy pronto; más tarde, cuando la memoria del mártir fue restablecida, se le asignó la fecha de 29 de noviembre, día ya insigne, porque era la fecha de su homónimo el mártir romano Saturnino, muerto hacia el año 300, y al que no hay que confundir con Saturnino de Tolosa.

Dos siglos después del martirio, cuando su culto estaba ya bien establecido, un clérigo tolosano compuso en su honor un panegírico, que sigue siendo la mejor fuente de información. Es un sermón hecho para la fiesta del mártir; el estilo es el de los elogios que por la misma época pronunciaban Agustín y Juan Crisóstomo.

Hacia el año 530 San Cesáreo de Arlés, narrando con candor la evangelización de la Galia, pondrá al primer obispo de Tolosa entre el número de los discípulos de los apóstoles, haciéndole así compañero de San Trófimo de Arlés. Los siglos siguientes lo encarecerán más aún, y la "pasión" de San Saturnino, tomada y reformada sin cesar, hará nacer una literatura legendaria.

Damos a continuación el resumen tal como aparece la "vida" del Santo en los relatos más cuidados:

San Saturnino nació en Patrás, hijo del rey Egeo de Acaya y de la reina Casandra, hija de Tolomeo. Marchó a Palestina para ver a San Juan Bautista, quien le bautizó y la encaminó hacia Cristo. Asistió a la multiplicación de los panes, a la santa cena, y cuando Jesús apareció resucitado fue él quien le llevó pescado asado y un panal de miel. Asistió a la última pesca milagrosa y estuvo presente en el Cenáculo el día de Pentecostés. Siguió a San Pedro quien, después de haberle enviado en misión a la Pentápolis y a Persia, le condujo a Roma, donde le consagró obispo. Después le envió a Tolosa, acompañado de San Papoul. En Nimes convirtió a San Honesto y se lo asoció. Los dos fueron aprisionados en Carcasona y salvados milagrosamente. En Tolosa, Saturnino curó de lepra a una dama noble; después envió a Honesto a España; éste, cumplida su misión, volvió a buscarle. Saturnino bautizó en Pamplona a cuarenta mil personas (! ), después recorrió Galicia, siempre con el mismo éxito, y llegó hasta Toledo; volvió a Francia por Comminges. Poco después de su vuelta a Tolosa sufrió el martirio atado a un toro.

Una iglesia regional no es un campo cerrado; es una familia que da y que recibe. Quedan muchos testimonios de este dar y recibir: los tolosanos celebran santos que han vivido entre sus vecinos los españoles, como San Acisclo—17 de noviembre—, y la Iglesia española no deja de celebrar al primer obispo de Tolosa. Su culto atravesó los Pirineos en el siglo v; lo favoreció el que el reino visigótico se extendiera también por el otro lado de las montañas. En eI siglo IX, a partir de la Reconquista, San Saturnino, a quien los españoles no habían olvidado nunca, gozó de gran popularidad gracias a los cruzados franceses. En efecto, se acordaban de que San Sernin de Tolosa había sido una de sus más gloriosas etapas en la larga peregrinación a Santiago.

Gracias, pues, a Santiago de Compostela, se hizo, en sentido inverso, la propagación del culto a San Saturnino. Etapa obligada en el camino de Santiago, San Sernin era frecuentada por multitud de peregrinos que desde Tolosa llevaban a sus paises la devoción al gran obispo mártir. También su ,culto se extendió rápidamente en todo el país entre el Loira y el Rin, donde mucho lugares están bajo su patrocinio con nombre deformado: Sernin, Sornin, Sorlin y otros.

En Tolosa los peregrinos de Compostela encontraban la basílica que habia reemplazado la de Exuperio, y que, edificada lentamente a fines del siglo Xl, habia sido consagrada en 1096 por el papa Urbano II. El 6 de septiembre de 1258 el obispo Raimundo de Falgar procedió a la elevación de los restos de San Saturnino y los hizo depositar en el coro. San Saturnino es una de las más hermosas iglesias románicas, notable por sus cinco naves de once bovedillas, su vasto crucero y su coro de deambulatorio, guarnecido por capillas radiadas. En cuanto a la iglesia de Taur, se dice que se alza sobre el emplazamiento del antiguo Capitolio pagano (que no tiene nada que ver con el Ayuntamiento, donde en la Edad Media se tenían las sesiones capitulares), y que recuerda el lugar del martirio.

