San Martín nació en Panonia, Hungría, el 316. Sus padres eran paganos. Estudia en Pavía, donde conoce el Cristianismo. Su padre, que era tribuno militar, para desviarle del cristianismo, le obliga a ingresar en el ejército. Martín concilia sus deberes militares con sus aspiraciones cristianas. Vida ejemplar de monje y soldado: valentía y vida santa y caritativa.
Siendo militar sucedió el hecho tan tratado en la iconografía. Era invierno, y al entrar en Amiens, encuentra un mendigo casi helado, sin ropa. Divide su clámide en dos partes y entrega una al pobre. Cristo se le aparece vestido con la media capa: «Martín, catecúmeno, me ha cubierto con este vestido».
Pronto recibe el bautismo. Deja la milicia para seguir a Cristo. San Hilario de Poitiers quiere ordenarle de diácono. Él se queda de exorcista. Vuelve a su patria, convierte a su madre. De nuevo en Poitiers, funda Ligugé, auténtico monasterio misional. Allí pasa once años, feliz en su ambiente, pues Martín fue «soldado por fuera, obispo a la fuerza, monje por gusto».
Sulpicio Severo escribió Cartas y Diálogos y sobre todo la Vida de San Martín. Pocos libros habrán sido más leídos que éste, que ha servido de fuente para llevar por todas partes -a través de cantares y poemas, representaciones teatrales, la pintura y la escultura- la imagen de este Santo «el más popular y conocido de toda Europa».
Un historiador ha contado en Francia 3.667 parroquias dedicadas a él y 487 pueblos que llevan su nombre. Un buen número hay también en Alemania, Italia y España. Es simpático el párrafo en que Don Quijote enseña a Sancho la imagen de San Martín y le explica el caso de la capa.
Martín vivía feliz en Ligugé. Pero Tours se había quedado sin obispo, y el 371 los cristianos de Tours se apoderan de él y le imponen el obispado a la fuerza. Establece cerca, para su humilde residencia, el monasterio de Marmoutiers, centro misionero de donde saldrán San Patricio y San Paulino de Nola. Desde allí parte para sus agotadoras correrías apostólicas, durante 35 años, por toda la Galia. Nada le retiene. Acusa a emperadores, reprime a los herejes, defiende a los débiles y a los condenados a muerte, realiza innumerables milagros, y entre ellos se le atribuye la resurrección de varios muertos. Su fama es indescriptible. Es llamado «el apóstol de las Galias» -nadie hizo tanto como él por Francia católica- y San Gregorio de Tours le invoca como «Patrón especial del mundo entero».
Tan intensos viajes apostólicos, tanta obra de caridad, hasta vaciarse totalmente, agotaron sus fuerzas físicas. Se veía morir. Sus discípulos le piden que no les deje huérfanos. Martín contestó: «Señor, si aún soy necesario, no rehúso el trabajo. Sólo quiero tu voluntad». La liturgia comenta: « ¡Oh feliz varón, que ni temió morir, ni rehusó la vida».
Los discípulos querían colocarle más cómodo. «Dejadme así, les dijo, mirando al cielo, para dirigir mi alma en dirección hacia Dios». El demonio no dejaba de importunarle. «¿Qué haces ahí, gritó Martín, bestia sanguinaria? No hay nada en mí que te pertenezca, maldito. El seno de Abrahán me espera». Y entregó su alma a Dios. Era el 8 de noviembre del año 397.
Martín fue un asceta, un apóstol, un hombre de oración, muy influyente en toda la espiritualidad medieval. Su faceta principal, la caridad. El gesto de Amiens, dar media capa, fue superado, cuando siendo obispo, entregó su túnica entera a un mendigo -gesto menos conocido-. Sus mismos milagros, como los de Cristo, fueron milagros de caridad. Pasó haciendo el bien.
Siendo militar sucedió el hecho tan tratado en la iconografía. Era invierno, y al entrar en Amiens, encuentra un mendigo casi helado, sin ropa. Divide su clámide en dos partes y entrega una al pobre. Cristo se le aparece vestido con la media capa: «Martín, catecúmeno, me ha cubierto con este vestido».
Pronto recibe el bautismo. Deja la milicia para seguir a Cristo. San Hilario de Poitiers quiere ordenarle de diácono. Él se queda de exorcista. Vuelve a su patria, convierte a su madre. De nuevo en Poitiers, funda Ligugé, auténtico monasterio misional. Allí pasa once años, feliz en su ambiente, pues Martín fue «soldado por fuera, obispo a la fuerza, monje por gusto».
Sulpicio Severo escribió Cartas y Diálogos y sobre todo la Vida de San Martín. Pocos libros habrán sido más leídos que éste, que ha servido de fuente para llevar por todas partes -a través de cantares y poemas, representaciones teatrales, la pintura y la escultura- la imagen de este Santo «el más popular y conocido de toda Europa».
Un historiador ha contado en Francia 3.667 parroquias dedicadas a él y 487 pueblos que llevan su nombre. Un buen número hay también en Alemania, Italia y España. Es simpático el párrafo en que Don Quijote enseña a Sancho la imagen de San Martín y le explica el caso de la capa.
Martín vivía feliz en Ligugé. Pero Tours se había quedado sin obispo, y el 371 los cristianos de Tours se apoderan de él y le imponen el obispado a la fuerza. Establece cerca, para su humilde residencia, el monasterio de Marmoutiers, centro misionero de donde saldrán San Patricio y San Paulino de Nola. Desde allí parte para sus agotadoras correrías apostólicas, durante 35 años, por toda la Galia. Nada le retiene. Acusa a emperadores, reprime a los herejes, defiende a los débiles y a los condenados a muerte, realiza innumerables milagros, y entre ellos se le atribuye la resurrección de varios muertos. Su fama es indescriptible. Es llamado «el apóstol de las Galias» -nadie hizo tanto como él por Francia católica- y San Gregorio de Tours le invoca como «Patrón especial del mundo entero».
Tan intensos viajes apostólicos, tanta obra de caridad, hasta vaciarse totalmente, agotaron sus fuerzas físicas. Se veía morir. Sus discípulos le piden que no les deje huérfanos. Martín contestó: «Señor, si aún soy necesario, no rehúso el trabajo. Sólo quiero tu voluntad». La liturgia comenta: « ¡Oh feliz varón, que ni temió morir, ni rehusó la vida».
Los discípulos querían colocarle más cómodo. «Dejadme así, les dijo, mirando al cielo, para dirigir mi alma en dirección hacia Dios». El demonio no dejaba de importunarle. «¿Qué haces ahí, gritó Martín, bestia sanguinaria? No hay nada en mí que te pertenezca, maldito. El seno de Abrahán me espera». Y entregó su alma a Dios. Era el 8 de noviembre del año 397.
Martín fue un asceta, un apóstol, un hombre de oración, muy influyente en toda la espiritualidad medieval. Su faceta principal, la caridad. El gesto de Amiens, dar media capa, fue superado, cuando siendo obispo, entregó su túnica entera a un mendigo -gesto menos conocido-. Sus mismos milagros, como los de Cristo, fueron milagros de caridad. Pasó haciendo el bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario