miércoles, 31 de julio de 2019

Reflexión de hoy

Lecturas



Cuando Moisés bajó de la montaña del Sinaí con las dos tablas del Testimonio en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, por haber hablado con el Señor. Aarón y todos los hijos de Israel vieron a Moisés con la piel de la cara radiante y no se atrevieron a acercarse a él.
Cuando Moisés los llamó, Aarón y los jefes de la comunidad se acercaron a él, y Moisés habló con ellos.
Después se acercaron todos los hijos de Israel y Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le había dado en la montaña del Sinaí. Cuando terminó de hablar con ellos, se cubrió la cara con un velo.
Siempre que Moisés entraba ante el Señor para hablar con él, se quitaba el velo hasta la salida. Al salir, comunicaba a los hijos de Israel lo que se le había mandado. Ellos veían la piel de la cara de Moisés radiante, y Moisés se cubría de nuevo la cara con el velo, hasta que volvía a hablar con Dios.


En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas que, al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra».

Palabra del Señor.

Beata Sidonia Schelingová


En la ciudad de Trnava, en Eslovaquia, beata Sidonia (Cecilia) Schelingová, virgen de la Congregación de las Hermanas de la Caridad de la Santa Cruz y mártir, que en tiempos difíciles para la Iglesia de su país, con motivo de proteger a un sacerdote, sufrió mucho de cuerpo y alma, y, contraida una enfermedad, se mostró testigo alegre y constante de Cristo.

Nació en Krivá, en Orava (Eslovaquia), en el seno de una familia de campesinos. En 1929 comenzó una colaboración con las Hermanas de la Caridad de la Santa Cruz, en la que ingresó como religiosa, para entregarse más y mejor a Dios y al prójimo. En Podujajské Biskupice realizó estudios de enfermería y luego un curso de especialización en radiología. En 1937 emitió su profesión perpetua, escogiendo el nombre de Zdenka (Cecilia).

Se destacó por su entrega y amabilidad a los demás. La amistad espiritual con Cristo marcó su vida religiosa y su trabajo de enfermera. Trabajó como enfermera en Humenné. En 1942, invitada por la dirección del hospital del Estado, fue a trabajar a Bratislava, en la sección de radiología, como ayudante de laboratorio. Se dedicó a los enfermos siempre con una sonrisa y profesionalidad. Para sus compañeros de trabajo era “modelo de religiosa y de enfermera profesional”.

En 1948, el partido comunista tomó el poder e inició la persecución contra la Iglesia católica, las comunidades religiosas fueron disueltas y sus miembros condenados a trabajos forzados. En 1952 ayudó a huir a un sacerdote detenido que se encontraba en el hospital para ser curado después de una sesión de torturas. Zdenka ofreció su vida por la suya: “Jesús, te ofrezco mi vida por la tuya. ¡Sálvalo!”. Fue detenida en 1952. Sufrió crueles interrogatorios, con grandes humillaciones y torturas, y fue condenada a 12 años de cárcel por alta traición y diez años de pérdida de los derechos civiles.

En 1952 fue trasladada a la cárcel de Rimavská Sobota y luego, un año después, como castigo por no colaborar con los guardias, a la cárcel de Pardubice, mucho más dura. Su vía crucis prosiguió por varias prisiones y hospitales de cárceles, pues a causa de las torturas se le produjo un tumor maligno en el pecho y se agudizó la tuberculosis. Hasta los últimos momentos de su vida terrena soportó los sufrimientos con paciencia heroica, dispuesta a morir por su fe y el bien de la Iglesia, y sin ningún rencor hacía los que le habían causado tanto sufrimiento. Mientras era golpeada casi hasta la muerte, susurró: “El perdón es lo más grande de la vida”. En 1955, las autoridades comunistas previendo su próxima muerte le concedieron la amnistía y fue puesta en libertad, pocas semanas antes de su muerte, por sus sufrimientos se la considera mártir. Murió en Trnava. Fue beatificada por SS. Juan Pablo II en Eslovaquia, el 14 de septiembre de 2003.

martes, 30 de julio de 2019

Reflexión de hoy

Lecturas



En aquellos días, Moisés levantó la tienda de Dios y la plantó fuera, a distancia del campamento, y la llamó «Tienda del Encuentro». El que deseaba visitar al Señor, salía fuera del campamento y se dirigía a la Tienda del Encuentro.
Cuando Moisés salía en dirección a la tienda, todo el pueblo se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas, mirando a Moisés hasta que este entraba en la tienda. En cuanto Moisés entraba en la tienda, la columna de nube bajaba y se detenía a la entrada de la tienda, mientras el Señor hablaba con Moisés. Cuando el pueblo veía la columna de nube a la puerta de la tienda, se levantaba y se postraba cada uno a la entrada de su tienda.
El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo. Después Moisés volvía al campamento, mientras Josué, hijo de Nun, su joven ayudante, no se apartaba del interior de la tienda. Moisés se quedó en la presencia del Señor, y pronunció su nombre.
El Señor pasó ante él proclamando: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, que mantiene la clemencia hasta la milésima generación, que perdona la culpa, el delito y el pecado, pero no los deja impunes y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación». Moisés al momento se inclinó y se postró en tierra.
Y le dijo: «Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya». Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días con sus cuarenta noches: sin comer pan ni beber agua; y escribió en las tablas las palabras de la alianza, las Diez Palabras.


En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa.
Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo». Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles.
Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».

Palabra del Señor.

San Abdón y San Senén


De los Santos Abdón y Senén se recitaba esta "lección" en el oficio de maitines del Breviario antes de la simplificación de rúbricas llevada a cabo el año 1956 por la Sagrada Congregación de Ritos, en que su antiguo oficio de rito simple quedó reducido a "memoria" o conmemoración:

Bajo el imperio de Decio, Abdón y Senén, de nacionalidad persa, fueron acusados de enterrar en sus propiedades los cuerpos de los cristianos que eran dejados insepultos. Habiendo sido detenidos por orden del emperador, intentóse obligarles a sacrificar a los dioses; mas ellos se negaron a hacerlo, proclamando con toda energía la divinidad de Jesucristo, por lo cual, después de haber sido sometidos a un riguroso encarcelamiento, al volver Decio a Roma obligóles a entrar en ella cargados de cadenas, caminando delante de su carroza triunfal. Conducidos a través de las calles de la ciudad a la presencia de las estatuas de los ídolos, escupieron sobre ellas en señal de execración, lo que les valió ser expuestos a los osos y a los leones, los cuales no se atrevieron a tocarles. Por último, después de haberlos degollado, arrastraron sus cuerpos, atados por los pies, delante del simulacro del Sol, pero fueron retirados secretamente de aquel lugar, para darles sepultura en la casa del diácono Quirino."

