domingo, 28 de febrero de 2021

REFLEXIONES de CUARESMA

 

Segundo domingo de CUARESMA

Aquí la bella estrofa de Prudencio: «Todos los que buscáis a Cristo, levantad los ojos a la altura, donde podréis contemplar el signo de la gloria perenne.» Levantad los ojos, nos dice el poeta; levantad los corazones, nos clama la liturgia. Fuimos con Cristo al monte de la tentación, al desierto, donde nos aguardaba la lucha; al desierto «que habla», a la soledad sonora, la soledad de la cual dijo un santo: «¡O beata solitudo o sola beatitudo! ¡Oh bienaventurada soledad! ¡ Oh sola bienaventuranza! » Y he aquí que el monte de la penitencia queda vestido de luz, el desierto se puebla de maravillass, la soledad se llena de misteriosos murmullos y las cimas nevadas se iluminan, se adelgazan, se yerguen hasta romper los Cielos y dejar oír la voz del Padre.

El Cristo que hace ocho días triunfaba de Satán, se nos presenta hoy victorioso y resplandeciente sobre la montaña más alta de Palestina. Tres discípulos le han acompañado hasta la cumbre: Pedro y los Hijos del Trueno; pero Jesús ora solo y aparte, y, mientras ora, su rostro empieza a brillar como el sol, y sus vestiduras se hacen blancas como la nieve; tan blancas, dice San Marcos, que ningún artista podría hacer cosa semejante. Súbitamente, de entre la luz, de entre aquella luz fulgurante que descubría por un momento el que es la luz del mundo, se oyen rumores de palabras bíblicas. Jesús no está solo. Dos personajes famosos, candidos como Él, envueltos y caldeados en su luz, se acercan a Él y le hablan: Moisés, el más grande de los libertadores, y Elias, el primero de los profetas; el hombre coronado de rayos, que durante cuarenta días había conversado con Jehová en la montaña de Sinaí, y el sublime perseguido que, después de un ayuno de cuarenta días, sintió pasar la gloria del Señor en un silbo suave. Una voz resuena entre la nube luminosa: «Este es el Hijo que amo. ¡Escuchadle!», y las dos grandes potencias de la religión mosaica, la Ley y la Profecía, se inclinan humildemente delante de Jesús de Nazaret.

He aquí el relato. ¿Por qué nos le propone la liturgia en este segundo domingo de Cuaresma? Indudablemente, debe haber un misterio en la yuxtaposición de estos dos montes: monte de lucha y monte de victoria, monte de tristeza y de sombras y monte de luz y alegría, monte donde vagan diabólicos fantasmas y monte alegrado por la presencia de los amigos de Dios. Primera y segunda etapa de la peregrinación cuaresmal. Si la entrada nos pareció monótona y sombría, pronto empezamos a sentir la emoción de las aventuras sobrenaturales, a alegrarnos con la luz de un mundo nuevo, a ver con más claridad y oír con más agudeza.

Para eso precisamente fue instituida la Cuaresma: para hacernos más sensibles a la palabra de Dios, para sacudir el polvo que se ha pegado a nuectros vestidos a través del camino del año, para renovarnos y vestirnos de luz, para transfigurarnos, para recoger algo de aquella luz que se escapaba del cuerpo de Cristo, que es sol, fuego y amor. Coloquémonos en aquellos tiempos en que la Cuaresma tenia todo su sentido litúrgico y profundamente cristiano; entremos en una de aquellas basílicas primitivas, como la de San Clemente de Roma, en que cada piedra parece ser un eco de venerandas tradiciones. Desde el pórtico encontramos un grupo de hombres de caras llorosas. Vestidos groseros y cabezas cubiertas de ceniza: son los penitentes. Junto a ellos están los catecúmenos, los que han pedido entrar en la sociedad de Cristo, y más adentro, bajo la nave, se agrupan los fieles, todos los cristianos, que pueden participar en los sagrados misterios. Diariamente la Iglesia reúne a sus hijos: a los penitentes les alienta en sus esfuerzos para volver a Dios, recoge sus lágrimas y sus oraciones y los dispone para absolverlos en las ceremonias emocionantes de la Semana Santa. A los catecúmenos les va descubriendo lentamente las verdades de la fe, los ilumina con lecturas sabiamente escogidas entre los más bellos pasajes de los libros santos, y los somete a un continuo régimen de exorcismos para alejar de ellos las influencias inconscientes del enemigo. Finalmente, a los fieles les invita a una mayor pureza de vida, acrecienta su instrucción religiosa y les prepara a recibir una revelación cada vez más abundante del gran misterio pascual.

