viernes, 15 de agosto de 2025

15 de Agosto 2025 – Asunción de la Virgen María

La vida de la Virgen es toda ella una fulgurante sucesión de divinas maravillas. Primera maravilla: su Inmaculada Concepción. Última maravilla: su gloriosa Asunción en cuerpo y alma a los cielos. Y, entre la una y la otra, un dilatado panorama de gracia y de virtudes en el cual resplandecen como estrellas de primera magnitud su virginidad perpetua, su divina Maternidad, su voluntaria y dolorosa cooperación a la redención de los hombres.

 La perpetua virginidad de María y su divina Maternidad fueron ya definidos como dogmas de fe en los primeros siglos del cristianismo. La Inmaculada Concepción no lo fue hasta mediados del siglo XIX. Al siglo XX le quedaba reservada la emoción y la gloria de ver proclamado el dogma de su Asunción en cuerpo y alma a los cielos.

 Memorable como muy pocos en la historia de los dogmas aquel 1 de noviembre de 1950. Sobre cientos de miles de corazones, que hacían de la inmensa plaza de San Pedro un único pero gigantesco corazón —el corazón de toda la cristiandad—, resonó vibrante y solemne la voz infalible de Pío XII declarando ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial.

 Esta suprema decisión del Romano Pontífice es el coronamiento de un proceso multisecular. Nosotros gustamos el dulce sabor de ese fruto sazonado de nuestra fe, pero su savia y sus flores venían circulando y abriéndose en el jardín de la Iglesia desde la más remota antigüedad cristiana.

 En la encíclica Munificentissimus Deus, que nos trajo la jubilosa definición del dogma, se hace un minucioso estudio histórico-teológico del mismo. Siglo tras siglo y paso por paso se va siguiendo con amoroso deleite el camino recorrido por la piadosa creencia hasta llegar, ¡por fin!, a la suprema exaltación de la definición ex cathedra.

 En efecto, ya desde los primeros siglos cristianos palpita esta verdad en el seno de la Iglesia. Es una verdad perenne como todas las contenidas en el sagrado arcano de la Revelación. Pero en el correr de los tiempos aquella suave palpitación primera fue acentuándose y haciéndose cada vez más fuerte, más insistente, más apremiante.

 Comienza la encíclica recordando un hecho. Nunca dejaron los pastores de la Iglesia de enseñar a los fieles, apoyándose en el santo Evangelio, que la Virgen Santísima vivió en la tierra una vida de trabajos, angustias y preocupaciones; que su alma fue traspasada por el fiero cuchillo profetizado por el santo anciano Simeón; que, por fin, salió de este mundo pagando su tributo a la muerte como su Unigénito Hijo... ¡Ah! Pero eso no impidió ni a unos ni a otros creer y profesar abiertamente que su sagrado cuerpo no estuvo sujeto a la corrupción del sepulcro ni fue reducido a cenizas el augusto tabernáculo del Verbo divino.

 Esa misma creencia, presente y viviente en las almas, fue tomando formas tangibles y grandiosas dimensiones a medida que la tierra se fue poblando de templos erigidos a la Asunción de la Virgen María. Sólo en España son 28 las catedrales consagradas a la Virgen en ese su sagrado misterio. Y si los templos son muchos, infinitamente más son las imágenes que pregonan a voces el triunfo de la Madre de Dios. Añadid ahora las ciudades, diócesis y regiones enteras, así como Institutos religiosos que se han puesto bajo el amparo y protección de María en esta gloriosa advocación, y tendréis un definitivo argumento de la pujanza de dicha creencia en la masa del pueblo cristiano.

 También los artistas, fieles intérpretes del pensamiento cristiano a través de los tiempos, han rivalizado a su vez en la interpretación plástica del gran misterio asuncionista. Ya en el famoso sarcófago romano de la iglesia de Santa Engracia, en Zaragoza, muy probablemente de principios del siglo IV, aparece una de estas representaciones. El tema se repite después con una profusión deslumbradora en telas, en marfiles, en bajorrelieves, en mosaicos. Basta recordar los nombres de Rafael, Juan de Juanes, el Greco, Guido Reni, Palma, Tintoretto, el Tiziano... Y no son todos. A la misma altura y con la misma elocuencia que ellos con sus pinceles, proclamaron su fe con su gubia nuestros incomparables imagineros del Siglo de Oro, reproduciendo el episodio en retablos desbordantes de luz y colorido.

 Pero de modo más espléndido y universal aún —comenta la encíclica de la definición— se manifiesta esta fe en la sagrada liturgia. Ya desde muy remota antigüedad se celebran en Oriente y Occidente solemnes fiestas litúrgicas en conmemoración de este misterio. Y de ellas no dejaron nunca los Santos Padres de sacar luz y enseñanzas, pues sabido es que la liturgia, siendo también una profesión de las celestiales verdades..., puede ofrecer argumentos y testimonios de no pequeño valor para determinar algún punto particular de la doctrina cristiana.

 Podrían multiplicarse indefinidamente los testimonios de las antiguas liturgias, que exaltan y ponderan la Asunción de María. Unos brillan por su mesura y sobriedad, como, generalmente, los de la liturgia romana; otros se visten de luz y poesía, como los de las liturgias orientales. Pero todos ellos concuerdan en señalar el tránsito de la Virgen como un privilegio singular. Dignísimo remate, indispensable colofón reclamado por los demás privilegios de la Madre de Dios.

 Pero lo que sobre todo emociona y convence es ver cómo la Asunción se abrió camino con tal éxito y señorío entre las demás solemnidades del ciclo litúrgico, que muy pronto escaló la cumbre de los primeros puestos. Ello estimula eficazmente a los fieles a apreciar cada vez más la grandeza de este misterio. San Sergio I, al prescribir la letanía o procesión estacional para las principales fiestas marianas, enumera juntas las de la Natividad, Anunciación, Purificación y Dormición de María. Más tarde, San León IV quiso añadir a la fiesta, que para entonces había ya recibido el título de Asunción de María, una mayor solemnidad litúrgica, y prescribió se celebrara con vigilia y octava, y durante su pontificado tuvo a gala participar él mismo en su celebración, rodeado de una innumerable muchedumbre de fieles. Fue durante muchos siglos hasta nuestros días una de las fiestas precedidas de ayuno colectivo en la Iglesia. Y no es exagerado afirmar que los Soberanos Pontífices se esmeraron siempre en destacar su rango y su solemnidad.

 Los Santos Padres y los grandes doctores, tanto si escriben como si predican a propósito de esta solemnidad, no se limitan a celebrarla como cosa admitida y venerada por el pueblo cristiano en general, sino que desentrañan su alcance y contenido, precisan y profundizan su sentido y objeto, declarando con exactitud teológica lo que a veces los libros litúrgicos habían sólo fugazmente insinuado.