La "lección" transcrita recoge la leyenda que nos ha transmitido la "pasión de San Policronio" , pieza que parece remontarse a finales del siglo V o principios del VI. Esta pasión representa a nuestros Santos como subreguli o jefes militares de Persia, donde habrían sido hechos prisioneros por Decio, circunstancia evidentemente falsa, puesto que Decio no hizo guerra alguna contra aquella nación. Añade el documento que padecieron martirio en Roma bajo Decio, siendo prefecto Valeriano, detalle igualmente inexacto, puesto que Valeriano no fue prefecto durante el reinado de Decio. Sin embargo, la mención de estos dos emperadores nos permite fijar la fecha del martirio de Abdón y Senén ya bajo Decio, en 250, ya bajo Valeriano. en 258.

Lo que sí podemos retener como seguro es el origen oriental de ambos Santos, suficientemente atestiguado por sus nombres. Muy bien puede creerse que fueran de origen ilustre, príncipes o sátrapas, ya refugiados en Roma a consecuencia de alguna revolución en su país o por haber caído en desgracia de sus soberanos, ya traídos de Persia como prisioneros o como rehenes, no por Decio, que no estuvo allí, sino por su inmediato predecesor, el emperador Felipe el Arabe. Si vivieron en la corte de Decio pudieron haber muerto víctimas no solamente de su fe cristiana, sino también del odio que los escritores cristianos atribuyen a Decio contra todo lo que guardaba relación con su predecesor.

Alguien ha propuesto otra hipótesis. Teniendo en cuenta que el cementerio de Ponciano, donde fueron sepultados estos mártires, se halla enclavado en un barrio pobre, próximo a los almacenes del puerto de Roma, cabría preguntarse si Abdón y Senén no fueron simplemente dos obreros orientales. Se habla en la pasión de un cierto Galba, cuyo nombre podría haber sido sugerido por la proximidad de los horrea Galbae, los docks para el vino, el aceite y otras mercancías de importación.

Sea lo que fuere de tales conjeturas, hay un dato cierto e indudable en la vida de nuestros Santos, y es la constancia de su martirio, atestiguada por su sepultura en el referido cementerio o catacumba de Ponciano y la nota que trae el cronógrafo de Filócalo, del año 354, que dice así en su lista de enterramiento de mártires: "El 3 de las calendas de agosto (es decir, el 30 de julio), Abdón y Senén en el cementerio de Ponciano, que se encuentra junto al "Oso encapuchado". Igual referencia y para igual fecha aporta el calendario jeronimiano, repitiéndola los diversos itinerarios compuestos para uso de los peregrinos del siglo VII, e incluyéndola los martirológios de redacción posterior, como el de Beda, Adón y Usuardo.

El cementerio de Ponciano se encuentra en la vía de Porto, y una de sus criptas, la situada junto a la escalera, poseyó la tumba de estos mártires. Fue decorada posteriormente, en la época bizantina, hacia el siglo VI según Marucchi y monseñor Wilper. Esta cripta fue siempre objeto de particular veneración. En un hueco cavado en la roca se edificó un baptisterio, decorándolo con una cruz gemada que parece salir de las aguas, mientras de los brazos de la cruz penden las letras alfa y omega. Debajo del nicho se encuentra una pintura con el bautismo del Señor.

La tumba de Abdón y Senén ocupaba la pared de la derecha y hallábase coronada con un fresco representando a Cristo que sale entre nubes y pone dos coronas sobre las frentes de los mártires, estando escrito debajo de uno SCS ABDO, y del otro SCS SENNE. Su indumentaria es asiática, y ambos están tocados con un capuchón enroscado, en forma de gorro frigio. El resto de sus vestidos se compone de un manto que prolonga el capuchón, dejando ver una túnica de piel, que va recogida por delante, quedando las piernas al aire.

Tales detalles en el vestido denotan que, al tiempo en que fue decorada la cripta, la tradición oriental de Abdón y Senén no ofrecía duda alguna, pero no concuerdan del todo con el origen ilustre que la pasión les atribuye, pues la túnica recogida, dejando ver las piernas, parece indumentaria de gente humilde. Sin embargo, ha aparecido una lámpara de terracotta, que se data como del siglo V, la cual representa a San Abdón portando el manto persa de pieles, aunque adornado con esferillas y piedras preciosas, lo que está acorde con la pasión al decir que los mártires se presentaron ante Decio con su espléndida vestimenta oriental, como sátrapas o príncipes. Esta lámpara pudo inspirarse en alguna pintura del mismo cementerio de Ponciano, hoy desaparecida.

Los cuerpos de San Abdón y San Senén no estuvieron mucho tiempo en el sarcófago de ladrillo que aún se conserva en la cripta. Después de la paz de la Iglesia se les transportó a la rica basílica que fue levantada encima de la catacumba. El itinerario de Salzburgo lo indica claramente cuando invita al peregrino a que, después de visitar el subterráneo o espelunca, suba arriba y entre en la gran iglesia, "donde descansan los santos mártires Abdón y Senén".

Esta basílica fue restaurada a fines del siglo VIII por el papa Adriano I, pero de ella hoy no queda rastro. Años después, en 826, el papa Gregorio IV transfirió los cuerpos de los dos mártires a la iglesia de San Marcos, dentro del actual palacio de Venecia.

En Roma llegaron a tener dedicada otra iglesuela cerca del Coliseo, la cual se construiría en relación con la noticia de la pasión de que sus cadáveres fueron arrojados ante el "simulacro del Sol", que era la grandiosa estatua de Nerón que daba nombre de Coliseo al anfiteatro Flavio. Esta iglesia está registrada en un catálogo mandado confeccionar por San Pío V y debe señalar el sitio en que fueron ajusticiados ambos Santos.

