Santa Catalina Labouré, llamada Zoé en familia, nació en Bretaña, Francia, el 1806. Sus padres eran agricultores. Zoé era la novena de once hermanos supervivientes, de los diecisiete que nacieron.
Cuando Zoé tenía nueve años murió su madre. Zoé tiene que ocuparse de las tareas de la casa. Se prepara intensamente para la sagrada Comunión. Va mucho a la iglesia, sobre todo a la capilla de la Virgen.
Zoé toma la decisión de hacerse religiosa, como su hermana mayor. Su padre se opone. La envía a París para que conozca mundo y cambie de idea.
Por fin su padre consiente y entra en el noviciado de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Adopta el nombre de Catalina. Era muy cumplidora, pero sin cualidades extraordinarias ni virtudes llamativas.
Y es a ella a quien la Virgen María se le aparece varias veces el 1830. Catalina había deseado con ansia que la Virgen se le comunicase. La primera aparición fue en el mes de julio. Catalina cuenta candorosamente la aparición, con la intervención del Ángel de la Guarda.
La principal aparición fue en noviembre. Su confesor, el P. Aladel, la cuenta así: «La Virgen se le mostró en un retrato de forma oval. Estaba sobre el globo terráqueo, con vestido blanco y manto azul. De sus manos salían rayos resplandecientes que caían sobre la tierra. Arriba estaba escrito: ¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!... En el reverso del retablo estaba la letra M, sobre la que había una cruz descansando sobre una barra, y debajo los corazones de Jesús y de María. Después oyó estas palabras: Has de acuñar una medalla según este modelo. Los que la lleven puesta y recen devotamente está súplica, alcanzarán especial protección de la Virgen. Y desapareció la visión».
Más tarde, en 1832, el P. Aladel visita a monseñor Quelen, arzobispo de París, y consigue permiso para grabar la medalla, según la Virgen había manifestado a Catalina. El mismo arzobispo de París pudo comprobar los frutos espirituales de la medalla en varias ocasiones.
La medalla se propagó muy rápidamente. Catalina se preocupó mucho de ello, pero con tanta discreción que se mantenía en secreto el nombre de la vidente. Ella sólo hablaba con su confesor y seguía su vida normal.
El pueblo la llamó la Medalla Milagrosa por los muchos prodigios que obraba. El más famoso fue la conversión del judío Alfonso de Ratisbona. Ratisbona acepta por cortesía una medalla de la Virgen Milagrosa, con la recomendación del rezo diario del «Acordaos» de San Bernardo. Visita en Roma la Iglesia de San Andrea delle Fratte. Se acerca a la capilla de la Virgen que se le aparece tal como venía grabada en la medalla. Se arrodilló y quedó transformado. Se bautizó, se ordenó sacerdote, convirtió a muchos judíos y fundó las Hermanas de Sión para este apostolado.
Mientras tanto, Catalina sigue en la humildad y el anonimato. Atiende a los ancianos, trabaja en la cocina, en el gallinero, en la enfermería, en la portería. Sufre en silencio la falta de comprensión del nuevo confesor. Consigue que se levante el altar, con la estatua que perpetúe las apariciones, en la capilla donde había recibido las confidencias de la Virgen.
Catalina murió en París el 1876. Su cuerpo, que reposa en el altar de la Virgen del Globo, fue encontrado incorrupto 56 años más tarde, intactos los bellos ojos azules que habían visto a la Virgen. Beatificada por Pío XI en 1923, fue canonizada por Pío XII el año 1947.
Cuando Zoé tenía nueve años murió su madre. Zoé tiene que ocuparse de las tareas de la casa. Se prepara intensamente para la sagrada Comunión. Va mucho a la iglesia, sobre todo a la capilla de la Virgen.
Zoé toma la decisión de hacerse religiosa, como su hermana mayor. Su padre se opone. La envía a París para que conozca mundo y cambie de idea.
Por fin su padre consiente y entra en el noviciado de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Adopta el nombre de Catalina. Era muy cumplidora, pero sin cualidades extraordinarias ni virtudes llamativas.
Y es a ella a quien la Virgen María se le aparece varias veces el 1830. Catalina había deseado con ansia que la Virgen se le comunicase. La primera aparición fue en el mes de julio. Catalina cuenta candorosamente la aparición, con la intervención del Ángel de la Guarda.
La principal aparición fue en noviembre. Su confesor, el P. Aladel, la cuenta así: «La Virgen se le mostró en un retrato de forma oval. Estaba sobre el globo terráqueo, con vestido blanco y manto azul. De sus manos salían rayos resplandecientes que caían sobre la tierra. Arriba estaba escrito: ¡Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!... En el reverso del retablo estaba la letra M, sobre la que había una cruz descansando sobre una barra, y debajo los corazones de Jesús y de María. Después oyó estas palabras: Has de acuñar una medalla según este modelo. Los que la lleven puesta y recen devotamente está súplica, alcanzarán especial protección de la Virgen. Y desapareció la visión».
Más tarde, en 1832, el P. Aladel visita a monseñor Quelen, arzobispo de París, y consigue permiso para grabar la medalla, según la Virgen había manifestado a Catalina. El mismo arzobispo de París pudo comprobar los frutos espirituales de la medalla en varias ocasiones.
La medalla se propagó muy rápidamente. Catalina se preocupó mucho de ello, pero con tanta discreción que se mantenía en secreto el nombre de la vidente. Ella sólo hablaba con su confesor y seguía su vida normal.
El pueblo la llamó la Medalla Milagrosa por los muchos prodigios que obraba. El más famoso fue la conversión del judío Alfonso de Ratisbona. Ratisbona acepta por cortesía una medalla de la Virgen Milagrosa, con la recomendación del rezo diario del «Acordaos» de San Bernardo. Visita en Roma la Iglesia de San Andrea delle Fratte. Se acerca a la capilla de la Virgen que se le aparece tal como venía grabada en la medalla. Se arrodilló y quedó transformado. Se bautizó, se ordenó sacerdote, convirtió a muchos judíos y fundó las Hermanas de Sión para este apostolado.
Mientras tanto, Catalina sigue en la humildad y el anonimato. Atiende a los ancianos, trabaja en la cocina, en el gallinero, en la enfermería, en la portería. Sufre en silencio la falta de comprensión del nuevo confesor. Consigue que se levante el altar, con la estatua que perpetúe las apariciones, en la capilla donde había recibido las confidencias de la Virgen.
Catalina murió en París el 1876. Su cuerpo, que reposa en el altar de la Virgen del Globo, fue encontrado incorrupto 56 años más tarde, intactos los bellos ojos azules que habían visto a la Virgen. Beatificada por Pío XI en 1923, fue canonizada por Pío XII el año 1947.
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