 Cosa fácil sería entretejer un manojo de textos patrísticos como prueba palmaria de lo que venimos diciendo. Bástenos el testimonio de San Juan Damasceno, del que el mismo Pío XII asegura que "se distingue entre todos como testigo eximio de esta tradición. Considerando la Asunción corporal de la Madre de Dios a la luz de sus restantes privilegios". "Era necesario —dice el Santo— que aquella que en el parto había conservado ilesa su virginidad conservase también sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte. Era necesario que la Esposa del Padre habitase en los tálamos celestes. Era necesario que aquella que había visto a su Hijo en la cruz, recibiendo en el corazón aquella espada de dolor de la que había sido inmune al darlo a luz, le contemplase sentado a la diestra del Padre. Era necesario que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo y que por todas las criaturas fuese honrada como Madre y sierva de Dios."

 Parecidos conceptos expresa San Germán de Constantinopla. Según él la raíz de este gran privilegio de María está en la divina Maternidad tanto como en la santidad incomparable que adornó y consagró su cuerpo virginal. "Tú, como fue escrito —le dice el Santo—, apareces radiante de belleza y tu cuerpo virginal es todo santo, todo casto, todo y por esta razón es preciso que se vea libre de convertirse en polvo y se transforme, en cuanto humano, en una excelsa vida incorruptible: debe ser vivo, gloriosísimo, incólume y partícipe de la plenitud de la vida."

 Siguiendo esta misma trayectoria, los pastores de la Iglesia, los oradores sagrados, los teólogos de todos los tiempos, empleando unas veces el lenguaje sobrio y circunspecto de la ciencia teológica, y hablando otras veces con la santa libertad de la entonación oratoria, en períodos rozagantes de vibrante y encendida elocuencia, han acumulado un sinnúmero de razones que con mayor o menor fuerza parecen exigir y reclamar este hermoso privilegio de María. En su afán de penetrar en la entraña misma de las verdades reveladas y mostrar el singular acuerdo que existe entre la razón teológica y la fe, pusieron de relieve la conexión y la armonía que enlaza la Asunción de la Virgen con las demás verdades que sobre Ella nos enseña la Sagrada Escritura. Para ellos este gran privilegio es como una consecuencia necesaria de amor y la piedad filial de Cristo hacia su Santísima Madre, y encuentran sus raíces bíblicas en aquel insigne oráculo del Génesis que nos presenta a María asociada con nuestro divino Redentor en la lucha y la victoria contra la serpiente infernal. Y por lo que al Nuevo Testamento se refiere, consideran con particularísimo interés las palabras con que el arcángel saludó a María: Dios te salve, la llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre las mujeres. Según ellos el misterio de la Asunción puede ser un complemento lógico de la plenitud de gracia otorgada a la Virgen y una particular bendición, contrapuesta por el Altísimo a la maldición que recayó un día sobre la primera mujer.

 El alma de María estuvo siempre exenta de toda mancha; su cuerpo inmaculado no experimentó nunca la mordedura de la concupiscencia; su carne fue siempre pura y sin mancilla, como puros y sin mancilla fueron siempre su espíritu y su corazón. En María todo fue ordenado, nada hubo de lucha pasional, ninguna inclinación al pecado, todo respiraba elevación, virginidad y pureza, ¿Cómo, pues, podría un cuerpo que era todo luz y candor convertirse en polvo de la tierra y en pasto de gusanos? Y aún cobra mayor fuerza esta argumentación si tenemos en cuenta que la carne de María era y es la carne de Jesús: de qua natus est Iesus. ¿Podría Cristo permitir que aquel cuerpo inmaculado, del que se amasó y plasmó su propio cuerpo, sufriera la humillante putrefacción del sepulcro, secuela y efecto del pecado original? Si el desdoro y humillación de la madre redunda y recae siempre sobre los hijos, ¿no redundaría sobre el mismo Hijo de Dios esta humillación de la Virgen, su Madre?

 El cuerpo de María había sido el templo viviente en que moró durante nueve meses la persona adorable del Verbo encarnado. En ese cuerpo virginal puso el Altísimo todas sus complacencias. Lo quiso limpio de toda mancha. Para ello no escatimó mimos de Hijo ni prodigios de Dios, primero al ser concebido en el seno de Santa Ana, y después al encarnarse en sus entrañas el Hijo del Altísimo. Y si realizó tales prodigios, que implican una rotunda derogación de las leyes por Él mismo establecidas, ¿puede concebirse siquiera que no lo preservara después de la corrupción del sepulcro, cuando para ello bastaba anticipar una prerrogativa que al final de los tiempos disfrutarán todos los elegidos?

 El dogma de la Asunción de la Virgen, en estricto rigor teológico, puede entenderse y explicarse prescindiendo en absoluto del hecho histórico de su muerte. Su núcleo central lo constituye la traslación anticipada de María en cuerpo y alma a los cielos, sea que para ello rindiera tributo a la muerte (como lo hizo el mismo Jesucristo), sea que su cuerpo vivo recibiera inmediatamente el brillo de la suprema glorificación. No han faltado en el correr de los siglos, ni faltan tampoco en nuestros días, quienes juzgan más glorioso para María la glorificación inmediata, sin pasar por la muerte. A nosotros no nos seduce semejante postura, en la que más bien creemos descubrir un error de perspectiva.

 Creemos sinceramente que murió la Virgen, de la misma manera que murió su Hijo Jesucristo.

 "Quiso Dios que María fuese en todo semejarte a Jesús —dice el gran cantor de la Virgen San Alfonso María de Ligorio—; y, habiendo muerto el Hijo, convenía que muriera también la Madre." "Quería, además, el Señor —prosigue el gran doctor napolitano— darnos un dechado y modelo de la muerte que a los justos tiene preparada; por eso determinó que muriera la Virgen María, pero con una muerte llena de consuelos y celestiales alegrías."

 Creemos sinceramente que la Virgen murió. Si su cuerpo hubiera alcanzado la glorificación definitiva pasando sobre la muerte, ¿dejaría de haber en la primitiva literatura cristiana ecos de esa luz y de ese perfume? En la misma literatura canónica no se explicaría fácilmente que no quedaran vestigios de tan extraña y sorprendente maravilla...

 Pero no hay nada. Señal más que probable de que María entregó su vida en un dulcísimo sueño de amor, a la manera que un nardo que se consume al sol exhala en los aires su postrer aroma.

 Más añadamos en seguida que su muerte fue muy distinta de nuestra muerte.

 "Tres cosas principalmente hacen a la muerte triste y desconsoladora: el apego a las cosas de la tierra, el remordimiento de los pecados cometidos y la incertidumbre de la salvación. Pero la muerte de María no sólo estuvo exenta de estas amarguras, sino que fue acompañada de tres señaladísimos favores, que la trocaron en agradable y consoladora. Murió desprendida, como siempre había vivido, de los bienes de la tierra; murió con envidiable paz de conciencia; murió, finalmente, con la esperanza cierta de alcanzar la gloria eterna" (San Alfonso).