Parte de las reliquias de San Abdón y San Senén fueron transportadas al monasterio de Nuestra Señora de Arlés-sur-Tech, en el actual departamento francés de los Pirineos Orientales. Están guardadas en dos bustos relicarios, ricos y artísticos. Por esta región se conservan poblaciones como Dondesennec, que evocan el nombre del primero de los mártires.

Aquí terminaríamos esta semblanza si no creyéramos defraudar al lector.

No debe tomarse a menoscabo para los gloriosos mártires el tener que movernos entre conjeturas; es una prueba de la antigüedad de su martirio, si bien la carencia de documentación abundante nos impida noticias ciertas, que el relato fantástico de la pasión procuró suplir tres siglos después. Lo principal, que es su martirio, está atestiguado por el calendario filocaliano y por el culto constante junto a su tumba y después en su basílica. También está comprobado su origen oriental, como lo demuestran sus nombres, la propia leyenda y la iconografía.

Fueron mártires de una de las más tristes y gloriosas persecuciones, la de Decio.

Este emperador reinó tres años, del 249 al 251. Era hombre de grandes cualidades; pero, cegado por el esplendor del trono, quiso volverlo a su antigua grandeza, pretendió que la religión del Estado alcanzara la significación que tuvo en los tiempos de gloria del Imperio.

Como el cristianismo había echado hondas raíces en la sociedad romana, se propuso exterminarlo, pues Decio lo consideraba como el principal estorbo a sus proyectos. Anteriormente las persecuciones habían sido esporádicas, en virtud de una legislación ambigua, que por un lado prohibía buscar a los cristianos, y por otro los juzgaba y condenaba cuando se presentaban denuncias contra ellos en los tribunales.

El edicto que ahora se publicó era general y sentaría las bases jurídicas de la persecución, nuevas en relación con la antigua jurisprudencia. Los procónsules o gobernadores de provincias habían de exigir de todos los súbditos del Imperio una prueba explícita del reconocimiento de la religión del Estado, ya ofreciendo alguna libación o sacrificio, ya quemando unos granos de incienso ante el altar de los dioses. Los que cumplieran este requisito recibirían un certificado o libellum, y su nombre sería incluido en las listas oficiales.

La persecución se extendió a todo el Imperio, desde España a Egipto, desde Italia a Africa. Los efectos fueron terribles, porque hubo muchos mártires, pero los magistrados preferían hacer apóstatas, recurriendo para ello a todas las estratagemas.

Entre los que resistieron heroicamente la prueba, tenemos a nuestros Santos Abdón y Senén. Ya fuesen de origen noble, ya de condición plebeya, demostraron gran entereza de alma.

¿Serían apresados porque, como afirma la pasión, enterraban en sus propiedades los cuerpos de los mártires?

No es inverosímil. En momentos de terror hasta los mismos familiares abandonan a sus parientes para no comprometerse. Por esta o por otra causa, o porque hubieran sido convocados simplemente a sacrificar, como otros muchos ciudadanos, lo cierto es que no retrocedieron ante el peligro y confesaron con valentía su fe. Tenemos también constancia de otros muchos mártires, sobre todo obispos y personas de relieve, que sufrieron la muerte en esta persecución, como el papa San Fabián, el obispo de Alejandría, San Dionisio; el de Cartago, San Cipriano; la virgen Santa Agueda, de Sicilia, San Félix, de Zaragoza. Los perseguidores buscaban las cabezas para desorganizar mejor la Iglesia.

Hubo también innumerables "confesores" que soportaron cárceles, cadenas y torturas por Cristo, aunque obtuvieran posteriormente la libertad, pudiendo mostrar las señales de sus padecimientos en sus heridas y cicatrices. Eran como mártires vivientes, que habían conservado la vida para ejemplo y estímulo de los demás. Uno de los más célebres confesores de este período fue el ilustre escritor alejandrino Orígenes.

En fin, de esta época y de este ambiente son San Abdón y San Senén. Si podemos tomar por novelescos muchos detalles de la pasión, siempre será cierto el hecho fundamental: que derramaron generosamente su sangre por Cristo en la confesión de su fe, y así los ha venerado por mártires, a través de una larga tradición de siglos, la Iglesia católica.

lunes, 29 de julio de 2019

Reflexión de hoy

Lecturas



Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios.
Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envío al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
Queridos hermanos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.
En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envío a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.
Y Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.


En aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día». Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree mi, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». mi, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mi, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». 

Palabra del Señor.

Beato José Calasanz Marqués


El 18 de julio de 1936 estalló la guerra civil en España, acompañada, en ocasiones, de persecución religiosa. Laicos, religiosos y sacerdotes fueron encarcelados y asesinados por su fe religiosa, entre ellos 29 salesianos (entre los cuales el P. Inspector don José Calasanz) de la antigua Inspectoría Tarraconense, 2 Hijas de María Auxiliadora (sor Carmen Moreno y sor Amparo Carbonell) de la Inspectoría de Santa Teresa de Jesús, y un laico (Alejandro Planas), los que dieron su vida entre julio de 1936 y abril de 1938. Murieron dando ejemplo de fidelidad a su fe cristiana y a su vocación salesiana, con sentimientos de confianza en Dios y de perdón a sus asesinos.

De las cartas que los beatos José Calasanz, Jaime Ortiz y Julio Junyer escribieron en aquellos momentos.(Positio super martyrio servorum Dei Josephi Calasanz et sociorum, Roma 1995. Informatio pp. 103-104 y 170; Summarium, pp. 204-205)

Nuestra confianza está puesta en Dios, en la protección de María Auxiliadora y de nuestro Padre San Juan Bosco

Desde el cautiverio en la cárcel de Valencia escribía el Inspector, don José Calasanz, a don Pedro Ricaldone, Rector Mayor de la Congregación Salesiana, informándole sucintamente de la situación que se estaba viviendo: «Sólo unas líneas para comunicarle noticias de algunos y mías, ya que de otros no me es posible. Estábamos en Ejercicios Espirituales en nuestra Casa de Valencia y pensábamos terminarlos hoy. A pesar de haberse declarado la huelga general el lunes, pasamos tranquilos todo el día y la primera parte de la noche; pero desde la una de la madrugada comenzaron a sonar disparos alrededor de toda nuestra casa, y se iban repitiendo constantemente llegando a romper los cristales de nuestras ventanas los proyectiles que disparaban contra la Casa; después hemos sabido que desde el anochecer tenían sitiada la casa. Ya puede imaginar la honda impresión y hasta miedo con que apresuradamente nos levantamos todos, y más no habiendo en casa una triste arma con que defendernos, si por ventura hubiéramos tratado de hacerlo; pero sin arma alguna, ¿qué podíamos hacer? Para fortificar nuestras almas y para evitar una profanación algunos fueron a la iglesia a retirar el Santísimo y comulgamos todos, consumiendo todas las sagradas formas. Sobre las cinco de la mañana y convencidos seguramente de que no nos defendíamos por que no teníamos armas, asaltaron nuestra Casa y, destruyendo cuanto encontraban a su paso, llegaron donde estábamos todos reunidos. Según cálculos debían ser más de doscientos los asaltantes, y venían empuñando toda clase de armas y hasta palos: nos cachearon y nos encerraron en una habitación. Según nos dieron a entender, la intención era la de asesinarnos.

Pocos momentos después llegaron las fuerzas de seguridad, que tan repetidamente habíamos reclamado durante toda la noche desde que notamos los primeros disparos. Creíamos que estas fuerzas, reclamadas por nosotros, venían en nuestro socorro, pero lo acontecido es que nos han traído a todos (37 de los nuestros y 5 empleados) a esta cárcel celular de Valencia, desde donde le escribo no sé en calidad de qué: alguno me ha dicho que como presos gubernativos, y hasta creo se ha dicho que acusados de haber hecho disparos, lo que es completamente falso porque, como he dicho, no teníamos en casa ni una triste arma. No sé el tiempo que nos tendrán aquí: Dios sabe si se prolongará por unos días o por semanas; y sé mucho menos la muerte que puede esperarnos. Pero nuestra confianza está puesta en Dios y en la protección de María Auxiliadora y de nuestro Padre San Juan Bosco: no dudamos tampoco de su bendición y de las oraciones de usted y demás Superiores y hermanos. Ya puede figurarse cuánto lamento no poder comunicarle noticias de ninguna Casa: estamos incomunicados, y las noticias de este movimiento sedicioso son lo más contradictorias. Por si puede salir pronto esta carta, pongo punto final, encomendándonos a sus oraciones y pidiendo su bendición».

También el salesiano coadjutor Jaime Ortiz, semanas antes de morir, escribió a su madre dos cartas, de las que entresacamos los siguientes sentimientos: «Tal vez Dios nuestro Señor ha permitido este estado de cosas para que no nos durmamos, para que trabajemos con nuevos bríos, para que sólo busquemos su mayor gloria y no nuestro bienestar... No todo sale como nos gustaría a nosotros o nos parece mejor. Seguramente Dios nuestro Señor sacará muchísimo bien así, mejor que de otra manera, y por esto ha permitido este aparente fracaso [...] Ciertamente estaréis preocupados por lo que pudiera ocurrirnos si continuasen las salvajadas de los últimos días... Nosotros seguimos trabajando normalmente, tanto los salesianos como los chicos, con tranquilidad, sin preocuparnos gran cosa por lo que pueda ocurrir. Quiero decir, sin dejarnos abatir por el pesimismo... Ya veremos cuánto nos querrá probar el Señor... Rezad para que amemos un poco más nuestra vocación y contribuyamos en lo que podamos, a la mayor gloria de Cristo Rey».

Por su parte, el sacerdote Julio Junyer escribía a su primo, horas antes de su muerte: «Apreciado Paco: Ha llegado el día último de mi vida y a ti y a toda la familia dirijo mi último saludo, que quisiera ser un abrazo. Os espero en el cielo, al cual espero poder ir por la misericordia de Dios. Muero inocente; y ofrezco mi vida al Señor por el bien de la Iglesia y de España. En cuanto a mis padres, tu prudencia te dirá lo que debes hacer. A los jueces que me condenaron, de todo corazón los perdono. Nada más, Paco. De la tía Salvadora pido sólo resignación y conformidad con la voluntad de Dios. Rogad por mí y hasta el cielo».

domingo, 28 de julio de 2019

Reflexión de hoy

Lecturas



En aquellos días, el Señor dijo:
«El clamor contra Sodoma y Gomorra es fuerte, y su pecado es grave; voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la queja llegada a mí; y si no, lo sabré». Los hombres se volvieron de allí y se dirigieron a Sodoma, mientras Abrahán seguía en pie ante el Señor.
Abrahán se acercó y dijo: «¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás el lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?». El Señor contestó: «Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos».
Abrahán respondió: «Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Y si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?». Respondió el Señor: «No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco». Abrahán insistió: «Quizá no se encuentren más que cuarenta». El dijó: «En atención a los cuarenta, no lo haré». Abrahán siguió hablando: «Que no se enfade mi Señor si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?». Él contestó: «No lo haré, si encuentro allí treinta». Insistió Abrahán: «Ya que me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran allí veinte?». Respondió el Señor: «En atención a los veinte, no la destruiré». Abrahán continuó:
«Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?» Contestó el Señor: «En atención a los diez, no la destruiré».


Hermanos:
Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo, y habéis resucitado con él, por la fe en la fuerza de Dios que lo resucitó de los muertos.
Y a vosotros, que estabais muertos por vuestros pecados y la incircuncisión de vuestra carne, os vivificó con él.
Canceló la nota de cargo que nos condenaba con sus cláusulas contrarias a nosotros; la quitó de en medio, clavándolo en la cruz.


Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos» Él les dijo:
«Cuando oréis decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en la tentación”». Y les dijo: «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:
“No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».

Palabra del Señor.

San Pedro Poveda Castroverde


En Madrid, capital de España, san Pedro Poveda Castroverde, presbítero y mártir, fundador de la Institución Teresiana destinada a promover la formación cristiana, que al comienzo de la persecución contra la Iglesia fue asesinado por odio a la religión, dando un claro testimonio de su fe.

