sábado, 10 de abril de 2010

San Juan Evangelista (2ª parte de 6)

JUAN, EL DISCIPULO AMADO

(2ª Parte de 6)

Cuando los Apóstoles se dividieron las tierras para predicar, Juan se puso cabizbajo cuando escogió la última tierra, la del Asia Menor, y suspiró tres veces. Con lágrimas, se arrodilló en la tierra y reverenció a todos los Apóstoles. Entonces Pedro lo tomó de la mano y lo levantó, diciéndole: "Todos te tenemos como a un padre y a tu paciente firmeza como nuestro apoyo. ¿Por qué nos has hecho problemas con esta tu acción y has confundido a nuestros corazones?" Juan respondió, llorando y quejándose amargamente: "He pecado hermanos; porque en este momento he visto que graves peligros me esperan en el mar, justo cuando me tocó la parte de Asia. Esto lo recibí con gran abatimiento, no pudiendo recordar a nuestro Señor cuando dijo: ‘No se destruirá ni un pelo de tu cabeza.’ Porque sin el permiso de Dios, no se pierde ni un solo pelo. Os ruego, por lo tanto, queridos hermanos, que rueguen por mí ante el Señor para que me perdone este pecado." Entonces todos los Apóstoles se pusieron de pie mirando hacia el este y pidieron a Jacobo, el hermano del Señor, que hiciera una súplica. Una vez hecho esto, todos se turnaron, de acuerdo a su precedencia, para abrazarse unos a otros y se marcharon en paz; cada cual con su parte de tierra asignada y con un Apóstol de los Setenta como ayudante.

El Apóstol Juan, sin embargo, no partió inmediatamente al Asia Menor, sino que cuidó a la madre de Dios hasta su venerado y glorioso reposo. El día en que su precioso y Santo cuerpo fue llevado por los Apóstoles para enterrarlo, San Juan fue por delante de su féretro con un cetro real que brillaba con luz, el cual había entregado el Arcángel Gabriel a la purísima Virgen cuando le anunció su traslación de la tierra al cielo.

Sobre el Santo Apóstol y evangelista, el amado Juan el Teólogo, San Prócoro, uno de los siete diáconos, escribió lo siguiente:


Partida y naufragio

"A mí, Prócoro, me tocó ir tras Juan. Siguiendo la pasión y la resurrección del Señor, Juan se quedó en Jerusalén al lado de la madre de Dios, donde fue un apoyo para los cristianos de allí. Después de la dormición de la madre de Dios, partimos hacia Joppa, en donde nos quedamos en casa de Tabita durante tres días. Allí llegó de Egipto una nave llena de telas y descargó su carga antes de continuar hacia el oeste. De modo que nos embarcamos en Joppa y nos pusimos a la mar, permaneciendo en la bodega del navío. Entonces Juan comenzó a llorar, diciéndome: "Prócoro, hijo mío, grandes tribulaciones y peligros nos esperan en el mar, que afligirán muchísimo mí alma. Sin embargo, siga vivo o sea muerto por este peligro, Dios no se ha revelado ante mí. Pero si tú sobrevives al mar, trata de llegar a la ciudad de Efeso en el Asia y aguarda allí durante tres meses. Si al cabo de ese tiempo llego a esa ciudad, continuaremos nuestra misión; pero si no lo hago, entonces regresa a Jerusalén, donde Jacobo, el hermano del Señor, y haz lo que él te mande." En efecto, a la décima hora del día (a las 4:00 de la tarde), se desató una gran tempestad, que continuó hasta las 3 de la madrugada; a consecuencia de esto el barco se hundió y todos sus ocupantes fueron arrojados a las olas del mar, asiéndose estos de cualquier resto de naufragio que podían. A la sexta hora del día (a mediodía) el mar nos echó a todos, que éramos cuarenta y dos almas, a orillas de un lugar que quedaba como a una milla de Seleucia. Sólo faltaba el Santo Juan.