 Nada de parecido puede haber, al punto de morir, entre Ella y nosotros. Ni angustias, ni apegos, ni gestos o tirones violentos. Todo en su dichoso tránsito fue apacible y gozoso como la luz que se va, deslizándose dulcemente, silenciosamente, sobre la tierra y el mar por primera y última vez, en excepcional rito fúnebre, la muerte dejó su fatídica guadaña para empuñar en sus manos una llave de oro. Era la llave del paraíso, cuyas puertas se abrían del par en par dejando paso a la Mujer aclamada con voz unánime por los bienaventurados como su Reina y Señora. Los poetas dirían que la muerte de María fue como "el parpadeo de una estrella que, al llegar la mañana, se esconde en un pliegue del manto azul del cielo; como el susurro de la brisa que pasa riendo a través de los rosales; como el acento postrero de un arpa; como el balanceo de una espiga dorada que mecen los vientos primaverales. Así se inclinaría el cuerpo de la Virgen María; así sería el último suspiro de su casto corazón; así brillarían sus ojos purísimos en la hora postrera".

 Esto nos dirían los poetas, tratando primero de adivinar y después de traducir a su lenguaje humano las realidades inenarrables del alma de María al despedirse de la tierra.

 Pero los teólogos nos han dicho más. Remontándose por encima de las realidades de este mundo visible, han querido penetrar en las raíces mismas de esa muerte única que fue la muerte de María, encontrando dichas raíces en la llama inextinguible de amor a su Dios, que consumió y redujo a pavesas su existencia terrena.

 San Andrés Cretense habla de un sueño dulcísimo, de un ímpetu de amor, expresiones que se repiten con frecuencia en otros Padres orientales, como Teodoro de Abucara, Epifanio el Monje, Isidoro de Tesalónica, Nicéforo Calixto, Cosme Vestitor y otros autores.

 Razonamientos similares añoran aquí y allí en los escritores ascéticos y en los más profundos teólogos, como Santo Tomás de Villanueva, Suárez, Cristóbal de Vega, Bossuet, San Francisco de Sales, San Alfonso María de Ligorio. Por ser ambos dos doctores de la Iglesia, citaremos unos textos bellísimos de los dos últimos autores.

 San Francisco de Sales escribe emocionado: "Y pues consta ciertamente que el Hijo murió de amor y que María tuvo que asemejarse a su Hijo en el morir, no puede ponerse en duda que la Madre murió de amor..., Este amor le dio tantas acometidas y tantos asaltos, esta llaga recibió tantas inflamaciones, que no fue posible resistirlas, y, como consecuencia, tuvo que morir...

 Después de tantos vuelos espirituales, tantas suspensiones y tantos éxtasis, este santo castillo de pureza, este fuerte de la humildad, habiendo resistido milagrosamente mil y mil veces los asaltos del amor, fue tomado por un último y general asalto; y el amor, que fue el triunfador, se llevó esta hermosa paloma como su prisionera, dejando en su cuerpo sacrosanto la fría y pálida muerte". Y en otro pasaje dice que, "como un río que dulcemente tornase a su fuente, así Ella se volvía hacia esta unión tan deseada de su alma con Dios... Y habiendo llegado la hora de que la Santísima Virgen debía abandonar esta vida, fue el amor el que verdaderamente hizo la división entre su cuerpo y su alma".

 El autor de Las glorias de María, a su vez, no cede en delicadeza y emoción al obispo de Ginebra. "Entonces se presentó la muerte —escribe el Santo—, no con ese aparato de luto y de tristeza que ostenta cuando se presenta para dar el golpe fatal a los demás hombres, sino rodeada de luz y de alegría. Digo que se presentó la muerte, y digo mal, porque no la muerte, sino el amor divino fue el que rompió el hilo de esta preciosa vida. Y así como una lámpara, antes de extinguirse, entre los últimos destellos lanza uno más brillante y luego se apaga, así también María. Y, al sentir que su Hijo la invitaba a que le siguiera, como una mariposa inflamada en las llamas de caridad, y exhalando grandes suspiros, da uno más intenso y más amoroso, y luego sucumbe y muere. De esta suerte aquella alma grande, aquella paloma del Señor, rompiendo los lazos que la aprisionaban a la tierra, levanta el vuelo y no para hasta llegar a descansar en la gloria bienaventurada, donde tiene su trono y reinará como Señora por eternidades sin fin."

 Sobre las circunstancias de la muerte de María la tradición ha guardado un respetuoso silencio. Pero la piedad ardiente del pueblo cristiano supo tejer una dorada leyenda que, a partir del siglo V, ha iluminado el ocaso de aquella vida con fulgores de estrellas y revoloteos de espíritus celestes, con perfume de azucenas y músicas angélicas. La leyenda nace en el Oriente, pero muy pronto se difunde, en alas del fervor religioso, por todos los ámbitos de la cristiandad, que recibe con avidez todo cuanto exalta la gloria de su Reina. Primero se asoma a las páginas de los libros ascéticos; después se engalana con todas las preseas de la poesía, y por fin se adueña de todas las artes, encaramándose en los retablos de las catedrales, luciendo en la pintura y escultura y vibrando en la música.

 María recibe la palma de su triunfo de manos de un ángel; los apóstoles, dispersos a la sazón por el mundo, se congregan milagrosamente en torno a aquel lecho, que más que lecho mortuorio parece un altar; cantan los ángeles tonadas celestiales... Y Jesús desciende a recoger el alma de su Madre, que se desprende de su cuerpo como un fruto maduro se desprende del árbol.

 Los apóstoles sepultan aquel cadáver sacrosanto, y al tercer día asisten a su triunfal resurrección. He aquí, en síntesis, la dorada leyenda, a un tiempo lírico y dramático, cuyo relato ha enternecido a tantas generaciones cristianas.

 La piedad de nuestros tiempos, más ilustrados y más conscientes, no necesita de leyendas y fantasías para levantar a la Virgen al lugar que por su grandeza le corresponde. No reprochamos, sin embargo, a nuestros mayores su bella y deliciosa ingenuidad. Ni ella fue obstáculo para transformarlos a ellos en unos grandes enamorados de María, ni quiera Dios que nuestra petulante perspicacia nos impida a nosotros amarla tan apasionadamente como los buenos hijos han amado siempre a su madre.

Reflexión del 15/08/2025

Se abrió en el cielo el santuario de Dios y apareció en su santuario el arca de su alianza.
Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está encinta, y grita con dolores de parto y con el tormento de dar a luz.
Y apareció otro signo en el cielo: un gran dragón rojo que tiene siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas, y su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra.
Y el dragón se puso en pie ante la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo cuando lo diera a luz.
Y dio a luz un hijo varón, destinado el que ha de pastorear a todas las naciones con vara de hierro, y fue arrebatado su hijo junto a Dios y junto a su trono; y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios.
Y oí una gran voz en el cielo que decía: «Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo».
Hermanos:
Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto.
Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Pues lo mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos serán vivificados.
Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo, en su venida; después al final, cuando Cristo entregue el reino a Dios Padre, cuando haya aniquilado todo principado, poder y fuerza.
Pues Cristo tiene que reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte, porque lo ha sometido todo bajo sus pies.
En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu
Santo y levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia” ‐ como lo había prometido a “nuestros padres” ‐ en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.

Palabra del Señor.

15 de Agosto 2025 – San Arnulfo, Obispo de Soissons

Nació en Flándes hacia 1040. En su juventud, se distinguió en los ejércitos de Roberto y Enrique I de Francia.

