martes, 15 de abril de 2025

Semana SANTA 15/04/2025

VIA CRUCIS 2025 - XII Estación

Reflexión del 15/04/2025

Lecturas del 15/04/2025

Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos:
El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo:
«Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».
Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas». En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios. Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios. Y mi Dios era mi fuerza: «Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel. Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».
En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo:
- «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».
Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.
Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?». -
Le contestó Jesús: «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado». 
Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote.
Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: «Lo que vas hacer, hazlo pronto». 
Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres.
Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: “Donde yo voy, vosotros no podéis ir”».
Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?». -
Jesús le respondió: «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde». -
Pedro replicó: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti».
Jesús le contestó: «¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».

Palabra del Señor.

15 de Abril 2025 – Beato César de Bus

En Aviñón, en el territorio de Provenza, beato César de Bus, presbítero, que, tras haberse convertido de la vida mundana, se entregó por entero a la predicación y a la catequesis, y fundó la Congregación de los Padres de la Doctrina Cristiana, para que diese gloria a Dios con la instrucción de los fieles.

Nació en Cavaillon en el seno de una familia noble, procedente del Milanesado. A los 18 años ingresó en la milicia como voluntario en la tropa del conde de Tende, lugarteniente real de Provenza. Era la guerra contra los protestantes. A pesar de ello no perdió su inocencia y su bondad, pero de vuelta a casa, cayó enfermo antes de enrolarse de nuevo. Curado, marchó a París y aquí perdió gran parte de su religiosidad e inocencia. Cayó enfermo y tuvo que regresar a su casa; sucesivamente murieron su padre y un hermano canónigo. Se tonsuró para obtener los beneficios simples de los que disfrutaba su hermano, pero sin tener verdadera vocación. La lectura de la vida de los santos le indujo a su conversión radical y se dedicó a una vida ascética, toda ella volcada en la caridad y la religión.

Fue ordenado sacerdote y se asoció con otros seis sacerdotes, canónigos, en la obra de ejercicios espirituales. Se dedicó a la predicación y al confesionario, a la catequesis y al apostolado de los hospitales. El contacto con las necesidades pastorales de su diócesis le hace Fundador de la congregación de sacerdotes seculares de la Doctrina Cristiana. Los asociados con él para la fundación fueron Miguel Pineli, canónigo de Aviñón, Juan B. Romillón de Isla, Jaime Tomás y Gabriel Miguel; los miembros de la congregación se obligan con voto simple de obediencia, que no los convierte en religiosos; fue aprobada en 1593. Fundó también las Hijas de la Doctrina Cristiana. Los últimos 15 años fueron de prueba para Cesar: perdió la vista, lo que llevó con gran paciencia; 18 meses antes de morir padeció atroces dolores que le duraron hasta el fin. Fue beatificado por el beato Pablo VI el 27 de abril de 1975.

lunes, 14 de abril de 2025

Semana SANTA 14/04/2025

VIA CRUCIS 2025 - XI Estación

Reflexión del 14/04/2025

Lecturas del 14/04/2025

Así dice el Señor:
«Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará. Manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país. En su ley esperan las islas. Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella:
«Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas».
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa.
María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?».
Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando.
Jesús dijo: «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».
Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.
Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.

Palabra del Señor.

14 de Abril 2025 – Santa Liduvina

Liduvina nació en Schiedam, Holanda, en 1380. Su padre era muy pobre y tenía por oficio el de "celador" o cuidador de fincas. Hasta los 15 años Liduvina era una muchacha como las demás: alegre, simpática, buena y muy bonita. Pero en aquel año su vida cambió completamente. Un día, después de jugar con sus amigos iban a patinar y en el camino callo en el hielo partiéndose la columna vertebral.

La pobre muchacha empezó desde entonces un horroroso martirio. Continuos vómitos, jaquecas, fiebre intermitente y dolores por todo el cuerpo la martirizaban todo el día. En ninguna posición podía descansar. La altísima fiebre le producía una sed insaciable. Los médicos declararon que su enfermedad no tenía remedio.

Liduvina se desesperaba en esa cama inmóvil, y cuando oía a sus compañeras correr y reír, se ponía a llorar y a preguntar a Dios por qué le había permitido tan horrible martirio. Pero un día Dios le dio un gran regalo: nombraron de párroco de su pueblo a un verdadero santo, el Padre Pott. Este virtuoso sacerdote lo primero que hizo fue recordarle que "Dios al árbol que más lo quiere más lo poda, para que produzca mayor fruto y a los hijos que más ama más los hace sufrir". Le colocó en frente de la cama un crucifijo, pidiéndole que de vez en cuando mirara a Jesús crucificado y se comparara con Él y pensara que si Cristo sufrió tanto, debe ser que el sufrimiento lleva a la santidad.