Al recuerdo de San Saturnino hay que asociar el de las dos santas mujeres que tuvieron la valentía de levantar el cuerpo del mártir mutilado horriblemente para enterrarle cerca del lugar donde el toro furioso se había detenido. La liturgia las celebra en la diócesis de Tolosa el día 17 de octubre bajo el nombre de "Santas Doncellas". La Pasión, escrita en el siglo v, precisa que ellas fueron apresadas por los paganos, azotadas con varas y arrojadas despiadadamente de la ciudad. Un leyenda posterior añade que San Saturnino en un viaje a España había encontrado a estas dos jóvenes, hijas del rey de Huesca, que las habia convertido y las habia llevado con él a su ciudad episcopal. Después del martirio del obispo y cuando fueron expulsadas de la ciudad, posiblemente se refugiarian en Ricaud. donde vivieron con santidad. fueron enterradas a algunos kilómetros al oeste de Castelnaudary (Aude), en una aldea que desde entonces se llamó Mas-Saintes-Puelles, y que llegó a ser el centro del culto a estas mujres humildes y devotas.

Toda la gloria del primer obispo de Tolosa, gloria que ha atravesado los siglos y las fronteras, tiene sus fuentes en el hecho de que se relaciona con él la evangelización primera de una región cuya influencia se extendió muy lejos hasta las orillas del Mediterráneo y por encima de los Pirineos.

La Iglesia se planta como un árbol que vive. Como una casa se la levanta aquí y allí donde no está; en este lugar ésta es la primera manifestación, la realización visible de] misterio redentor. Asi San Saturnino, antes de ser un mártir, es el fundador de la iglesia local. Su tumba es un signo de apostolicidad, de enraizamiento en la misión primera de los apóstoles; el espiritu de Cristo los empujaba a la conquista del mundo. A nuestros padres, penetrados del sentido cristiano de la misión evangélica, les gustaba ver en Saturnino un discípulo de los apóstoles. Así la leyenda de que hemos hablado es una manera de expresar que toda fundación de una iglesia local, todo trabajo de evangelización procede de la misión que Cristo dió a los apóstoles, transmitida sólo por ellos. Y, como ellos, Saturnino plantó la Iglesia de Cristo en su sangre.

Sus hijos celebran una misa especial en su honor. La colecta y el hermoso prefacio son éstos:

Oración de San Saturnino: "¡Oh Dios!, por la predicación del santo obispo Saturnino, vuestro mártir, nos habéis llamado a la admirable luz del Evangelio desde las tinieblas de la incredulidad. Haced, por su intercesión, que crezcamos en la gracia y en el conocimiento de Cristo, vuestro Hijo.

Prefacio de San Saturnino: "¡Oh Padre Eterno!, es justo pediros con confianza que no abandonéis a vuestros hijos. San Saturnino los ha engendrado por sus trabajos apostólicos, los ha nutrido con la palabra de salvación y los ha hecho firmes por la fidelidad de su martirio. Conservadnos, pues, por vuestro poder, para que, santificados en la verdad, perfectos en la unidad, os dignéis contarnos en la gloria, por Cristo Señor nuestro.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Reflexión de hoy

Lecturas


Yo, Juan, vi en el cielo otra signo, grande y maravilloso: Siete ángeles que llevaban siete plagas, las últimas, pues con ellas se consuma la ira de Dios.
Vi una especie de mar de vidrio mezclado con fuego; los vencedores de la bestia, de su imagen y del número de su nombre estaban de pie sobre el mar cristalino; tenían en la mano las citaras de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, el siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo:
«Grandes y admirables son tus obras, Señor, Dios omnipotente, justos y verdaderos tus caminos, rey de los pueblos. ¿Quién no temerá y no dará gloria a tu nombre? Porque vendrán todas las naciones y se postrarán ante ti, porque tú solo eres santos y tus justas sentencias han quedado manifiestas».

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Palabra del Señor.

San Jaime de la Marca

Carta de S.S. Juan Pablo II al obispo de San Benedetto del Trento - Ripatransone - Montalto, con motivo del VI centenario del nacimiento de san Jaime de la Marca.

Con ocasión del VI centenario del nacimiento de Jaime de la Marca, que tuvo lugar en Monteprandone en septiembre de 1393, deseo expresar mi participación en las diferentes manifestaciones religiosas y culturales con las que se quiere recordar la figura de este santo que honra a la Iglesia por la santidad de su vida, su acción misionera y su adhesión ferviente a los sucesores de Pedro en la cátedra romana. 

Sabemos que los Pontífices romanos pudieron contar con su disponibilidad incondicional en todas las misiones que le confiaron como predicador del Evangelio y defensor de la fe, así como de legado apostólico ante obispos y autoridades locales.

Esta devoción a la Sede de Pedro se funda en su fe, que recibió sentado en las rodillas de su madre y, después, mediante la enseñanza de un sacerdote pariente suyo. Él mismo llama a su propia madre «dulcissima mea parens» (cf. Códice autógrafo M 30, f 380 r) para dar testimonio de todas las amorosas atenciones recibidas en el seno de su familia y que son indispensables para la formación de una sólida personalidad humana y cristiana. En efecto, como he afirmado en otra ocasión, corresponde a la familia «formar a los hijos para la vida, de manera que cada uno cumpla en plenitud su cometido, de acuerdo con la vocación recibida de Dios» (Familiaris consortio 53).

