El breve relato de San Lucas nos presenta dos procesiones que convergen en Naín, pequeño pueblo de Galilea, ubicado en el Valle de Jezrael.
Una de ellas sigue por un lado a Jesús, ansiosa de escuchar su palabra y testifica con su presencia las maravillas realizadas por el Maestro.
La otra va camino del cementerio para dar sepultura a un joven, hijo único de una madre viuda, que llora desconsoladamente su pérdida.
La tragedia se ceba sobre esta pobre mujer, que queda desvalida y a merced de la caridad pública.
El hijo, todo su sustento y garantía de cara al futuro, yace muerto en el féretro.
Le aguardan tiempos de pobreza y explotación.
El clamor de todos los profetas queda reflejado en la Ley, que pide proteger a huérfanos y viudas de los abusos de gente sin escrúpulos.
Jesús lo sabe, se conmueve en sus entrañas y manda detener la fúnebre comitiva.
“No llores”, le dice a la mujer.
Es sensible al dolor humano como lo será más tarde ante la tumba de Lázaro hasta derramar lágrimas junto a Marta y María.
Se sobrepone.
Él es la Vida que se enfrenta a la Muerte y trae consigo el amor compasivo y misericordioso de Dios, que calma el espíritu y llena de esperanza los corazones.
La muerte no es el final del camino, sino el comienzo de una vida nueva.
“No llores”, nos susurra también al corazón de cada uno de nosotros.
Todos hemos sufrido, en mayor o menor grado, el fallecimiento de un ser querido.
Esto supone una ruptura, a veces cruel, de falsas seguridades…
Fluyen entonces los sentimientos más fuertes, los recuerdos de lo mejorable que pudo ser nuestra relación con él sin hubiéramos aprovechado las oportunidades que tuvimos al alcance, las esperanzas truncadas, la ilusiones rotas y tantos pequeños detalles que marcaron nuestras vidas.
Una de ellas sigue por un lado a Jesús, ansiosa de escuchar su palabra y testifica con su presencia las maravillas realizadas por el Maestro.
La otra va camino del cementerio para dar sepultura a un joven, hijo único de una madre viuda, que llora desconsoladamente su pérdida.
La tragedia se ceba sobre esta pobre mujer, que queda desvalida y a merced de la caridad pública.
El hijo, todo su sustento y garantía de cara al futuro, yace muerto en el féretro.
Le aguardan tiempos de pobreza y explotación.
El clamor de todos los profetas queda reflejado en la Ley, que pide proteger a huérfanos y viudas de los abusos de gente sin escrúpulos.
Jesús lo sabe, se conmueve en sus entrañas y manda detener la fúnebre comitiva.
“No llores”, le dice a la mujer.
Es sensible al dolor humano como lo será más tarde ante la tumba de Lázaro hasta derramar lágrimas junto a Marta y María.
Se sobrepone.
Él es la Vida que se enfrenta a la Muerte y trae consigo el amor compasivo y misericordioso de Dios, que calma el espíritu y llena de esperanza los corazones.
La muerte no es el final del camino, sino el comienzo de una vida nueva.
“No llores”, nos susurra también al corazón de cada uno de nosotros.
Todos hemos sufrido, en mayor o menor grado, el fallecimiento de un ser querido.
Esto supone una ruptura, a veces cruel, de falsas seguridades…
Fluyen entonces los sentimientos más fuertes, los recuerdos de lo mejorable que pudo ser nuestra relación con él sin hubiéramos aprovechado las oportunidades que tuvimos al alcance, las esperanzas truncadas, la ilusiones rotas y tantos pequeños detalles que marcaron nuestras vidas.
“Acercándose al ataúd, lo tocó” (Lucas 7, 14)
Jesús viene a Naín a anunciar la Buena Noticia del Reino.
Trae consigo un talante nuevo, desacostumbrado en un rabí judío, por su forma de hablar, pero, sobre todo, por su forma de actuar.
Es profundamente respetuoso con las mujeres, hasta el punto de no rechazar nunca los favores que le piden.
Lo podemos constatar leyendo atentamente el evangelio.
Los escribas y fariseos se escandalizan.
No comprenden estas muestras de respeto y consideración en una sociedad machista, que las margina, las esclaviza y niega sus derechos.
Jesús nos da ejemplo y sigue siendo una valiosa referencia para liberar a la mujer de las trabas que obstaculizan la plena igualdad con los hombres en la familia, en el trabajo, en el cuidado de los hijos.
Queda mucho camino por recorrer, incluso en las sociedades democráticas, donde tampoco se respeta su dignidad.
El encuentro de Jesús con la viuda, que cumple fielmente la tradición judía de abrir la procesión para enterrar al hijo, deja una huella profunda en la gente que la acompaña.
“Un gran Profeta- exclama- ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo” (Lucas 7)
Nos imaginamos el choque emocional de la mujer ante Jesús y las palabras confortadoras del Maestro, que irrumpe en el abatido mundo de la muerte para hacer resurgir la vida en el joven antes de entregarle a su madre.
Esta compasión no es ajena a la tradición bíblica, tal como aparece en el relato del Libro de los Reyes.
El profeta Elías cura la enfermedad del hijo de la viuda que le ha hospedado en su casa.
El salmo responsorial se hace eco de ambos encuentros salvadores y añade:
“Tú convertiste mi lamento en júbilo. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!” (Salmo 29).
Meditemos estas palabras, que resumen el paso del Señor por nuestra vida.
Los países más desarrollados del mundo no logran inseminar la alegría en el corazón de sus ciudadanos.
La posesión de riquezas no garantiza la felicidad y menos si alimentan y enarbolan la bandera del egoísmo.
