domingo, 26 de junio de 2016

Homilía



La libertad, tema que plantea la lectura de este domingo, del apóstol San Pablo a los Gálatas, es uno de los bienes más preciados de todos los pueblos, pero, al mismo tiempo, un serio peligro si no sabemos valorarla en su justa medida.

Y la medida está en que, si quiero que me respeten, debo respetar primero la cultura, las ideas, las creencias y los valores de los demás.

“No es una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor” (Gálatas 5,13).

Esto parece una paradoja, pero el amor nos hace libres.

Es fácil experimentarlo en la vida.

El padre, la madre, todo el que ama nunca se siente esclavizado por prestar un servicio, porque el amor rompe las ataduras y prejuicios que nos condicionan.

Cada pueblo tiene un punto de referencia en su propia historia.

Para Israel fue el Éxodo el camino de salida de la esclavitud a la libertad.

También la historia de cada uno es un éxodo personal, donde las diversas experiencias que vivió el pueblo de Israel se transparentan en los quehaceres de los días y en las tradiciones que hemos recibido como herencia cultural, afectiva, económica, relacional... de nuestros padres y familiares.

Pero debemos construir un futuro en libertad y no ser una imagen copiada de ellos.


El egoísmo y la envidia.

San Pablo dice que si nos mordemos y devoramos unos a otros, terminaremos destruidos mutuamente, y nos alerta de dejarnos llevar por las tentaciones de la carne.

De modo que, aunque no lo parezca, estas cosas que se pueden hacer como una muestra de libertad, son, a los ojos de Dios, una esclavitud que nos ata al pecado y al maligno.

Por eso agrega que nos dejemos guiar por el Espíritu, que es quien nos muestra el camino de la libertad de los hijos.

Los extremismos ideológicos, que desembocan en intolerancia y descalificación hacia quienes no piensen, sienten y actúan como ellos.

Están muy presentes en la sociedad de hoy, erigiéndose, a menudo, como paladines de la violencia callejera y de las algaradas contra la policía y las instituciones ciudadanas, ante la complacencia de grupos afines y el silencio cómplice de los políticos que se benefician de este juego sucio.

Hay algo que huele a podrido y nos escandaliza.

La paliza propinada a dos chicas en Barcelona por mostrar la bandera española por cinco encapuchados partidarios de la independencia de Cataluña, es una muestra más de la deriva social, a la que nos abocan los discursos incendiarios de grupos radicales.

Muchos países sufren en sus calles agresiones similares todos los días con la anuencia de gobiernos corruptos y totalitarios, que no admiten las discrepancias y atacan la libertad de las personas, porque no soportan manifestaciones en su contra.

No es nada nuevo ni sorprendente. Santiago y Juan le proponen a Jesús que “baje fuego del cielo” y acabe con los samaritanos que no han querido recibirle.

Aún hoy muchos cristianos tienen esta misma reacción.

Menos mal que Dios no es así.

Invita y propone, pero no impone ni condena.

Otra forma de esclavitud, que nos recuerda también el evangelio, es la excesiva seguridad en uno mismo.

Un hombre se ofrece a Jesús para "seguirle adondequiera que vaya".

Jesús le responde con una realidad.

No necesita proyectos y medios para llevarlos a cabo e invita a sus seguidores a que tomen el ejemplo del “Hijo del hombre, que no tiene donde reclinar la cabeza”.

Creemos que los éxitos en la evangelización van unidos a los derroches económicos y a la utilización de los adelantos tecnológicos de la comunicación social.

Nadie pone en duda su importancia, pero no ofrecen garantías si los responsables no meros transmisores de la fe y no auténticos testigos de la misma.

El apego a los bienes materiales.


Jesús pide para seguirle liberarnos primero de los lastres que nos esclavizan e iniciar una vida nueva con buenas predisposiciones: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el Reino de Dios” (Lucas 9,62).

No ofrece ventajas inmediatas ni seguridades humanas, pero sí un ideal que merece la pena.

El marco de su invitación es el camino, donde aguarda en cada encrucijada para abrir la marcha y marcar sus huellas en pos de la aventura de la fe.

La llamada de Dios a varios profetas, narrada en la Biblia, implica renuncias, contratiempos, problemas y sacrificio, pero es de una fuerza que arrastra y guía hacia el fututo.

La liturgia de este domingo nos presenta como ejemplo a Eliseo, que recibe la vocación profética con el simple gesto de la imposición del manto de Elías sobre sus hombres.

Desde ese momento abandona el campo, sacrifica sus bueyes en ofrenda a Dios y se pone a sus órdenes.

No hay aventura sin riesgos.

Lo saben los alpinistas, los deportistas de élite, los exploradores, los soñadores de nuevas conquistas.

Todos tienen como punto de mira una meta, que una vez lograda, abre el camino a otra, en una perpetua sucesión de retos.

Quien tiene un ideal encuentra siempre razones para alimentar la fe, fortalecer la esperanza y cultivar el amor.


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