Consciente de estas responsabilidades, Jaime de la Marca exhorta a los padres a «dar amor a los hijos, ante todo enseñándoles a conocer a Dios; ayudándoles a aprender la oración del padrenuestro y las verdades de la fe; exhortándolos a confesarse, a comulgar, a celebrar las fiestas y a participar en la misa; educándolos en las buenas costumbres y enseñándoles a hablar y actuar honradamente, tanto en su casa como fuera de ella» (Serm. dom. 12 De reverentia et honore parentum).

A la luz de estos principios, el joven Jaime afrontó el ambiente universitario de Perusa, dedicándose al estudio de la jurisprudencia y a la educación de los niños. Después de haberse doctorado en derecho eclesiástico y civil, ejerció durante algún tiempo la profesión de notario público en el ayuntamiento de Florencia, y de juez en la pequeña localidad de Bibbiena. Los ideales de justicia y equidad, y la defensa de los pobres, que no dejó de promover, se reflejan también en las predicaciones con que, no mucho tiempo después, tratará de ayudar al prójimo.

Impulsado por la gracia divina, a los 23 años, «entregó a Cristo su cuerpo en la castidad y su alma en la obediencia, abandonando las cosas de poca importancia y las terrenas, la familia y las satisfacciones de la vida, buscando una sola cosa: a Jesucristo bendito» (cf. Serm. dom. De excellentia et utilitate sacrae religionis), y viviendo con plenitud la regla de san Francisco de Asís, cuya observancia rigurosa promovió junto con san Bernardino de Siena y san Juan de Capistrano.

Siguiendo las huellas de la tradición franciscana y, en particular, la enseñanza de san Bernardino de Siena, se dedicó a la predicación con el fin de anunciar a Jesús, redentor del hombre, en muchas regiones de Europa. A pesar de los esfuerzos agotadores y de las persecuciones, no dejó de recorrer los caminos de Italia, Bosnia, Eslovenia, Dalmacia, Hungría, Bohemia, Polonia, Alemania y Austria para instruir al pueblo en la verdad completa (cf. Jn 16, 13) contra las numerosas herejías de la época, convencido de que con la fuerza de la palabra de Dios es posible cambiar el mundo.

Fue realmente incansable en su lucha contra la ignorancia, la magia, las malas costumbres de los administradores públicos, la violencia difundida entre los individuos y los grupos, la explotación inmoral de niños y jóvenes, y la usura que oprimía a los pobres.

Su palabra, unida al testimonio de su vida, era tan fuerte que penetraba en los corazones de quienes lo escuchaban y los convertía al Señor. En una predicación afirmó: «He visto durante el sermón algunos soldados sexagenarios llorar mucho por sus pecados y la pasión de Cristo, y me confesaron que durante su vida jamás habían derramado una lágrima» (Serm. dom. 46 De magnifica virtute Verbi Dei). Ardía de caridad hacia Dios y hacia los hombres, y, por esta razón, sabía transmitir a los demás todo lo que colmaba su corazón, a saber, el amor de Cristo que lo impulsaba, como al apóstol Pablo, hacia sus hermanos (cf. 2 Cor 5, 14).

El Señor le concedió la gracia de ver a muchos pecadores arrepentidos: «La palabra de Dios tiene el poder de ablandar los corazones duros como la piedra, haciéndolos capaces de recibir el sello de la voluntad divina. Muchos pecadores desesperados vinieron a mí convencidos de estar destinados a la condenación, pero, tras escuchar la palabra, se fueron con la mayor confianza en Dios» (Serm. dom. 46 cit.).

Fue gran constructor de paz en los corazones y en las ciudades divididas por facciones. Se le reconocía gran competencia jurídica y autoridad moral. No sólo intervenía desde el púlpito en problemas sociales, sino que también lo invitaban a hablar en las asambleas legislativas, a las que proponía normas para la reforma de las costumbres con la autoridad que le daba su vida santa. En el período comprendido entre los años 1431 y 1439 trabajó especialmente en los países de Europa central (Bosnia, Dalmacia, Eslovenia, Hungría, etc.) para combatir las herejías y establecer la paz entre las diferentes etnias.

El mismo santo concedió siempre el perdón a sus pérfidos acusadores y a los que atentaron en numerosas ocasiones contra su vida, tanto en Italia como en otras naciones europeas. Al respecto escribió: «En el mundo no hay nada más grande que perdonar una ofensa y amar al enemigo. No es digno de honor someter muchas ciudades o regiones, cosa que saben hacer hombres armados que tienen muchos vicios; del mismo modo, tampoco se rinde honor al hombre pendenciero, iracundo y violento, sino a la persona pacífica y mansa. El perdón es un gesto de honrada venganza, realizada por Cristo y sus santos. Por tanto, tú no eres el primero ni el último en obrar así. Créeme, y no pienses que yo no ofendo a nadie; pero, con gran esfuerzo, trato de hacer el bien a todos, a pesar de que muchos a menudo me calumnian y me persiguen. Entonces, revestido con todas las armas de los ornamentos litúrgicos, voy al campo de batalla y, mientras elevo el Cuerpo de Cristo, digo: Padre clementísimo, perdona a mis perseguidores en el cielo, como yo los perdono aquí en la tierra» (Serm. dom. De pace et remissione iniuriarum).