Uno de sus primeros acercamientos con la cerveza se remonta a su época militar en la que, consciente de sus propiedades nutricionales, repartió cerveza entre sus hombres durante una batalla para regenerar sus fuerzas.

Pero Dios le llamó a una batalla más noble, por lo que decidió responder al llamado consagrando su vida al servicio de los hombres. Ingresó entonces al monasterio de San Medardo de Soissons. Después de ejercitarse en la virtud, con la ayuda de la vida comunitaria, se enclaustró en una estrecha celda en la más estricta soledad, entregándose a la oración y la penitencia.

Fue nombrado abad del monasterio y en 1081, un concilio le eligió obispo de Soissons. Fue el pionero en descubrir los efectos beneficiosos del consumo moderado de cerveza, y se le atribuyen milagros como la multiplicación de barriles de esta bebida. Se le atribuye además la constante predicación sobre el “beber cerveza como un salvavidas” ya que en su tiempo, el Santo se percató de que el agua estaba contaminada y era el motivo principal por el que la población se contagiaba de peste. Por lo cual, y debido al proceso de fabricación de la cerveza, en donde el agua queda libre de bacterias tras hervirse. Recomendó constantemente a sus fieles de que siguieran los pasos de los clérigos: consumir cerveza como sustitutivo del agua infectada. De esta forma, evitaba, tanto la propagación de la epidemia como la deshidratación de sus fieles.

Más tarde, renunció a su cargo y fundó un monasterio en Aldenburgo, en Flándes, donde murió en 1087. En un sínodo que tuvo lugar en Beauvais en 1120, el obispo que ocupaba entonces la sede de Soissons presentó una biografía de San Arnulfo a la asamblea y pidió que su cuerpo fuese trasladado a la iglesia. Finalmente, así se hizo.

jueves, 14 de agosto de 2025

Reflexión del 14/08/2025

Lecturas del 14/08/2025

En aquellos días, el Señor dijo a Josué: «Hoy mismo voy a empezar a engrandecerte ante todo Israel, para que vean que estoy contigo como estuve con Moisés. Tú dales esta orden a los sacerdotes portadores del Arca de la Alianza: “En cuando lleguéis a tocar el agua de la orilla de Jordán, deteneos en el Jordán”».
Josué dijo a los hijos de Israel: «Acercaos aquí a escuchar las palabras del Señor, vuestro Dios».
Y añadió: Así conoceréis que el Dios vivo está en medio de vosotros y que va a expulsar ante vosotros a los cananeos.
Mirad, el Arca de la Alianza del Dueño de toda la tierra va a pasar el Jordán delante de vosotros.
Y cuando las plantas de los pies de los sacerdotes que llevan el Arca del Señor, Dueño de toda la tierra, pisen el agua del Jordán, la corriente de agua del Jordán que viene de arriba quedará cortada y se detendrá formando como un embalse».
Cuando la gente levantó el campamento para pasar el Jordán, los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza caminaron delante de la gente.
En cuanto los portadores del Arca de la Alianza llegaron al Jordán y los sacerdotes que la portaban mojaron los pies en el agua de la orilla (el Jordán baja crecido hasta los bordes todo el tiempo de la siega), el agua que venía de arriba se detuvo y formó como un embalse que llegaba muy lejos, hasta Adán, un pueblo cerca de Sartán, y el agua que bajaba hacia el mar de la Arabá, el mar de la Sal, quedó cortado del todo.
La gente pasó el río frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza del Señor estaban quietos en el cauce seco, firmes en medio del Jordán, mientras todo Israel iba pasando por el cauce seco, hasta que acabaron de pasar todos.
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
Cuando acabó Jesús estos discursos, partió de Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán.

Palabra del Señor.

14 de Agosto 2025 – Beata Isabel Renzi

En Coriano, de la Emilia, en Italia, beata Isabel Renzi, virgen, que, fundadora de las Pías Maestras de la Virgen Dolorosa, puso todo su empeño para que las niñas pobres recibieran en la escuela una formación humana y catequética.

Nació en Saludecio di Romagna (Rímini), en una familia muy cristiana. Se educó en las clarisas de Mondaino, donde maduró su vocación religiosa. En 1807 ingresó en el monasterio de las agustinas de Pietrarubbia, en el Condado de Carpegna, que tenía fama por la gran espiritualidad y ascesis que reinaba en el monasterio. En este lugar vivió muy feliz. En 1810, un decreto de napoleónico que obligaba a las religiosas regresar a sus casas, impidió que hiciera el noviciado. Tuvo que volver a la vida en familia; este momento fue muy doloroso para ella, pero la forjará para las pruebas que tendría que vivir.

Abandonó su primitivo fervor, pero continuó preguntando al señor en la oración: “¿Señor, qué proyecto tienes sobre mía?”. Un día, mientras estaba cabalgando junto a una criada, fue tirada del caballo. Al levantarse interpretó esta caída como el signo de una llamada por parte del Señor. Pidió consejo a su director espiritual, don Vitale Corbucci, que le dijo que su misión era la de educadora. En 1824, a instancias de su director espiritual, marchó a Coriano, a un centro  de formación, que el Estado Pontificio quería para eliminar la situación de ignorancia y desorden moral frecuentes. En aquella época se hablaba mucho de la fundación de las Hijas de la Caridad de santa Magdalena de Canossa; Isabel, quiso unir el centro de Coriano con las Hijas de la Caridad, pero las negociaciones se prolongaron durante años sin resultado. Santa Magdalena, aconsejó a Isabel, que se ocupase del centro de Coriano hasta que se aclarase la situación. 

A su alrededor se congregó una pequeña comunidad de mujeres a las que llamó "Pobres del Crucifijo, retiradas de Coriano". Poco a poco comprendió que su misión era la educación. Y fue en 1839, cuando fundó en Rímini, las Maestras Pías de la Bienaventurada Virgen María Dolorosa y que tuvo la aprobación del obispo de Rímini. Congregación que nacía para lograr "una vida religiosa hecha de trabajo y de oración en la paz doméstica y en la caridad fraterna". Su Instituto se extendió rápidamente. Ella vivió siempre en la oración, la caridad y una inmensa confianza en la Providencia. Falleció en Coriano. Sus restos se veneran en la capilla de la Casa Madre de Coriano. 