"Todos nos echamos sobre la seca tierra. No podíamos hablar y estábamos tan debilitados por el hambre, el miedo y el esfuerzo, que allí nos quedamos desde la sexta hasta la novena hora (3:00 de la tarde). Poco a poco, recuperamos la conciencia y fuimos a Seleucia. Después del trauma del naufragio, buscamos alimento pidiendo a los del lugar y comimos. Gradualmente nuestro temor se disipó, pero los otros que naufragaron conmigo comenzaron a atacarme, diciendo maldades: "Ese tipo que estaba contigo era un mago y echó un conjuro sobre nosotros para poder apoderarse del cargamento del navío. Ahora que se ha robado todo y ha desaparecido, sabemos lo que ha ocurrido. Y como tu estuviste con él, no te dejaremos salir de esta ciudad, porque te mereces la muerte. ¡Dinos dónde está ese farsante! Todos los de la nave han sobrevivido, salvo ese tipo. ¿Dónde está él?" Entonces ellos comenzaron a incitar a toda la ciudad en mi contra, contándoles historias. Después me arrestaron y me echaron a la cárcel. Al día siguiente, el gobernador de la ciudad me hizo llevar a un lugar público y comenzó a interrogarme severamente: "¿Quién eres tú? ¿Qué religión tienes? ¿En qué trabajas? ¿Cómo te llamas? Cuéntanos todo antes de castigarte." Yo respondí en mi defensa: "Yo soy de Judea. Pertenezco a la fe cristiana. Me llamo Prócoro. Yo y mis compañeros de viaje, mis acusadores, hemos naufragado." el magistrado civil inquirió: "¿Cómo explicas que todos ustedes alcanzaron tierra, salvo tu compañero? por eso, debe ser como afirman los otros, que tú planeaste para que sólo tú puedas ser encontrado con los marinos, a fin que nadie sospechara, mientras que el otro se pudiera apoderar del dinero y del cargamento. Por lo tanto, eres un criminal, culpable de derramar sangre inocente, y mereces la muerte. En realidad. Quizá por esto que tu compañero ha sido tragado por el mar y la justicia Divina te ha salvado para que pudieras encontrar tu fin en esta ciudad. Por eso, dinos exactamente dónde está tu compañero."

"Cuando escuché esto, llorando y gimiendo les dije: "Yo soy un cristiano, un discípulo de un Apóstol de Cristo. El Señor ordenó a sus doce Apóstoles recorrer todo el mundo, enseñando y bautizando en el nombre del Padre, de Hijo y del Espíritu Santo. Después que Cristo ascendió a los cielos, todos los Apóstoles se reunieron y escogieron las partes donde cada uno debía predicar por orden de Dios. Mi maestro, Juan, eligió la parte del Asia Menor y en ese momento se dio cuenta que ello sería tremendamente difícil; y como dudó, también a él le fue revelado que había pecado por haber reaccionado así, y que sería castigado por el mar. Esto me lo dijo con anterioridad y sucedió exactamente como dijo que pasaría. También me dijo que donde yo desembarcara me iría a quedar allí
durante algunos días y que si él venía, cumpliría el mandato del Maestro; pero que si no lo hacía después de un cierto lapso de tiempo, yo regresaría a mi tierra natal, Judea. Como pueden ver, mi maestro no es ningún hechicero ni yo tampoco; nosotros somos cristianos."

"Sucedió que por esos días llegó una autoridad con rango de notario, llamado Seleuco, de la ciudad de Antioquía por asuntos oficiales. El también escuchó mi caso y ordenó al magistrado que me hiciera soltar. Entonces me pusieron en libertad y luego abandoné la ciudad. Caminé durante cuarenta días hasta que llegué a Mareotis, que está a orillas del mar. La posada donde permanecí quedaba cerca a la orilla y allí me quedé lleno de pena y aflicción. Después entré el sueño y me quedé dormido; y justo cuando abrí mis ojos, miré hacia el mar y vi que una gran ola rompió en la playa y arrojó afuera a un hombre. Rápidamente me apresuré para asistirlo, teniendo todavía en mi mente fresco el recuerdo de mi propia asoladora experiencia en el mar. Cuando lo levanté de la arena, los dos nos reconocimos y luego nos abrazamos, llorando y agradeciendo al Dios de todo. Después que Juan viniera poco a poco en sí, ambos nos contamos nuestras experiencias. El me habló de los cuarenta días y noches que había pasado en el mar, siendo violentamente sacudido. Yo, por mi parte, le conté lo que había sufrido en manos de los otros náufragos.

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