En adelante ya no volvió más a pedir a Dios que le quitara sus sufrimientos, sino que se dedicó a pedir a Nuestro Señor que le diera valor y amor para sufrir como Jesús por la conversión de los pecadores, y la salvación de las almas.

Santa Liduvina llegó a amar de tal manera sus sufrimientos que repetía: "Si bastara rezar una pequeña oración para que se me fueran mis dolores, no la rezaría". Descubrió que su "vocación" era ofrecer sus padecimientos por la conversión de los pecadores. Se dedicó a meditar fuertemente en la Pasión y Muerte de Jesús. Y en adelante sus sufrimientos se le convirtieron en una fuente de gozo espiritual y en su "arma" y su "red" para apartar pecadores del camino hacia el infierno y llevarlos hacia el cielo. Decía que la Sagrada Comunión y la meditación en la Pasión de Nuestro Señor eran las dos fuentes que le concedían valor, alegría y paz.

La enfermedad fue invadiendo todo su cuerpo. Una llaga le fue destrozando la piel. Perdió la vista por un ojo y el otro se le volvió tan sensible a la luz que no soportaba ni siquiera el reflejo de la llama de una vela. Estaba completamente paralizada y solamente podía mover un poco el brazo izquierdo. En los fríos terribles del invierno de Holanda quedaba a veces en tal estado de enfriamiento que sus lágrimas se le congelaban en la mejilla. En el hombro izquierdo se le formó un absceso dolorosísimo y la más aguda neuritis (o inflamación de los nervios) le producía dolores casi insoportables. Parecía que ya en vida estuviera descomponiéndose como un cadáver. Pero nadie la veía triste o desanimada, sino todo lo contrario: feliz por lograr sufrir por amor a Cristo y por la conversión de los pecadores. Y cosa rara: a pesar de que su enfermedad era tan destructora, se sentía a su alrededor un aroma agradable y que llenaba el alma de deseos de rezar y de meditar.

Cuentan las antiguas crónicas que recién paralizada una noche Liduvina soñó que Nuestro Señor le proponía: "Para pago de tus pecados y conversión de los pecadores, ¿qué prefieres, 38 años tullida en una cama o 38 horas en el purgatorio?". Y que ella respondió: "prefiero 38 horas en el purgatorio". Y sintió que moría que iba al purgatorio y empezaba a sufrir. Y pasaron 38 horas y 380 horas y 3,800 horas y su martirio no terminaba, y al fin preguntó a un ángel que pasaba por allí, "¿Por qué Nuestro Señor no me habrá cumplido el contrato que hicimos? Me dijo que me viniera 38 horas al purgatorio y ya llevo 3,800 horas". El ángel fue y averiguó y volvió con esta respuesta: "¿Qué cuántas horas cree que ha estado en el Purgatorio?" ¡Pues 3,800! ¿Sabe cuánto hace que Ud. se murió? No hace todavía cinco minutos que se murió. Su cadáver todavía está caliente y no se ha enfriado. Sus familiares todavía no saben que Ud. se ha muerto. ¿No han pasado cinco minutos y ya se imagina que van 3,800?". Al oír semejante respuesta, Liduvina se asustó y gritó: Dios mío, prefiero entonces estarme 38 años tullida en la tierra. Y despertó. Y en verdad estuvo 38 años paralizada y a quienes la compadecían les respondía: "Tengan cuidado porque la Justicia Divina en la otra vida es muy severa. No ofendan a Dios, porque el castigo que espera a los pecadores en la eternidad es algo terrible, que no podemos ni imaginar.

En 1421, o sea 12 años antes de su muerte, las autoridades civiles de Schiedam (su pueblo) publicaron un documento que decía: "Certificamos por las declaraciones de muchos testigos presenciales, que durante los últimos siete años, Liduvina no ha comido ni bebido nada, y que así lo hace actualmente. Vive únicamente de la Sagrada Comunión que recibe".

Santa Liduvina, paralizada y sufriendo espantosamente en su lecho de enferma, recibió de Dios los dones de anunciar el futuro a muchas personas y de curar a numerosos enfermos, orando por ellos. A los 12 años de estar enferma y sufriendo, empezó a tener éxtasis y visiones. Mientras el cuerpo quedaba como sin vida, en los éxtasis conversaba con Dios, con la Sma. Virgen y con su Ángel de la Guarda. Unas veces recibía de Dios la gracia de poder presenciar los sufrimientos que Jesucristo padeció en su Santísima Pasión. Otras veces contemplaba los sufrimientos de las almas del purgatorio, y en algunas ocasiones le permitían ver algunos de los goces que nos esperan en el cielo.