¿Cuál era el secreto de Jaime de la Marca en esta obra de reconciliación y paz? Tenía una gran fe y una ardiente devoción a Jesús crucificado, meditaba su misterio de amor, hablaba con frecuencia de él y, de modo especial, cuando debía convertir los corazones de personas que odiaban al prójimo o querían vengarse por ofensas recibidas. Por tanto, después de haber hablado de passione et pace, se dirigía a esas personas diciéndoles: «Perdona a tus enemigos por amor a Jesús crucificado, perdona por amor a la pasión de Cristo bendito», y obtenía primero conmoción y voluntad de perdón, y después gestos concretos.

Jaime tenía un corazón abierto y disponible no sólo a la gracia divina, sino también a los hombres, para los que él se hacía prójimo en sus necesidades espirituales y materiales, individuales y comunitarias. Fue, por tanto, un gran hombre de caridad, con iniciativas concretas: hizo construir hospitales para enfermos o promovió su restauración, escribiendo sus estatutos y confiándolos a confraternidades ya existentes o que él mismo fundaba; instituyó, con clarividencia, asociaciones de muchachos «para enseñar e instruir a los mismos muchachos en las costumbres buenas y honestas, a fin de que puedan dirigirse a sí mismos por el buen camino» (Riformanze di Potenza Picena, 12 de febrero de 1441, f. 755); desaconsejó a las familias los lujos inútiles o los gastos excesivos, motivados por la vanagloria; salió al encuentro de los pobres con diferentes medios, pero especialmente con la institución de Montes de piedad para préstamos con fianza; recuperó a prostitutas, iniciándolas en la práctica de la fe cristiana; mandó excavar pozos y cisternas para las necesidades de la población; promovió el estudio de las ciencias sagradas y profanas, e instituyó bibliotecas, a fin de que los predicadores pudieran acudir a ellas para cumplir su misión.

En esta actividad incansable lo sostuvo una filial y vivísima devoción a la Virgen María, Madre de Dios. La invocaba con frecuencia, le ofrecía cada día la corona del rosario y la visitaba en sus santuarios y especialmente en el de Loreto.

Al recordar esta figura tan luminosa en el VI centenario de su nacimiento, exhorto a los fieles de esa diócesis y de toda la región de Las Marcas a volver a descubrir su mensaje tan actual y su obra, de la que también hoy se tiene mucha necesidad. Que el año jubilar sea para todos un estímulo para renovar su propia vida a la luz del Evangelio, del que Jaime fue predicador incansable e inspirado.

martes, 27 de noviembre de 2018

Reflexión de hoy

Lecturas


Yo, Juan, miré y apareció una nube blanca; y sentado sobre la nube alguien como un Hijo de hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro y en su mano una hoz afilada. Salió otro ángel del santuario clamando con gran voz al que estaba sentado sobre la nube:
«Mete tu hoz y siega; ha llegado la hora de la siega, pues ya está seca la mies de la tierra».
El que estaba sentado encima de la nube metió su hoz sobre la tierra y la tierra quedo segada.
Otro ángel salió del santuario del cielo, llevando él también una hoz afilada. Y del altar salió otro ángel , el que tiene poder sobre el fuego, y gritó con gran voz al que tenía la hoz afilada, diciendo:
«Mete tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque los racimos están maduros»
El ángel metió su hoz en la tierra y vendimió la viña de la tierra y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios.

En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra caliza y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida». Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo».

Palabra del Señor.

Virgen de la Medalla Milagrosa

En la fiesta litúrgica que conmemoramos hoy se recuerdan las apariciones de la Virgen María a Santa Catalina Labouré (27 de noviembre), acontecidas el 27 de noviembre de 1830 en París, en la capilla de la casa madre de la Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Esta aparición dio origen a la Medalla Milagrosa y de ella tomó también su nombre la fiesta de la Inmaculada de la Sagrada Medalla, instituida por León XIII, el 23 de julio de 1894.

