sábado, 6 de junio de 2020

San Norberto de Magdeburgo


El lugar de nacimiento de san Norberto fue la ciudad de Xanten, en el ducado de Cléves. Su padre, Heriberto, conde de Gennep, estaba emparentado con el emperador; su madre, Eduviges de Guisa, descendía de la noble casa de Lorena. No obstante que el noble jovencito parecía no ambicionar nada más que una vida de diversiones y placeres, decidió de pronto abrazar la vida religiosa, recibió las órdenes menores, incluyendo el subdiaconato, y se le dio una canonjía en la iglesia de San Víctor, en Xanten, así como otros beneficios. En la corte del emperador Enrique V, quien le nombró su limosnero, Norberto participó en las diversiones, pero ya con cierto desgano, como si le preocuparan otros asuntos más serios. Cierto día, cuando cabalgaba a campo traviesa, en las proximidades de la aldea de Wreden, en la Westfalia, fue sorprendido por una tempestad violentísima. El caballo, asustado por el fulgor de un rayo, hizo caer a su jinete y Norberto quedó tirado, sin conocimiento, durante casi una hora. Las primeras palabras que pronunció al volver en sí, fueron las de San Pablo en el camino a Damasco: «¡Señor! ¿Qué quieres que yo haga?» A esta pregunta respondió una voz interior: «Apártate del mal y haz el bien: busca la paz y persigúela».

La conversión fue tan repentina y absoluta como la del gran Apóstol de las Gentes. Norberto se retiró inmediatamente a Xanten para entregarse a la oración, el ayuno, la meditación y el examen de su vida pasada. Después, hizo un retiro en la abadía de Siegburg, en Colonia, donde quedó bajo la benéfica influencia del abad Conon. Estaba entonces en la etapa de preparación para recibir las órdenes sacerdotales, las que hasta entonces se había mostrado rehacio a tomar, pese a su canonjía. Frederick, el arzobispo de Colonia, le confirió el sacerdocio y el diaconado en 1115. En esa ocasión apareció vestido con una zalea atada a la cintura con una cuerda, a fin de manifestar públicamente su determinación de renunciar a las vanidades del mundo. Al cabo de otros cuarenta días de retiro, regresó a Xanten, decidido a no apartarse ni un ápice de la vida evangélica. La forma vigorosa que usaba en sus exhortaciones, sumada a ciertas aparentes excentricidades en su comportamiento, le crearon enemigos y, durante el Concilio de Fritzlar, en 1118, fue denunciado ante el delegado del Papa, como un hipócrita y un reformador, llegándosele a acusar de haberse dedicado a predicar sin tener licencia y sin que nadie le hubiese asignado esa misión. La actitud que asumió entonces Norberto, debe haber disipado todas las dudas respecto a su sinceridad. Vendió todas sus propiedades en casas, campos y terrenos; el producto de la venta, junto con el resto de sus bienes, lo distribuyó entre los pobres y no reservó para sí más que cuarenta marcos de plata, una mula (que murió pronto), un misal, las vestiduras indispensables, un cáliz y una patena. Entonces, en compañía de dos asistentes, servidores suyos que se habían negado a abandonarle, viajó a pie y descalzo hasta Saint Guilles, en el Languedoc, donde residía el exilado pontífice Gelasio II. A los pies del Vicario de Cristo hizo una confesión general de sus errores e irregularidades y ofreció cumplir cualquier penitencia que se le impusiera. En respuesta a su solicitud, el Papa le autorizó a predicar el Evangelio en cualquier parte que eligiese. Provisto de su licencia, san Norberto reanudó su marcha, descalzo sobre la nieve, puesto que era pleno invierno, e insensible, al parecer, a las inclemencias del tiempo. Al llegar a Valenciennes, sus dos compañeros cayeron enfermos y murieron. Pero no por eso Norberto quedó solo; aún se hallaba en Valenciennes cuando recibió la visita de Burchardo, arzobispo de Cambrai y su joven capellán, el beato Hugo de Fosses. El arzobispo se mostró asombrado ante el cambio que se había operado en el hombre a quien conoció como un cortesano frivolo, mientras que la impresión de Hugo fue tan profunda, que en aquel momento decidió seguir a Norberto. Con el correr del tiempo, llegó a ser el discípulo más fiel del santo y, eventualmente, le sucedió como superior de su orden.