Tal era el sentido de la Cuaresma para los primeros cristianos y el que nosotros debemos darle todavía. Todos podemos juntarnos al grupo lloroso de las que hacían penitencia «en el cilicio y la ceniza»; todos seguimos siendo un poco catecúmenos, aunque hayamos recibido la iluminación del bautismo; todos necesitamos un mayor conocimiento de la verdad de Dios, una purificación más íntima y un acercamiento mayor al reino de la luz. Esto es lo que da su sentido «al misterio cuadragesimal» de que habla la liturgia. Para el que está fuera de la Iglesia, para el que considera el monte de la tentación desde las montañas de Samaría, esto tiene que parecer seguramente una locura. Para ellos la Cuaresma será una tristeza sin provecho, una tortura inútil, un tiempo de nubes y de sombras. «El hombre animal—decía San Pablo—no puede comprender las cosas que vienen del Espíritu.» Pero es posible que muelles cristianos se formen también una idea errónea de la Cuaresma, reduciéndola a una ofrenda más o menos generosa de privaciones y austeridades, que, lejos de levantar el alma a un mundo nuevo de pensamientos y de anhelos, sirvan sólo para encogerla e inmovilizarla.

Estos corazones melancólicos debieran tener presente la bella invitación del himno ambrosiano: «Bebamos alegres la sobria embriaguez del espíritu»; y en ellos piensa la liturgia al colocar uno junto a otro estos dos montes, lejanos en la vida de Cristo, pero próximos en el itinerario cuaresmal. Sabia para defender el corazón del soplo árido del espíritu, hábil para preservarle de los arrebatos del sentimentalismo y la sensibilidad, es también maternal para ofrecer a sus hijos el vino con moderación y el acíbar de la penitencia con la suavidad del amor. Es más: el lado negativo de la Cuaresma le importa poco si no buscamos también esa perspectiva mística y riente; en que podemos encontrar a Cristo con fulgores de nieve y de sol. No nos dice solamente: «Convertíos y no volváis a pecar», sino que añade: «Arrojad vuestros pensamientos en el seno de vuestro Dios, alimento de nuestra inteligencia. Entrad en la casa del Señor para habitar en ella y gozar de sus bondades.» Es posible que después de haber vivido así cuarenta días en la montaña, nos cueste trabajo descender; y el fruto de la Cuaresma será el haber renovado en nosotros el gusto de las realidades invisibles.

Domingo,28-02-2019 2º Domingo de CUARESMA Ciclo B

 

Reflexión de hoy

 

Lecturas

 



En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: «¡Abrahán!» Él respondió: «Aquí estoy» Dios dijo: «Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré». Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña.
Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!». Él contestó: «Aquí estoy».
El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo». Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo: «Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberle reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todos las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz».


Hermanos:
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios es el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios, y que además intercede por nosotros?


En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo».
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.
Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos». Esto se les quedó grabado, y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos».

Palabra del Señor.

Santas Marana y Cira

Conmemoración de las santas Marana y Cira, vírgenes, que en Berea, en Siria, viviendo en un lugar estrecho y cerrado sin techo, recibían el alimento necesario por una ventana y guardaban siempre silencio.

Todo lo que sabemos de las santas proviene de la «Historia Religiosa» de Teodoreto de Ciro, quien las conoció personalmente. En esa obra, el obispo e historiador eclesiástico nos traslada ejemplos de lo que fue un vastísimo movimiento ascético monástico en Siria, del que nuestras dos santas formaron parte. Según el autor, aunque eran de cuna acomodada, y habían recibido una formación acorde a su condición, es decir, a pesar de que habían sido preparadas para vivir en el mundo, las dos decidieron dejarlo todo para unirse a la vida penitencial que llevaban algunos hombres y mujeres de la región. 

