viernes, 16 de abril de 2010

San Felipe Apostol (1ª Parte de 5)

SAN FELIPE
(1ª PARTE DE 5)

FELIPE, “Muéstranos al Padre”

Al día siguiente, Jesús resolvió partir hacia Galilea. Se encontró con Felipe y le dijo: «Sígueme». Felipe era de Betsaida, el pueblo de Andrés y de Pedro. Felipe se encontró con Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la Ley y también los profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret». (Jn 1, 43-45)
El apóstol Felipe -que no debe ser confundido con el diácono de igual nombre, que aparece en los Hechos de los Apóstoles (cfr. 6, 5)- figura en quinto lugar en las listas de los Doce.
El Evangelio señala expresamente que "era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro" (Jn. 1, 44). Esa circunstancia, sumada al hecho de que Andrés y él son los únicos apóstoles que tienen nombres griegos, y la intercesión conjunta de ambos por los griegos que querían ver a Jesús (cfr. Jn. 12, 21-22), hace suponer a algunos autores que Felipe y Andrés eran parientes o amigos.
Tiene varias intervenciones significativas en el Cuarto Evangelio además de las mencionadas. Juan relata el llamado a Felipe y cómo éste, a su vez, invita a Natanael a conocer a Jesús (cfr. Jn. 1, 43ss), menciona también la participación del apóstol en la multiplicación de los panes (cfr. Jn. 6, 5ss), y relata su intervención ("Muéstranos al Padre") durante el discurso de la Última Cena (Jn. 14, 8); este último texto integra el Evangelio de su fiesta, compartida con Felipe, que se celebra el 3 de mayo.
Pero luego de su mención junto a los demás apóstoles en la espera de Pentecostés, no vuelve a ser nombrado, y nada sabemos a ciencia cierta acerca de su vida.
La tradición lo presenta como evangelizador de Frigia o Escitia, situando su tumba en Hierápolis. Una leyenda cuenta que los paganos querían obligarlo a hacer un sacrificio a una estatua de Marte, pero un dragón, colocado bajo el pedestal, mata con su aliento al sacerdote que ordena el sacrificio y a dos soldados. Felipe, apiadado de ellos, pone en fuga al dragón y resucita a los tres muertos. La tradición cuenta asimismo que murió crucificado tras haber sido lapidado.
Se lo suele representar llevando una cruz en forma de "T", instrumento con el que, según la leyenda, obró durante su vida muchos milagros. También se suele representar su crucifixión.

OTRA BIOGRAFIA DE SAN FELIPE APOSTOL

Junto al mar de Galilea, en las márgenes del lago de Genesaret y Cafarnaum, se encontraba el pueblo de Betsaída. En este pueblo nacieron tres de los doce apóstoles de Cristo: Pedro, Andrés y Felipe. Los dos primeros eran pescadores, ocupación que desempeñaron hasta cuando los llamó Cristo; en tanto que Felipe desde su niñez se había dedicado al estudio teórico. Después de leer y estudiar asiduamente las Sagradas Escrituras y las profecías que hablaban del anhelado Mesías, le vino repentinamente a él un ferviente amor por Aquél y un intenso deseo de presenciar al Señor estando frente a frente. Como él todavía no lo había visto, no sabía que ese a quien muchos deseaban ver ya estaba en la tierra.

Mientras que Felipe estaba enfervorizado de amor por el Mesías, Cristo entró por los alrededores de Galilea y allí encontró a aquél. "Sígueme" Le dijo Cristo a Felipe. Este, al escuchar el llamado del Señor, creyó con todo su corazón que El era en verdad el Mesías, prometido por Dios a través de los profetas; y entonces lo siguió.

Prestando oído a la santísima vida del Señor, Felipe se esforzó por emularlo y aprender de El la divina sabiduría, mediante cuyo poder él pudo después someter la necedad de los paganos. Sintiendo regocijo por haber descubierto este Tesoro, por el cual el mundo entero sería redimido, Felipe no quiso guardar para sí solo este tesoro, sino que deseaba compartirlo con los demás. Al encontrarse con su amigo Nataniel, jubilosamente le anunció él: "Hemos encontrado a El, de quien Moisés en la ley y los profetas escribieron: Jesús de Nazaret, el Hijo de José." Pero Nataniel, dudando que un pueblo insignificante y una gente sencilla pudieran dar origen al Mesías, el Rey de Israel, dijo: "¿Puede algo bueno provenir de Nazaret?" Felipe, sin responderle, le aconsejó que sólo lo viera a El. "Ven y ve," le dijo. Tuvo la sensación que Nataniel necesitaba sólo ver a Jesús y escuchar sus palabras de salvación, a fin de creer que el era el Mesías; y fue así como realmente ocurrió.

Cuando ambos fueron donde Jesús, el Señor, quien pone a prueba los corazones y refrena, y lee los pensamientos ocultos del corazón de los hombres, al ver venir a Nataniel hacia El, lo reconoció y le dijo: "He aquí un israelita de verdad, en quien no hay engaño." Al escuchar Nataniel estas palabras, se quedó muy asombrado y le dijo a Jesús: "¿Cómo me conoces?" el Señor le replicó: "Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, yo te vi." Porque cuando Nataniel estaba sentado allí, estaba pensando en el Divino Mesías, en quien se encarnaban todo el júbilo y la alegría de los fieles sirvientes de Dios; y en ese momento Dios le concedió el arrepentimiento de corazón y fervientes lágrimas, lo que añadió a su sincero ruego para que el Señor cumpliera lo que había prometido en tiempos pasados a sus padres y enviara a la tierra al Salvador del mundo. Dios, que todo lo ve, observó en ese momento a Nataniel, porque entonces albergaba un espíritu de compunción. Fue por esta razón que el Señor le dijo a Nataniel que El lo había visto cuando este se encontraba debajo de la higuera. Con estas palabras Nataniel se asombró todavía más. Se puso a recordar lo que estuvo pensando cuando estuvo bajo el árbol, así como la compunción con la que había implorado a Dios para que enviara al Mesías. Concluyó también que en ese momento no había nadie más que pudiera haberlo visto y captado sus pensamientos excepto Dios. Por eso que Nataniel creyó inmediatamente que Jesús era el Mesías, a quien Dios había prometido enviar para salvar la raza humana, y reconoció la divina esencia en Jesucristo, quien había visto los secretos de su corazón; por tal razón, exclamó: "¡Rabí, Tú eres el hijo de Dios; Tú eres el Rey de Israel!" (Juan 1:43-49).

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