Por desgracia, aflora de nuevo el nazismo, la intolerancia y la violencia frente a las corrientes migratorias de los que huyen de la guerra, la esclavitud y el hambre.
Sentimos pánico a todo lo que pueda perturbar nuestra paz y aparente bienestar.
Ya se encargan los periódicos de airear cada día las noticias luctuosas: atentados, venganzas, protestan callejeras, muertes violentas… recreándose en el dolor ajeno y haciendo leña de los árboles caídos.
Algo que se nos escapa de las manos, está deteriorando silenciosamente nuestra convivencia y minando nuestra esperanza.
Fijemos nuestra mirada en Jesús, eterna fuente de esperanza.
El llena, como en la viuda de Naín, los vacíos de nuestro desvalimiento, con su misericordia infinita.
Hemos pasado ya el ecuador del Año de la Misericordia y participado en numerosos eventos organizados por las diócesis y diversas instituciones religiosas para ganar el jubileo y entrar por la “puerta santa” de la alegría a través de la conversión del corazón que la hace posible.
Jesús viene a Naín a anunciar la Buena Noticia del Reino.
Trae consigo un talante nuevo, desacostumbrado en un rabí judío, por su forma de hablar, pero, sobre todo, por su forma de actuar.
Es profundamente respetuoso con las mujeres, hasta el punto de no rechazar nunca los favores que le piden.
Lo podemos constatar leyendo atentamente el evangelio.
Los escribas y fariseos se escandalizan.
No comprenden estas muestras de respeto y consideración en una sociedad machista, que las margina, las esclaviza y niega sus derechos.
Jesús nos da ejemplo y sigue siendo una valiosa referencia para liberar a la mujer de las trabas que obstaculizan la plena igualdad con los hombres en la familia, en el trabajo, en el cuidado de los hijos.
Queda mucho camino por recorrer, incluso en las sociedades democráticas, donde tampoco se respeta su dignidad.
El encuentro de Jesús con la viuda, que cumple fielmente la tradición judía de abrir la procesión para enterrar al hijo, deja una huella profunda en la gente que la acompaña.
“Un gran Profeta- exclama- ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo” (Lucas 7)
Nos imaginamos el choque emocional de la mujer ante Jesús y las palabras confortadoras del Maestro, que irrumpe en el abatido mundo de la muerte para hacer resurgir la vida en el joven antes de entregarle a su madre.
Esta compasión no es ajena a la tradición bíblica, tal como aparece en el relato del Libro de los Reyes.
El profeta Elías cura la enfermedad del hijo de la viuda que le ha hospedado en su casa.
El salmo responsorial se hace eco de ambos encuentros salvadores y añade:
“Tú convertiste mi lamento en júbilo. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente!” (Salmo 29).
Meditemos estas palabras, que resumen el paso del Señor por nuestra vida.
Los países más desarrollados del mundo no logran inseminar la alegría en el corazón de sus ciudadanos.
La posesión de riquezas no garantiza la felicidad y menos si alimentan y enarbolan la bandera del egoísmo.
Por desgracia, aflora de nuevo el nazismo, la intolerancia y la violencia frente a las corrientes migratorias de los que huyen de la guerra, la esclavitud y el hambre.
Sentimos pánico a todo lo que pueda perturbar nuestra paz y aparente bienestar.
Ya se encargan los periódicos de airear cada día las noticias luctuosas: atentados, venganzas, protestan callejeras, muertes violentas… recreándose en el dolor ajeno y haciendo leña de los árboles caídos.
Algo que se nos escapa de las manos, está deteriorando silenciosamente nuestra convivencia y minando nuestra esperanza.
Fijemos nuestra mirada en Jesús, eterna fuente de esperanza.
El llena, como en la viuda de Naín, los vacíos de nuestro desvalimiento, con su misericordia infinita.
Hemos pasado ya el ecuador del Año de la Misericordia y participado en numerosos eventos organizados por las diócesis y diversas instituciones religiosas para ganar el jubileo y entrar por la “puerta santa” de la alegría a través de la conversión del corazón que la hace posible.
¡Qué hermoso escuchar estas palabras de quien tiene autoridad y poder para sacarnos de la muerte!
“Levántate”.
Nos dice hoy, escapa de la droga que mata y el alcohol que oscurece la mente.
“Levántate”.
No te quedes anclado en círculos egoístas que apagan los altos ideales.
“Levántate”.
No seas esclavo del dinero y de los que prometen, por propio interés, paraísos terrenales.
“Levántate”.
No pierdas el tiempo persiguiendo quimeras y trabaja por un mundo más justo y más humano.
“Levántate”.
No te dejes manipular ni seducir por ideologías que inoculan la violencia y llevan a la destrucción.
“Levántate”.
Defiende la dignidad humana y la vida frente a los promotores del aborto y la eutanasia.
“Levántate”.
Hay mil razones para vivir amando y ninguna para morir odiando.
“Levántate”.
Nos dice hoy, escapa de la droga que mata y el alcohol que oscurece la mente.
“Levántate”.
No te quedes anclado en círculos egoístas que apagan los altos ideales.
“Levántate”.
No seas esclavo del dinero y de los que prometen, por propio interés, paraísos terrenales.
“Levántate”.
No pierdas el tiempo persiguiendo quimeras y trabaja por un mundo más justo y más humano.
“Levántate”.
No te dejes manipular ni seducir por ideologías que inoculan la violencia y llevan a la destrucción.
“Levántate”.
Defiende la dignidad humana y la vida frente a los promotores del aborto y la eutanasia.
“Levántate”.
Hay mil razones para vivir amando y ninguna para morir odiando.
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