sábado, 22 de diciembre de 2012

Santa Francisca Javier Cabrini

Entre el 1901 y el 1913 emigraron a Estados Unidos 4.711.000 italianos; una auténtica enfermedad social, como la definieron los políticos y los sociológos. Pero junto a los dramas que suscitó la emigración hay que recordar todavía hoy a una frágil maestra del S. Angelo Lodigiano, Francisca Cabrini, nacida en 1850, última de 13 hijos, que durante el fenómeno de la emigración no miró con los ojos del político, ni del sociólogo, sino con esos humanísimos de mujer cristiana, mereciendo el título de madre de los emigrantes.

Huérfana de padre y de madre, Francisca hubiera querido encerrarse en un convento, pero no fue aceptada por su delicada salud. Entonces aceptó el cargo que le confió el párroco de Codogno para que ayudara en un orfanato. La joven, graduada de maestra hacía poco, hizo mucho más: reunió a algunas compañeras y formó el primer núcleo de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón, orientadas por un intrépido misionero, San Francisco Javier. Cuando Francisca hizo los votos religiosos tomó el nombre del santo. Como él, hubiera querido partir también para China, pero cuando tuvo noticia del culpable descuido y del drama de desesperación de los miles y miles de emigrantes italianos que descargaban en el puerto de Nueva York sin ninguna ayuda material ni espiritual, Francisca Javier no dudó un instante.

También ello en la primera de sus veinticuatro travesías oceánicas compartió las incomodidades y las incertidumbres de sus compatriotas; pero es extraordinaria la valentía con la que afrontó la pletórica metrópoli norteamericana y supo desenvolverse para establecer un punto de encuentro y de ayuda para los emigrantes. Ante todo se preocupó por los huérfanos y los enfermos, construyendo casas, escuelas y un grande hospital en Nueva York, luego en Chicago, después en California, y así siguió extendiendo su obra en toda América, hasta Argentina.

A quien le manifestaba admiración por el éxito de tantas obras, la Madre Cabrini le contestaba con sincera humildad: "¿Acaso todo esto no lo ha hecho el Señor?". Traducidas en cifras estas obras constituían treinta fundaciones en ocho naciones. Murió sobre el surco, durante uno de sus tantos viajes a Chicago, en 1917. Su cuerpo fue llevado triunfalmente a Nueva York y entes rudo en la iglesia contigua a la "Mother Cabrini High School", para que estuviera cerca de los emigrados.

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