Dicen los que escribieron su biografía que después de cada éxtasis se afirmaba más y más en su "vocación" de salvar almas por medio de su sufrimiento ofrecidos a Dios, y que al finalizar cada una de estas visiones aumentaban los dolores de sus enfermedades pero aumentaba también el amor con el que ofrecía todo por Nuestro Señor.

Cambiaron al santo párroco que tanto la ayudaba, por otro menos santo y menos comprensivo, quien empezó a decir que Liduvina era una mentirosa que inventaba lo que decía. El pueblo se levantó en revolución para defender a su santa y las autoridades para evitar problemas, nombraron una comisión investigadora compuesta por personalidades muy serias. Los investigadores declararon que ella decía toda la verdad y que su caso era algo extraordinario que no podía explicarse sin una intervención sobrenatural. Y así la fama de la santa creció y se propagó.

En los últimos siete meses Santa Liduvina no pudo dormir ni siquiera una hora a causa de sus tremendos dolores. Pero no cesaba de elevar su oración a Dios, uniendo sus sufrimientos a los padecimientos de Cristo en la Cruz.

Y el 14 de abril de 1433, día de Pascua de Resurrección poco antes de las tres de la tarde, pasó santamente a la eternidad. Pocos días antes contempló en una visión que en la eternidad le estaban tejiendo una hermosa corona de premios. Pero aun debía sufrir un poco. En esos días llegaron unos soldados y la insultaron y la maltrataron. Ella ofreció todo a Dios con mucha paciencia y luego oyó una voz que le decía: "con esos sufrimientos ha quedado completa tu corona. Puedes morir en paz".

La última petición que le hizo al médico antes de morir fue que su casa la convirtieran en hospital para pobres. Y así se hizo. Y su fama se extendió ya en vida por muchos sitios y después de muerta sus milagros la hicieron muy popular. Tiene un gran templo en Schiedam. Tuvo el honor de que su biografía la escribiera el escritor Tomás de Kempis, autor del famosísimo libro "La imitación de Cristo".

domingo, 13 de abril de 2025

Reflexión de Cuaresma 13/04/2025

13 de Abril 2025 – Domingo de Ramos - ENTRADA TRIUNFAL EN JERUSALÉN

Un clamor jubiloso en medio de la noche, un momento de luz en medio de las tinieblas, una promesa de gloria delante de la muerte. El contraste nos impresiona: la tristeza se hace más triste, las tinieblas más lóbregas, el dolor más agudo y el miedo más temible. Y en medio de las aclamaciones corren las lágrimas de Dios y se estremecen los corazones de los hombres.

Oculto varias semanas entre las montañas de Efrem, Jesús acababa de aparecer en casa de sus amigos de Betania. Dos días antes, el viernes, fue el convite en casa de Simón el leproso, donde la Magdalena rompió su redoma de nardo. La Pascua se acercaba y las sendas que llevaban a Jerusalén estaban llenas de peregrinos. El Rabbí, con su grupo de discípulos y admiradores, se junta a una de las caravanas. Ya puede presentarse en la Ciudad Santa, porque todo lo que se dijo de Él está cumplido. Es el 10 de Nisán, cuando en las casas hebreas el padre de familia separa el cordero que ha de ser sacrificado cuatro días más tarde; el momento a propósito para que la víctima racional dé también el paso decisivo. La ceremonia va a tener todos los caracteres de una fiesta popular. Por un día, Jesús va a ser el Rey quimérico de las glorias mundanas que aguarda el pueblo de Israel. El río de la peregrinación se remansa en torno suyo: allí está la vanguardia del reino, la turba de las mujeres piadosas, las bandas de los curiosos y los sencillos y los grupos venidos de Galilea, abrigando tal vez la secreta esperanza de conmemorar en un triunfo antiguo del pueblo de Dios el principio de nuevas victorias. Las almas vibraban de júbilo y esperanza, y el Cielo aparecía gozoso como una promesa, abierto como en éxtasis de amor; un Cielo de primavera, que derramaba cataratas de luz sobre los valles en flor y levantaba graciosos murmullos entre los bosquecillos de sicómoros y palmeras, de olivos y de almendros.

