jueves, 31 de julio de 2014

Reflexión de hoy

Lecturas


Palabra del Señor que recibió Jeremías:
-«Levántate y baja al taller del alfarero, y allí te comunicaré mi palabra.»
Bajé al taller del alfarero, que estaba trabajando en el torno. A veces, le salía mal una vasija de barro que estaba haciendo, y volvía a hacer otra vasija, según le parecía al alfarero.
Entonces me vino la palabra del Señor:
-«¿Y no podré yo trataros a vosotros, casa de Israel, como este alfarero? - oráculo del Señor -.
Mirad: como está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en mi mano, casa de Israel.»

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: -«El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos les contestaron: -«Sí. »
Él les dijo: - « Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.

Palabra del Señor.

San Ignacio de Loyola

San Ignacio: ruégale a Dios por todos los que como ti deseamos extender el Reino de Cristo, y hacer amar más a nuestro Divino Salvador.

"Todo para mayor Gloria de Dios" (San Ignacio)

San Ignacio nació en 1491 en el castillo de Loyola, en Guipúzcoa, norte de España, cerca de los montes Pirineos que están en el límite con Francia.

Su padre Bertrán De Loyola y su madre Marina Sáenz, de familias muy distinguidas, tuvieron once hijos: ocho varones y tres mujeres. El más joven de todos fue Ignacio.

El nombre que le pusieron en el bautismo fue Iñigo.

Entró a la carrera militar, pero en 1521, a la edad de 30 años, siendo ya capitán, fue gravemente herido mientras defendía el Castillo de Pamplona. Al ser herido su jefe, la guarnición del castillo capituló ante el ejército francés.

Los vencedores lo enviaron a su Castillo de Loyola a que fuera tratado de su herida. Le hicieron tres operaciones en la rodilla, dolorosísimas, y sin anestesia; pero no permitió que lo atasen ni que nadie lo sostuviera. Durante las operaciones no prorrumpió ni una queja. Los médicos se admiraban. Para que la pierna operada no le quedara más corta le amarraron unas pesas al pie y así estuvo por semanas con el pie en alto, soportando semejante peso. Sin embargo quedó cojo para toda la vida.

A pesar de esto Ignacio tuvo durante toda su vida un modo muy elegante y fino para tratar a toda clase de personas. Lo había aprendido en la Corte en su niñez.

Mientras estaba en convalecencia pidió que le llevaran novelas de caballería, llenas de narraciones inventadas e imaginarias. Pero su hermana le dijo que no tenía más libros que "La vida de Cristo" y el "Año Cristiano", o sea la historia del santo de cada día.

Y le sucedió un caso muy especial. Antes, mientras leía novelas y narraciones inventadas, en el momento sentía satisfacción pero después quedaba con un sentimiento horrible de tristeza y frustración . En cambio ahora al leer la vida de Cristo y las Vidas de los santos sentía una alegría inmensa que le duraba por días y días. Esto lo fue impresionando profundamente.

Y mientras leía las historias de los grandes santos pensaba: "¿Y por qué no tratar de imitarlos? Si ellos pudieron llegar a ese grado de espiritualidad, ¿por qué no lo voy a lograr yo? ¿Por qué no tratar de ser como San Francisco, Santo Domingo, etc.? Estos hombres estaban hechos del mismo barro que yo. ¿Por qué no esforzarme por llegar al grado que ellos alcanzaron?". Y después se iba a cumplir en él aquello que decía Jesús: "Dichosos los que tienen un gran deseo de ser santos, porque su deseo se cumplirá" (Mt. 5,6), y aquella sentencia de los psicólogos: "Cuidado con lo que deseas, porque lo conseguirás".

Mientras se proponía seriamente convertirse, una noche se le apareció Nuestra Señora con su Hijo Santísimo. La visión lo consoló inmensamente. Desde entonces se propuso no dedicarse a servir a gobernantes de la tierra sino al Rey del cielo.

Apenas terminó su convalecencia se fue en peregrinación al famoso Santuario de la Virgen de Monserrat. Allí tomó el serio propósito de dedicarse a hacer penitencia por sus pecados. Cambió sus lujosos vestidos por los de un pordiosero, se consagró a la Virgen Santísima e hizo confesión general de toda su vida.