LA HISTORIA

Comenzamos situándonos en la noche del 18 al 19 de julio de 1830, por entonces fiesta de San Vicente de Paúl ( 27 de septiembre). Catalina, que estaba en oración, se ve sobresaltada por la aparición de la Virgen en un sillón. La entonces »novicia» de las Hijas de la Caridad «se arrodilla sobre las gradas del altar, con las manos apoyadas en las rodillas de la Virgen» y María abre su corazón angustiado a Catalina, justamente una semana antes del inicio de la revolución que padece Francia en el mes de julio. Parece como si la Madre quisiese preparar el ánimo de la joven: Sufrirás mucho, pero lo superarás pensando en que lo harás por la gloria del buen Dios; te contradirán, pero tendrás la gracia de convencer inspirada en la oración. Sucederán infortunios de toda clase: entre el clero habrá muchas víctimas, morirá el señor arzobispo, la Cruz será despreciada, la sangre correrá por las calles, todo el mundo estará sumido en tristeza'..., pero venid al pie de este altar donde se derramarán gracias sobre todas las personas que las pidan con confianza y fervor.

Catalina confía a su confesor lo referido y calla hasta que el 27 de noviembre de 1830, en la oración de la tarde, ve una especie de medalla en movimiento con la Virgen María en el anverso y una serie de signos en el reverso.

¿Qué vio Catalina en el anverso y en el reverso de la medalla? Según sus escritos, la Santísima Virgen llevaba »un vestido liso de seda blanco-aurora sin costura; un velo blanco que le cubría la cabeza y le descendía por ambos lados hasta los pies; sobre su cabello liso, una especie de pañoleta terminada en un pequeño encaje aproximadamente de dos dedos de ancho. Tenía el rostro bastante descubierto y sus ojos tan pronto se elevaban al cielo como miraban a la tierra, era bellísimo; en sus manos elevadas a la altura del estómago de una manera muy natural llevaba una esfera o globo, con una crucecita de oro encima, que representaba al mundo, ofrecido por ella a Nuestro Señor y sus pies se apoyaban en la mitad de otro globo sobre la cabeza de una serpiente de color verdoso con manchas amarillas (...) de pronto, los dedos de aquellas manos que sostenían y ofrecían al mundo se llenaron de anillos y piedras preciosas, de las que salían rayos de luz, siempre extendiéndose hasta llenar la parte baja, de modo que ya no se podían ver sus pies; en lo alto del cuadro, un poco ovalado, había estas palabras: Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti. Al mismo tiempo, Catalina escucha: «Este globo que ves representa al mundo entero y a cada persona en particular; estos rayos de luz son el símbolo de las gracias que distribuyo a las personas que me las piden».

(Será bueno recordar algunos datos significativos: se están percibiendo las consecuencias de la Revolución Francesa. Era un tiempo de decadencia de la Iglesia, interior y exteriormente, donde el racionalismo era fuerte y la fe débil. La Iglesia es incapaz de poner luz en los acontecimientos históricos y comienza el período llamado Restauración. El papa Gregorio XVI se comprometió con la defensa del Antiguo Régimen y de los privilegios eclesiales destruidos por la Revolución; mientras que un, cada vez mayor, grupo de jóvenes —laicos y clérigos— empieza a preguntarse si no será posible conciliar las corrientes nuevas con el catolicismo sin ser traidores ni a la fe cristiana ni a la Iglesia. La cosa no era fácil: en este año (1830) hubo serios ataques contra la Iglesia: se destruyen varios seminarios, se persigue a las órdenes religiosas, se saquean iglesias y el palacio arzobispal.)

Después el cuadro dio la vuelta. Catalina vio el reverso, pero no lo describe hasta que, un día, en la meditación, oyó una voz que le decía: «La letra M y los dos corazones dicen bastante». Así lo dice su confesor el padre Aladel: «En el reverso vio la letra M con una cruz encima, y debajo los sagrados corazones de Jesús y María». Éstos son los elementos del reverso de la medalla: arriba el signo más importante, la cruz, como naciendo de la letra M e íntimamente entrelazado con ella. Debajo los dos corazones, unidos por los signos del amor: espinas, espada y llamas. Y en torno las doce estrellas del Apocalipsis.

Catalina oye una voz que le decía: Di que acuñen una medalla según este modelo: todas las personas que la lleven recibirán grandes gracias. De esta forma nace, la conocida en todo el mundo, como Medalla Milagrosa.

LA MEDALLA

Posiblemente el que lea estas letras dirá: pues en la medalla la Virgen no está con el globo. Y tiene toda la razón. Algunos estudiosos dicen que hubo dos momentos o fases en la visión del anverso, que fue una visión «en movimiento»: la Virgen del Globo fue dando paso a la Virgen de las manos extendidas. Pero Catalina no dice nada de esto. Después de ver acuñada la medalla insiste en que se esculpa una imagen de la Virgen del Globo y en que se le levante un altar en el mismo lugar donde ella se había aparecido. Es necesario no olvidar esta imagen de María. ¿Qué sucedió con el anverso de la medalla? René Laurentin, al que podemos considerar el mejor conocedor de las apariciones, lo explica de la siguiente manera: El padre Juan María Aladel, confesor de Catalina y responsable último de la acuñación de la medalla, «tenía que traducir la visión y el programa de Santa Catalina a una medalla conforme a la vez al sentido y consignas del arzobispo de París, a las reglas de la Iglesia y, por fin, a la capacidad del pueblo de Dios». Así supo conservar lo esencial, lo que la Virgen quería:

En el anverso

Aparece la Virgen María Inmaculada pisando a una serpiente.
Vemos a la Virgen con las manos extendidas en actitud de conceder algo.
De sus manos salen unos rayos dirigidos al globo. Alrededor la inscripción: Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti.

