domingo, 27 de enero de 2013

Homilía


Jesús vivió una vida oculta y escondida en Nazaret hasta los 30 años. Fue una larga etapa de formación y adiestramiento, tanto en lo laboral como en lo social, familiar y religioso. San Lucas define este tiempo con una frase lapidaria: “Crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres”(Lc. 2,52).
¡Qué importante es en la vida llevar bien los procesos de aprendizaje!
Ya está preparado para iniciar la predicación del plan de Dios, que denomina “evangelio” o “buena noticia”.

Para ello fija en grandes trazos las ideas motrices de su programa, a las que permanecerá fiel durante toda su vida. No hace promesas vanas o demagógicas a sus electores para “comprar su voto”, ni se deja seducir por el aparato propagandístico de los políticos de turno, ni alberga ansias de poder, gloria y dinero. Trata sencillamente de llegar a lo profundo del corazón del hombre, donde brotan las más nobles aspiraciones y se fraguan los más altos ideales de servicio altruista. Los que lloran, tendrán su consuelo; los pobres serán escuchados; los enfermos encontrarán sentido a su dolor; los marginados del mundo, su lugar de honor. Será exaltada la dignidad del ser humano y todos encontrarán un motivo para sentirse libres. Es el Reino de Dios, que llega como una pequeña semilla, que lentamente va germinando y se manifiesta visiblemente en su persona. No irrumpe como algo extraño, sino como la obra del Espíritu anunciada previamente por los profetas.

Jesús es el “ungido” de Dios, el amado del Padre, que se presenta ante su pueblo, en el lugar que lo vio crecer, donde correteó entre sus coterráneos y rezó a Yahvé en la sinagoga, para manifestar la presencia de Dios y confirmar ante su gente que, a pesar de la fama adquirida en otras partes, no se ha olvidado de los que convivieron con él.
Es notable la expectación.

Lucas, buen conocedor de la cultura griega y de la seriedad del mensaje que va a transmitir, se preocupa de mantenerse fiel a la cronología y de investigar los hechos y dichos de Jesús, seleccionando la autenticidad de las fuentes y la integridad del mensaje.
No pretende en ningún momento escribir una biografía de Jesús. El es un cristiano creyente de la segunda generación, que no ha sido testigo ocular de la predicación, muerte y resurrección de Jesús, pero sabe recabar información directa de las mejores fuentes: los Apóstoles, la Virgen María y las primeras comunidades cristianas, que transmitían de boca en boca las palabras y los signos de Jesús.
Su finalidad: ayudar a otros a madurar su fe y fijar para las generaciones futuras los datos que ha ido acumulando a través de su investigación.

“Después de comprobarlo todo desde el principio”. No es una observación de más, pues responde a su inquietud. Como tampoco lo es fijar por su orden los hechos.
Por eso se preocupa en presentar las esperanzas de salvación del pueblo de Israel y de todos los pueblos desde el mismo nacimiento e infancia de Jesús, el Mesías esperado, que hoy resplandece en Nazaret como continuador del proceso que se inicia con su nacimiento y se abre a otros horizontes después del rechazo de sus paisanos. Se estrena así el camino de la universalidad y se cierra definitivamente el ciclo de lo restringido y lo selecto. Todos son llamados a la salvación y , si caben privilegios, son para los que nunca han tenido nada o se les han negado las oportunidades.

1.- Dar la buena noticia a los pobres
2.- Anunciar la libertad a los cautivos
3.- Anunciar a los ciegos la vista
4.- Dar la libertad a los oprimidos.
5.- Proclamar el año de gracia del Señor.

Estos puntos no deben entenderse en sentido literal, porque, para Jesús, los pobres no son únicamente los que no tienen bienes materiales, ni son cautivos solamente los que carecen de libertad. Había también entonces muchas pobrezas y muchas esclavitudes, como las hay ahora, quizás más acentuadas por el consumo de drogas y de alcohol, por la sujeción al dinero, por la adicción al sexo y a un sinfín de reclamos, de los que se aprovechan los explotadores sin escrúpulos.

El año de gracia del Señor, que Jesús introduce en su discurso programático, se celebraba en Israel cada 49 años para perdonar todas las deudas, exonerar de culpa a los convictos de delitos y devolver las posesiones a sus primitivos propietarios.
No sabemos si la ley se cumplía, pero ojalá tomáramos nota de la rapiña que existe en nuestro mundo capitalista, que aboca a los más pobres al crecimiento de su miseria. Y, además, sin opciones para resurgir.
Hoy igualmente “se ha cumplido el plazo” para nosotros. Nuestro momento es ahora, el tiempo actual, sin anclajes en un pasado que no volverá, mientras el futuro está en las manos de Dios. El presente es el regalo que nos ofrece
Y, el presente no podemos vivirlo, ajenos a nuestro entorno, ni al margen de la comunidad a la que pertenecemos. En ella todos los miembros nos necesitamos. Vale aquí el símil del apóstol San Pablo sobre el cuerpo humano, que trae a colación la liturgia de hoy.
Aunque los miembros desarrollen distintas funciones, todos son igualmente necesarios y, cuando un miembro sufre, todos sufren con él, porque es la unidad del cuerpo la que está en peligro, y unos órganos protegen a otros.

Conviene que lo tengamos en cuenta al celebrar estos día el semanario de oración por la unidad de los cristianos. Se requieren muchos esfuerzos para limar diferencias y acentuar los puntos clave de unión y armonía, que son más abundantes.

¡Ojalá lleguemos a afirmar al unísono: “creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica” y hablemos el mismo lenguaje, el que Jesús quiere!
Entretanto, proclamemos juntos nuestra fe.

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