Y se fue a un pueblecito llamado Manresa, a 15 kilómetros de Monserrat a orar y hacer penitencia, allí estuvo un año. Cerca de Manresa había una cueva y en ella se encerraba a dedicarse a la oración y a la meditación. Allá se le ocurrió la idea de los Ejercicios Espiritales, que tanto bien iban a hacer a la humanidad.

Después de unos días en los cuales sentía mucho gozo y consuelo en la oración, empezó a sentir aburrimiento y cansancio por todo lo que fuera espiritual. A esta crisis de desgano la llaman los sabios "la noche oscura del alma". Es un estado dificultoso que cada uno tiene que pasar para que se convenza de que los consuelos que siente en la oración no se los merece, sino que son un regalo gratuito de Dios.

Luego le llegó otra enfermedad espiritual muy fastidiosa: los escrúpulos. O sea el imaginarse que todo es pecado. Esto casi lo lleva a la desesperación.

Pero iba anotando lo que le sucedía y lo que sentía y estos datos le proporcionaron después mucha habildad para poder dirigir espiritualmente a otros convertidos y según sus propias experiencias poderles enseñar el camino de la santidad. Allí orando en Manresa adquirió lo que se llama "Discreción de espíritus", que consiste en saber determinar qué es lo que le sucede a cada alma y cuáles son los consejos que más necesita, y saber distinguir lo bueno de lo malo. A un amigo suyo le decía después: "En una hora de oración en Manresa aprendí más a dirigir almas, que todo lo que hubiera podido aprender asistiendo a universidades".

En 1523 se fue en peregrinación a Jerusalén, pidiendo limosna por el camino. Todavía era muy impulsivo y un día casi ataca a espada a uno que hablaba mal de la religión. Por eso le aconsejaron que no se quedara en Tierra Santa donde había muchos enemigos del catolicismo. Después fue adquiriendo gran bondad y paciencia.

A los 33 años empezó como estudiante de colegio en Barcelona, España. Sus compañeros de estudio eran mucho más jóvenes que él y se burlaban mucho. El toleraba todo con admirable paciencia. De todo lo que estudiaba tomaba pretexto para elevar su alma a Dios y adorarlo.

Después pasó a la Universidad de Alcalá. Vestía muy pobremente y vivía de limosna. Reunía niños para enseñarles religión; hacía reuniones de gente sencilla para tratar temas de espiritualidad, y convertía pecadores hablandoles amablemente de lo importante que es salvar el alma.

Lo acusaron injustamente ante la autoridad religiosa y estuvo dos meses en la cárcel. Después lo declararon inocente, pero había gente que lo perseguía. El consideraba todos estos sufrimientos como un medio que Dios le proporcionaba para que fuera pagando sus pecados. Y exclamaba: "No hay en la ciudad tantas cárceles ni tantos tormentos como los que yo deseo sufrir por amor a Jesucristo".

Se fue a Paris a estudiar en su famosa Universidad de La Sorbona. Allá formó un grupo con seis compañeros que se han hecho famosos porque con ellos fundó la Compañía de Jesús. Ellos son: Pedro Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salnerón, Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla. Recibieron doctorado en aquella universidad y daban muy buen ejemplo a todos.

Los siete hicieron votos o juramentos de ser puros, obedientes y pobres, el día 15 de Agosto de 1534, fiesta de la Asunción de María. Se comprometieron a estar siempre a las órdenes del Sumo Pontífice para que él los emplease en lo que mejor le pareciera para la gloria de Dios.

Se fueron a Roma y el Papa Pablo III les recibió muy bien y les dio permiso de ser ordenados sacerdotes. Ignacio, que se había cambiado por ese nombre su nombre antiguo de Íñigo, esperó un año desde el día de su ordenación hasta el día de la celebración de su primera misa, para prepararse lo mejor posible a celebrarla con todo fervor.

San Ignacio se dedicó en Roma a predicar Ejercicios Espirituales y a catequizar al pueblo. Sus compañeros se dedicaron a dictar clases en universidades y colegios y a dar conferencias espirituales a toda clase de personas.

Se propusieron como principal oficio enseñar la religión a la gente.

En 1540 el Papa Pablo III aprobó su comunidad llamada "Compañía de Jesús" o "Jesuitas". El Superior General de la nueva comunidad fue San Ignacio hasta su muerte.

En Roma pasó todo el resto de su vida.

Era tanto el deseo que tenía de salvar almas que exclamaba: "Estaría dispuesto a perder todo lo que tengo, y hasta que se acabara mi comunidad, con tal de salvar el alma de un pecador".