En 1119, cuando el Papa Calixto II ocupó el puesto que dejó vacante Gelasio II, San Norberto fue a Reims, donde el Pontífice asistía a un concilio, para obtener una renovación de las sanciones recibidas del Papa anterior. A pesar de que el santo no llegó a realizar los propósitos que perseguía, Bartolomé, el obispo de Laon, obtuvo permiso para retener al misionero en su diócesis, a fin de que le ayudara a reformar al grupo de canónigos regulares de San Martín, en Laon. Pero como los canónigos no se mostraban bien dispuestos a aceptar las estrictas reglas impuestas por san Norberto, el obispo ofreció a la elección del santo varios sitios en los que podía fundar su propia comunidad religiosa. Norberto escogió un valle solitario, llamado de Prémontré, enclavado en el bosque de Coucy, que había sido abandonado antes por los monjes de San Vicente de Laon, a causa de la infertilidad del suelo. Ahí empezó con trece discípulos, pero el número creció rápidamente y fueron cuarenta los que hicieron su profesión el día de Navidad de 1121. Llevaban hábito blanco y seguían la regla de san Agustín, con algunos reglamentos adicionales. Su manera de vivir era extremadamente austera, pero en realidad, su institución no era tanto una nueva orden religiosa, como una reforma a los cánones regulares. Con extraordinaria prontitud se extendió la institución a otros países, y muchas personas distinguidas de ambos sexos se ofrecieron como postulantes e hicieron donaciones de terrenos para nuevas fundaciones. Cuando la nueva organización contaba con ocho abadías y uno o dos conventos de monjas, san Norberto manifestó el deseo de asegurar una aprobación más formal de sus constituciones. Con este propósito, emprendió un viaje a Roma, en 1125 y obtuvo todo lo que pidió del Papa Honorio II. Los canónigos de San Martín, en Laon, que no habían querido someterse antes a las reglas, se colocaron voluntariamente bajo el mando de san Norberto, lo mismo que los monjes de la abadía de Vervins.

Otro hombre de grandes riquezas y calidad, Teobaldo, conde de Champagne, aspiraba a ingresar en la Orden, pero san Norberto, al comprobar que le faltaba la vocación, le disuadió, instándole en cambio a que se casara y continuase cumpliendo con los deberes de su alta posición. Al mismo tiempo, le entregó un pequeño escapulario blanco para que lo llevara siempre al cuello y le impuso la obligación de cumplir con ciertas reglas y devociones. Esta fue, al parecer, la primera ocasión en que una orden religiosa reconoció la afiliación de un laico que habría de seguir viviendo en el mundo exterior, y se cree que la idea de crear terciarios seculares proviene de los Premonstratenses de Santo Domingo. Cuando el conde partió a Alemania para casarse, en 1126, se llevó al santo consigo. Los viajeros visitaron, de paso, la ciudad de Speyer, donde el emperador Lotario realizaba una dieta y, al mismo tiempo que ellos, llegaron los miembros de una delegación de Magdeburgo para solicitar al monarca que nombrase un obispo para su sede vacante.

Lotario eligió a san Norberto. Los mismos delegados lo condujeron a Magdeburgo, y el nuevo prelado entró a la ciudad descalzo y tan pobremente vestido que, según se cuenta, el portero de la residencia episcopal le impidió la entrada y le mandó a colocarse en la fila de los mendigos que aguardaban su limosna. «¡Pero si este hombre es nuestro obispo! -clamaron indignados algunos de los que acompañaban al santo-. Es verdad; pero no te preocupes -explicó Norberto al azorado portero-. Tú, querido hermano, me has juzgado mejor que aquellos que me trajeron aquí».