El camino serpeaba entre colinas y arroyuelos; a la derecha se alzaba el monte del Olivar; a la izquierda se extiende la hondonada con su ajedrezado de jardines y barbechos de praderas y campos verdeantes. A uno y otro lado, bajo las copas de los terebintos y al resguardo de las tapias y altozanos, empiezan a levantarse las tiendas de los devotos que han venido para pasar aquellos días a la sombra del templo. En un momento todas quedan vacías: hombres, mujeres y niños se juntan al cortejo del Rabbí, hablando de sus resurrecciones, de su doctrina, de su poder y de su bondad. Todos quieren verle y saludarle, y poco a poco la admiración se transforma en entusiasmo, y el entusiasmo estalla en aplausos fragorosos. «Hosanna! ¡Bendito sea el que viene en el nombre del Señor!», exclaman unos. «Hosanna al Hijo de David, al Rey de Israel!», responden otros; y los gritos repercuten por los campos vecinos, llenando el espacio de alborozada alegría.

En otro tiempo, cuando las turbas quisieron proclamarle Rey, Jesús había evitado el clamoreo popular con la fuga; pero ahora, ante esta manifestación tan espontánea y sincera, no solamente se deja llevar, sino que acepta el homenaje, algo inconsciente, de la multitud. Era como el postrer llamamiento a la dureza de corazón de sus enemigos, como argumento irrefragable de que, si iba a la muerte, iba voluntaria y libremente, y no por ninguna violencia y necesidad. Recordaba, además, las palabras con que Zacarías había profetizado este triunfo pasajero: «Alégrate, hija de Sión—había dicho—; salta de gozo, hija de Jerusalén; he aquí a tu Rey, que se acerca a ti, el Justo, el Salvador. Pobre y humilde, avanza sentado sobre una asnilla y un pollino.» La asnilla no ha aparecido todavía; pero Jesús llama a dos de sus discípulos y habla con ellos unos instantes. Allí cerca, en el caserío de Bethfagé, hallarán al animal atado; que lo suelten y se lo traigan, sin pedir permiso a nadie. Si el amo dice algo, responded que el Señor lo necesita. Fue cosa de un momento. La asnilla apareció mansa y silenciosa; los discípulos colocaron las capas sobre sus lomos, Jesús montó encima, y el desfile triunfal siguió avanzando en dirección de la ciudad.

El alborozo era ahora verdadero frenesí, los vítores estremecían el aire, los niños clamaban sin tregua, las mujeres agitaban sus pañuelos, los viejos lloraban; nuevos manifestantes salían a cada momento del bosque blandiendo ramos de palmeras, de arrayanes y de olivos, tremolándolos en alto, arrojándolos en el suelo y tributando al pacífico triunfador las más clamorosas ovaciones. Otros se quitaban sus mantos de fiesta y sus turbantes y los arrojaban al camino por donde iba a pasar el Señor, y la procesión continuaba entre follajes festivos, jirones de salmos, himnos de esperanza y ovaciones apasionadas: «¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito y glorioso sea su reino! ¡Ha llegado el reino de David, nuestro padre! ¡ Paz en el Cielo y gloria a Dios en las alturas!» Media vuelta en el camino, y allá, en el fondo, separada por el valle de Cedrón, bajo el manto de oro de la luz mañanera, proyectándose sobre el azul del Cielo, aparece Jerusalén, la ciudad de la perfecta hermosura, el regocijo de toda la tierra, la fortaleza de Dios fundada sobre collados altísimos, según las expresiones de los profetas, que ahora recordaba la triunfante comitiva. Altos muros, robustos torreones, edificios soberbios, palacios deslumbrantes, plazas bulliciosas, pórticos interminables, y dominándolo todo; el Templo, maravilla del mundo, orgullo de Israel y resumen de su historia, con sus murallas ciclópeas, sus puertas monumentales, sus pirámides y sus torres y sus arcadas y sus magníficas galerías cubiertas de plata y de mármol, en cuya brillante superficie, como en una montaña de nieve, relampagueaba la claridad de aquel día primaveral, un grito de admiración salió de todas las gargantas: habían llegado a la corte del gran rey, tenían delante los alcázares escogidos por Jehová, el trono en que había de triunfar la gloria del Mesías. Redoblaban los vítores, aumentaba el regocijo y engrosaba la muchedumbre, presa de una verdadera exaltación. Sólo Jesús parecía ajeno a aquella algarabía de fiesta; véasele absorto y como indiferente a cuanto rebullía en torno suyo. Su mirada, húmeda de compasión, se fijaba tenazmente en los pináculos y contrafuertes de la ciudad; los que caminaban junto a Él vieron las lágrimas correr por su rostro; mientras de sus labios salían estas conmovedoras palabras: «¡Ah Jerusalén, si conocieses, al menos hoy, lo que se te ha dado y lo que te puede traer la paz! Mas ahora todo está oculto a tus ojos. Tiempo vendrá en que tus enemigos te cercarán con trincheras y te estrecharán por todas partes. Te echarán por tierra a ti y a tus hijos, sin dejar en ti piedra sobre piedra, porque no conociste el día en que Dios te visitó para salvarte.»