Fundó casas de su congregación en España y Portugal. Envió a San Francisco Javier a evangelizar el Asia. De los jesuitas que envió a Inglaterra, 22 murieron martirizados por los protestantes. Sus dos grandes amigos Laínez y Salmerón fueron famosos sabios que dirigieron el Concilio de Trento. A San Pedro Canisio lo envió a Alemania y este santo llegó a ser el más célebre catequista de aquél país. Recibió como religioso jesuita a San Francisco de Borja que era rico político, gobernador, en España. San Ignacio escribió más de 6 mil cartas dando consejos espirituales.

El Colegio que San Ignacio fundó en Roma llegó a ser modelo en el cual se inspiraron muchísimos colegios más y ahora se ha convertido en la célebre Universidad Gregoriana.

Los jesuitas fundados por San Ignacio llegaron a ser los más sabios adversarios de los protestantes y combatieron y detuvieron en todas partes al protestantismo. Les recomendaba que tuvieran mansedumbre y gran respeto hacia el adversario pero que se presentaran muy instruidos para combatirlos. El deseaba que el apóstol católico fuera muy instruido.

El libro más famoso de San Ignacio se titula: "Ejercicios Espirituales" y es lo mejor que se ha escrito acerca de como hacer bien los santos ejercicios. En todo el mundo es leído y practicado este maravilloso libro. Duró 15 años escribiéndolo.

Su lema era: "Todo para mayor gloria de Dios". Y a ello dirigía todas sus acciones, palabras y pensamientos: A que Dios fuera más conocido, más amado y mejor obedecido.

En los 15 años que San Ignacio dirigió a la Compañía de Jesús, esta pasó de siete socios a más de mil. A todos y cada uno trataba de formarlos muy bien espiritualmente.

Como casi cada año se enfermaba y después volvía a obtener la curación, cuando le vino la última enfermedad nadie se imaginó que se iba a morir, y murió subitamente el 31 de julio de 1556 a la edad de 65 años.

En 1622 el Papa lo declaró Santo y después Pío XI lo declaró Patrono de los Ejercicios Espirituales en todo el mundo. Su comunidad de Jesuitas es la más numerosa en la Iglesia Católica.

miércoles, 30 de julio de 2014

Reflexión de hoy

Lecturas


¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de pleitos y contiendas para todo el país!
Ni he prestado ni me han prestado, y todos me maldicen.
Cuando encontraba palabras tuyas, las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, Señor, Dios de los ejércitos.
No me senté a disfrutar con los que se divertían; forzado por tu mano, me senté solitario, porque me llenaste de ira.
¿Por qué se ha vuelto crónica mi llaga, y mi herida enconada e incurable?
Te me has vuelto arroyo engañoso, de aguas inconstantes.
Entonces respondió el Señor: «Si vuelves, te haré volver a mí, estarás en mi presencia; si separas lo precioso de la escoria, serás mi boca.
Que ellos se conviertan a ti, no te conviertas tú a ellos.
Frente a este pueblo te pondré como muralla de bronce inexpugnable; lucharán contra ti y no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte y salvarte - oráculo del Señor -.
Te libraré de manos de los perversos, te rescataré del puño de los opresores.»

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
-«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.»

Palabra del Señor.

San Pedro Crisólogo

San Pedro Crisólogo ocupa un puesto en esa noble academia de los doctores de la Iglesia. Es un doctor, y apenas le conocemos más que como doctor. Sabemos únicamente que nació en Imola, que murió en Imola, y que durante cerca de veinte años gobernó la iglesia de Ravena, capital entonces del ruinoso Imperio de Occidente. Gobernó con celo de apóstol y con entrañas de padre. Predicando una vez en el aniversario de su consagración, trazaba hermosamente el retrato del verdadero obispo. «Hoy—decía—le ha nacido un hijo a la Iglesia, un hijo que no la abrume con su peso, ni la aterre con el temor, ni la conmueva con la intriga, ni con la esperanza la perturbe, sino que la sustente con el obsequio de su fidelidad, la persiga con la vigilancia amorosa de sus cuidados, le procure lo necesario con solicitud, ordene con blandura la familia de Dios, reciba a los peregrinos, sirva a los que obedecen, obedezca a los reyes, colabore con las potestades, dé el homenaje de la reverencia a los ancianos, el de la bondad a los jóvenes, a los hermanos el del amor, el del afecto a los pequeñuelos, y a todos el de una servidumbre libre por Cristo.»

