domingo, 6 de enero de 2013

Homilía


Este es un día mágico, lleno de fantasías e ilusiones, especialmente para los niños y sus familiares que, en la víspera por la noche recibieron el regalo de los Reyes.
¿Quiénes eran estos personajes que aparecen en la leyenda como portadores de la alegría que alimenta los sueños?

El evangelio según San Mateo, donde se narra esta pequeña historia, nos dice que eran unos magos que venidos de Oriente hacia Jerusalén y guiados por una estrella buscaban al recién nacido Rey de los judíos.
El evangelista no precisa su número ni su raza ni su nombre ni su nacionalidad. Tampoco dice que fueran reyes, sino simplemente magos, identificables en aquel entonces con astrónomos, supuestamente de Persia.

Orígenes, escritor cristiano del s.III afirma que eran tres, puesto que San Mateo cita tan sólo tres regalos, pero no deja de ser una hipótesis sin base histórica.
Tertuliano, también del s.III los convirtió en reyes mediante una afirmación gratuita que tuvo mucho éxito y que ha perdurado hasta nuestros días..

En un mosaico bizantino del s.VI aparece dibujado Baltasar, un hombre de larga barba oscura, de unos 35 años y con un recipiente de mirra en las manos; Melchor es mostrado como un joven imberbe, llevando una bandeja de incienso y Gaspar, de unos 50 años , luenga cabellera cana y larga barba, ofrece una canasta de oro. Los tres eran de raza blanca.

San Beda el Venerable, afirma hacia el año 700 que Melchor era un anciano de larga cabellera cana y una gran barba. Lleva el oro. Gaspar, imberbe y de rostro pálido, adora a Jesús con incienso y Baltasar, de tez morena, ofrece mirra..
Hasta el s.XVI no se adjudicó a Baltasar la raza negra. Fue obra de unos artistas que pintaron al óleo el famoso cuadro de la Adoración de los Magos que simboliza, según sus autores a Sem, Cam y Jafet, los tres hijos del patriarca Noé, que simbolizan a las tres razas humanas que poblaban por entonces el mundo que se conocía: blanca, negra y amarilla.

Lo de los juguetes y regalos que han engrosado una serie de tradiciones en numerosos países viene a confirmar el ambiente festivo que se vive en torno a los niños, primeros depositarios del afecto familiar.
Nunca habría sospechado San Mateo que su relato despertase de tal forma el fervor popular.

En cualquier caso existe una finalidad muy palpable en el evangelio: Jesús, el Mesías prometido por Dios al pueblo judío y esperado largamente por éste, no fue aceptado por la mayoría de los suyos y sí por los gentiles, representados en los Magos. Así, el oro que se ofrece a los reyes, el incienso con el que se tributa adoración a Dios y la mirra, que se aplica a los cadáveres para retrasar su putrefacción, simbolizan a Jesús que es reconocido como Rey, como Dios y como Hombre.

Jesús, fiel a las promesas de Dios, predica en primer lugar la Buena Noticia al pueblo judío. Desde Dan hasta Berseba recorría pueblos, aldeas y ciudades proclamando la llegada del Reino de Dios. Su afán era llegar a Jerusalén para culminar la misión que su Padre, Dios, le había encomendado con la Muerte en la Cruz y la Resurrección.
Desde entonces Jerusalén, fin de una etapa de la revelación de Dios, se convierte en punto de partida para el anuncio salvador a todos los pueblos.

Por eso Jesús les invita a salir a Galilea, donde acaece la Ascensión en lo alto de un monte y donde reciben sus últimas recomendaciones:”id por el mundo, predicad el evangelio a todos los hombres, bautizadles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñadles a guardar cuanto yo os he mandado, porque estaré siempre con vosotros hasta el fin de los tiempos” (Mt. 18,16-fin)

Con esto se confirma que el Señor no es egoísta ni racista. Quiere, como ya había preconizado Isaías que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Son múltiples las profecías que nos hablan de este acontecimiento: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del heraldo que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria!” (Is. 50,7).

Hoy hemos escuchado un cántico de regocijo y de fiesta. “Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; La gloria del Señor amanece sobre ti. Mira: las tinieblas cubren la tierra; la oscuridad, los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti y caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora... Tus hijos llegan de lejos. Te inundará una multitud de camellos... Vienen todos de Sabá, trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor” Is.60,1-3,6).

También se nos recuerda estos días el salmo 97,3: “Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”

Los difíciles tiempos que nos toca vivir en España a causa de la crisis económica y de las actitudes de un Gobierno más preocupado en destruir el sistema tradicional de valores y la misma estructura familiar que en afrontar los problema reales de la nación, están sembrando el desconcierto en mucha gente. También, todo hay que decirlo, está despertando las conciencias de colectivos importantes, alarmados por la deriva que padecemos.
Siempre han existido problemas; los mismos Magos anduvieron un tiempo sin guía ni rumbo por Jerusalén, hasta encontrar de nuevo su estrella
Al igual que los Magos, cada uno de nosotros tiene su estrella. A veces se oculta y terminamos perdiéndonos en las encrucijadas de la vida y tenemos que reiniciar una fatigosa búsqueda. Pero el Señor no nos abandona, aunque parece que se olvida de nosotros en las noches oscuras del alma, que describía San Juan de la Cruz. Ahí está, sin embargo, su luz, oculta por las nubes de un mundo materialista, incapaz de mirar hacia arriba y contemplar el resplandor que nos lleva a lo desconocido.

No podemos claudicar en la prueba, porque no estamos solos. Otros han vivido experiencias similares y nos pueden guiar. Es la lucha diaria, la búsqueda que termina en éxito. Vuelve de nuevo la luz y recobramos la confianza.

Ya escribía Pascal que “sólo hay dos clases de hombres razonables. Los que sirven a Dios porque le conocen y los que buscan a Dios porque no le conocen”.

Esta fue la historia de los Magos, hombres inquietos, insatisfechos, que dejaron la comodidad de su propio hogar - como Abraham - para lanzarse a la aventura, a la llamada del corazón.

Nadie que haya experimentado la cercanía de Dios vuelve la vista atrás, al encuentro de falsas seguridades, sino que corre el riesgo de regresar por otro camino.
Si el fiel cristiano, si la Iglesia quiere abrirse caminos hacia el futuro, deberá avanzar por otras rutas alternativas, abiertas por Jesús. La rutina termina en apatías y mediocridades, precursoras del desánimo y el aburrimiento. No es lo que Dios quiere para cada uno de nosotros.

“Hoy todos seguimos buscando estrella”- decía Javier Gafo - Se llaman técnica, dinero, bienestar, droga, sexo, política, cultura... Y llenamos nuestros cofres, pero siempre están vacíos. Hasta hemos dejado de mirar al cielo, pero la estrella sigue en lo alto... Ábrenos, Señor, nuestros ojos, vacíanos nuestros cofres... Que veamos detenerse nuestra estrella ante el Niño, junto a su bella y bendita madre. Y que nuestros corazones queden llenos de una inmensa alegría”.

Miremos hacia las estrellas y corramos el riesgo de seguir su horizonte que, aunque el camino sea largo, merecerá la pena. El Señor es nuestro regalo que nadie ni nada nos podrá arrebatar.

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