miércoles, 14 de abril de 2010

San Juan Evangelista, 6ª y útima parte

JUAN, EL DISCIPULO AMADO
(6ª y última parte)

Regreso a Efeso

"Al día siguiente, nos despedimos de los fieles abrazando a todos ellos, los que nos acompañaron, llorando y lamentándose mucho, sin querer apartarse de este ‘sol', por cuya enseñanza su tierra se había iluminado. Pero una vez que el santo hubo abordado la nave y dado la paz a todos, nosotros emprendimos nuestro viaje. En la nave, había muchos que viajaban a distintos lugares del Asia Menor. Transcurridos catorce días, desembarcamos a una ciudad distante a tres millas de Efeso. Al enterarse de esto, los hermanos acudieron a darnos encuentro, lo cual les produjo una alegría indescriptible, y exclamaron: ¡Bendito es el que viene en el nombre del Señor!’ Juan fue recibido con honor en ese lugar y todos no sentamos para descansar. Desde nuestra partida, Dioscoridas había fallecido, así que fue su hijo Domno quien nos llevó a su casa, en donde éste puso la mesa y nosotros disfrutamos de su hospitalidad y descansamos. Fue allí donde nos quedamos, y a donde los hermanos acudían a visitarnos para recibir las enseñanzas de Juan, quien los guió por el sendero de la salvación. Juan no dejó de trabajar, por lo que poco a poco todos llegaron a creer en las palabras de él."

El Joven dado en Confianza al Obispo

No se puede omitir lo que señaló Clemente de Alejandría (+217 d.C). Sobre Juan. Cuando éste partió a predicar por las ciudades de Asia, conoció a un joven que tenía una inclinación espiritual hacia las buenas acciones, por lo cual San Juan le enseñó y lo bautizó. Como el tenía que partir para anunciar el Evangelio, antes que nada él entregó en confianza al joven al obispo de la ciudad, a fin que este pastor pudiera instruirlo en todas las cosas buenas. El obispo, haciéndose cargo del joven, le enseñó las Escrituras, pero no se preocupó de éste como debía hacerlo; ya que no le daba la clase de educación que se requiere para un joven, sino, por el contrario, lo dejaba a su libre albedrío. Pronto el joven comenzó a llevar una vida diferente comenzó a embriagarse con vino y a robar. Finalmente, llegó a compartir su suerte con ladrones, quienes, tentándolo, lo llevaron a los desiertos y montañas y lo hicieron su jefe, cometiendo después robos en los caminos. Al regresar después de un cierto tiempo, Juan fue a la ciudad, y al enterarse quien se había echado a perder el joven y se había vuelto bandido, dijo al obispo: ‘¡Devuélveme el tesoro que te he dejado en custodia, creyendo ponerlo en manos dignas de confianza! ¡Devuélveme al joven que te di en confianza para que le enseñaras el temor a Dios!’ Llorando, el obispo le respondió: ‘Ese joven ya no existe: su alma está muerta, pero su cuerpo se ha transformado en un salteador de caminos.’ Juan le dijo al obispo: ‘¿Es así como guardas el alma de tu hermano?’ Dame un caballo y un guía, a fin que yo pueda ir en busca de aquél a quien tú has dejado morir.’

Al encontrarse Juan con los ladrones, él les pidió que lo condujeran donde su jefe, a lo cual accedieron. El joven, al ver a Juan, se avergonzó y se echó a correr al desierto. Sin atender a su edad, Juan lo siguió gritándole: ‘¡Hijo mío, regresa donde tu padre y no te desesperes por haber caído en este estado! ¡Tus pecados los cargaré sobre mí!’ ¡Detente y espera!.. ‘Porque el Señor me ha enviado donde ti.’ Deteniéndose en su huida, el joven, se puso a los pies del santo, temblando y profundamente avergonzado, sin atreverse a levantar la mirada hacia el rostro de Juan. Pero éste lo abrazó con un amor paternal y lo besó, y luego lo llevó de vuelta a la ciudad, sintiendo la alegría de haber encontrado a la oveja perdida. Después le enseñó bastante, instruyéndolo en el arrepentimiento, para lo cual el muchacho luchaba con ahínco para agradar a Dios, y así recibió el perdón de los pecados y descansó en paz.