Así entendía San Pedro Crisólogo el episcopado, y realizando su bello ideal, mereció que aun antes de su muerte se hiciese la apología de su vida. «En otros—decía un admirador—el nombre de Pedro es puro apelativo: en éste es una viva realidad. Mirad cómo se junta en él la santidad más amable con una austeridad monacal: rostro pálido por los ayunos, cuerpo enflaquecido por la penitencia, llanto que bautiza los pecados, limosnas que son una oración. Y no os extrañéis de esas lágrimas, sabiendo que si Pedro llora, es que le mira Cristo. Grato es el llanto con que se compra el gozo de la inmortalidad. Él es, pues, el custodio de la fe, la piedra de nuestra Iglesia, el que nos abre las puertas del Cielo; es el hábil pescador que con el anzuelo de su santidad atrae a las muchedumbres, sumergidas en las olas de los errores, y las recoge en la red de su doctrina; es el cazador apostólico que con la caña de la palabra divina alcanza las almas juveniles que atraviesan los aires. Siembra en los pueblos las leyes de la justicia, llena de luz las páginas oscuras de los sagrados libros, y las gentes llegan de regiones distantes para verle y oírle. Los mismos que se habían ocultado en la soledad, vuelven al siglo, no tanto por el siglo como por causa de este hombre admirable» (Sermón 107).

Algo de esa mágica influencia que ejercía el gran prelado sobre sus contemporáneos, podemos sentirla nosotros al leer los ciento ochenta sermones que de él nos quedan, y que con justicia le han dado el nombre de Crisólogo, el de la palabra de oro. Su voz se levanta solemne en medio de una civilización que se desmorona. Vive junto a una corte llena de intrigas y temores, en los últimos días de un Imperio, en un siglo que él llama hinchado de pompa, sublimado en el abismo, borrascoso en sectas, fluctuante en la ignorancia, clamoroso en las discordias, furioso en la ira, pérfido en la venganza, náufrago en los pecados, hundido en la impiedad. Los bárbaros recorren el imperio incendiando y matando; los descendientes de Teodosio son simples muñecos en sus manos; las provincias se les escapan como jirones de un manto gastado. El obispo, sin embargo, habla con serenidad, como si no se diese cuenta del espectáculo que se desarrolla ante sus ojos. Cuando otros anuncian el fin de los tiempos, él parece entrever la nueva organización social, el triunfo definitivo de Cristo. En su elocuencia no relumbran las espadas de los godos, ni tiembla el charrasco de los escudos, ni repercuten los llantos palatinos. Siembra seguro la cosecha, o acaso con la tranquilidad de quien sabe que cumple con su deber. «Los pasados vivieron para nosotros—dice estoicamente—; nosotros, para los venideros; nadie para sí.»

Las gentes se aglomeran, se sofocan y se pegan por oírle. un sermón suyo empieza con estas palabras: «Largo tiempo he callado mientras duraban los calores, para que no me echasen la culpa de ardores y enfermedades que pudieran originarse de la presión de las gentes, sedientas de escucharme; pero como el otoño va templando el ambiente, podemos coger de nuevo el hilo de la palabra divina.» Es la palabra divina la que anima los discursos de este gran orador; comenta los milagros evangélicos, explica las parábolas, ensalza la resistencia de los mártires, y, dirigiéndose a los catecúmenos, «su vida, su gloria, su salud», desenvuelve la doctrina del Símbolo y del Padrenuestro. No es la suya una palabra dogmática, como la de San León, su contemporáneo, ni tiene un período tan rítmico y estudiado; pero es más ágil, más afectiva, más popular. El pensamiento delicado y profundo relampaguea constantemente en su voz; pero es un pensamiento que sale empapado en sangre caliente.

Las siguientes ideas derramadas en su comentario de la parábola del hijo pródigo pueden servir de ejemplo de su estilo: «Sin el padre, el capital desnuda al hijo, no le enriquece; le arranca al regazo materno, le arroja de su casa, le saca de su tierra, le despoja de la fama, le quita la castidad. Nada queda ni de la vida, ni de las costumbres, ni de la piedad, ni de la libertad, ni de la gloria. El ciudadano se convierte en peregrino, el hijo en mercenario, el rico en pobre, el libre en esclavo. El que se desdeñó de acatar la santa piedad, se junta a una piara inmunda. En el padre es donde se encuentra la dulce condición, la servidumbre libre, la seguridad absoluta, el temor alegre, el blando castigo, la rica pobreza y la posesión segura. Pero el desertor del amor, el tránsfuga de la piedad, es destinado a servir a los puercos, a ser manchado y pisoteado por los puercos, para que sepa cuan amargo, cuan miserable es dejar la bienaventuranza del abrigo paterno.»