Junto a las Maestas Pias de la Dolorosa, está el Movimiento Per l’Alleluia, aprobado en 1994, constituido por laicos que viven la espiritualidad y el carisma de la beata Isabel en todos los ámbitos de la vida cotidiana.

miércoles, 13 de agosto de 2025

Reflexión del 13/08/2025

Lecturas del 13/08/2025

En aquellos días, Moisés subió de la estepa de Moab al monte Nebo, a la cima del Pisgá, frente a Jericó; y el Señor le mostró toda la tierra: Galaad hasta Dan, todo Neftalí, el territorio de Efraín y de Manasés, y todo el territorio de Judá hasta el mar occidental, el Negueb y la comarca del valle de Jericó (la ciudad de las palmeras) hasta Soar; y le dijo: «Esta es la tierra que prometí con juramento a Abrahán, a Isaac y a Jacob, diciéndoles: “Se la daré a tu descendencia”.
Te la he hecho ver con tus propios ojos, pero no entrarás en ella».
Y allí murió Moisés, siervo del Señor, en Moab, como había dispuesto el Señor.
Lo enterraron en el valle de Moab, frente a Bet Fegor; y hasta el día de hoy nadie ha conocido el lugar de su tumba.
Moisés murió a la edad de ciento veinte años; no había perdido vista ni había decaído su vigor. Los hijos de Israel lloraron a Moisés en la estepa de Moab durante treinta días, hasta que terminó el tiempo del duelo por Moisés.
Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos, los hijos de Israel lo obedecieron e hicieron como el Señor había mandado a Moisés.
No surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara; ni semejante a él en los signos y prodigios que el Señor le envió a hacer en Egipto contra el faraón, su corte y su país; ni en la mano poderosa, en los terribles portentos que obró Moisés en presencia de todo Israel.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.
Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. En verdad os digo que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos.
Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».

Palabra del Señor.

13 de Agosto 2025 – Santos Ponciano e Hipólito

Estuvieron toda su vida discutiendo. Y al final murieron juntos, como si nada hubiera pasado.

Uno de ellos se llamaba Ponciano y era papa. El otro, Hipólito y era sacerdote. Los dos pertenecían a la misma Iglesia. Los dos trabajaban por el mismo Cristo. Pero doctrinalmente eran distintos y se pasaron toda la vida discutiendo.

Cuenta la historia que Hipólito incluso se declaró alguna vez antipapa, porque pensaba que la Iglesia se hundía en la miseria en manos de Ponciano, el papa de verdad.

El final fue distinto. Porque los dos se encontraron con el mismo emperador: Maximiliano. El cual agarró a los dos enemigos y los plantó juntos en las minas de Cerdeña, donde tenían que trabajar como animales. Y allí murieron juntos, mártires de su fe. Ahora celebramos su fiesta, su enemistad y su martirio.

Todo esto nos sirve a nosotros para enterarnos de que, dentro de la Iglesia de Dios, hay sitio para todos. Ponciano fue papa durante cinco años; entre los años 230 y 235.

martes, 12 de agosto de 2025

Reflexión del 12/08/2025

Lecturas del 12/08/2025

Moisés se dirigió a todo Israel y pronunció estas palabras. Les dijo: «Tengo ya ciento veinte años, y ya no puedo salir ni entrar; además el Señor me ha dicho: “No pasarás ese Jordán”. El Señor, tu Dios, pasará delante de ti. Él destruirá delante de ti esas naciones y tú las tomarás en posesión. Josué pasará delante de ti, como ha dicho el Señor.
El Señor los tratará como a los reyes amorreos Sijón y Og, y como a sus tierras, que arrasó. El Señor os los entregará y vosotros los trataréis conforme a toda esta prescripción que yo os he mandado. ¡Sed fuertes y valientes, no temáis, no os acobardéis ante ellos!, pues el Señor, tu Dios, va contigo, no te dejará ni te abandonará». Después Moisés llamó a Josué, y le dijo en presencia de todo Israel: «Sé fuerte y valiente, porque tú has de introducir a este pueblo en la tierra que el Señor, tu Dios, juró dar a tus padres y tú se la repartirás en heredad. El Señor irá delante de ti. Él estará contigo; no te dejará ni te abandonará. No temas ni te acobardes».
En aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?».
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial.
¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la pérdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
Igualmente no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños».

Palabra del Señor.

12 de Agosto 2025 – Beato Inocencio XI, Papa

En abril del año 2011, tras la ceremonia de beatificación del papa San Juan Pablo II, se decidió sacar de las grutas vaticanas el cuerpo de quien fuera papa desde 1979 hasta el año 2005. El cuerpo de San Juan Pablo II fue colocado en la basílica de San Pedro, donde hasta hacía unos días se encontraba el cuerpo de quien es considerado por algunos como el Papa más grande del siglo XVII, el Beato Inocencio XI (1611-1689), quien presidió la sede de Pedro desde el año de 1676 al 1689. Tras estos acontecimientos, me preguntaba quién era Inocencio XI y también quién fue Juan Pablo II; por qué quitar del altar a un pontífice beato para colocar a otro, pues como pasa en la sociedad, también en la Iglesia hay Santos populares y de moda que atraen más gente que otros, y éste quizá sea el caso del Beato Inocencio XI.

Su nombre de pila fue Benito Odescalchi, hijo de Livino Odescalchi y de Paola Castelli; y nació en el norte de Italia, en Como. Su familia se dedicaba al comercio y por tanto era rica, debido a este oficio en el que les iba bastante bien. Su padre moriría pronto y junto con tíos y su hermano, fundaron una banca en Génova, que tenía además varias sucursales.

Sus primeras letras las realizó en Como con los jesuitas, estudió derecho civil y derecho canónico, así que, como familiar de banqueros, también fue inculcado en los conocimientos de este oficio. Estudió en la universidad de La Sapienza de Roma y en la Universidad de Nápoles.

No se tienen datos sobre su vocación y su ordenación sacerdotal, pero ya en 1640 el papa Urbano VIII lo nombró protonotario apostólico “participantium” y, poco tiempo después, referendario de los tribunales de la Signatura Apostólica de Gracia y de Justicia. Fue un hombre generoso con los pobres, ya que tras ser nombrado en 1658 legado en la ciudad y territorio de Ferrara, ayudó a la población azotada por una severa hambruna. En 1645 el Papa Inocencio X lo nombró cardenal diácono de San Cosme y Damián y, de 1650 a 1656 ocupó, además, el cargo de obispo de Novara, tras ser consagrado obispo en 1650. En su nueva diócesis utilizó todo los recursos disponibles para ayudar a los pobres y a los enfermos.

Tras su renuncia a la diócesis, partió para Roma, donde fue consultor en diversas Congregaciones. Participó en los cónclaves donde fueron elegidos los papas Clemente IX y Clemente X; finalmente, el 21 de septiembre de 1676, fue elegido obispo de Roma, tomando el nombre de Inocencio XI.

Como pontífice tuvo problemáticas con cardenales franceses, así como el rey de Francia, como también los había tenido en su momento el papa Inocencio X. El papa Inocencio fue un hombre asceta, bondadoso y generoso con los pobres, luchó fuertemente contra el nepotismo del clero, cosa que no acabó por la falta de apoyo de los cardenales; fue, por fin, en el pontificado de Inocencio XII en 1692 cuando desapareció esta práctica. Recordemos que el nepotismo en la Iglesia durante la Edad Media fue usado con frecuencia para mantener oficios, terrenos, títulos y nombramientos, con la finalidad de mantener una línea de poder por parte de clérigos y pontífices. Además de esto, reformó la administración de la Curia y ordenó las finanzas del Estado Pontificio.

