domingo, 23 de diciembre de 2012

Homilía



María es la figura central del Adviento, el modelo a imitar por sus actitudes ante Dios, ante los hombres y ante la vida misma.
Es curioso cómo el hecho más trascendental de la Historia, la Encarnación del Verbo, pase desapercibido a los ojos de los hombres.
Los grandes acontecimientos se labran desde la intimidad.
Acostumbrados a propagandas, parafernalias, inauguraciones rimbombantes, cenas de trabajo, cruceros por el Mediterráneo y múltiples efemérides, nos sorprende la sencillez de lo realmente importante.
María asume en Nazaret, insignificante pueblo de galilea, su situación de mujer embarazada abriéndose al plan de Dios sobre su vida.
Siente cómo Dios ha tocado su corazón juvenil y se siente interpelada por el Ser que lleva en sus entrañas para no permanecer pasiva y expectante. Sabe que tiene una misión que cumplir con su prima Isabel, seguramente afectada por el problema de la soledad y la necesidad de compartir con ella su fe y sus vivencias.


Aunque no aparece reflejada en el cómputo de las bienaventuranzas tanto en el evangelio según San Lucas como en el de San Mateo, podemos afirmar que la fe es la fuente de todas las bienaventuranzas.
Las palabras de Isabel hacia María: “bienaventurada tú que creíste” nos adentran en este gran misterio que da sentido al devenir cotidiano de cada ser humano, en perpetua búsqueda de nuevas motivaciones parta seguir viviendo.
Los problemas del mundo nos agobian cada vez más y existe una rebeldía generalizada contra la injusticia y la opresión, que no se corresponde con la necesaria entrega generosa al servicio de los demás.
Muchos se apuntan a religiones más cómodas de seguir y más actuales, culpan a Dios de las calamidades existentes y echan “balones fuera” acusando a los creyentes de ser los responsables de actitudes conformistas.
Nada más lejos de la realidad, pues la auténtica fe nos impulsa al servicio activo y desinteresado ante la evidencia de la multitud de los marginados.
En la enfermedad, el dolor, el hambre, la miseria, la exclusión, la violencia y tantos males que padecen los más pobres, el creyente descubre a Dios y su presencia.
María encarna este fuego divino que arde en su interior.


La profecía de Miqueas:”Pero tú, Belén de Errata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel” nos recuerda el gran sueño de Dios sobre la humanidad, que se hace realidad en su Hijo, el Verbo Encarnado.

Algo que parece imposible si miramos a los protagonistas iniciales, la Virgen Marea y San José, dos desconocidos para la gente, al igual que más adelante los Apóstoles y primeros colaboradores en las tareas evangélicas.
Dios tiene un sueño especial sobre María, como prototipo de la Redención y la prepara para afrontar la dura misión que le aguarda.

Pero también Dios tiene un sueño para cada niño que viene al mundo y a través del cual nos trasmite que tiene esperanza en los hombres.

Cada mujer embarazada alberga igualmente un sueño sobre la criatura que lleva en las entrañas y su instinto materno condicionará positivamente su vida para siempre a fin de que sea una persona sana, alegre, dinámica, justa, inteligente, trabajadora, familiar, social y de principios.
Esos sueños pueden truncarse con harto dolor para sus progenitores.
Cuando se matan los sueños, a menudo desde las mismas instituciones que deberían proteger la vida humana, se infiere una herida lacerante en el corazón de la misma humanidad..


Kafka, uno de los grandes pensadores modernos, decía que el hombre tiene que tener un destino, pero desconocía el camino a seguir.
Para los cristianos, Jesús es el Camino, a quien hemos de dar a conocer.
María, al ponerse en camino, lleva consigo a Jesús y el hogar de Isabel y Zacarías se transforma totalmente con la alegría de su presencia.

Los cristianos estamos llamados a ser presencia de Jesús a dondequiera que vayamos, a menudo en condiciones adversas y hostiles., pues la cultura al uso para por desacreditar a los creyentes, fomentar el paganismo, borrar el rastro de Dios e inocular en la sociedad el hedonismo y el vacío interior. El hombre y la mujer se convierten en seres manipulables por el “régimen” cuando éstos están sin el soporte de altos ideales.
Desde esta perspectiva resulta fácil sembrar el odio y la discordia.

Sin embargo, los cristianos debemos contrarrestar estas acciones con la alegría de la fe, sin dejarnos acobardar por el pesimismo, porque posemos “la verdad que nos hace libres”.

Falta mucho todavía para que se colme el gran sueño de Dios sobre la humanidad.

¡Ojalá, como María, llevemos a Jesús por el camino y sepamos darlo a conocer!

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