Abrazaron la vida eremítica en Berea, Alepo, Siria, se dice que observaban un total silencio durante todo el año excepto en el Domingo de Pentecostés. Así resume el historiador Teodoreto su vida: se encerraron en un pequeño local de la ciudad haciéndose tapiar la puerta. Como desearan algunas de sus domésticas imitarles en este género de vida, hicieron construir para ellas una pequeña casa junto al eremitorio; observaban su vida por una pequeña ventana y les animaban a hacer frecuente oración y les inflamaban en el amor de Dios. Por una ventana recibían cuanto necesitaban, y hablaban con las mujeres que iban a visitarlas sólo durante el tiempo de la cincuentena pascual; transcurrían el resto del año en continuo silencio; esto se refiere a Marana, porque Cira no pronunciaba palabra. Teodoreto alaba la bravura de estas mujeres en el combate espiritual señalando que su fortaleza sobrepujaba a la de los varones, reputados normalmente como más fuertes. Vestían tan solo una túnica, y dedicaban su día a la oración.

De todos esos años, algunos los pasaron cargadas de cadenas, tanto que Cyra, de complexión más débil, no podía mantenerse erguida. Cuando Teodoreto escribía esto habían pasado ya 41 años de voluntaria reclusión. Una sola vez salieron de su estrecha celda: fue para realizar una peregrinación a los santos lugares, y visitar la iglesia de Santa Tecla. Una vez que lo hubieron hecho, inflamadas de caridad, volvieron a su encierro. Murieron hacia el año 440, y se le atribuyen multitud de milagros.

sábado, 27 de febrero de 2021

REFLEXIONES de CUARESMA

 

Reflexión de hoy

 

Lecturas

 



Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Hoy el Señor, tu Dios, te manda que cumplas estos mandatos y decretos. Acátalos y cúmplelos con todo tu corazón y con toda tu alma.
Hoy has elegido al Señor parque el que él sea tu Dios y tú vayas por sus caminos, observes sus mandatos, preceptos y decretos, y escuches su voz. Y el Señor te ha elegido para que seas su propio pueblo, como te prometió, y observes todos sus preceptos. Él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho, y serás el pueblo santo del Señor, como prometió».


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo.
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Palabra del Señor.

San Gregorio de Narek

En el monasterio de Nerek, en Armenia, san Gregorio, monje, Doctor de la Iglesia, ilustre por su doctrina, sus escritos y su sabiduría mística.

Nació en Armenia. Fue hijo del obispo de Ansevatsik, que se llamaba Cosroes. Desde muy pequeño lo tomó bajo su protección su tío materno, Ananías el Filósofo, que era abad del monasterio de Narek. Allí fue instruido de modo especial en el conocimiento de las Santas Escrituras, se distinguió por su rigor ascético, y por su espíritu de oración. Gregorio pasó toda su vida tras los muros del monasterio.

Después de ser ordenado sacerdote, lo hicieron formador de los novicios que deseaban entrar en la vida monástica. Su fama de santidad y sabiduría trascendió las paredes de Narek, pasó a los monasterios vecinos y se convirtió sin pretenderlo en reformador de monjes. Por la envidia de su sabiduría, y debido también a la estricta observancia de las normas de vida conventual, se ganó la enemistad de algunos que abrieron contra él una auténtica persecución; le llegaron a acusar injustamente de herejía, y aquella campaña terminó con la deposición de sus cargos.

