Santa Gertrudis es llamada la Magna, como ayer llamábamos a San Alberto el Magno, por las altas cimas que escalaron, cada uno en su campo.
No estaba bien visto que las mujeres escribiesen de mística, apoyándose en San Pablo, hasta que el Señor la animó a hacerlo a Catalina de Siena. Y hasta el siglo XX ninguna mujer fue declarada Doctora de la Iglesia.
Santa Gertrudis es una de esas santas mujeres que bebió a grandes sorbos la sabiduría de los mismos labios del Señor. Es una de las grandes místicas, la Santa de la Humanidad de Cristo, la Teóloga del Sagrado Corazón.
Había nacido en Eisleben (Turingia), el 1256. Ella misma cuenta que en los años de su niñez y juventud vivió ofuscada, como pagana entre paganos.
Fue recibida en el monasterio cisterciense de Helfta (Sajonia) a los cinco años de edad. Vivían allí Mectilde y otras almas místicas. Gertrudis se entregó con todo el ardor de su temperamento al estudio, especialmente a la filosofía y a la literatura. Los escritores griegos y latinos la apasionaban. Pero no era una monja fervorosa. «Leía más que rezaba».
A los 26 años experimentó una verdadera conversión. Escribe en sus Revelaciones: «Entonces me hiciste, Señor, el don inestimable de tu amistad y familiaridad, abriéndome el arca nobilísima de la divinidad, es decir, tu corazón divino, en el que hallo todas mis delicias». Se acabaron los libros paganos. Desde ahora su alimento será la Biblia y los Santos Padres, San Agustín, San Gregorio Magno, y los maestros de la escuela de San Víctor.
En adelante su vida es un delicioso coloquio ininterrumpido con el amado de su alma, con ardientes expresiones de amor, apasionadas y audaces, que sólo se dan entre enamorados. «Por Ti suspira y enferma el deseo ardiente de mi alma. Quisiera que me arrancaran el corazón del pecho, que lo hicieran mil pedazos y lo pusieran en un brasero ardiente para que vuestra morada fuera menos indigna de Vos».
El Señor le dice a su vez: «Paloma mía, amada mía, Yo te guardaré entre los brazos de mi ternura y te estrecharé contra mi corazón, de suerte que el tuyo se derrita como cera en el fuego de mi amor». La celda de Gertrudis se había convertido en una prolongación del paraíso.
Fue Gertrudis la que reveló al mundo la devoción al Sagrado Corazón. Y lo hizo con la riqueza de símbolos que luego recogieron los hermanos Van Eyck en el célebre lienzo, El Cordero Místico, de la catedral de Gante. Gertrudis es la precursora de Santa Margarita María de Alacoque. Pero ambas aportan un matiz distinto. Margarita, que tuvo muchos sufrimientos físicos y morales, nos presenta una devoción al Sagrado Corazón, más desde el aspecto expiatorio. En cambio, Gertrudis, aunque también pasó su noche oscura, «cielo de bronce», concibe esta devoción de modo menos sufriente. Para ella Jesús, más que un abismo de penas, es un misterio de gracias y amores.
Una vez dijo Jesús a Mectilde: «En el corazón de Gertrudis me encontraréis». Luego explica Gertrudis atrevidamente que entre Jesús y ella se había dado como un intercambio de corazón. Preciosa idea que recoge la oración colecta de la liturgia de hoy, una de las colectas más bellas, junto con la de San Francisco de Borja, de todo el ciclo de los Santos.
Lo que sucedió en el corazón de Gertrudis, desea experimentarlo el alma fiel: «Oh Dios, que hiciste del corazón de Santa Gertrudis una gozosa morada para Ti, por su oración y méritos, concédenos experimentar con alegría tu presencia y tu acción entre nosotros».
No estaba bien visto que las mujeres escribiesen de mística, apoyándose en San Pablo, hasta que el Señor la animó a hacerlo a Catalina de Siena. Y hasta el siglo XX ninguna mujer fue declarada Doctora de la Iglesia.
Santa Gertrudis es una de esas santas mujeres que bebió a grandes sorbos la sabiduría de los mismos labios del Señor. Es una de las grandes místicas, la Santa de la Humanidad de Cristo, la Teóloga del Sagrado Corazón.
Había nacido en Eisleben (Turingia), el 1256. Ella misma cuenta que en los años de su niñez y juventud vivió ofuscada, como pagana entre paganos.
Fue recibida en el monasterio cisterciense de Helfta (Sajonia) a los cinco años de edad. Vivían allí Mectilde y otras almas místicas. Gertrudis se entregó con todo el ardor de su temperamento al estudio, especialmente a la filosofía y a la literatura. Los escritores griegos y latinos la apasionaban. Pero no era una monja fervorosa. «Leía más que rezaba».
A los 26 años experimentó una verdadera conversión. Escribe en sus Revelaciones: «Entonces me hiciste, Señor, el don inestimable de tu amistad y familiaridad, abriéndome el arca nobilísima de la divinidad, es decir, tu corazón divino, en el que hallo todas mis delicias». Se acabaron los libros paganos. Desde ahora su alimento será la Biblia y los Santos Padres, San Agustín, San Gregorio Magno, y los maestros de la escuela de San Víctor.
En adelante su vida es un delicioso coloquio ininterrumpido con el amado de su alma, con ardientes expresiones de amor, apasionadas y audaces, que sólo se dan entre enamorados. «Por Ti suspira y enferma el deseo ardiente de mi alma. Quisiera que me arrancaran el corazón del pecho, que lo hicieran mil pedazos y lo pusieran en un brasero ardiente para que vuestra morada fuera menos indigna de Vos».
El Señor le dice a su vez: «Paloma mía, amada mía, Yo te guardaré entre los brazos de mi ternura y te estrecharé contra mi corazón, de suerte que el tuyo se derrita como cera en el fuego de mi amor». La celda de Gertrudis se había convertido en una prolongación del paraíso.
Fue Gertrudis la que reveló al mundo la devoción al Sagrado Corazón. Y lo hizo con la riqueza de símbolos que luego recogieron los hermanos Van Eyck en el célebre lienzo, El Cordero Místico, de la catedral de Gante. Gertrudis es la precursora de Santa Margarita María de Alacoque. Pero ambas aportan un matiz distinto. Margarita, que tuvo muchos sufrimientos físicos y morales, nos presenta una devoción al Sagrado Corazón, más desde el aspecto expiatorio. En cambio, Gertrudis, aunque también pasó su noche oscura, «cielo de bronce», concibe esta devoción de modo menos sufriente. Para ella Jesús, más que un abismo de penas, es un misterio de gracias y amores.
Una vez dijo Jesús a Mectilde: «En el corazón de Gertrudis me encontraréis». Luego explica Gertrudis atrevidamente que entre Jesús y ella se había dado como un intercambio de corazón. Preciosa idea que recoge la oración colecta de la liturgia de hoy, una de las colectas más bellas, junto con la de San Francisco de Borja, de todo el ciclo de los Santos.
Lo que sucedió en el corazón de Gertrudis, desea experimentarlo el alma fiel: «Oh Dios, que hiciste del corazón de Santa Gertrudis una gozosa morada para Ti, por su oración y méritos, concédenos experimentar con alegría tu presencia y tu acción entre nosotros».
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