Los últimos años

El Apóstol Juan pasó los últimos años de su vida en un estricto ascetismo. Tomaba sólo pan y agua, no se cortaba el pelo y usaba sencillas vestimentas de lino. Debido a su edad, no tenía la fuerza suficiente como para predicar la palabra de Dios ni siquiera en los lugares vecinos de Efeso. Por ese tiempo enseñaba sólo a los obispos de la iglesia, a quienes instaba a enseñar incesantemente el Evangelio a la gente y, especialmente, a tener en mente y predicar el primero y principal del Evangelio: el mandamiento del amor. Cuando el apóstol comenzó a debilitarse, según relata el bendito Jerónimo, sus discípulos solían llevarlo a la iglesia; pero él ya no podía dar largos sermones. Después redujo su enseñanza a la incesante repetición de ‘Hijitos, amaos los unos a los otros.’ Un día, Cuando Sus discípulos le preguntaron porqué repetía esto sin cesar, Juan les replicó con las siguientes palabras: "Este es el mandato del Señor; y si vosotros lo cumplen, ello bastará.’

Descanso de San Juan el Teólogo

"En nuestra visita a Efeso, nos quedamos allí nueve años y después pasamos en el exilio en Patmos. Después de transcurrir veintiséis años desde que regresamos de Patmos a Efeso, Juan salió de la casa de Domno y reunió a siete de sus discípulos — yo y otros seis — y nos dijo: ‘Tomad las espadas en vuestras manos y seguidme.’ Hicimos tal como nos lo ordenó y lo seguimos fuera de la ciudad hasta cierto lugar, en donde nos mandó sentarnos. Luego se apartó un poco de nosotros a un sitio tranquilo y comenzó a orar. Era muy temprano de mañana; el sol todavía no había salido. Después de rezar, nos dijo: ‘Cavad con vuestras espadas una zanja en forma de cruz, del tamaño que yo tengo.’ Así lo hicimos mientras él rezaba. Después de terminar su oración, se echó en la zanja que habíamos cavado y luego me dijo: ‘Procuró, hijo mío, tú debes ir a Jerusalén. Allí es donde terminarás tus días.’ Luego nos dio instrucciones y nos abrazó, diciendo: ‘Tomad un poco de tierra madre, y cubridme con ella.’ Entonces nosotros lo volvimos a abrazar y, tomando un poco de tierra, lo tapamos sólo hasta las rodillas. Una vez más él nos abrazó, diciendo tomad más tierra y cubridme hasta el cuello.’ Luego lo abrazamos de nuevo y, tomando más tierra, lo recubrimos hasta el cuello. Luego nos dijo: ‘Tomad un velo delgado y colocadlo sobre mi rostro, y abrazadme de nuevo por última vez; porque vosotros ya no me veréis más en esta vida.’ Entonces volvimos a abrazarlo llenos de pesar. Mientras él nos despedía en paz, nosotros, lamentándonos amargamente, le abrazamos el cuerpo entero. Justo cuando el sol acababa de salir él entregó su espíritu.

(El editor del presente volumen de los Sinaxaristas, anota que la frase "justo cuando el sol se acaba de salir, él entregó su espíritu," no está expresada así, sino que fue incorporada al texto de la obra de Máximo de Margounio. Por otra parte queremos hacer mención aquí que, de acuerdo al divino Jerónimo, el apóstol y evangelista descansó en el tercer año del reinado de Trajano, es decir, el año 101 d.C. Esto es 68 años después de la pasión y resurrección del Señor. Esto es confirmado por Clemente de Alejandría, Ireneo y muchos otros santos padres de la iglesia. Se cree que él fue unos seis a ocho años más joven que el Señor, lo cual hace suponer que falleció a los noventa y tres o noventa y cinco años).

"Después regresamos a la ciudad, donde nos preguntaron sobre nuestro maestro. Nosotros les explicamos lo que había acabado de suceder, haciéndolo de manera detallada. Ellos nos pidieron que les mostráramos el lugar, por lo que tuvimos que regresar a la tumba junto con los hermanos, pero Juan ya no estaba allí. Sólo estaban sus sandalias. Fue entonces que recordamos las palabras del Señor al San Pedro: ‘Si yo dispongo que él me aguarde hasta que yo venga, ¿qué es eso para ti?" Luego todos glorificamos a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a quien sean la gloria, el honor, la adoración, por los siglos de los siglos. Amén."

Todos los años, el octavo día de mayo, sale una fragante mirra (líquido) de su tumba, y a las oraciones al Apóstol, los enfermos se sanan mediante ellas, para el honor de Dios que es glorificado en la trinidad por los siglos de los siglos. Amén

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