Cuenta el Sinaxario armenio que los obispos desearon conocer la clase de herejía que profesaba Gregorio de Narek; comisionaron a dos monjes sabios de su total confianza para que se entrevistaran con él y descubrieran sus errores. Aquellos buenos delegados temían una entrevista formal con quien tenía fama de recto y sabio; prefirieron hacer otras cuentas y someterlo a una especie de juicio de Dios. Idearon hacerle un exquisito paté de pichón y dárselo a comer en cuaresma; el asunto consistía en que, si Gregorio se comía el paté, sería hereje; si lo rechazaba, demostraría su fidelidad a la doctrina. Se refiere que, nada más verlos entrar en su celda, Gregorio dejó su oración, se puso en pié, abrió la ventana y dio unas palmadas en el aire, mientras gritaba a los pájaros: "Venid, pajaritos, a jugar con el pescado que se come hoy". Entendieron aquellos monjes que el modo de resolverse la trampa era testimonio más que evidente de su santidad, y tomaron buena cuenta de su inocencia, porque un hereje nunca hubiera podido realizar tal gesto.

Fue elegido obispo de Nicópolis en su tierra natal; se dice que huyó abandonando su sede, por humildad, a Francia y se estableció como ermitaño en Pithiviers (Orleans). Es conocido por su doctrina, escritos y ciencia mística, y por un famoso libro llamado "Libro de oraciones"; sus más de veinte mil versos los compuso en poco más de tres años; es reconocido como doctor de la iglesia armenia. Murió en Narek, sobre el lago Van (Turquía). 

“El Santo Padre Francisco confirmó, el 21 de febrero de 2015, la sentencia afirmativa de la Sesión Plenaria de los cardenales y obispos miembros de la Congregación para las Causas de los Santos para la próxima concesión de título de Doctor de la Iglesia Universal a san Gregorio de Narek”

viernes, 26 de febrero de 2021

REFLEXIONES de CUARESMA

 

Reflexión de hoy

 

Lecturas

 



Esto dice el Señor Dios:
«Si el malvado se convierte de todos los pecados cometidos y observa todos mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se tendrán en cuenta los delitos que cometidos; por la justicia que ha practicado, vivirá. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado - oráculo del Señor Dios-, y no que se convierta de su conducta y que viva? Si el inocente se aparta de su inocencia y comete maldades, como las acciones detestables del malvado, ¿acaso podrá vivir? No se tendrán en cuenta sus obras justas. Por el mal que hizo y por el pecado cometido, morirá.
Insistís: “No es justo el proceder del Señor”. Escuchad, casa de Israel: ¿Es injusto mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto?
Cuando el inocente se aparta de su inocencia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió.
Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él salva su propia vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá».


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: Todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehena” del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.
Con el que te pone pleito, procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo».

Palabra del Señor.

San Alejandro de Alejandría

Conmemoración de san Alejandro, obispo, anciano célebre por el celo de su fe, que fue elegido para la sede alejandrina como sucesor de san Pedro y rechazó la nefasta herejía de su presbítero Arrio, que se había apartado de la comunión de la Iglesia. Junto con trescientos dieciocho Padres participó en el primer Concilio de Nicea, que condenó tal error († 326)

San Alejandro, patriarca de Alejandría, tiene una especial significación en la historia de la Iglesia a principios del siglo IV, por haber sido el primero en descubrir y condenar la herejía de Arrio y haber iniciado la campaña contra esta herejía, que tanto preocupó a la Iglesia durante aquel siglo. A él cabe también la gloria de haber formado y asociado en el gobierno de la Iglesia alejandrina a San Atanasio, preparándose de este modo un digno sucesor, que debía ser el portavoz de la ortodoxia católica en las luchas contra el arrianismo.

Nacido Alejandro hacia el año 250, ya durante el gobierno de Pedro de Alejandría se distinguió de un modo especial en aquella Iglesia. Los pocos datos que poseemos sobre sus primeras actividades nos han sido transmitidos por los historiadores Sócrates, Sozomeno y Teodoreto de Ciro, a los que debemos añadir la interesante información de San Atanasio. Así, pues, en general, podemos afirmar que las fuentes son relativamente seguras.