Así habla Pedro Crisólogo: comenta, exhorta, analiza. No le gusta discutir, ni se irrita, ni gesticula buscando efectos dramáticos. Su frase es rápida, nerviosa y llena de vida y movimiento. Tiene algunas alusiones a la herejía arriana y eutiquiana, pero pocas. No quiere intranquilizar los ánimos sin necesidad; le basta con exponer la buena doctrina en toda su pureza. En puntos de ortodoxia, tiene un seguro criterio de verdad: la adhesión a la cátedra apostólica. Eutiques le escribe con el fin de atraerle al monofisismo; y a esta solicitación zalamera e hipócrita contesta Pedro con una carta famosa: «Triste he leído tus tristes letras; porque así como la par; de la Iglesia, la concordia de los sacerdotes y la armonía del pueblo me llenan de alegría, del mismo modo la disensión fraterna me aflige y abate.»

También aquí el orador es enemigo de discutir. No comprende esa lucha secular acerca de la generación de Cristo, cuando en treinta años dirime la ley humana todas las cuestiones. A Orígenes le pierde su afán de escrutar los principios; a Nestorio, sus vanas sutilezas. Hay que dejarse de curiosidades, para adorar con los magos y cantar con los ángeles al que yace en un pesebre, siguiendo dócilmente las instrucciones del Pontífice de la ciudad de Roma, «puesto que el bienaventurado Pedro, que vive aún y preside su cátedra, comunica la verdad a los que la buscan. En cuanto a mí, el amor de la paz y de la verdad no me permite intervenir en cuestiones de fe sin el consentimiento del obispo de Roma.»

Aquel acento áureo vibra con una viveza especial cuando se levanta para condenar las últimas audacias del paganismo. «¡Qué vanidad, que demencia, qué ceguera!—clamaba el Crisólogo, indignado por las bacanales del primero de enero—. ¡Confiesan como dioses a quienes infaman con burlas exquisitas! Si no deseasen tener dioses criminales ¿cómo habían de llamar dioses a aquellos cuyos adulterios figuran en los juegos, cuyas fornicaciones representan en las imágenes, cuyos incestos reproducen en las pinturas, cuyas crueldades recuerdan en los libros, cuyos parricidios transmiten a los siglos, cuyas impiedades celebran en las tragedias, cuyas obscenidades conmemoran en sus fiestas? El que desea pecar, da culto al pecador, a Venus adúltera, a Marte sangriento. Y estáis engañados si creéis que en estas cosas no hay más que un legítimo regocijo por el principio del año. No son juegos, sino crímenes. ¿Quién juega con la impiedad, quién se divierte con el sacrilegio, quién llama reír al pecado? Es un tirano el que se viste de tirano. El que se hace dios, contradice al Dios verdadero. No podrá llevar la imagen de Dios el que toma la persona de un ídolo; el que quisiere divertirse con el diablo, no podrá gozar con Cristo. Nadie juega seguro con la serpiente; nadie se divierte impunemente con el demonio.»

martes, 29 de julio de 2014

Reflexión de hoy

Lecturas


Mis ojos se deshacen en lágrimas, día y noche no cesan: por la terrible desgracia de la doncella de mi pueblo, una herida de fuertes dolores.
Salgo al campo: muertos a espada; entro en la ciudad: desfallecidos de hambre; tanto el profeta como el sacerdote vagan sin sentido por el país.
¿Por qué has rechazado del todo a Judá? ¿Tiene asco tu garganta de Sión? ¿Por qué nos has herido sin remedio?
Se espera la paz, y no hay bienestar, al tiempo de la cura sucede la turbación.
Señor, reconocemos nuestra impiedad, la culpa de nuestros padres, porque pecamos contra ti.
No nos rechaces, por tu nombre, no desprestigies tu trono glorioso; recuerda y no rompas tu alianza con nosotros.
¿Existe entre los ídolos de los gentiles quien dé la lluvia? ¿Soltarán los cielos aguas torrenciales?
¿No eres, Señor, Dios nuestro, nuestra esperanza, porque tú lo hiciste todo?