Sobre la comunión frecuente y diaria, aprobada siempre por los Padres de la Iglesia y que en la práctica de la vida de la Iglesia no se llevaba, llegó a decir que los fieles asistentes a cada misa, comulgaran, recibiendo sacramentalmente la Eucaristía. Tenía una justa razón para alentar esta práctica, afirmando que la Eucaristía era el pan o alimento que podría escudriñar todas aquellas distracciones espirituales y múltiples escondrijos de la conciencia que con el ojo humano no sería posible ver, por tanto la Eucaristía era vital. Para poderla recibir frecuentemente, era necesario que el confesor lo aprobase, ya que él era quien escudriñaba los corazones de los penitentes. Se preocupó por la preparación de los laicos para que conocieran y recibieran este Sacramento “de manera que con ayuda de los predicadores, párrocos y confesores ayudasen a los laicos a reconocer su propia flaqueza, a fin de que por la dignidad del Sacramento y por temor del juicio divino aprendan a reverenciar la mesa celeste en que está Cristo, y si alguna vez se sienten menos preparados, sepan abstenerse de ella y disponerse para mayor preparación”.

Como he mencionado antes, tuvo problemas con el rey Luis XIV de Francia, ya que éste no respetaba los derechos de la Iglesia. En 1682 el rey convocó en asamblea al clero francés, donde adoptó los cuatro artículos conocidos como “Declaratio cleri gallicani”, en la cual colocaba a la Iglesia como una institución sumisa al Estado. Los clérigos participantes en esta asamblea fueron excomulgados por el Papa, pero para apaciguar la relación, el rey revocó el edicto de Nantes que había firmado el rey Enrique IV de Francia en 1598, donde autorizaba la libertad de culto y de todos los demás, con algunos límites, a los protestantes calvinistas en Francia.

Consiguió un gran éxito cuando, en la guerra contra los turcos, consiguió establecer una alianza entre el emperador austriaco y el rey polaco Jan III Sobieski, gracias a la cual pudo llegar el 12 de septiembre de 1683 la victoria contra los turcos y la liberación de Viena. Luego del triunfo de la batalla de Viena, la Liga Santa llevó a cabo la toma de Hungría, en la que las ciudades de Buda y de Pest serían reconquistadas en 1686.

El Papa Inocencio XI escribió, además de hablar sobre la Eucaristía, también sobre materia de moral y de sistemas morales, así como del error sobre el sigilo de la confesión, para lo cual dijo: “Es lícito usar de la ciencia adquirida por la confesión, con tal que se haga sin revelación directa ni indirecta y sin gravamen del penitente, a no ser que se siga del no uso otro mucho más grave, en cuya comparación pueda con razón despreciarse el primero”, añadida luego la explicación o limitación de que ha de entenderse del uso de la ciencia adquirida por la confesión con gravamen del penitente excluida cualquier revelación; y en el caso en que el no uso se siguiera un gravamen mucho mayor del mismo penitente, se ha estatuido que “dicha proposición, en cuanto admite el uso de dicha ciencia con gravamen del penitente, debe ser totalmente prohibida, aun con la dicha explicación o limitación”.

Tras una larga enfermedad murió el 12 de agosto de 1689 en el palacio del Quirinal, llorado por todo el pueblo romano y fue sepultado en San Pedro. Su proceso de beatificación se vio frenado por la intromisión de Francia durante dos siglos y medio; ya que el proceso comenzó en 1714. Parece ser que el gobierno francés no olvidaba las disputas del rey con el pontífice y por tanto fue suspendido en 1744. Finalmente en el siglo XX se reabrió el proceso y el Venerable Pío XII lo beatificó el 7 de octubre de 1956. Su fiesta tiene lugar el 12 de agosto, que es el aniversario de su muerte.

lunes, 11 de agosto de 2025

Reflexión del 11/08/2025

Lecturas del 11/08/2025

Moisés dijo al pueblo: «Ahora, Israel, ¿qué te pide el Señor, tu Dios, sino que temas al Señor, tu Dios, siguiendo todos sus caminos, y que le ames y que sirvas al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, observando los preceptos del Señor y los mandatos que yo te mando hoy, para tu bien? Cierto: del Señor son los cielos, hasta el último cielo, la tierra y todo cuanto la habita. Mas solo de vuestros padres se enamoró el Señor, los amó, y de su descendencia os escogió a vosotros entre todos los pueblos, como sucede hoy.
Circuncidad vuestro corazón, no endurezcáis vuestra cerviz, pues el Señor, vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, el Dios grande, fuerte y terrible, que no es parcial ni acepta soborno, que hace justicia al huérfano y a la viuda, y que ama al emigrante, dándole pan y vestido. Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto. Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te adherirás a él, en su nombre jurarás.
Él es tu alabanza y él es tu Dios, que hizo a tu favor las terribles hazañas que tus ojos han visto. Setenta eran tus padres cuando bajaron a Egipto, y ahora el Señor, tu Dios, te ha hecho numeroso como las estrellas del cielo».
En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos Galilea, les dijo: «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día».
Ellos se pusieron muy tristes.
Cuando llegaron a Cafarnaúm, los que cobraban el impuesto de las dos dracmas se acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?».
Contestó: «Si».
Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?».
Contestó: «A los extraños».
Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no darles mal ejemplo, ve al mar, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti».

Palabra del Señor.

11 de Agosto 2025 – Santa Clara de Asís

La Dama Clara, «radiante de nombre y más radiante de vida», nació en la ciudad de Asís hacia el año 1193. Su madre sería la Bendita Ortolana de Fiume. Se cree que su padre fue Favorino Scifi, conde de SassoRosso, si bien no es seguro que descendiera de esa noble rama de la familia Scifi. No tenemos datos sobre la infancia de Clara. Tenía dieciocho años cuando oyera predicar a San Francisco los sermones de Cuaresma y su influencia le impulsó a cambiar el curso de su vida. Es probable que le hubiera sido propuesto un casamiento que no le agradaba; Clara fue a ver en secreto al fraile Francisco y le pidió que la ayudase a vivir «según el modo del Santo Evangelio». La conversación que mantuvo con él aumentó su deseo de dejar atrás todas las cosas mundanas y vivir para Cristo. El Domingo de Ramos del año 1212 fue a la catedral de Asís para la bendición de las palmas, pero mientras los demás se adelantaban hacia el altar para recibir sus ramos, una súbita timidez la mantuvo alejada. El obispo se dio cuenta de ello y, bajando del altar, fue a entregarle su ramo.

A la siguiente noche, Clara huyó de su casa y corrió a través de los bosques hasta llegar a la capilla de Porciúncula, en donde Francisco vivía con su pequeña comunidad. Él y sus hermanos habían estado orando ante el altar y salieron a recibirla con cirios encendidos. Ante el altar de la Virgen, Clara se despojó de su magnífica capa. Francisco le cortó los cabellos y le dio su propio hábito penitencial, túnica de burda tela ceñida con su cordón. Entonces, dado que todavía no tenía ningún convento de monjas, la llevó inmediatamente al convento benedictino de San Pablo, en donde fue acogida con afecto.