En el reverso

Una M entrelazada con una Cruz.
El corazón de Jesús coronado de espinas y con llamas en la parte superior.
El corazón de María atravesado por una espada y también con llamas en la parte superior.
Envolviendo a todos los símbolos, doce estrellas.

¿Cuál es el significado de todos estos signos? Jean Guitton escribió en su libro sobre la Virgen de la Medalla Milagrosa, Superstición superada, que la Medalla es un tratado de mariología en miniatura. Es como una alegoría del pensamiento global de la Iglesia. Pablo VI (6 de agosto) escogió las apariciones de la Virgen a Santa Catalina, Santa Bernardita (18 de febrero y 11 de febrero) y a los niños de Fátima ( 20 de febrero y 13 de mayo) como los tres signos marianos actuales, más significativos en la Iglesia. Otros han dicho que es un catecismo en símbolos para la gente sencilla, en una Iglesia pobre que no tenía grandes medios para contrarrestar las ideologías que iban contra Dios, la Virgen y la Iglesia.

No cabe duda de que podemos reflexionar sobre el contenido de la medalla de formas distintas, pero la verdad es que da lo mismo de un modo u otro, las conclusiones son las mismas: en el anverso vemos claramente dos momentos bíblicos-marianos: Génesis 3, 15 y Apocalipsis 12, 1; el principio y el fin de la historia de salvación. En ambos interviene María. En el reverso también dos momentos claves: la profecía que Simeón hace del Niño a María (Lc 2, 35) y la entrega de su Madre que nos hace Cristo exaltado en la Cruz Un 19, 27). Podemos comprender momentos cruciales: natividad donde el Hijo de Dios nace del seno de la Virgen María como la Cruz nace de la letra M o la pasión representada en la unión de los dos corazones entrelazados por el amor y el sufrimiento: llamas, espinas y espada.

El padre Vicente de Dios, en su libro La Milagrosa, no duda en resumir de la siguiente forma: «El misterio mariano queda increíblemente plasmado en la medalla. Vemos en el anverso su mediación, su realeza, su inmaculada concepción. Vemos en el reverso su maternidad divina, su íntima unión con el Hijo, su cooperación a la redención, su maternidad espiritual, su calidad de miembro-modelo-madre de la Iglesia, su asunción... Todo ello, inserto bien a los ojos en las dos grandes dimensiones que garantizan la autenticidad de la devoción mariana: María en el misterio de Cristo y en el misterio de la Iglesia. En la Medalla Milagrosa se condensan de igual modo los fundamentos bíblicos de la mariología y los pasajes marianos del Evangelio. Desde el Génesis al Apocalipsis desfila el entramado de la historia de la salvación, donde un corazón humano, traspasado por una espada ardiente y dolorosa, se mantiene unido a un corazón divino, punzado de espinas y henchido de llamas».

Un resumen del contenido doctrinal de la Medalla Milagrosa puede ser éste: por una parte se expresa el papel de María en el conjunto de la historia de salvación, desde el principio –expresado en el Génesis– hasta el final –visto en el Apocalipsis–. Contemplamos el protoevangelio: la mujer que manifiesta su victoria sobre la serpiente, es decir, sobre el mal que es victoria ante todo de Jesucristo, pero también de María. Las doce estrellas que simbolizan las doce tribus de Israel y la Iglesia, como hacen notar los comentaristas de la Biblia de Jerusalén. El todo de la medalla nos muestra la íntima unión con Jesucristo que, al fin, es lo principal, ya que la Virgen María, sin esa vinculación con Jesús, no seria más que un personaje más o menos importante, pero, vista desde su unión con Jesús, es la criatura excelsa y admirable. Por eso, nadie como ella ha gozado de los grandes privilegios como son el de la Inmaculada, ser intercesora de todas las gracias, ser corredentora y, sobre todo, ser Madre natural de Cristo y espiritual de todos los hombres.

 EL TRIUNFO DE LA MEDALLA

¿Qué signos podemos aducir para poder hablar con fundamento del «triunfo» de la Medalla Milagrosa? Veamos:

El nombre de «Milagrosa» lo dio el pueblo a la misma medalla. Fueron las personas necesitadas, los pobres, los que la llamaron Medalla Milagrosa. Ellos se fiaron del lema que la adorna: «Oh María..., ruega por nosotros que recurrimos a ti».