A pesar de este incidente, los vivas continuaban, y la muchedumbre, que con sus ramos semejaba un bosque ambulante, descendía la pendiente del monte Moría. La primera cohorte cruzaba ya las puertas, y los ecos del vocerío iban a perderse entre los pórticos del Templo. «¿Qué sucede?», preguntaban las gentes desde las terrazas. Y algunas voces respondían: «Es Jesús, el Profeta de Nazareth.» Las calles se llenaban de curiosos; los espectadores se arracimaban en las azoteas, y por todas las encrucijadas venían grupos compactos, ansiosos de presenciar el espectáculo sublime. Pero no todos sonreían ni aplaudían. Había también fariseos altivos y severos, sacerdotes juiciosos y sensatos, que temblaban ante aquella deliciosa gritería. Para los prudentes, aquello era un verdadero desvarío; para los conservadores, un conato de revolución. Todo el que tenía un nombre, una dignidad, una escuela, un comercio, un negocio, un fragmento de autoridad en la plaza o en el Templo, tenía que sentirse profundamente alarmado; no podía aplaudir. Y si, además, tenía el corazón envenenado por el odio o por la envidia, en vez de aplaudir, debía rabiar y temblar. Sin embargo, en vista de aquel mar embravecido y de aquel estallido espontáneo de los nobles sentimientos del pueblo, las fuerzas vivas de la ciudad estuvieron bastante mesuradas y respetuosas. En nombre de todas ellas, unos cuantos señores graves, que escondían el miedo bajo los mantos doctorales, se acercaron a Jesús para decirle: «Maestro, haz callar a tus discípulos, pues sus gritos os comprometen y nos pueden comprometer a todos.» Y Jesús sin detenerse, contestó: «Yo os digo que si ellos callan, las piedras darán voces.» Era una declaración de guerra, un testimonio más de que Él era el Cristo, el que venía en el nombre del Señor. Y a pesar de los envidiosos y los timoratos. Jesús llegó hasta el Templo, dejó allí su cabalgadura y empezó a enseñar, a curar, a consolar y a discutir.

Tal es el ruidoso acontecimiento que la Iglesia conmemora en este día. También ella quiere reconocer la realeza de su Fundador. La Jerusalén de las almas se levanta como un solo hombre para salir al encuentro del divino Fundador. Jesús comienza su reinado en la tierra. En vano le rechaza Israel, tratando de borrar el título de la Cruz; «Jesús Nazareno, Rey de los judíos.» Es preciso que se cumpla la promesa que hizo el ángel a María: «El Señor le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre.» Dios le dará otro pueblo escogido, un Israel espiritual, que formará el imperio más grande de la tierra, y, al llegar el aniversario de este misterio glorioso, millones de almas repetirán el grito de los peregrinos de Galilea, «¡Hosanna al hijo de David!» Como un eco de la gloria de aquel día, nace en la Iglesia la procesión de los ramos. La veremos aparecer en Jerusalén desde el siglo IV; en el siguiente se extiende por todas las regiones orientales, y algo más tarde, en tiempo de San Gregorio Magno, el rito se había hecho popular en todo el Occidente. El sacerdote bendice los ramos, los inciensa, los rocía con el agua bendita; destinados a glorificar a Cristo, esos humildes ramos de olivo, de palma, de boj o de laurel tienen un carácter sagrado: los fieles los reciben con respeto, los besan con fe, los blanden con amor; la procesión desfila alborozada, como antaño por la falda de Gethsemaní; el júbilo salta en los ojos, el amor vibra en las voces, y parece como si se viese al mismo Cristo bendiciendo a la multitud, mientras los sacerdotes repiten las aclamaciones evangélicas y el coro de los niños canta el poema que un obispo español del siglo IX compuso en el sótano de una cárcel a Cristo triunfador: «Gloria, laus et honor tibi sit, Rex. Christe, redemptor, cui puerile decus prompsit hosanna pium.»

VIA CRUCIS 2025 - X Estación