Cuando en su hogar se dieron cuenta de lo que Clara había hecho, tanto parientes como amigos vinieron a rescatarla. Ella resistió valerosamente cuando trataron de llevarla fuera de allí, y se agarró al altar con tanta fuerza que llegaron a desgarrarle sus ropas. Mostrando entonces su cabeza afeitada les declaró que Cristo la había llamado a su servicio, que no tendría otro esposo y que cuanto más la persiguieran más aferrada estaría a su propósito. Francisco la hizo trasladar al convento de San Angelo di Panzo, en donde su hermana Inés, de catorce años de edad, fue a reunírsele. Eso significaba para ambas más dificultades en perspectiva, pero la constancia de Inés triunfó finalmente y, a pesar de su corta edad, Francisco le dio su hábito también. Más tarde las puso en una casita humilde, anexa a su amada iglesia de San Damián en las afueras de Asís, y en el año 1215, cuando Clara tenía veintidós años, la nombró superiora y le entregó su regla de vida. Pronto su madre y varias mujeres fueron a reunírsele, llegando al número de dieciséis. Todas habían sentido el fuerte llamado de la pobreza y del hábito de arpillera, y sin pesar abandonaron títulos y fortunas para convertirse en las humildes discípulas de Clara. En pocos años, conventos similares fueron fundados en las ciudades italianas de Perugia, Padua, Roma, Venecia, Mantua, Bolonia, Milán, Siena y Pisa, así como en diversas partes de Francia y de Alemania. Inés, hija del rey de Bohemia, estableció un convento de esa orden en Praga, y ella misma tomó el hábito.

Las «Pobres Clarisas», como fueron llamadas, practicaban austeridades que, hasta entonces, eran inusitadas en las mujeres. Iban descalzas, dormían sobre el suelo, observaban la abstinencia perpetua de carne y hablaban únicamente cuando la necesidad o la caridad las obligaban a hacerlo. La propia Clara consideraba ese silencio deseable para evitar los innumerables pecados de la lengua y como medio para mantener el pensamiento fijo en Dios. No contenta con los ayunos y otras mortificaciones que la regla requería, Clara llevaba sobre su piel una burda camisa de crin, ayunaba en las vigilias y cada día de la Cuaresma vivía de pan y agua, y no comía nada algunos días. Francisco o el obispo de Asís tuvieron que ordenarle muchas veces que yaciera sobre un colchón y tomara algo de alimento diariamente.

La discreción llegó con los años, y mucho más tarde Clara escribiría este sabio consejo a Inés de Bohemia: «Como nuestro cuerpos no son de bronce y nuestra fuerza no es la de la piedra, sino que somos débiles y estamos sujetas a enfermedades corporales, te imploro vehementemente en el Señor que evites el excesivo rigor en la abstinencia que yo sé prácticas, para que viviendo y esperando en el Señor puedas ofrecerle razonable servicio y un sacrificio condimentado con la sal de la prudencia.»

Como ya sabemos, Francisco había prohibido a su orden la posesión de rentas o tierras, así como cualquier propiedad, aun común. Los hermanos debían subsistir de las contribuciones diarias que el pueblo hiciera. Clara siguió también ese modo de vida. Cuando dejó su casa repartió entre los pobres todo lo que tenía, sin guardar nada para sus necesidades ni para las del convento. El Papa Gregorio IX propuso mitigar el requerimiento de pobreza absoluta y ofreció fijar una renta anual para las Damas Pobres de San Damián.

Clara, elocuente en su determinación de no romper los votos que hiciera a Cristo y a Francisco, logró el permiso de continuar tal como había comenzado. «Necesito que se me absuelva por mis pecados, pero no deseo ser absuelta de mi obligación de seguir a Jesucristo.» En el año 1228, dos años después de la muerte de Francisco, el Papa concedió a las hermanas de Asís el Privilegiitrn paupertatis o privilegio de pobreza, para que nada pudiera constreñirlas a aceptar posesión alguna. «Aquél que alimenta a los pájaros del aire y da lluvia y alimento a los lirios de los campos no os dejará necesitados de abrigo o de alimento hasta que Él Mismo venga para la eternidad.»

Los conventos de Perugia y de Florencia pidieron y recibieron el mismo privilegio; otros conventos creyeron más prudente moderar esa pobreza. De este modo comenzaron las dos observancias que desde aquellos tiempos han venido perpetuándose entre las Pobres Clarisas, como más tarde fueron llamadas. Las casas que siguen la regla mitigada se llaman Urbanistas, debido a la concesión que les otorgara el Papa Urbano IV en el año 1263. Pero ya en el año 1247 el Papa Inocencio IV publicó una forma revisada de la regla, asentando la propiedad común. Clara, enraizada en el espíritu y tradición de San Francisco, estableció otra regla asentando que su hermanas no debían poseer propiedad alguna, tanto individual como comunalmente. Dos días antes de su muerte esa regla fue aprobada por el Papa Inocencio para el convento de San Damián.

Desde el día en que Francisco la nombrara abadesa hasta el de su muerte, Clara gobernó el convento continuamente, durante un período de casi cuarenta años. Sin embargo, su deseo era estar siempre por debajo de todas las demás, sirviéndolas en la mesa, cuidando las enfermas, lavando y besando los pies de las hermanas cuando, descalzas, regresaban de pedir limosna. Su modestia y humildad eran tales que después de cuidar de las enfermas y rezar por ellas solía pedir a otras hermanas que siguieran cuidándolas, para que su restablecimiento no pudiera ser achacado a sus méritos. Las manos de Clara siempre se hallaban deseosas de ayudar en lo que el trabajo femenino pudiera ayudar a Francisco y a sus frailes. «Disponed de mí como queráis ?le dijo? Soy vuestra, pues he puesto mi voluntad en Dios. Ya no me pertenece.» Era la primera en levantarse, hacía sonar la campana del coro y encendía las velas. Cuando acababa de rezar, su rostro radiaba.

El poder y eficacia de sus oraciones se nos muestran por una anécdota que relata Tomás Celano, un contemporáneo. En el año 1244, el emperador Federico II, entonces en guerra contra el Papa, arrasaba el valle de Espoleto, que era parte del patrimonio de la Santa Sede. En su ejército llevaba muchos sarracenos, y una tropa de esos infieles llegó ante Asís con ánimo de saquear la ciudad. La iglesia de San Damián, que se alzaba en las afueras, fue uno de sus primeros objetivos. Cuando va los infieles comenzaban a escalar las tapias del convento, Clara, que se encontraba enferma entonces, se hizo llevar hasta la puerta y mandó poner el Sacramento ante la vista del enemigo. Postrándose ante él, Clara rezó en alta voz : «¿Es de Tu agrado, oh Dios, entregar a esas bestias las niñas indefensas que yo he alimentado con Tu amor? Te suplico, Señor, que las protejas, pues yo no puedo protegerlas.» Entonces oyó una pequeña voz, como la de un niño, que le decía: «Siempre estarán a Mi cuidado.» Clara oró nuevamente, por la ciudad, y la voz oyóse otra vez, quitando su cuidado. Entonces Clara se volvió hacia las monjas temblorosas y les dijo : «No temáis, pequeñas hijas, confiad en Jesús.» Entonces un súbito terror cundió entre los asaltantes y huyeron apresuradamente. Poco después uno de los generales de Federico puso sitio a la ciudad de Asís, durante muchos días. Clara dijo a sus monjas que ya que habían recibido asistencia de la ciudad le debían ahora toda la ayuda que pudieran darle. Las mandó que cubrieran con cenizas sus cabezas y que como suplicantes rogaran a Dios por la liberación de la ciudad. Durante todo un día con su noche oraron con toda su alma, llorando copiosamente, y entonces «Dios, en su misericordia, hizo que los sitiadores huyeran y su altivo jefe con ellos, por todo lo que habían jurado y blasfemado por tomar la ciudad».