El primer rasgo de su vida, en el que convienen todos los historiadores, nos lo presenta como un hombre de carácter dulce y afable, lleno siempre de un entrañable amor y caridad para con sus hermanos y en particular para con los pobres. Esta caridad, unida con un espíritu de conciliaci6n, tan conforme con los rasgos característicos de la primitiva Iglesia, proyectan una luz muy especial sobre la figura de San Alejandro de Alejandría, que conviene tener muy presente en medio de las persistentes luchas que tuvo que mantener más tarde contra la herejía; pues, viéndolo envuelto en las más duras batallas contra el arrianismo, pudiera creerse que era de carácter belicoso, intransigente y acometedor. En realidad, San Alejandro era, por inclinación natural, todo lo contrario; pero poseía juntamente una profunda estima y un claro conocimiento de la verdadera ortodoxia, unidos con un abrasado celo por la gloria de Dios y la defensa de la Iglesia, lo cual lo obligaba a sobreponerse constantemente a su carácter afable, bondadoso y caritativo, y a emprender las más duras batallas contra la herejía.

De este espíritu de caridad y conciliación, que constituyen la base fundamental de su carácter, dio bien pronto claras pruebas en su primer encuentro con Arrio. Este comenzó a manifestar su espíritu inquieto y rebelde, afiliándose al partido de los melecianos, constituido por los partidarios del obispo Melecio de Lycópolis, que mantenía un verdadero cisma frente al legítimo obispo Pedro de Alejandría. Por este motivo Arrio había sido arrojado por su obispo de la diócesis de Alejandría. Alejandro, pues, se interpuso con todo el peso de su autoridad y prestigio, y obtuvo, no sólo su readmisión en la diócesis, sino su ordenación sacerdotal por Aquillas, sucesor de Pedro en la sede de Alejandría.

Muerto, pues, prematuramente Aquillas el año 313, sucedióle el mismo Alejandro, y por cierto son curiosas algunas circunstancias que sobre esta elección nos transmiten sus biógrafos. Filostorgo asegura que Arrio, al frente entonces de la iglesia de Baucalis, apoyó decididamente esta elección, lo cual se hace muy verosímil si tenemos presente la conducta observada con él por Alejandro. Más, por otra parte, Teodoreto atestigua que Arrio había presentado su propia candidatura a Alejandría frente a Alejandro, y que, precisamente por haber sido éste preferido, concibió desde entonces contra él una verdadera aversión y una marcada enemistad.

Sea de eso lo que se quiera, Arrio mantuvo durante los primeros años las más cordiales relaciones con su obispo, el nuevo patriarca de Alejandría, San Alejandro. Este desarrolló entre tanto una intensa labor apostólica y caritativa en consonancia con sus inclinaciones naturales y con su carácter afable y bondadoso. Uno de los rasgos que hacen resaltar los historiadores en esta etapa de su vida, es su predilección por los cristianos que se retiraban del mundo y se entregaban al servicio de Dios en la soledad. Precisamente en este tiempo comenzaban a poblarse los desiertos de Egipto de aquellos anacoretas que, siguiendo los ejemplos de San Pablo, primer ermitaño, de San Antonio y otros maestros de la vida solitaria, daban el más sublime ejemplo de la perfecta entrega y consagración a Dios. Estimando, pues, en su justo valor la virtud de algunos entre ellos, púsoles al frente de algunas iglesias, y atestiguan sus biógrafos que fue feliz en la elección de estos prelados.

Por otra parte se refiere que hizo levantar la iglesia dedicada a San Teonás, que fue la más grandiosa de las construidas hasta entonces en Alejandría. Al mismo tiempo consiguió mantener la paz y tranquilidad de las iglesias del Egipto, a pesar de la oposición que ofrecieron algunos en la cuestión sobre el día de la celebración de la Pascua y, sobre todo, de las dificultades promovidas por los melecianos, que persistían en el cisma, negando la obediencia al obispo legítimo. Pero lo más digno de notarse es su intervención en la cuestión ocasionada por Atanasio en sus primeros años. En efecto, niño todavía, había procedido Atanasio a bautizar a algunos de sus camaradas, dando origen a la discusión sobre la validez de este bautismo. San Alejandro resolvió favorablemente la controversia, constituyéndose desde entonces en protector y promoviendo la esmerada formación de aquel niño, que debía ser su sucesor y el paladín de la causa católica.

Pero la verdadera significación de San Alejandro de Alejandría fue su acertada intervención en todo el asunto de Arrio y del arrianismo, y su decidida defensa de la ortodoxia católica. En efecto, ya antes del año 318, comenzó a manifestar Arrio una marcada oposición al patriarca Alejandro de Alejandría. Esta se vio de un modo especial en la doctrina, pues mientras Alejandro insistía claramente en la divinidad del Hijo y su igualdad perfecta con el Padre, Arrio comenzó a esparcir la doctrina de que no existe más que un solo Dios, que es el Padre, eterno, perfectísimo e inmutable, y, por consiguiente, el Hijo o el Verbo no es eterno, sino que tiene principio, ni es de la misma naturaleza del Padre, sino pura criatura. La tendencia general era rebajar la significación del Verbo, al que se concebía como inferior y subordinado al Padre. Es lo que se designaba como subordinacianismo, verdadero racionalismo, que trataba de evitar el misterio de la Trinidad y de la distinción de personas divinas. Mas, por otra parte, como los racionalistas modernos, para evitar el escándalo de los simples fieles, ponderaban las excelencias del Verbo, si bien éstas no lo elevaban más allá del nivel de pura criatura.

En un principio, Atrio esparció estas ideas con la mayor reserva y solamente entre los círculos más íntimos. Mas como encontrara buena acogida en muchos elementos procedentes del paganismo, acostumbrados a la idea del Dios supremo y los dioses subordinados, e incluso en algunos círculos cristianos, a quienes les parecía la mejor manera de impugnar el mayor enemigo de entonces, que era el sabelianismo, procedió ya con menos cuidado y fue conquistando muchos adeptos entre los clérigos y laicos de Alejandría y otras diócesis de Egipto. Bien pronto, pues, se dio cuenta el patriarca Alejandro de la nueva herejía e inmediatamente se hizo cargo de sus gravísimas consecuencias en la doctrina cristiana, pues si se negaba la divinidad del Hijo, se destruía el valor infinito de la Redención. Por esto reconoció inmediatamente como su deber sagrado el parar los pasos a tan destructora doctrina. Para ello tuvo, ante todo, conversaciones privadas con Arrio; dirigióle paternales amonestaciones, tan conformes con su propio carácter conciliador y caritativo; en una palabra, probó toda clase de medios para convencer a buenas a Arrio de la falsedad de su concepción.

Mas todo fue inútil. Arrio no sólo no se convencía de su error, sino que continuaba con más descaro su propaganda, haciendo cada día más adeptos, sobre todo entre los clérigos. Entonces, pues, juzgó San Alejandro necesario proceder con rigor contra el obstinado hereje, sin guardar ya el secreto de la persona. Así, reunió un sínodo en Alejandría el año, 320, en el que tomaron parte un centenar de obispos, e invitó a Arrio a presentarse y dar cuenta de sus nuevas ideas. Presentóse él, en efecto, ante el sínodo, y propuso claramente su concepción, por lo cual fue condenado por unanimidad por toda la asamblea.

Tal fue el primer acto solemne realizado por San Alejandro contra Arrio y su doctrina. En unión con los cien obispos de Egipto y de Libia lanzó el anatema contra el arrianismo. Pero Arrio, lejos de someterse, salió de Egipto y se dirigió a Palestina y luego a Nicomedia, donde trató de denigrar a Alejandro de Alejandría y presentarse a sí mismo como inocente perseguido. Al mismo tiempo propagó con el mayor disimulo sus ideas e hizo notables conquistas, particularmente la de Eusebio de Nicomedia.

Entre tanto, continuaba San Alejandro la iniciada campaña contra el arrianismo. Aunque de natural suave, caritativo, paternal y amigo de conciliación, viendo, la pertinacia del hereje y el gran peligro de su ideología, sintió arder en su interior el fuego del celo por la defensa de la verdad y de la responsabilidad que sobre él recaía, y continuó luchando con toda decisión y sin arredrarse por ninguna clase de dificultades. Escribió, pues, entonces algunas cartas, de las que se nos han conservado dos, de las que se deduce el verdadero carácter de este gran obispo, por un lado lleno de dulzura y suavidad, más por otro, firme y decidido en defensa de la verdadera fe cristiana.