En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
Y dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.”
Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará.”
Marta respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día.”
Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”
Ella le contestó: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”

Palabra del Señor.

Santa Marta de Betania

Marta significa: "señora; jefe de hogar".

En Betania, un pueblecito cercano a Jerusalén, vivía una familia de la cual dice el Evangelio un elegio hermosísimo: "Jesús amaba a Marta, a María y a su hermano Lázaro". Difícil encontrar un detalle más simpático acerca de alguna familia: eran muy amados por Jesús.

Los dos primeros años de su apostolado, Jesús estuvo la mayor parte del tiempo en la provincia de Galilea, al norte de su país. Pero en el tercer año se trasladó a Judea, en el sur, y con él sus discípulos. En Jerusalén era bastante peligroso el quedarse por las noches porque los enemigos le habían jurado guerra a muerte y buscaban cualquier ocasión propicia para matar al Redentor. Pero allí, a cuatro kilómetros de Jerusalén, había un pueblecito tranquilo y amable y en él un hogar donde Jesús se sentía bien. Era el hogar de Marta, María y Lázaro. En esta casa siempre había una habitación lista y bien arreglada para recibir al Divino Maestro, cualquier día a la hora en que llegara. Y tres corazones verdaderamente amigos de Jesús, le esperaban con afecto fraternal. Allí Jesús se sentía como en su casa. (S. Marta es la patrona de los hoteleros, porque sabía atender muy bien). Con razón dice el Evangelio que Jesús amaba a Marta, a María y a Lázaro. Que bueno fuera que de cada uno de nuestros hogares se pudiera decir lo que la Biblia afirma del hogar de estas tres afortunadas personas.

Famosa se ha hecho la escena que sucedió un día en que Jesús llegó a Betania con sus 12 apóstoles y las santas mujeres (mamás de algunos apóstoles, etc). Marta corría de allá para acá preparando los alimentos, arreglando las habitaciones, llevando refrescos para los sedientos viajeros. Jesús como siempre, aprovechando aquellos instantes de descanso, se dedicó a dar sabias instrucciones a sus discípulos. Oír a Cristo es lo más hermoso que pueda existir. El estaba sentado en un sillón y los demás, atentísimos, sentados en el suelo escuchando. Y allí, en medio de todos ellos, sentada también en el suelo estaba María, la hermana de Marta, extasiada,oyendo tan formidables enseñanzas.

De pronto Marta se detiene un poco en sus faenas y acercándose a Jesús le dice con toda confianza: "Señor, ¿cómo te parece que mi hermana me haya dejado a mí sola con todo el oficio de la casa? Por qué no le dices que me ayude un poco en esta tarea?".

Y Jesús con una suave sonrisa y tono bondadoso le responde: "Marta, Marta, te afanas y te preocupas por muchas cosas. Sólo una cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, la que no le será quitada". Marta entendió la lección y arremangándose el delantal, se sentó también allí en el suelo para escuchar las divinas instrucciones del Salvador. Ahora sabía que todos los afanes materiales no valen tanto como escuchar las enseñanzas que vienen del cielo y aprender a conseguir la eterna salvación.

Narra San Juan en el capítulo 11 "Sucedió que un día Lázaro se enfermó, se agravó y empezó a dar señales muy graves de que se iba a morir. Y Jesús estaba lejos. Las dos hermanas le enviaron un empleado con este sencillo mensaje: Señor aquel que tú amas, está enfermo. Que bello modo de comunicarle la noticia. Sabemos que lo amas, y si lo amas lo vas a ayudar.

Pero Jesús (que estaba al otro lado del Jordán) no se movió de donde estaba. Un nuevo mensajero y Jesús no viene. A los apóstoles les dice: "Esta enfermedad será para gloria de Dios". Y luego les añade: "Lázaro nuestro amigo ha muerto. Y me alegro de que esto haya sucedido sin que yo hubiera estado allí, proque ahora váis a creer".

A los cuatro días de muerto Lázaro, dispuso Jesús dirigirse hacia Betania, la casa estaba llena de amigos y conocidos que habían llegado a dar el pésame a las dos hermanas. Tan pronto Marta supo que Jesús venía, salió a su encuentro y le dijo: Oh Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano; pero aún ahora yo sé que cuánto pidas a Dios te lo concederá.

Jesús le dice: "Tu hermano resucitará".

