Alejandría fue fundada por Alejandro Magno, que no quería pasar sólo a la historia como guerrero, sino también como mecenas de los sabios. Alejandría será conocida en el mundo de las letras por su famosa universidad, por su célebre escuela y por su biblioteca de unos 700.000 volúmenes. Una de las siete maravillas del mundo estaba también aquí, el faro de Alejandría. Hubo otros faros luminosos, como Plotino, Filón, Porfirio, Orígenes, Tertuliano, Atanasio, Cirilo.
Alejandría era una algarabía de pueblos y razas, de sectas y sistemas filosóficos. «Griegos y judíos, dice la condesa de Pardo Bazán, andaban a la greña continuamente. Con el advenimiento de los cristianos se complicó el asunto. La confusión de sectas y teologías se hizo formidable».
La colonia judía era muy importante. Sus Libros Sagrados eran muy apreciados. Fue aquí en Alejandría donde Tolomeo II mandó que setenta intérpretes tradujeran del hebreo al griego el Antiguo Testamento.
La religión cristiana también empezó a tener mucha influencia. Según una antigua tradición, la Iglesia de Alejandría fue fundada por el evangelista San Marcos. Tuvo luego la mejor escuela catequética de su tiempo, el Didascaleo, donde enseñaron grandes maestros: Tertuliano, Orígenes, Lactancio, San Clemente Alejandrino y San Dionisio de Alejandría.
Aquí nació nuestra Santa, faro más luminoso que el faro de Alejandría y que todos los sabios. La leyenda áurea la presenta con grandes elogios. El nombre de Catalina -la pura, la blanca- respondería a una linda princesa, hija del rey siciliano Costo, nacida en Alejandría a fines del siglo III.
Posee Catalina una personalidad radiante y popular por cuádruple motivo: como hermosa, como sabia, como virgen y como mártir. «Catalina, escribe la Pardo Bazán, no fue sólo una filósofa. Su alma es una historia de amor. Grandes artistas, como Van Dyck, Memling, Leonardo y el Veronés, plasmaron en sus lienzos los Desposorios de la virgen alejandrina con Jesucristo».
Catalina tenía pasión por la verdad. A los dieciocho años descuella por sus conocimientos filosóficos. Es docta y elocuente, bella y con muchos pretendientes, apasionada y enamorada de la belleza.
Había recorrido todas las escuelas. Su favorito era Platón. Discute, analiza, rechaza. La cautiva sobre todo la enseñanza del obispo Pedro el Patriarca. Aquella moral tan pura, aquel Maestro tan sublime, el Sermon de la montaña, aquella Virgen Madre, de tan divina grandeza. Así, por la belleza tangible llegó Catalina a la Belleza increada: Dios.
Un providencial encuentro con el ermitaño Trifón allanó las dificultades. Catalina creyó y se bautizó. Y se dice que Cristo aquella misma noche celebró con ella los místicos Desposorios. Ya es filósofa cristiana.
La intrepida virgen Catalina se presenta audazmente ante el sanguinario Maximino Daia para recriminarle su conducta con los cristianos. Maximino se siente deslumbrado por su elocuencia. Concierta una disputa pública. Se enfrenta Catalina a cincuenta renombrados doctores. Con versos de Homero, con citas de Platón, con textos de los profetas, unidos a su gracia y elocuencia, no sólo deshace los argumentos de sus adversarios, sino que les convierte a casi todos, y sellan su fe con el martirio.
A Catalina le aplican la rueda con cuchillos. Pero se rompe en vez de lastimarla. Finalmente le llega la muerte por la espada. La desposada se iba al cielo a celebrar las bodas con su celestial Esposo. El martirologio romano dice que los ángeles trasladaron los virginales restos al Sinaí.
Alejandría era una algarabía de pueblos y razas, de sectas y sistemas filosóficos. «Griegos y judíos, dice la condesa de Pardo Bazán, andaban a la greña continuamente. Con el advenimiento de los cristianos se complicó el asunto. La confusión de sectas y teologías se hizo formidable».
La colonia judía era muy importante. Sus Libros Sagrados eran muy apreciados. Fue aquí en Alejandría donde Tolomeo II mandó que setenta intérpretes tradujeran del hebreo al griego el Antiguo Testamento.
La religión cristiana también empezó a tener mucha influencia. Según una antigua tradición, la Iglesia de Alejandría fue fundada por el evangelista San Marcos. Tuvo luego la mejor escuela catequética de su tiempo, el Didascaleo, donde enseñaron grandes maestros: Tertuliano, Orígenes, Lactancio, San Clemente Alejandrino y San Dionisio de Alejandría.
Aquí nació nuestra Santa, faro más luminoso que el faro de Alejandría y que todos los sabios. La leyenda áurea la presenta con grandes elogios. El nombre de Catalina -la pura, la blanca- respondería a una linda princesa, hija del rey siciliano Costo, nacida en Alejandría a fines del siglo III.
Posee Catalina una personalidad radiante y popular por cuádruple motivo: como hermosa, como sabia, como virgen y como mártir. «Catalina, escribe la Pardo Bazán, no fue sólo una filósofa. Su alma es una historia de amor. Grandes artistas, como Van Dyck, Memling, Leonardo y el Veronés, plasmaron en sus lienzos los Desposorios de la virgen alejandrina con Jesucristo».
Catalina tenía pasión por la verdad. A los dieciocho años descuella por sus conocimientos filosóficos. Es docta y elocuente, bella y con muchos pretendientes, apasionada y enamorada de la belleza.
Había recorrido todas las escuelas. Su favorito era Platón. Discute, analiza, rechaza. La cautiva sobre todo la enseñanza del obispo Pedro el Patriarca. Aquella moral tan pura, aquel Maestro tan sublime, el Sermon de la montaña, aquella Virgen Madre, de tan divina grandeza. Así, por la belleza tangible llegó Catalina a la Belleza increada: Dios.
Un providencial encuentro con el ermitaño Trifón allanó las dificultades. Catalina creyó y se bautizó. Y se dice que Cristo aquella misma noche celebró con ella los místicos Desposorios. Ya es filósofa cristiana.
La intrepida virgen Catalina se presenta audazmente ante el sanguinario Maximino Daia para recriminarle su conducta con los cristianos. Maximino se siente deslumbrado por su elocuencia. Concierta una disputa pública. Se enfrenta Catalina a cincuenta renombrados doctores. Con versos de Homero, con citas de Platón, con textos de los profetas, unidos a su gracia y elocuencia, no sólo deshace los argumentos de sus adversarios, sino que les convierte a casi todos, y sellan su fe con el martirio.
A Catalina le aplican la rueda con cuchillos. Pero se rompe en vez de lastimarla. Finalmente le llega la muerte por la espada. La desposada se iba al cielo a celebrar las bodas con su celestial Esposo. El martirologio romano dice que los ángeles trasladaron los virginales restos al Sinaí.
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