Nació en Linares, Jaén. Ingresó en el seminario diocesano de Jaén, y en 1984, pasó al de Guadix, donde estudió Teología, y fue ordenado sacerdote en 1897. En la universidad de Sevilla consiguió el doctorado en Teología. A partir de entonces compatibilizó sus tareas como profesor del seminario con la acción social en las cuevas que rodean la localidad de Linares, y decidió vivir en una de ella para entender mejor su estilo de vida. En 1901 fue nombrado prelado doméstico por el papa León XIII. En 1902 abrió en el barrio de la Ermita Nueva, en Guadix, las escuelas del Sagrado Corazón de Jesús en las que se dedicó a cuidar y educar a los más necesitados.

En 1906 se trasladó a Covadonga al obtener una canonjía, donde comenzó a dar forma a su idea de la Institución Teresiana que irá desarrollando hasta 1911, donde abrió en Oviedo la primera academia para estudiantes de magisterio, pues entendía que era una de las más urgentes necesidades de la Iglesia para proveer de maestros católicos seglares, pero consagrados al Señor. Buscó los últimos métodos pedagógicos, en medio de un ambiente cordial y alegre con un clima de familia estimulante y atractivo. 

En 1913 fue nombrado canónigo en Jaén, y fue en este año cuando conoció a su más estrecha colaboradora: Josefa Segovia, una joven de 22 años que había terminado sus estudios de magisterio en Madrid. Nombrado profesor de Escuela Normal, halló en ella un amplio campo para sus planes. Trabajó también como profesor del seminario y se le pidió su presencia en la Asociación de Prensa y en la Campaña Nacional contra el Analfabetismo. Ecribió: “Ensayo de proyectos pedagógicos para la fundación de una Institución Católica de Enseñanza”. “Simulacro pedagógico”. “Diario de una fundación”. “Alrededor de un proyecto”. En 1914 creó en Madrid, la primera residencia femenina universitaria española. En 1917 fundó finalmente la Institución Teresiana, con un carisma laical, que se adelantó a las formas de vida consagrada, que después del Vaticano II, se desarrollará en la Iglesia. Con ella impulsaba la acción de los laicos en la Iglesia y la presencia de las mujeres en la sociedad, que en aquellos momentos constituían una novedad.

En 1921 se trasladó definitivamente a Madrid tras ser nombrado capellán real. Dos años más tarde entró a formar parte de la Junta Nacional contra el Analfabetismo y sus academias se extendieron en la mayor parte del país. En 1929 creó la Asociación de Estudiantes Católicos y participó en la creación de la Fundación de Amigos de la Enseñanza. Al año siguiente fundó la liga femenina de Orientación y Cultura. Fue nombrado consiliario de la Asociación Católica de Padres de Familia. 

A partir de 1932 hasta su muerte se dedicó intensamente a la Institución Teresiana y al trabajo con los universitarios. “Creer y enmudecer no es posible” había dicho. Pudo haberse marchado al extranjero con su hermano Carlos, pero no quiso, y además siguió llevando la sotana. Los dos hermanos fueron arrestados y llevados a la central sindical obrera, donde fueron interrogados. Pedro se entregó libremente diciendo “soy sacerdote de Cristo”. Carlos, abogado del Tribunal Tutelar de Menores, movió sus influencias y salió libre, pero los milicianos no dejaron salir de ninguna manera al sacerdote. Fue fusilado por ser sacerdote durante la guerra civil por el Frente Popular. Dos teresianas encontraron su cadáver en el cementerio del Este, y su hermano consiguió que fuera enterrado en el cementerio de San Lorenzo y San José. Fue canonizado el 4 de mayo de 2003, en España por san Juan Pablo II.

sábado, 27 de julio de 2019

Reflexión de hoy

Lecturas



En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todas las palabras del Señor y todos sus decretos; y el pueblo contestó con voz unánime: «Cumpliremos todas las palabras que ha dicho el Señor».
Moisés escribió todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes de los hijos de Israel ofrecer al Señor holocaustos e inmolar novillos como sacrificios de comunión. Tomó Moisés la mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después tomó el documento de la alianza y se lo leyó en voz alta al pueblo, el cual respondió: «Haremos todo lo que ha dicho el Señor y le obedeceremos». Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras».


En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente:
«El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”
Él les dijo: “Un enemigo lo ha hecho.” Los criados le preguntaron: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?’ Pero él les respondió: “No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».

Palabra del Señor.

Beata María Magdalena Martinengo


En Brescia, en la región de la Lombardía, beata María Magdalena Martinengo, abadesa de la Orden de las Clarisas Capuchinas, insigne por su abstinencia.

Pertenecía a una aristocrática familia de Brescia, su padre era conde de Barco y su madre de los Secchi de Aragón. El año 1694, cuando Margarita tenía siete años, fue confiada para su primera formación intelectual y espiritual a la religiosa ursulina Isabel Marazzi, la cual consiguió infundirle un convencido apego a la oración y al estudio. Margarita sacó notable provecho, instruyéndose desde aquel tiempo en el conocimiento de las letras italianas y del latín, de suerte que leía los autores clásicos y el breviario romano con gran dominio. Tenía verdadera pasión por la lectura, que con el pasar de los años le procuró una cultura fuera de lo común. 

Según la costumbre de las familias nobles del tiempo, a los once años, en febrero de 1698, fue llevada al internado del monasterio agustino de Santa María de los Ángeles, donde estaban de religiosas dos tías maternas. En agosto de 1699 pidió bruscamente a su padre salir de Santa María de los Ángeles y pasar al internado del monasterio benedictino del Espíritu Santo. No hizo misterio del motivo que la empujaba: las dos tías maternas le resultaban sofocantes.

En los primeros días del adviento del año 1699 entró en el monasterio del Espíritu Santo, donde había otras dos tías maternas que eran religiosas. Le pareció al principio que entraba "en un paraíso terrenal", pero no tardó mucho en invadirla una penosa aridez de espíritu que se prolongó por unos diez años. Tenía trece años cuando pidió a su confesor emitir el voto de virginidad.