Otra historia, que se hizo muy popular más tarde, nos cuenta cómo Clara y una de sus monjas dejaron el claustro en una ocasión y fueron hasta la Porciúncula para cenar con Francisco, y cómo una luz radiante cundió por la estancia en donde se hallaban juntos. Pero, no obstante, no hay mención contemporánea de esta anécdota ni tampoco ningún escritor lo hizo durante los siguientes ciento cincuenta años, mientras que Tomás de Celano dice que frecuentemente oyó a Francisco advertir a sus hermanos que evitaran asociaciones poco juiciosas con la hermanas y nos asegura que Clara nunca abandonó la clausura de San Damián.

Durante su vida y después de su muerte hubo desavenencias entre las clarisas y los hemanos menores en lo que se refería a sus correctas relaciones. Las monjas mantenían que los frailes tenían la obligación de proveer a sus necesidades tanto espirituales como temporales. Cuando en 1230 el Papa Gregorio IX prohibió a los frailes que visitaran los conventos de monjas sin permiso especial, Clara temió que el edicto condujera hacia la completa extinción de los vínculos que estableciera Francisco. En seguida despidió a todos los hombres agregados a su convento, tanto los que servían a sus necesidades materiales como los que servían las espirituales; si no podía tener unas, no tendría tampoco las otras. El Papa, sabiamente, turnó el asunto al ministro general de los hermanos menores.

Después de largos años de enfermedad, sufrida con paciencia sublime, Clara sintió próximo su fin, en el verano de 1253. El Papa Inocencio IV llegó hasta Asís para darle la absolución haciendo notar : «¡Quiera Dios que yo tenga tan poca necesidad de ella!» A sus monjas ella les dijo : «Alabad al Señor, amadas hijas, pues en este bendito día Jesucristo y su vicario se han dignado visitarme.» Prelados y cardenales se reunieron en torno suyo y mucha gente estaba convencida de que la agonizante era una verdadera santa. Su hermana Inés estaba junto a ella, así como tres de los primeros compañeros de Francisco, Leo, Angelo y Junípero. Leyeron en alta voz la Pasión según San Juan, tal como la leyeran ante el lecho de muerte de Francisco veintisiete años antes. Alguien exhortó a Clara para que tuviera paciencia y ella replicó: «Querido hermano, desde que mediante Su servidor Francisco he conocido la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, no he hallado jamás dolor o enfermedad que pudieran molestarme.» Para sí misma murmuró luego : «Ve sin miedo, alma cristiana, pues tienes buen guía en tu viaje. Ve sin miedo, pues Aquel que te creó te ha santificado, siempre te ha protegido y te ama como a una madre.»

El Papa Inocencio IV y sus cardenales asistieron a los funerales de Clara, la abadesa. El Papa la hubiera canonizado en seguida de no haberle aconsejado contra ello los cardenales presentes. Su sucesor, Alejandro IV, la canonizó después de dos años, en 1255, en Agnani. Su cuerpo, que descansó primero en la iglesia de San Jorge, en Asís, fue trasladado posteriormente a una iglesia construida en 1260 para ese propósito. Unos seiscientos años más tarde, en 1850, fue descubierto embalsamado e intacto, profundamente enterrado bajo el altar, y fue trasladado a un nuevo altar en la cripta en donde, dentro de una urna de cristal, puede verse todavía. En 1804 se hizo un cambio en la regla de las Pobres Clarisas, originalmente orden contemplativa, permitiendo que estas religiosas tomen parte activa en el mundo.

domingo, 10 de agosto de 2025

Reflexión del 10/08/2025

Lecturas del 10/08/2025

La noche de la liberación les fue preanunciada a nuestros antepasados, para que, sabiendo con certeza en que promesas creían, tuvieran buen ánimo.
Tu pueblo esperaba la salvación de los justos y la perdición de los enemigos, pues con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.
Los piadosos hijos de los justos ofrecían sacrificios en secreto y establecieron unánimes esta ley divina: que los fieles compartirían los mismos bienes y peligros, después de haber cantado las alabanzas de los antepasados.
Hermanos:
La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve.
Por ella son recordados los antiguos.
Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.
Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo “vigor para concebir” cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía.
Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Con fe murieron todos éstos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra.
Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver.
Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo.
Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad.
Por fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia».
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.
Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.
Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.
Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo.
Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Pedro le dijo: ‐ «Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?».
El Señor le respondió: ‐ «¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que les reparta la ración de alimento a sus horas?
Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijese para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles. El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos.
Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».

Palabra del Señor.

10 de Agosto 2025 – Beato José Toledo Pellicer

En el lugar llamado El Saler, cerca de Valencia, en España, beato José Toledo Pellicer, presbítero y mártir, que configurado con Cristo, Sumo Sacerdote, imitó con su triunfo en el martirio a Aquél a quien había amado y adorado. 

Nació en Llaurí, Valencia. Hijo de labradores muy católicos, hizo el bachillerato en los Escolapios de Alzira. Después ingresó en el seminario de Valencia. Ordenado en 1934, se entregó con ilusión al ministerio: orquesta, patronato, Acción Católica, círculos de estudios, catecismo y predicación, fueron sus actividades preferidas. Coadjutor de Banyeres. 

Como desde febrero se rumoreaba que iban a quemar la iglesia, los coadjutores se llevaban el Santísimo a sus casas y así, cuando el 22 de julio de 1936 le exigieron las llaves de la iglesia, no fue profanado el sacramento. Seguidamente los sacerdotes y algunos fieles consumieron las hostias consagradas. El beato José se marchó con otro sacerdote a Bocairente pero allí fueron arrestados y devueltos a Bañeres, ingresando en la cárcel. El día 27 fue la quema de las imágenes de la iglesia y los sacerdotes esperaron el martirio; por ello se confesaron el uno al otro. Al otro sacerdote lo pusieron en libertad, y a José lo dejaron salir el 5 de agosto pero a condición de irse a su pueblo de Llaurí. A los dos días de estar allí salió un bando obligando a todos los sacerdotes a presentarse y fueron enviados a trabajar al campo. A José le asignaron cortar aliagas y malezas en el monte. Debió presenciar la quema de objetos sagrados y del archivo de la parroquia. El 10 de agosto por la mañana se le hizo subir a un camión; él vio claro que era su fin y dejó sus enseres a un amigo para que se los diera a su madre. Aquel mismo día fue fusilado en El Saler de Valencia. 

Fue beatificado el 11 de marzo de 2001 por el papa Juan Pablo II en la ceremonia conjunta de los 233 mártires de la persecución religiosa en Valencia de los años 1936-1939.