Los griegos profesan una gran veneración a San Metodio, patriarca de Constantinopla, debido a la importancia del papel que desempeñó en la lucha contra los iconoclastas y su derrota final, así como por la heroica resistencia con que soportó las persecuciones y, en consecuencia, le honran con los títulos de “el Confesor” y “el Grande.”
Metodio era natural de Sicilia y, en Siracusa, su ciudad natal, recibió una excelente educación. Se trasladó a Constantinopla con el objeto de conseguir un puesto en la corte, pero ahí conoció a un monje que llegó a tomarle gran afecto y, por consejo de éste, decidió abandonar el mundo por la vida religiosa. Construyó un monasterio en la isla de Kios, pero apenas comenzaba a formar su comunidad, cuando fue llamado a Constantinopla por el patriarca Nicéforo. En 815, durante la segunda etapa de la persecución iconoclasta, bajo el reinado de Leo el Armenio, adoptó una actitud firme y valiente en favor de la veneración a las imágenes sagradas. Inmediatamente después de la deposición y el exilio de San Nicéforo, partió Metodio a Roma, probablemente con el encargo de informar al Papa, San Pascual I, sobre la situación y ahí se quedó hasta la muerte del rey León V de Constantinopla. Se alentaban grandes esperanzas de que el sucesor, Miguel el Tartamudo, favoreciese a los cristianos y, en 821, San Metodio regresó a Constantinopla con una carta del Papa San Pascual al emperador, en la que pedía la reinstalación de San Nicéforo. Pero tan pronto como Miguel el Tartamudo leyó la misiva, montó en cólera; acusó a Metodio de agitador profesional que buscaba crear la sedición, y mandó que fuese desterrado, luego de recibir una tunda de azotes.
Se afirma que, en vez de desterrarlo, se le encerró durante siete años en una especie de tumba o mausoleo junto con dos ladrones; uno de estos murió pronto, pero el santo y su compañero de infortunio fueron abandonados en su estrecha prisión hasta cumplir la condena, Metodio, al quedar en libertad, era un esqueleto en el que apenas quedaba un soplo de vida; sin embargo, conservaba entero su espíritu y, en poco tiempo se restableció. Entonces se inició una nueva persecución, propiciada por el emperador Teófilo, y Metodio fue llevado a su presencia. Ahí se le echaron en cara sus pasadas actividades subversivas y se le acusó de haber incitado al Papa a escribir la famosa carta. El santo repuso con firmeza que todo era falso y aprovechó la ocasión para manifestar su punto de vista sobre el culto a las imágenes, con estas palabras: “Si una imagen tiene tan poco valor a vuestros ojos, ¿por qué cuando renegáis de las imágenes de Cristo no condenáis también la veneración que se rinde a vuestras propias representaciones? ¡Lejos de renegar de vuestras imágenes, las multiplicáis continuamente!”
La muerte del emperador, en 842, hizo que ascendiera al trono su viuda, Teodora, como regente de su pequeño hijo Miguel III; la emperatriz se declaró favorecedora y protectora de las imágenes. Cesaron las persecuciones, los clérigos desterrados volvieron del exilio y, en un lapso de treinta días, las sagradas imágenes quedaron reinstaladas en las iglesias de Constantinopla, entre el regocijo general. Juan el Gramático, un iconoclasta, fue depuesto del patriarcado, y se instaló a San Metodio en su lugar.
Entre los principales acontecimientos que señalaron el patriarcado de San Metodio, figura la realización de un sínodo en Constantinopla para confirmar los decretos promulgados en el Concilio de Nicea sobre los iconos; la institución de una ceremonia religiosa, llamada la fiesta de la ortodoxia, que todavía se celebra en el primer domingo de Cuaresma; y el traslado de los restos de Su antecesor, San Nicéforo, a Constantinopla. Por otra parte, aquel período de reconciliación quedó empañado por una acre disputa con los monjes estuditas, que antes habían sido los partidarios más ardientes de San Metodio. Al parecer, una de las causas de la desavenencia fue la condenación de ciertos escritos de San Teodoro el Estudita, por parte del patriarca. Tras de haber ocupado el puesto durante cuatro años, San Metodio murió de hidropesía, el 14 de junio de 847.
En vida fue un prolífico escritor, pero de las muchas obras poéticas, teológicas y de controversia que se le atribuyen, sólo quedan algunos fragmentos que tal vez no sean auténticos. Sin embargo, en tiempos modernos y gracias a ciertas pruebas manuscritas recientemente descubiertas, las autoridades en la materia se inclinan a creer que realmente fue San Metodio el autor de algunos escritos hagiográficos que aun se conservan, especialmente “La Vida de San Teófanes.”