Marta le contesta: Ya sé que resucitará el último día en la resurrección de los muertos.

Jesús añadió: Yo soy la resurreción y la vida. Todo el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá ¿Crees esto?

Marta respondió: Sí Señor; yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.

Maravillosa profesión de fe hecha por esta santa mujer. Dichosa Marta que hizo decir a Jesús verdades tan formidables.

Jesús dijo: "¿Dónde lo han colocado?" Y viendo llorar a Marta y a sus acompañantes, Jesús también empezó a llorar. Y las gentes comentaban: "Mirad cómo lo amaba".

Y fue al sepulcro que era una cueva con una piedra en la entrada. Dijo Jesús: "Quiten la piedra". Le responde Marta: "Señor ya huele mal porque hace cuatro días que está enterrado". Le dice Jesús "¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?". Quitaron la piedra y Jesús dijo en voz alta: "Lázaro ven afuera". Y el muerto salió, llevando el suadrio y las vendas de sus manos.

Santa Marta bendita, no dejes de rogar a Jesús por tantos Lázaros muertos que tenemos en nuestras familias. Son los que viven en pecado mortal. Que Cristo el Salvador venga a nuestros hogares y resucite a los que están muertos por el pecado y los libre de la muerte eterna, por medio de una verdadera conversión.

Dijo Jesús: si crees verás la gloria de Dios.

lunes, 28 de julio de 2014

Reflexión de hoy

Lecturas


Así me dijo el Señor:
-«Vete y cómprate un cinturón de lino, y rodéate con él la cintura; pero que no toque el agua.»
Me compré el cinturón, según me lo mandó el Señor, y me lo ceñí.
Me volvió a hablar el Señor:
-«Torna el cinturón que has comprado y llevas ceñido, levántate y ve al río Éufrates, y escóndelo allí, entre las hendiduras de las piedras. »
Fui y lo escondí en el Éufrates, según me había mandado el Señor.
Pasados muchos días, me dijo el Señor:
-«Levántate, vete al río Éufrates y recoge el cinturón que te mandé esconder allí. »
Fui al Éufrates, cavé, y recogí el cinturón del sitio donde lo había escondido: estaba estropeado, no servía para nada.
Entonces me vino la siguiente palabra del Señor:
-«Así dice el Señor: De este modo consumiré la soberbia de Judá, la gran soberbia de Jerusalén.
Este pueblo malvado que se niega a escuchar mis palabras, que se comporta con corazón obstinado y sigue a dioses extranjeros, para rendirles culto y adoración, será como ese cinturón, que ya no sirve para nada.
Como se adhiere el cinturón a la cintura del hombre, así me adherí la casa de Judá y la casa de Israel - oráculo del Señor -, para que ellas fueran mi pueblo, mi fama, mi alabanza, mi ornamento; pero no me escucharon.»

En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente:
-«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.»
Les dijo otra parábola:
-«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.» Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada.
Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.»

Palabra del Señor.

Santa María Josefa Rosello

Que la Divina Providencia de Dios envíe a su santa Iglesia muchas "capitanas" que, como María Josefa Rosello, se dediquen a llenar el mundo de obras de caridad.

Dijo Jesús: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio".

Esta activísima mujer tuvo el consuelo de que al morir ya había fundado 66 conventos de su comunidad. Es la fundadora de las Hermanas de la Misericordia.

En un retrato que le fue tomado, la santa aparece con un rostro firmemente perfilado y lleno de energía; sereno, y con la alegría de quien espera conseguir nuevos triunfos.

María Josefa nació en 1811 en Abisola, Italia, de familia pobre. Cuando todavía era muy jovencita, su papá la llamaba "la pequeña capitana", porque demostraba tener cualidades de líder y ejercía mucha influencia entre sus compañeras.

Un día todas las personas mayores del pueblo dispusieron irse en peregrinación a visitar un santuario de la Virgen, en otra población. Cuando ya los mayores se habían marchado, María Josefa organizó a las niñas de la población y con ellas se fue cantando y rezando, en peregrinación al templo del pueblo. Un joven subió a la torre e hizo repicar las campanas, y así también los menores tuvieron su fiesta religiosa.

Un par de esposos muy ricos sufrían porque el marido estaba paralizado y no tenían quien le hiciera de enfermera. Averiguaron qué mujer había de absoluta confianza y les recomendaron a Josefa. Y ella atendió con el más esmerado cariño al pobre paralítico durante ocho años. Los esposos en pago a tantas bondades, dispusieron hacerla heredera de sus cuantiosos bienes. Pero la joven les dijo que solamente había hecho esto por amor a Dios, y no les recibió nada.