En aquel tiempo fue asaltada de tentaciones de toda especie; invadieron su fantasía "abominables imágenes de cosas nefastas", se le inició un sentido "de pereza y de cansancio de las cosas de Dios"; sentía murmullos de palabras blasfemas, de odio contra el Señor, y llegó a tal desesperación que "casi deseba matarse para ir lo más pronto al infierno". 

Los confesores no acertaron a dirigirla adecuadamente y más bien contribuyeron a aumentar su turbación. Las tías religiosas la presionaban para que orientase su vida al matrimonio. Para colmo, vinieron sus hermanos a comunicarle que ya "todo estaba preparado para el matrimonio", y le dejaron libros y romances de amor. Era la primera vez que se le presentaban con su poder seductor las lecturas mundanas, y cayó miserablemente en la trampa. 

En 1705, ingresó en el monasterio bresciano de las clarisas capuchinas de Santa María de las Nieves. En el monasterio le esperaba la cruz, con pruebas terribles de escrúpulos y de arideces espirituales. El confesor le podía ayudar poco o nada. A estas molestias, escribe María Magdalena en su autobiografía, se añadía la de una maestra de novicias que, si bien era santa, era demasiado austera; y no le inspiraba confianza la novicia, y no la entendía. Y es que la maestra no sabía todo lo que pasaba dentro de su novicia, y las continuas batallas que en tan infeliz estado sostenía. De hecho, a la comunidad reunida para la primera votación sobre la idoneidad de la novicia, la maestra declaró categóricamente que, "si sor Magdalena era admitida a la profesión, sería la ruina de la Orden". En una situación tan crítica e inapelable, no había para la pobre novicia otro refugio que la oración. Contrariamente a lo acostumbrado, las monjas llamadas a votar rechazaron el parecer de la maestra y de manera unánime votaron a favor de la novicia. La maestra fue sustituida por otra más comprensiva. Al año exacto de la toma de hábito, el 8 de septiembre de 1706, sor María Magdalena emitía la profesión religiosa.

No acabaron con esto las pruebas interiores. Los escrúpulos, las tentaciones, las noches obscuras del espíritu continuaron y alcanzaron el culmen de la desesperación. En 1708 dio los ejercicios espirituales en el monasterio un padre jesuita, el cual, siguiendo un estilo de tipo jansenista, habló de la justicia divina en tono apocalíptico como para asustar e incluso humillar físicamente a la escrupulosa y ya atormentada sor Magdalena. En la escucha de aquellas predicaciones amenazadoras no resistió por mucho tiempo: cayó desvanecida en medio del coro, fue asaltada de fiebres altísimas y debió alojarse en la enfermería. No obstante el cuidado de los mejores médicos, no hubo remedio a sus males y llegó a una situación límite. Llamado el obispo, el cardenal Juan Badoero, para una bendición "in articulo mortis", éste, creyendo consolarla, le dijo: "ánimo ¡hija querida! Dentro de pocas horas andarás a gozar de vuestro celeste esposo". Pero cual no fue su estupor al sentir responder con tono seco: "¡No, no quiero morir!".

Experimentó en su piel la aspereza del rigorismo jansenista, pero consiguió superarlo con la docilidad a las equilibradas directrices de quien supo comunicarle el pensamiento auténtico de la Iglesia. Se abandonó con confianza filial al Padre de las misericordias, dejándose introducir por el espíritu de amor en la intimidad de la vida trinitaria, a través de una intensa experiencia de oración. En este tipo de oración está ya configurado, en sus líneas esenciales, el camino del amor que a lo largo de su existencia desarrollará en experiencias místicas extraordinarias, como éxtasis, visiones, intercambios de corazones y desposorios con el Señor, celebrados en la liturgia del cielo.

En el monasterio de Santa María de las Nieves, donde la mortificación era personal, pudo dar pleno desahogo a su sed insaciable de penitencia. No es posible hoy relatar el elenco interminable de sus increíbles mortificaciones sin quedar desconcertado.

En la Navidad del 1712, con el sabio consejo del obispo-cardenal Badoero, emitió el voto de hacer siempre aquello que pareciese ser lo más perfecto y más agradable a Dios, voto ya emitido por Teresa de Avila y que Gregorio XV, al canonizarla, alababa como "magnánimo, inaudito y extremadamente arduo". Nuestra beata no se encerró en su castillo interior de contemplación y de penitencias, sino que se abrió generosamente al servicio del prójimo con obras virtuosas de abnegación y caridad.

Sin proponérselo, sor María Magdalena traza aquí su autorretrato espiritual: una contemplativa que da autenticidad a la oración con una ascesis exigente y un incesante servicio al prójimo. Y verdaderamente Magdalena, tuvo que sufrir incluso la afrenta de ser acusada de herejía, "engañada, ilusa de espíritu, toda una mentira". En el monasterio no faltaba el sentimiento de la humana debilidad; hubo cuatro monjas que se le opusieron hasta la muerte e, incluso, más allá de la misma muerte; hubo un confesor, Antonio Sandro, desde 1728 a 1731, que quemó como heréticos sus escritos, y un vicario que le prohibió hablar de cosas espirituales con sus ex novicias. Ella soportó todo en silencio, esperando humildemente y pacientemente que pasase la tempestad. 

En los treinta y dos años de clausura, pasó por todos los cargos existentes en el monasterio: fue cocinera, recadera, hortelana, hornera, barrendera, guardarropas, lavandera, lanera, zapatera, cantinera, secretaria, bordadora, ayudante de sacristana, maestra de novicias, portera, vicaria, abadesa.

Ingresó en la enfermería en octubre de 1734. Y en este desbordamiento de caridad se fue consumando hasta el final.

El jueves santo de 1737, no obstante estar al final de sus fuerzas, quiso repetir el gesto del Señor: como abadesa lavó los pies de las hermanas y después, permaneciendo de rodillas, les dirigió una fervorosa exhortación a la humildad y al amor mutuo. La salud ya no le respondía y, después de pascua, puso en manos de la vicaria el gobierno del monasterio. Un cúmulo indescriptible de males la iba llevando al encuentro de la "hermana muerte".

