En Veroli en el Lazio, beata María Fortunata (Ana Felicia) Viti, de la Orden de San Benito, que casi durante toda su vida trabajó como encargada del guardarropa, intentó sólo observar con todo su corazón los preceptos de la regla.
Se llamaba Anna Felice. Su padre un hombre rico de Véroli en Frosinone, hubiera podido mantener a sus nueve hijos sino se hubiera dedicado al alcohol y al juego. A los 14 años se quedó huérfana de madre y tuvo que cuidarse de sus hermanos hasta los 24 años. Su casa es una ruina, y su mayor ocupación es buscar el modo que en la casa todos respeten a su padre colérico, alcoholizado y reducido en la miseria, como es capaz de hacer ella, que cada noche le besa la mano y le pide la bendición, tragándose las lágrimas y la humillación.
A los 24 años ingresó en las monjas benedictinas de Santa María de Franconi en Véroli, donde vivió como monja lega durante 72 años; vivió escondida, trabajando día y noche, cosiendo, siempre en el mismo estado de obediencia y caridad. "Quiero hacerme santa" dijo, cuando entró en el convento. Vivió en el anonimato de su celda, con días todos iguales. Solamente después de su muerte se descubrirá la aridez espiritual que escondía dentro de su fervor; los tormentos e íntimos combates que eran cubiertos de una imperturbable serenidad. No sabía ni leer ni escribir. Consumida por los años, atormentada por el reuma que la postraron en el lecho, incapaz de un mínimo movimiento, ciega, sorda, se fue apagando, y de ella no se acordó nadie. La sepultaron rápidamente, pero los milagros se sucedieron sobre su tumba.
Pablo VI en 1967, proclamó beata a sor María Fortunata Viti, la monja que, trabajando y sonriendo, se iba santificando en la monotonía de la vida cotidiana, en el encierro de un convento, y con una gran cantidad de dolencias.
Se llamaba Anna Felice. Su padre un hombre rico de Véroli en Frosinone, hubiera podido mantener a sus nueve hijos sino se hubiera dedicado al alcohol y al juego. A los 14 años se quedó huérfana de madre y tuvo que cuidarse de sus hermanos hasta los 24 años. Su casa es una ruina, y su mayor ocupación es buscar el modo que en la casa todos respeten a su padre colérico, alcoholizado y reducido en la miseria, como es capaz de hacer ella, que cada noche le besa la mano y le pide la bendición, tragándose las lágrimas y la humillación.
A los 24 años ingresó en las monjas benedictinas de Santa María de Franconi en Véroli, donde vivió como monja lega durante 72 años; vivió escondida, trabajando día y noche, cosiendo, siempre en el mismo estado de obediencia y caridad. "Quiero hacerme santa" dijo, cuando entró en el convento. Vivió en el anonimato de su celda, con días todos iguales. Solamente después de su muerte se descubrirá la aridez espiritual que escondía dentro de su fervor; los tormentos e íntimos combates que eran cubiertos de una imperturbable serenidad. No sabía ni leer ni escribir. Consumida por los años, atormentada por el reuma que la postraron en el lecho, incapaz de un mínimo movimiento, ciega, sorda, se fue apagando, y de ella no se acordó nadie. La sepultaron rápidamente, pero los milagros se sucedieron sobre su tumba.
Pablo VI en 1967, proclamó beata a sor María Fortunata Viti, la monja que, trabajando y sonriendo, se iba santificando en la monotonía de la vida cotidiana, en el encierro de un convento, y con una gran cantidad de dolencias.
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