La extensión. Sin más propaganda que ella misma. Nunca en torno a la Medalla hubo señales maravillosas. Solamente ha existido la señal sentida por el devoto que ha acudido a ella con fe. Antes de la muerte de sor Catalina, acaecida el 31 de diciembre de 1876, se habían distribuido por todo el mundo más de mil millones de medallas, hasta el punto que el canónigo Quentin afirma: «Sin miedo a que se nos contradiga, podemos afirmar que la fabricación y venta de la medalla constituye un hecho extraordinario».

De igual modo, la divulgación del escrito confeccionado por el padre Aladel, confesor y director espiritual de la vidente, sobre el origen y efectos de la nueva medalla, resulta extraordinario. Se cuentan más de ocho ediciones en Francia y no se sabe, a ciencia cierta, cuántas traducciones en otras naciones.

Por no hablar de la cantidad de hechos juzgados extraordinarios —en el sentido del pueblo «milagrosos— que se atribuyen a la Medalla: conversiones y curaciones. Entre ellas está la conversión del judío Ratisbona en el mismo corazón de Roma.

Otra señal es la que la misma Iglesia le ha dado. Cuando en 1954 el papa Pío XII ('9 de octubre) proclamó el Año Mariano, uno de los signos que el mismo papa escogió para demostrar el marianismo universal de la Iglesia fue la Medalla Milagrosa, juntamente con el recuerdo de Lourdes y Fátima, sin duda los signos más marianos de los siglos XIX y XX.

CULTO Y DEVOCIÓN

El culto y la devoción verdadera, debe ser, como dijo el Señor «en Espíritu y en Verdad», es decir, fruto del convencimiento y de la fe. No es un afecto transitorio ni una vana credulidad, sino que procede de la fe verdadera por la que somos llamados a conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos incitados al amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes. Son, pues, tres los elementos que exige la verdadera devoción:

Conocimiento: lo que no se conoce no se ama.

Amor: como acto principal de toda devoción.

Imitación: de las virtudes de la Virgen según el propio estado.

Así, las formas de expresar la devoción, son múltiples. Depende de las personas y de la cultura de las mismas. El Concilio Vaticano II dice que María es modelo de todas las virtudes, pero de manera especial de la fe, de la esperanza y de la caridad; asimismo las que se manifiestan en el Magníficat: humildad, gratitud y estar a favor de los pobres.

Como modelo de fe, acoge la palabra de Dios, que para ella fue premisa y camino de maternidad divina. Al decir «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra hizo que la fe envolviera, de alguna manera, todas las relaciones de María con Jesús, desde la Encarnación hasta la venida del Espíritu Santo.

Como modelo de esperanza, María es imagen del gozo de nuestra vida futura glorificada ya en el cielo. En ella se han cumplido todas las promesas de salvación que se cumplirán, un día, en nosotros.

Como modelo de amor a Jesús, María se consagró totalmente a él desde el momento de su concepción hasta que expiró en la Cruz.

Pablo VI pone de manifiesto otras actitudes de María, su actitud orante y oferente. Orante, cuando juntamente con los discípulos y las otras mujeres perseveraba en la oración. María aparece como orante en la Iglesia que nace y en toda la historia de la Iglesia porque en el cielo sigue intercediendo por la gran familia de los hijos de Dios. Es oferente, como se ve en la fiesta de la presentación, teniendo en cuenta la profecía del anciano Simeón, se orienta hacia el acontecimiento salvífico de la Cruz. San Bernardo (20 de agosto), en un sermón sobre la Virgen, dice: «Ofrece a tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el fruto de tu vientre. Ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa, agradable a Dios».

Teniendo en cuenta todo el conjunto de las apariciones y los misterios marianos que presenta la Medalla Milagrosa, no es difícil encontrar esas actitudes que Pablo VI expone en su exhortación para ofrecer un culto recto a la Virgen María. La actitud orante y oferente es clara en la Virgen del Globo y en el anverso de la medalla; en el reverso muestra su fe y su participación en el misterio salvador de Cristo.

No cabe duda que el culto y la devoción a la Virgen María sigue manteniéndose por los valores de la misma medalla, pero también porque son muchas las organizaciones que han surgido en torno a ella o han encontrado un hálito de vida en ella: Sacerdotes de la Misión de San Vicente de Paúl (padres paúles) e Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl establecen en sus constituciones la importancia de la acción de María en su camino de entrega: «Divulgaremos el especial mensaje manifestado por su maternal benevolencia en la sagrada Medalla Milagrosa».