Nuestra joven sentía un gran deseo de dedicarse a llevar una vida de soledad y oración, pero su confesor le dijo que eso no era lo mejor para su temperamento emprendedor. Entonces al saber que el señor obispo de Savona estaba aterrado al ver que había tantas niñas abandonadas por las calles, sin quién las educara, se le presentó para ofrecerle sus servicios. Al prelado le pareció muy buena su oferta y la encargó de conseguir otras jovenes que quisieran dedicarse a la educación de niñas abandonadas. Y así en 1837 con ella y varias de sus amigas quedó fundada la congregación de Nuestra Señora de la Merced o de las Misericordias, con el fin de atender a las jóvenes más pobres.

Con unos muebles viejos, una casona casi en ruinas, cuatro colchones de paja extendidos en el suelo, unos kilos de papas, un crucifijo y un cuadro de la Santísima Virgen, empezaron su nueva comunidad. Y Dios la bendijo tanto, que ya en vida de la fundadora se fundaron 66 casas de la comunidad. Sus biógrafos dicen que María Josefa no hizo milagros de curaciones, pero que obtuvo de Dios el milagro de que su congregación se multiplicara de manera admirable. Cada vez que tenía unos centavos sobrantes en una casa, ya pensaba en fundar otra para las gentes más pobres.

La esposa del paralítico al cual ella había atendido con tanta caridad cuando era joven, le dejó al morir toda su grande herencia y con eso pudo pagar terribles deudas que tenía y fundar nuevas casas.

La Madre Josefa tenía una confianza total en la Divina Providencia, o sea en el gran amor generoso con que Dios cuida de nosotros. Y aún en las circunstancias más difíciles no dudaba de que Dios iba a intervenir a ayudarla, y así sucedía.

En su escritorio tenía una calavera para recordar continuamente en que terminan las bellezas y vanidades del mundo.

Durante 40 años fue superiora general, pero aún teniendo tan alto cargo, en cada casa donde llegaba, se dedicaba a ayudar en los oficios más humildes: lavar, barrer, cocinar, atender a los enfermos más repugnantes, etc.

Ante tantos trabajos y afanes se enfermó gravemente. El obispo se dio cuenta de que se trataba de cansancio y exceso de trabajo. La envió a descansar varias semanas, y volvió llena de salud y de energías para seguir trabajando, por el Reino de Dios.

Los misioneros encontraban muchas niñas abandonadas y en graves peligros y las llevaban a la Madre Josefa. Y ella, aun con grandes sacrificios y endeudándose hasta el extremo, las recibía gratuitamente para educarlas.

Su gran deseo era el poder enviar misioneras a lejanas tierras. Y la ocasión se presentó en 1875 cuando desde Buenos Aires, Argentina, le rogaron que enviara a sus religiosas a atender a las niñas abandonadas. Y coincidió el envío de sus primeras misioneras con el primer grupo de misioneros salesianos que enviaba San Juan Bosco. Así que ellas en el barco recibieron la bendición y los consejos de este gran santo que estaba ese día despidiendo a sus primeros misioneros salesianos.

También en América sus religiosas fueron fundando hospitales, casas de refugio y obras de beneficiencia.

Sus últimos años padeció muy dolorosas enfermedades que la redujeron casi a total quietud. Y llegaron escrúpulos o falsos temores de que se iba a condenar. Era una pena más que le permitía Dios para que se santificara más y más. Pero venció esas tentaciones con gran confianza en Dios y murió diciendo: "Amemos a Jesús. Lo más importante es amar a Dios y salvar el alma". El 7 de diciembre de 1880 pasó a la eternidad. En 1949 fue declarada santa.

domingo, 27 de julio de 2014

Domingo 27/07/2014 17º Tiempo Ordinario

Reflexión de hoy

Lecturas


En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: -«Pídeme lo que quieras.»
Respondió Salomón:
-«Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?»
Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y Dios le dijo:
-«Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.»

Hermanos:
Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio.
A los que habla escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos.
A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
-«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría ‘ va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos le contestaron:
-«Sí.»
Él les dijo:
-«Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo. »

Palabra del Señor.

Más abajo encontrareis la HOMILÍA correspondiente a estas lecturas.