Santos Marcelino, que era presbítero, y Pedro que era exorcista, ambos mártires que fueron perseguidos en la época de Diocleciano, en el año 303.
El primero de estos dos santos mártires era un sacerdote muy estimado en Roma, y el segundo era un fervoroso cristiano que tenía el poder especial de expulsar demonios.
Fueron llevados a prisión por los enemigos de la religión, pero en la cárcel se dedicaron a predicar con tal entusiasmo que lograron convertir al carcelero y a su mujer y a sus hijos, y a varios prisioneros que antes no eran creyentes.
Disgustados por esto los gobernantes les decretaron pena de muerte.
Santos Marcelino y Pedro, de quienes el papa San Dámaso cuenta que, en la persecución bajo Diocleciano, fueron condenados a muerte, y conducidos al lugar del suplicio, un bosque llamado "la selva negra", que estaba lleno de zarzales, y después de obligarles a cavar su propia tumba, fueron degollados y enterrados, para que no quedase su sepultura, pero más tarde, una piadosa mujer llamada Lucila trasladó sus restos a Roma, en la vía Labicana, en el cementerio llamado "ad Duas Lauros", donde se construyó una basílica, sobre la tumba de los dos mártires, por orden de Constantino, quien quiso que en ese sitio fuera sepultada su santa madre, Santa Elena, y, en el año 827, el Papa Gregorio IV donó los restos de estos Santos a Eginhard, hombre de confianza de Carlomagno, para que las reliquias fueran veneradas.
Finalmente, los cuerpos de los mártires descansaron en el monasterio de Selingestadt, a unos 22 km. de Francfort.
Durante esta traslación, cuentan algunos relatos, ocurrieron numerosos milagros y que las gentes repetían: "Marcelino y Pedro poderosos protectores, escuchad nuestros clamores"
El primero de estos dos santos mártires era un sacerdote muy estimado en Roma, y el segundo era un fervoroso cristiano que tenía el poder especial de expulsar demonios.
Fueron llevados a prisión por los enemigos de la religión, pero en la cárcel se dedicaron a predicar con tal entusiasmo que lograron convertir al carcelero y a su mujer y a sus hijos, y a varios prisioneros que antes no eran creyentes.
Disgustados por esto los gobernantes les decretaron pena de muerte.
Santos Marcelino y Pedro, de quienes el papa San Dámaso cuenta que, en la persecución bajo Diocleciano, fueron condenados a muerte, y conducidos al lugar del suplicio, un bosque llamado "la selva negra", que estaba lleno de zarzales, y después de obligarles a cavar su propia tumba, fueron degollados y enterrados, para que no quedase su sepultura, pero más tarde, una piadosa mujer llamada Lucila trasladó sus restos a Roma, en la vía Labicana, en el cementerio llamado "ad Duas Lauros", donde se construyó una basílica, sobre la tumba de los dos mártires, por orden de Constantino, quien quiso que en ese sitio fuera sepultada su santa madre, Santa Elena, y, en el año 827, el Papa Gregorio IV donó los restos de estos Santos a Eginhard, hombre de confianza de Carlomagno, para que las reliquias fueran veneradas.
Finalmente, los cuerpos de los mártires descansaron en el monasterio de Selingestadt, a unos 22 km. de Francfort.
Durante esta traslación, cuentan algunos relatos, ocurrieron numerosos milagros y que las gentes repetían: "Marcelino y Pedro poderosos protectores, escuchad nuestros clamores"
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