Por obediencia a los confesores María Magdalena redactó numerosas relaciones y escritos. Parte de los autógrafos, si bien incompletos, se encuentra en el archivo de la parroquia del Sagrado Corazón de Brescia, y son precisamente: “L'autobiografia”; “Tratto sull'umiltà”; “Massime spirituali”; “Spiegazione delle costituzioni cappuccine”. Fue beatificada por SS León XIII en 1900.

viernes, 26 de julio de 2019

Reflexión de hoy

Lecturas



En aquellos días, el Señor pronunció estas palabras: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de esclavitud.
No tendrás otros dioses frente a mí.
No te fabricarás ídolos, ni figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra.
No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo el pecado de los padres en los hijos, hasta la tercera y la cuarta generación de los que me odian. Pero tengo misericordia por mil generaciones de los que me aman y guardan mis preceptos.
No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso.
Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso. Recuerda el día del sábado para santificarlo.
Durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas, pero el día séptimo es día de descanso, consagrado al Señor, tu Dios. No harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el emigrante que reside en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos; y el séptimo día descansó. Por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó. Honra a tu padre y a tu madre: para que se prolonguen tus días en la tierra, que el Señor, tu Dios, te va a dar.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No darás testimonio falso contra tu prójimo.
No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros, pues oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.
Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe.
Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno».

Palabra del Señor.

San Jorge Preca


Nació en La Valletta, el 12 de febrero de 1880. El 17 de febrero fue bautizado en la iglesia parroquial de la Santísima Virgen María de Puerto Salvo.

En 1888 la familia se trasladó a la ciudad comercial de Hamrun -poco distante de La Valletta-, en cuya iglesia parroquial recibió la confirmación y la primera comunión.

Terminado el bachillerato, entró al seminario. Era muy apreciado por sus compañeros, a los que solía hacer breves reflexiones espirituales. Especialmente marcaron su vida, como una meta y una misión, las palabras que le dirigió un día su confesor y director espiritual: "Dios te ha elegido para enseñar a su pueblo".

Fue ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1906. Durante algunas semanas sólo salió de casa para celebrar la santa misa; el resto del tiempo lo pasaba en oración y contemplación.

Algunos lo definieron "el san Felipe Neri de Malta". Se propuso como objetivo principal de su vida preparar a los jóvenes para que ellos a su vez dieran la necesaria formación religiosa a los demás. Recién ordenado sacerdote comenzó a reunirse con algunos jóvenes de Hamrun para formarlos en la lectura de la sagrada Escritura. Así nació, en marzo de 1907, la "Sociedad de la Doctrina Cristiana".

Al inicio, don Jorge llamó a su asociación "Societas Papiduum et Papidissarum", pues quería que tuvieran una devoción filial al Vicario de Cristo. Pero luego, escogió como nombre MUSEUM -museo para conservar la palabra de Dios-, palabra que el siervo de Dios convirtió en un acróstico: Magister, utinam sequatur Evangelium universus mundus, es decir: "Maestro, ojalá que todo el mundo siga el Evangelio". Ese fue el gran anhelo que impulsó a don Jorge a lo largo de toda su vida.

En el año 1910 se inauguró la sección femenina. Con el paso del tiempo se fue definiendo la fisonomía de la Sociedad: laicos, trabajadores, célibes, totalmente entregados al apostolado de la catequesis, tanto de niños como de adultos, una vida de gran disciplina, modestia en el vestido, una serie de oraciones para rezar de memoria cada cuarto de hora ("El reloj del Museum"), una hora de catequesis cada día en centros abiertos en casi todas las parroquias de las islas maltesas, y luego una hora de formación permanente.

La Sociedad atravesó momentos de dificultad y prueba. En 1909 don Jorge recibió la orden de cerrar todos los centros, y obedeció sin quejas. Ante las protestas de los párrocos el obispo revocó la orden. En los años 1914-1915 aparecieron en los periódicos de Malta artículos infamantes contra la Sociedad, pero don Jorge pidió a todos los socios que los aceptaran con mansedumbre y serenidad.

La erección canónica de la Sociedad de la Doctrina Cristiana tuvo lugar el 12 de abril de 1932. Durante la segunda guerra mundial se desarrolló, desempeñando su actividad en casi todas las parroquias de las islas de Malta y de Gozo.

Don Jorge se prodigó como apóstol del Evangelio. Escribió numerosos libros de dogmática, ascética y moral. Pero sobre todo destacó por la divulgación de la palabra de Dios, traducida al maltés, presentada en textos breves, fáciles de memorizar, o en libritos de meditación. Como consejero y director espiritual, brilló por su prudencia y sabiduría. Mucha gente acudía a él para recibir una palabra de consuelo y aliento.

Fue también gran apóstol del misterio de la Encarnación. Propagó la devoción a las palabras "Verbum Dei caro factum est" (Jn 1, 14), estableciendo que los miembros de la Sociedad las tomaran como lema. Y les pidió que, la víspera de Navidad, organizaran en cada aldea una celebración en honor de Jesús Niño.

En los momentos de prueba se encomendó totalmente a la protección de la Virgen. El 21 de julio de 1918 se inscribió en la Tercera Orden Carmelitana, eligiendo, al profesar, el nombre de fray Franco. Además, quiso que todos los socios, y los niños que frecuentaban sus secciones, llevaran el escapulario del Carmen. Tuvo una devoción particular a la Virgen del Buen Consejo y divulgó con empeño la medalla milagrosa.

En 1952 la Sociedad comenzó su apostolado fuera de Malta: cinco miembros fueron enviados a Australia. Hoy tiene centros en Inglaterra, Albania, Kenia, Sudán y Perú.

Después de una vida de entrega total al apostolado, don Jorge murió, con fama de santidad, el 26 de julio de 1962 en su casa en Santa Venera, Malta.

jueves, 25 de julio de 2019

Reflexión de hoy

Lecturas



En aquellos días, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado.
Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo. Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón.
Les hicieron comparecer ante el sanedrín y el sumo sacerdote los interrogó, diciendo «¿No os habíamos ordenado formalmente no enseñar en ese Nombre? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre». Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. Dios lo ha exaltado con su diestra, haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen». Ellos, al oír esto, se consumían de rabia y trataban de matarlos.
El rey Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan.


