Imperando en Oriente Maximino, hubo en la ciudad de Nicomedia un caballero noble y poderoso, llamado Dióscoro, hombre feroz y muy dado al culto de sus falsos dioses. Tenía una sola hija llamada Bárbara, doncella de extremada belleza y de costumbres muy contrarias a las de su padre; el cual para apartarla de los ojos de los hombres que la codiciaban, y porque sospechó que estaba en comunicación con los cristianos la encerró en la torre de una granja, donde había mucha comodidad.
Se holgó la santa doncella con este encerramiento, porque era amiga de soledad y quietud; y fue tanto lo que Dios obró en su alma en aquel retiro, que despreciando todos los gustos de la carne, determinó Bárbara consagrarle su pureza.
Con el tiempo, quiso su padre casarla; más ella se resistió, diciendo que ya tenía esposo y Esposo inmortal. No se puede creer el furor que cobró Dióscoro entendiendo que su hija Bárbara era cristiana.
Por no perder la gracia del emperador, la hizo prender y conducir al tribunal de Marciano, que era allí presidente, el cual con blandas palabras quiso seducirla; y trocando la blandura y suavidad fingida en crueldad verdadera, la mandó desnudar y azotar con nervios de bueyes, y luego con un cilicio fregar las heridas; con lo cual quedó su cuerpo manando por todas partes arroyos de sangre. Echada de nuevo en la cárcel, le apareció su esposo Jesucristo y la sanó y esforzó para los restantes combates.
Otro día, llevada a la segunda audiencia, viéndola el presidente del todo sana, quedó pasmado y de nuevo con halagos, procuró inducirla a que adorase los ídolos; más como respondiese ella con el valor que a esposa de Cristo convenía, mandó a los verdugos que descarnasen sus costados con peines de hierro, y luego la abrasasen con hachas encendidas, y con un martillo golpeasen su cabeza.
Estaba en estos tormentos la valerosa virgen, puestos en el cielo sus ojos y el corazón, hablando dulcemente con su divino Esposo, pidiéndole favor y prometiéndole fidelidad.
Adelantado la crueldad del tirano, le hizo cortar los pechos y mandó que la sacasen a la vergüenza por las calles públicas de la cuidad, y que la fuesen azotando para mayor vergüenza y escarnio; pero el Señor la amparó y cubrió su cuerpo con una claridad maravillosa, que no pudo ser vista de los ojos profanos.
Volviéronla al tribunal, y el presidente la mandó al fin degollar. A todo este espectáculo había estado presente el bárbaro padre ¡Quién lo creyera! y él fue quien con permiso del juez le dio la muerte por su mano. Vengó Dios tanta crueldad, porque al poco tiempo, volviendo el padre del monte a su casa, un rayo del cielo súbitamente le mató, y le privó de la vida temporal y eterna, y lo mismo aconteció al presidente Marciano.
El cuerpo de santa Bárbara recogió un varón religioso y pío, llamado valenciano, y entre cánticos y salmos lo colocó honoríficamente en un lugar llamado Gelasio, donde el Señor por su intercesión obró grandes milagros.
Se holgó la santa doncella con este encerramiento, porque era amiga de soledad y quietud; y fue tanto lo que Dios obró en su alma en aquel retiro, que despreciando todos los gustos de la carne, determinó Bárbara consagrarle su pureza.
Con el tiempo, quiso su padre casarla; más ella se resistió, diciendo que ya tenía esposo y Esposo inmortal. No se puede creer el furor que cobró Dióscoro entendiendo que su hija Bárbara era cristiana.
Por no perder la gracia del emperador, la hizo prender y conducir al tribunal de Marciano, que era allí presidente, el cual con blandas palabras quiso seducirla; y trocando la blandura y suavidad fingida en crueldad verdadera, la mandó desnudar y azotar con nervios de bueyes, y luego con un cilicio fregar las heridas; con lo cual quedó su cuerpo manando por todas partes arroyos de sangre. Echada de nuevo en la cárcel, le apareció su esposo Jesucristo y la sanó y esforzó para los restantes combates.
Otro día, llevada a la segunda audiencia, viéndola el presidente del todo sana, quedó pasmado y de nuevo con halagos, procuró inducirla a que adorase los ídolos; más como respondiese ella con el valor que a esposa de Cristo convenía, mandó a los verdugos que descarnasen sus costados con peines de hierro, y luego la abrasasen con hachas encendidas, y con un martillo golpeasen su cabeza.
Estaba en estos tormentos la valerosa virgen, puestos en el cielo sus ojos y el corazón, hablando dulcemente con su divino Esposo, pidiéndole favor y prometiéndole fidelidad.
Adelantado la crueldad del tirano, le hizo cortar los pechos y mandó que la sacasen a la vergüenza por las calles públicas de la cuidad, y que la fuesen azotando para mayor vergüenza y escarnio; pero el Señor la amparó y cubrió su cuerpo con una claridad maravillosa, que no pudo ser vista de los ojos profanos.
Volviéronla al tribunal, y el presidente la mandó al fin degollar. A todo este espectáculo había estado presente el bárbaro padre ¡Quién lo creyera! y él fue quien con permiso del juez le dio la muerte por su mano. Vengó Dios tanta crueldad, porque al poco tiempo, volviendo el padre del monte a su casa, un rayo del cielo súbitamente le mató, y le privó de la vida temporal y eterna, y lo mismo aconteció al presidente Marciano.
El cuerpo de santa Bárbara recogió un varón religioso y pío, llamado valenciano, y entre cánticos y salmos lo colocó honoríficamente en un lugar llamado Gelasio, donde el Señor por su intercesión obró grandes milagros.
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