"Más que a cualquiera otra ciudad tú estás unido a Roma" le escribía Francisco Petrarca al benedictino francés Guillermo de Grimoardo, elegido al solio pontificio el 28 de septiembre de 1362, a pesar de no ser ni cardenal ni obispo. Había nacido en el castillo de Grisac, en Languedoc, en 1310, de noble familia; muy joven entró donde los benedictinos del priorato de Chirac, en donde recibió una sólida cultura. Se doctoró en derecho canónico y civil, y luego enseñó en Montpellier, Tolosa y Aviñón, antes de recibir de la Curia pontificia varios cargos come delegado en Milán y en Nápoles a donde le llegó el nombramiento como sumo pontífice.
Fue consagrado obispo en Aviñón y ese mismo día, 6 de noviembre de 1362, era coronado Papa con el nombre de Urbano V. Las esperanzas de un regreso del Papa a Roma de la que muchos cristianos llamaban la "esclavitud babilonia" parecieron realizarse inmediatamente. La citada carta de Petrarca es un eco de esta vivísima esperanza. Este Papa activísimo y piadoso demostró inmediatamente cualidades de hombre de gobierno y mano firme en la conducción de la barca de Pedro, en una época tan difícil para la vida interna de la Iglesia.
No subió sólo metafóricamente sobre la "barca". Cinco años después de su elevación al solio pontificio, y precisamente el 30 de abril de 1367, se embarcaba con toda la Curia en una verdadera flota de galeras, y se dirigía a Roma. Después de una escala en Génova y otra en Viterbo, el Papa podía finalmente volver a poner pie en la Ciudad Eterna, el 16 de septiembre del mismo año, en donde fue recibido por el pueblo con mucha fiesta. Pocos días después, Roma "estaba totalmente llena de obras" como escribía Coluccio Salutati. Pero más que a la restauración de las cosas materiales el santo pontífice se preocupó por la reconstrucción espiritual de la Iglesia, promoviendo la unidad entre los cristianos, que pareció llevarse a cabo con la unión de la Iglesia griega a la latina en 1369.
Infortunadamente la pacificación de los ánimos en los Estados pontificios duró poco, y el 7 de abril de 1370 Urbano V dejaba nuevamente a Roma para regresar a Aviñón, a pesar de las súplicas y las exhortaciones de muchos, entre otros de Santa Brígida que lo alcanzó en cercanías del lago de Bolsena, y le predijo que moriría muy pronto si regresaba a Aviñón. En efecto, murió el 19 de Diciembre de ese mismo año. Esta nueva decisión, debida a situaciones particulares históricas, no empaña los grandes méritos de su pontificado, que duró ocho años, al que se le atribuye una eficaz reforma de las costumbres y un incremento particular de la doctrina cristiana y de los estudios en general.
Fue consagrado obispo en Aviñón y ese mismo día, 6 de noviembre de 1362, era coronado Papa con el nombre de Urbano V. Las esperanzas de un regreso del Papa a Roma de la que muchos cristianos llamaban la "esclavitud babilonia" parecieron realizarse inmediatamente. La citada carta de Petrarca es un eco de esta vivísima esperanza. Este Papa activísimo y piadoso demostró inmediatamente cualidades de hombre de gobierno y mano firme en la conducción de la barca de Pedro, en una época tan difícil para la vida interna de la Iglesia.
No subió sólo metafóricamente sobre la "barca". Cinco años después de su elevación al solio pontificio, y precisamente el 30 de abril de 1367, se embarcaba con toda la Curia en una verdadera flota de galeras, y se dirigía a Roma. Después de una escala en Génova y otra en Viterbo, el Papa podía finalmente volver a poner pie en la Ciudad Eterna, el 16 de septiembre del mismo año, en donde fue recibido por el pueblo con mucha fiesta. Pocos días después, Roma "estaba totalmente llena de obras" como escribía Coluccio Salutati. Pero más que a la restauración de las cosas materiales el santo pontífice se preocupó por la reconstrucción espiritual de la Iglesia, promoviendo la unidad entre los cristianos, que pareció llevarse a cabo con la unión de la Iglesia griega a la latina en 1369.
Infortunadamente la pacificación de los ánimos en los Estados pontificios duró poco, y el 7 de abril de 1370 Urbano V dejaba nuevamente a Roma para regresar a Aviñón, a pesar de las súplicas y las exhortaciones de muchos, entre otros de Santa Brígida que lo alcanzó en cercanías del lago de Bolsena, y le predijo que moriría muy pronto si regresaba a Aviñón. En efecto, murió el 19 de Diciembre de ese mismo año. Esta nueva decisión, debida a situaciones particulares históricas, no empaña los grandes méritos de su pontificado, que duró ocho años, al que se le atribuye una eficaz reforma de las costumbres y un incremento particular de la doctrina cristiana y de los estudios en general.
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