Hermanos:
Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros.
Atribulados en todo, más no aplastados; apurados, más no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, llevando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Pues, mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros.
Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros. ante él.
Pues todo esto es para vuestro bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios.


En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó: ¿«Qué deseas?». Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?». Contestaron:
«Podemos». Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre». Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos.
Y llamándolos, Jesús les dijo: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».

Palabra del Señor.

Beato Ángel DarÍo Acosta Zurita


Nació el 13 de diciembre de 1908, en Naolinco, Veracruz. Fue bautizado en la iglesia parroquial de San Mateo Apóstol, el 23 de diciembre, con el nombre de Ángel Darío.

El ambiente familiar era cristiano y sencillo y su infancia transcurrió tranquila. Recibió la primera Comunión a la edad de seis años y posteriormente el sacramento de la Confirmación.

Desde niño conoció las limitaciones y los sacrificios, ya que en las revueltas armadas por la revolución su padre perdió el ganado que poseía y los medios económicos necesarios para el sostenimiento de su familia, enfermó de gravedad y al poco tiempo falleció. La joven viuda tuvo que hacer frente a la situación de extrema pobreza en que quedó. Darío la ayudó en el sostén de sus cuatro hermanos.

Con el apoyo de su madre y la ayuda del señor cura Miguel Mesa, pudo ingresar en el seminario del obispo Guízar y Valencia; primero como alumno externo, y al poco tiempo, por su excelente aprovechamiento y óptima conducta, con la ayuda de una beca, como seminarista.

Eran tiempos difíciles para la Iglesia por la revolución y las continuas luchas por el poder que asolaban el país, y mons. Guízar decidió trasladar su seminario a la ciudad de México.

Recibió la ordenación sacerdotal el 25 de abril de 1931, de manos de mons. Guízar y Valencia y cantó su primera misa el día 24 de mayo, en la ciudad de Veracruz. Mons. Guízar lo nombró vicario cooperador de la parroquia de la Asunción, en la ciudad de Veracruz, donde se desempeñaba como párroco el señor canónigo Justino de la Mora. También estaban ahí de vicarios el p. Rafael Rosas y el p. Alberto Landa.

Desde su llegada a Veracruz, fue notable para la gente su fervor y bondad, su preocupación por la catequesis infantil y dedicación al sacramento de la reconciliación.

El vendaval de la persecución rugía con gran violencia, y el párroco llamó en varias ocasiones a sus vicarios para manifestarles la gravísima situación en que se encontraba la Iglesia y el peligro constante que corrían sus vidas, por el simple hecho de ser sacerdotes, dejándoles en absoluta libertad de ocultarse, si así lo consideraban; o de irse a sus casas, si así lo deseaban. La respuesta que obtuvo de los tres fue siempre: "Estamos dispuestos a arrostrar cualquier grave consecuencia por seguir en nuestros deberes sacerdotales". La disposición al martirio era manifiesta y constantemente renovada en aquellos días en que el perseguidor mostró todo su odio a Dios y a la Iglesia católica, al promulgar el decreto 197, Ley Tejeda, referente a la reducción de los sacerdotes en todo el Estado de Veracruz, para terminar con el "fanatismo del pueblo". De parte del gobernador, fue enviada a cada sacerdote una carta exigiéndoles el cumplimiento de esa ley. Al p. Darío le correspondió el número 759 y la recibió el 21 de julio.

El día 25 de julio era la fecha establecida por el gobernador para que entrara en vigor la inicua ley. Era un día lluvioso, y en la parroquia de la Asunción todo transcurría normal. Las naves del templo estaban repletas de niños que habían llegado de todos los centros de catecismo, acompañados por sus catequistas. Había también un gran número de adultos, esperando recibir el sacramento de la reconciliación. Eran las 6.10 de la tarde, cuando varios hombres vestidos con gabardinas militares entraron simultáneamente por las tres puertas del templo, y sin previo aviso comenzaron a disparar contra los sacerdotes. El p. Landa fue gravemente herido, el p. Rosas se libró milagrosamente, al protegerse en el púlpito y el p. Darío, que acababa de salir del bautisterio, en donde había bautizado a un niño, cayó acribillado por las balas asesinas, alcanzando a exclamar: "¡Jesús!".

Al escuchar los disparos, salió de la sacristía el señor cura De la Mora pidiendo que a él también lo mataran, pero los asesinos ya habían huido. El señor cura se acercó al p. Darío para darle los últimos auxilios. 

miércoles, 24 de julio de 2019

Reflexión de hoy



Toda la comunidad de los hijos de Israel partió de Elín y llegó al desierto de Sin, entre Elín y Sinaí, el día quince del segundo mes después de salir de Egipto.
La comunidad de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo: «¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de la olla de carne y comíamos pan hasta hartarnos! Nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta comunidad». El Señor dijo a Moisés: «Mira, haré llover pan del cielo para vosotros: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día; lo pondré a prueba a ver si guarda mi instrucción o no. El día sexto prepararán lo que hayan recogido y será el doble de lo que recogen a diario». Moisés dijo a Aarón: «Di a la comunidad de los hijos de Israel: “Acercaos al Señor, que ha escuchado vuestras murmuraciones”».
Mientras Aarón hablaba a la comunidad de los hijos de Israel ellos se volvieron hacia el desierto y vieron la gloria del Señor que aparecía en una nube. El Señor dijo a Moisés: -«He oído las murmuraciones de los hijos de Israel. Diles: “Al atardecer comeréis carne, por la mañana os saciaréis de pan; para que sepáis que yo soy el Señor Dios vuestro”».
Por la tarde, una bandada de codornices cubrió todo el campamento; y por la mañana había una capa de rocío alrededor del campamento. Cuando se evaporó la capa de rocío, apareció en la superficie del desierto un polvo fino, como escamas, parecido a la escarcha sobre la tierra. Al verlo, los hijos de Israel se dijeron: «¿Qué es esto?».
Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: «Es el pan que el Señor os da de comer.»


Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda brotó en seguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron.
Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra sesenta; otra, treinta. El que tenga oídos, que oiga».

Palabra del Señor.