Las asociaciones que tienen su origen, directa o indirectamente, en la Medalla Milagrosa son numerosas: los Hijos e Hijas de María, hoy Juventud Mariana Vicenciana; la Asociación de la Medalla Milagrosa; la visita domiciliaria de la Virgen Milagrosa... Así como la Legión de María, fundada por el irlandés Frank Duff, para quien colocar una Medalla Milagrosa es introducir a María en un hogar y en un alma. La medalla es su mejor arma de apostolado. La Milicia de María Inmaculada, fundada por San Maximiliano Kolbe (' 14 de agosto), víctima en el campo de concentración de Auschwitz, que pide a todos los miembros de la Milicia llevar y propagar la Medalla Milagrosa y rezar todos los días la invocación de «Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti y por los que no recurren». La novena perpetua a la Milagrosa, fundada en Estados Unidos por el misionero padre Skelly... Y tantas otras que tienen en María Inmaculada de la Medalla Milagrosa su ejemplo de vida y de apostolado.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Reflexión de hoy

Lecturas


Yo, Juan, miré y he aquí que el Cordero estaba de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabado en la frente su nombre y el nombre de su Padre. Oí también como una voz del cielo, como voz de muchas aguas y como voz de un trueno poderoso; y la voz que escuché era como de citaristas que tañían sus citaras.
Estos siguen al Cordero adondequiera que vaya. Estos fueron rescatados como primicias de los hombres para Dios y el Cordero. En su boca no se halló mentira: son intachables.

En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas, y dijo:
«En verdad os digo que esa viuda pobre ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».

Palabra del Señor.

San Juan Berchmans

San Juan Berchmans nació en Diest, pequeña villa de Flandes, Bélgica, el 1599. Nació el 13 de marzo y murió otro 13, el de agosto. No importa. La superstición no tenía cabida en su vida. Todos los días son regalo de Dios. 

Su padre Juan, curtidor de pieles, y su madre Isabel, eran buenos cristianos. Tuvieron cinco hijos, de los que tres se consagraron al Señor. Murió pronto la madre, y al final el padre se ordenó sacerdote.

Nuestro santo fue el ángel del hogar, fiel ayudante de su madre. Inició sus estudios en el Seminario de Malinas, luego entro en el Noviciado de los jesuitas de la misma ciudad. Más tarde pasó a Roma. En el Seminario y en el Noviciado se distinguió por su candor, estudio y piedad.

Su devoción a la Virgen era proverbial. Sentía hacia ella un cariño tierno, profundo, confiado y filial. "Si amo a María, decía, tengo segura mi salvación, perseveraré en la vocación, alcanzaré cuanto quisiere, en una palabra, seré todopoderoso". A ella dedico su Coronita de las doce estrellas.

Pululaban por entonces los errores de Bayo, catedrático de Escritura en Lovaina, quien afirmaba que María habla sido concebida en pecado.

Los teólogos Belarmino y Francisco de Toledo intervienen para esclarecer la verdad. Es curioso notar que el gran teólogo español Juan de Lugo atribuye el movimiento a favor de la Inmaculada a las oraciones de Berchmans.

El mismo Lugo insiste en que el decreto de 24 de mayo de 1622 se ha conseguido por la influencia sobrenatural de Juan Berchmans. En él se confirman las constituciones de Sixto VI, Alejandro VI, San Pio V y Pablo V. Se manda severamente que nadie, ni de palabra ni por escrito, se atreva a afirmar que la Santísima Virgen María fue concebida en pecado, y se solemniza la fiesta de la Inmaculada.

En el último año de su vida Juan se había comprometido, firmando con su propia sangre, a "afirmar y defender dondequiera que se encontrase el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María".

Los santos han practicado en grado heroico todas las virtudes. Pero suelen distinguirse en alguna de ellas. ¿Cuál es la virtud característica de Berchmans? El deseaba practicarlas todas por igual. Su obsesión, su locura de santo, era la fidelidad en observar perfectamente sus obligaciones, sin excusas ni escapismos. "La virtud más eminente, es hacer sencillamente, lo que tenemos que hacer", decía Pemán en El Divino Impaciente.

Aparentemente no había hecho nada, nada llamativo. Pero vivió "apasionado por la gloria de Dios". "Quiere trabajar sin perder la más pequeña parte de su tiempo". Aprovecha las cruces de la vida diaria: "Mi mayor penitencia, la vida común". "Quiero ser santo sin espera alguna".

Hacía cada cosa en su momento, y sobrenaturalizando la intención. Cuando hay que orar, decía, ora con todo amor. Cuando hay que estudiar, estudia con toda ilusión. Cuando hay que practicar deporte, practícalo con todo entusiasmo. Y siempre con más amor, en cada instante del programa diario, bajo la dulce mirada maternal de la Virgen María. Estudiaba con la mirada puesta en el futuro apostolado, en las almas que se le encomendarían. 

Mi mayor consuelo, decía al morir joven, es no haber quebrantado nunca, en mi vida religiosa, regla alguna ni orden de mis superiores, a sabiendas, y advertidamente, y el no haber cometido nunca un pecado venial. Alto y recio mensaje. Es patrono de los que se preparan para el sacerdocio. Murió el 13 de agosto de 1621. Sus últimas palabras fueron: Jesús, María.