En su nueva dignidad conservó las prácticas austeras del monje, y la residencia episcopal adoptó el severo aspecto de un claustro. Pero si bien en lo personal mantenía su humildad y no pedía más que lo estrictamente necesario para vivir, se mostró exigente e inflexible en sus resoluciones para resistir y combatir cualquier intento de despojar a la Iglesia de sus derechos. Muchos laicos poderosos y magnates locales habían aprovechado la debilidad de las anteriores autoridades eclesiásticas para adueñarse de gran parte de las propiedades de la Iglesia. San Norberto no vaciló en emprender una enérgica campaña contra ellos, considerándolos como ladrones comunes. Buen número de clérigos llevaban una existencia disipada y a veces escandalosa, dejando abandonadas sus parroquias y desentendiéndose de su obligación de mantenerse célibes. Cuando no querían entender por razones, el obispo recurría a métodos enérgicos, imponía castigos a algunos y expulsaba a otros, y a éstos los reemplazaba, a veces, con sus canónigos premonstratenses.

Como siempre, sus reformas tuvieron muchos enemigos; sus opositores unieron sus fuerzas para desacreditarlo y para instigar al pueblo a atacarlo. En dos o tres ocasiones, el obispo estuvo a punto de perecer asesinado y, una vez, la plebe le atacó mientras oficiaba en su catedral. La rebelión llegó a tal extremo, que el santo decidió alejarse de la ciudad y dejar a las gentes que se las arreglaran como mejor pudieran. La medida resultó acertada, porque el pueblo se encontró de pronto bajo la censura eclesiástica y, en poco tiempo, una delegación de ciudadanos fue a pedir a san Norberto que regresara, no sin haberse comprometido a mostrar mayor sumisión a sus mandatos en el futuro. Antes de que terminaran los días de san Norberto, ya había conseguido realizar con éxito la mayor parte de sus proyectadas reformas. Durante todo el tiempo, no cesó de dirigir sus casas premonstratenses, con la ayuda de su fiel discípulo, el beato Hugo y, durante varios años antes de su muerte, desempeñó un papel de importancia en la política de la Santa Sede y del Imperio.

Al morir el Papa Honorio II, un infortunado cisma dividió a la Iglesia. Parte del Colegio de Cardenales había elegido al cardenal Gregorio Papareschi, quien adoptó el nombre de Inocencio II, mientras que el resto escogió al cardenal Pierleone. Este último, que se hizo llamar Anacleto II, contaba con las simpatías de los romanos, de manera que Inocencio se vio obligado a huir a Francia. Ahí se le aceptó como al Pontífice legal, gracias a los esfuerzos de san Bernardo y san Hugo de Grénoble. Al concilio que este Papa convocó en Reims asistió san Norberto, quien abrazó la causa del Pontífice desterrado y le conquistó tantos partidarios en Alemania, como San Bernardo le había conseguido en Francia. Fue Norberto quien convenció al emperador para que declarase su apoyo a Inocencio. A pesar de que tanto Francia como Alemania, Inglaterra y España, reconocían al Papa exilado, era imposible enviarlo a Roma sin el respaldo de las fuerzas armadas; fue entonces cuando, por influencia directa de san Norberto, el emperador Lotario consintió en conducir un ejército hacia Italia. En mayo de 1133, el emperador y el Papa Inocencio II entraron a la Santa Sede, acompañados por san Norberto y san Bernardo.

Como una muestra de reconocimiento a sus notables servicios, san Norberto recibió el palio, pero ya para entonces sus actividades iban a cesar definitivamente. Al regresar a Alemania, tras el triunfo en Italia, el emperador Lotario rogó al santo, con más insistencia que nunca, que asintiera en ser su canciller, pero Norberto persistió en su negativa, y el emperador ya no le instó, puesto que evidentemente su salud declinaba con alarmante rapidez. En los veinte años que habían transcurrido después de su ordenación había acumulado el trabajo de toda una vida y ya era un moribundo cuando llegó a Magdeburgo. Expiró el 6 de junio de 1134, a los cincuenta y tres años de edad. En 1627, el emperador Fernando II trasladó sus reliquias a la abadía Premonstratense de Strahov, en Bohemia. El Papa Gregorio XIII lo reconoció oficialmente como santo en 1582.

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