Por su parte, Arrio y sus adeptos continuaron insistiendo cada vez más en su propaganda. Eusebio de Nicomedia y Eusebio de Cesarea trabajaban en su favor en la corte de Constantino. Se trataba de restablecer a Arrio en Alejandría y hacer retirar el anatema lanzado contra él. Pero San Alejandro, consciente de su responsabilidad, ponía como condición indispensable la retractación pública de su doctrina, y entonces fue cuando compuso una excelente síntesis de la herejía arriana, donde aparece ésta con todas sus fatales consecuencias.

Por su parte, el emperador Constantino, influido sin duda por los dos Eusebios, inició su intervención directa en la controversia. Ante todo, envió sendas cartas a Arrio y a Alejandro, donde, en la suposición de que se trataba de cuestiones de palabras y deseando a todo trance la unión religiosa, los exhortaba a renunciar cada uno a sus puntos de vista en bien de la paz. El gran obispo Osio de Córdoba, confesor de la fe y consejero religioso de Constantino, fue el encargado de entregar la carta a San Alejandro y juntamente de procurar la paz entre los diversos partidos. Entre tanto Arrio había vuelto a Egipto, donde difundía ocultamente sus ideas y por medio de cantos populares y, sobre todo, con el célebre poema Thalia trataba de extenderlas entre el pueblo cristiano.

Llegado, pues, Osio a Egipto, tan pronto como se puso en contacto con el patriarca Alejandro y conoció la realidad de las cosas, se convenció rápidamente de la inutilidad de todos sus esfuerzos. Así se confirmó plenamente en un concilio celebrado por él en Alejandría. Sólo con un concilio universal o ecuménico se podía poner término a tan violenta situación. Vuelto, pues, a Nicomedia, donde se hallaba el emperador Constantino, aconsejóle decididamente esta solución. Lo mismo le propuso el patriarca Alejandro de Alejandría. Tal fue la verdadera génesis del primer concilio ecuménico, reunido en Nicea el año 325.

No obstante su avanzada edad y los efectos que había producido en su cuerpo tan continua y enconada lucha, San Alejandro acudió al concilio de Nicea acompañado de su secretario, el diácono San Atanasio. Desde un principio fue hecho objeto de los mayores elogios de parte de Constantino y de la mayor parte de los obispos, ya que él era quien había descubierto el virus de aquella herejía y aparecía ante todos como el héroe de la causa por Dios. Como tal tuvo la mayor satisfacción al ver condenada solemnemente la herejía arriana en aquel concilio, que representaba a toda la Iglesia y estaba presidido por los legados del Papa.

Vuelto San Alejandro a su sede de Alejandría, sacando fuerzas de flaqueza, trabajó lo indecible durante el año siguiente en remediar los daños causados por la herejía. Su misión en este mundo podía darse por cumplida. Como pastor, colocado por Dios en una de las sedes más importantes de la Iglesia, había derrochado en ella los tesoros de su caridad y de la más delicada solicitud pastoral, y habiendo descubierto la más solapada y perniciosa herejía, la había condenado en su diócesis y había conseguido fuera condenada solemnemente por toda la Iglesia en Nicea. Es cierto que la lucha entre la ortodoxia y arrianismo no terminó con la decisión de este concilio, sino que continuó cada vez más intensa durante gran parte del siglo IV. Pero San Alejandro había desempeñado bien su papel y dejaba tras sí a su sucesor en la misma sede de Alejandría, San Atanasio, quien recogía plenamente su herencia de adalid de la causa católica.

Según todos los indicios, murió San Alejandro el año 326, probablemente el 26 de febrero, si bien otros indican el 17 de abril. En Oriente su nombre fue pronto incluido en el martirologio. En el Occidente no lo fue hasta el siglo IX.