domingo, 18 de diciembre de 2016

Homilía



La liturgia de hoy nos muestra dos personajes, que reaccionan de distinta manera a la promesa de Dios: Acaz y José.

El rey Acaz es la imagen del hombre incrédulo y de cualquier sociedad que se fía únicamente de los proyectos humanos y los adelantos tecnológicos como la mejor garantía de futuro.

Una sociedad que, cuando llegan los momentos de crisis, sin referencia a la transcendencia y a criterios morales que permitan afrontarlos, se siente tan frustrada y fracasada, que termina vendiendo su “alma” al postor más fuerte.

Entramos así en el paraíso de las multinacionales, cuyo “dios” es el dinero y los empleados un simple número en la cadena de la producción.

Acaz ve próximo su fin y prefiere salvar su vida, humillándose ante el enemigo antes que confiar en Dios.

Pero Dios le da una señal para significarle que conoce la angustia de su Pueblo y la necesidad de ser salvado de los ataques del enemigo: “He aquí que una virgen concebirá, dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, Dios con nosotros” (Isaías 7,14).

José, en cambio, tiene un comportamiento similar al del patriarca Abraham, al enterarse que su esposa María ha concebido un hijo que no es suyo.

Acepta la voluntad de Dios, se deja guiar por Él y va superando los obstáculos que ponen a prueba la fortaleza de su fe.

Es una pena que sepamos tan poco de este personaje singular: el relato de hoy, unas pinceladas sobre el nacimiento en Belén, la huida y vuelta a Egipto, la pérdida y posterior hallazgo de Jesús en el templo y la perplejidad de la gente al comprobar la sabiduría de Jesús: “¿No es éste el hijo del carpintero?” (Mateo 13,55).

Un corto bagaje para analizar su especial importancia en la historia de la salvación.

Sin embargo, hay un camino para conocer a José: la personalidad humana de Jesús.

La compasión con los débiles, la misericordia con los pecadores, la denuncia de las injusticias y el inmenso cariño que profesaba Jesús al “Padre del Cielo” (al “Abba, Papaíto”), debió aprenderlo de su “padre” terreno durante los muchos años que estuvo sujeto a su autoridad.


Después de haber reflexionado sobre José nos fijamos ahora en María, la mujer de entrega confiada a la voluntad de Dios, a punto de dar a luz el “Emmanuel”, “Dios con nosotros” (Isaías 7,14).

Dios ha querido hacerse uno de los nuestros, compartiendo con nosotros la aventura de la vida y la naturaleza humana. Para ello, busca casa donde habitar.

Y encuentra a María y a José con los oídos abiertos y el corazón sensible a sus planes.

Durante los pasados domingos nos hemos fijado en Isaías y Juan el Bautistas.

Hoy nos centramos en María y José, principales protagonistas del Adviento.

A través de ellos se cumplen las promesas de Dios.

Imitemos sus actitudes humildes, su silencio, su alegre espera en medio de las dificultades, sus preparativos para acoger al Niño, su oración. Son pobres.

No podrán ofrecer al Mesías una vida cómoda, pero sí el amor de unos padres esperanzados con su venida.

Pensamos en todas las madres embarazadas aguardando con ilusión su NAVIDAD y en las que lo han interrumpido voluntariamente o se han visto presionadas por problemas económicos, familiares o laborales.

Un drama humano, que deja graves secuelas sicológicas a millones de mujeres en el mundo y está siendo unas lacra en los países más “desarrollados”, que ya empiezan a pagar su egoísmo y una degeneración moral, camuflada de progresismo.

El papa Francisco condena el aborto como crimen abominable, pero pide a los sacerdotes absolver a las mujeres arrepentidas y ser compasivos y misericordiosos con ellas. Los cómplices e instigadores son todavía más culpables.

En Navidad celebramos que Dios ha querido irrumpir en el mundo y vivir entre pecadores.

Está siempre con nosotros, aunque le rechacemos o abandonemos.

Está  con los que le invocan o le ignoran.

Está  con los oprimidos y encarcelados.

Está  con las víctimas de los atropellos humanos y los parados sin recursos.

Está  con los perseguidos por causas religiosas o políticas, que dan su vida por defender su fe o sus ideales.

Está  con los emigrantes y marginados por una sociedad injusta.

Está  en el vagabundo sin familia, sin amigos, sin casa, que duerme en cualquier rincón y sufre la soledad y el olvido.

Está  en medio de los incrédulos, los agnósticos, los explotadores, los delincuentes, los racistas, los políticos sin escrúpulos, en los que viven en tibieza, en los que traicionan sus ideales…

A todos llega su perdón y alcanza su bendición, pues viene a salvar a los pecadores, dejando un resquicio a la esperanza y a la conversión.

Dios está con nosotros, compartiendo nuestros sufrimientos y alegría.

Pero está, sobre todo, en María y José, que personalizan a todos los hombres de buena voluntad, que buscan la paz y abren sus puertas a la concordia, al perdón y al amor.

Estamos a las puertas de Navidad, una Navidad cada año más paganizada por la sociedad de consumo y por ideologías antirreligiosas, que quieren suprimir la Fiesta para no ofender a los ateos y a los fieles de confesiones no cristianas, pero ponen el grito en el cielo cuando alguien critica las manifestaciones del orgullo gay o rechaza su cinismo fariseo.

Hay colegios e instituciones que han prohibido ya los belenes, los adornos de estrellas y los símbolos navideños como ofensivos a la sensibilidad de muchos, arrogándose la representación de la mayoría ciudadana y adulterando la democracia. ¿Por qué no consultan al pueblo? Perderían por goleada.

Los cristianos no debemos achantarnos; hemos de salir a la calle con alegre valentía.

Las Fiestas Navideñas son nuestras.

Son días muy especiales para la familia, la convivencia con los vecinos y los sueños de los niños.

No queremos que nos la robe la gente retorcida, sin alma y con mala voluntad.


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