Metodio era natural de Sicilia y, en Siracusa, su ciudad natal, recibió una excelente educación. Se trasladó a Constantinopla con el objeto de conseguir un puesto en la corte, pero ahí conoció a un monje que llegó a tomarle gran afecto y, por consejo de éste, decidió abandonar el mundo por la vida religiosa. Construyó un monasterio en la isla de Kios, pero apenas comenzaba a formar su comunidad, cuando fue llamado a Constantinopla por el patriarca Nicéforo. En 815, durante la segunda etapa de la persecución iconoclasta, bajo el reinado de Leo el Armenio, adoptó una actitud firme y valiente en favor de la veneración a las imágenes sagradas. Inmediatamente después de la deposición y el exilio de San Nicéforo, partió Metodio a Roma, probablemente con el encargo de informar al Papa, San Pascual I, sobre la situación y ahí se quedó hasta la muerte del rey León V de Constantinopla. Se alentaban grandes esperanzas de que el sucesor, Miguel el Tartamudo, favoreciese a los cristianos y, en 821, San Metodio regresó a Constantinopla con una carta del Papa San Pascual al emperador, en la que pedía la reinstalación de San Nicéforo. Pero tan pronto como Miguel el Tartamudo leyó la misiva, montó en cólera; acusó a Metodio de agitador profesional que buscaba crear la sedición, y mandó que fuese desterrado, luego de recibir una tunda de azotes.
Se afirma que, en vez de desterrarlo, se le encerró durante siete años en una especie de tumba o mausoleo junto con dos ladrones; uno de estos murió pronto, pero el santo y su compañero de infortunio fueron abandonados en su estrecha prisión hasta cumplir la condena, Metodio, al quedar en libertad, era un esqueleto en el que apenas quedaba un soplo de vida; sin embargo, conservaba entero su espíritu y, en poco tiempo se restableció. Entonces se inició una nueva persecución, propiciada por el emperador Teófilo, y Metodio fue llevado a su presencia. Ahí se le echaron en cara sus pasadas actividades subversivas y se le acusó de haber incitado al Papa a escribir la famosa carta. El santo repuso con firmeza que todo era falso y aprovechó la ocasión para manifestar su punto de vista sobre el culto a las imágenes, con estas palabras: “Si una imagen tiene tan poco valor a vuestros ojos, ¿por qué cuando renegáis de las imágenes de Cristo no condenáis también la veneración que se rinde a vuestras propias representaciones? ¡Lejos de renegar de vuestras imágenes, las multiplicáis continuamente!”
La muerte del emperador, en 842, hizo que ascendiera al trono su viuda, Teodora, como regente de su pequeño hijo Miguel III; la emperatriz se declaró favorecedora y protectora de las imágenes. Cesaron las persecuciones, los clérigos desterrados volvieron del exilio y, en un lapso de treinta días, las sagradas imágenes quedaron reinstaladas en las iglesias de Constantinopla, entre el regocijo general. Juan el Gramático, un iconoclasta, fue depuesto del patriarcado, y se instaló a San Metodio en su lugar.
Entre los principales acontecimientos que señalaron el patriarcado de San Metodio, figura la realización de un sínodo en Constantinopla para confirmar los decretos promulgados en el Concilio de Nicea sobre los iconos; la institución de una ceremonia religiosa, llamada la fiesta de la ortodoxia, que todavía se celebra en el primer domingo de Cuaresma; y el traslado de los restos de Su antecesor, San Nicéforo, a Constantinopla. Por otra parte, aquel período de reconciliación quedó empañado por una acre disputa con los monjes estuditas, que antes habían sido los partidarios más ardientes de San Metodio. Al parecer, una de las causas de la desavenencia fue la condenación de ciertos escritos de San Teodoro el Estudita, por parte del patriarca. Tras de haber ocupado el puesto durante cuatro años, San Metodio murió de hidropesía, el 14 de junio de 847.
En vida fue un prolífico escritor, pero de las muchas obras poéticas, teológicas y de controversia que se le atribuyen, sólo quedan algunos fragmentos que tal vez no sean auténticos. Sin embargo, en tiempos modernos y gracias a ciertas pruebas manuscritas recientemente descubiertas, las autoridades en la materia se inclinan a creer que realmente fue San Metodio el autor de algunos escritos hagiográficos que aun se conservan, especialmente “La Vida de San Teófanes.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario