La Iglesia conmemora en este día a un santo muy popular cual es San Blas, mártir, obispo de Sebaste.
La existencia de este santo armenio, su episcopado en Sebaste, su glorioso martirio, su culto antiguo extendido en la iglesia oriental y occidental, su fama de taumaturgo, la popularidad de su devoción son hechos plenamente históricos que la tradición cristiana ha encuadrado en la leyenda de San Blas, no del todo segura en cuanto a todos los detalles, por proceder de fuentes históricas que no remontan más allá del siglo IX aunque derivan de tradición y culto muy antiguos.
Cuatro son las Actas de San Blas que traen los bolandistas. De ellas extraemos la semblanza del Santo, que presentamos a continuación, modernizada y aumentada con notas históricas referentes a su vida, devoción y culto.
Nació San Blas en Armenia, en la ciudad de Sebaste, la actual Sivas, en la segunda mitad del siglo III. Según quieren algunos, fue médico. El ejercicio de la medicina de los cuerpos lo preparó y le dio a la vez ocasión para ejercer la medicina de las almas, exigida por su fervoroso proselitismo cristiano. Ponderan las Actas las virtudes de este ejemplar cristiano: su humildad. Mansedumbre. paciencia, devoción, castidad, inocencia; en una palabra, su santidad.
Estas virtudes contribuyeron a que, vacante el obispado de Sebaste, fuera propuesto por voz unánime del clero y pueblo para ocupar la sede.
Terribles eran las circunstancias. La persecución desencadenada por Diocleciano a principios del siglo IV y continuada por sus sucesores Galeno, Máximo y Daia y Licinio, se ensañó particularmente en la iglesia de Sebaste, e hizo allí ilustres mártires: San Eustracio y compañeros. San Carcerio y consortes, San Blas, los famosos cuarenta soldados mártires. Los cristianos vivían perseguidos y escondidos, como si fueran alimañas. San Blas fue el pastor prudente, celoso e intrépido elegido por la Providencia para presidir aquellas trágicas cuanto gloriosas circunstancias.
Escasas son las noticias que nos dan las Actas acerca de su gobierno pastoral. San Blas, oculto por la persecución, sostenía, alentaba y edificaba ocultamente a los cristianos con su palabra y con el ejemplo de su santa Vida.
Las Actas nos han conservado, sin embargo, un episodio que revela el temple apostólico del Santo. San Eustracio se encuentra en la cárcel condenado a próxima muerte. Sale su obispo del escondrijo; obtiene por amero el acceso a la prisión; besa emocionado las cadenas del confesor de Cristo; lo conforta; pasan toda la noche en celestiales coloquios; le administra la santa Eucaristía. Eustracio entrega a San Blas su testamento, confiándole la ejecución del mismo. Al rayar el alba se despiden dándose el ósculo de paz. San Blas vuelve a su escondite y Eustracio al día siguiente rubrica su fe con glorioso martirio.
Arreciando más la persecución bajo el prefecto Agrícola, comisionado por Licinio para exterminar el cristianismo, San Blas, siguiendo el consejo de Cristo, huye a las montañas (Armenia es país muy montañoso), y se refugia en una gruta del monte Argeo. Allí hace vida eremítica, entregado a la penitencia y a la contemplación, privado de todo consuelo humano, pero abundando en consuelos celestiales. Cual otro Moisés, ora San Blas en el monte por su dispersa y desolada grey.
La leyenda, al relatar la estancia de San Blas en las soledades del Argeo, nos describe escenas paradisiacas. Al perseguido por los hombres le hacen compañía las fieras, que se agrupan en tropel a la entrada de la gruta, esperando respetuosas a que el santo anacoreta termine su oración, para recibir de él su bendición y obtener también la curación de sus dolencias. Así lo encontraron los satélites del prefecto Agrícola en una cacería organizada por aquellos montes, quedando estupefactos ante el nunca visto espectáculo. Comunican el caso al prefecto y ordena éste que le traigan al obispo solitario.
En la noche precedente a la prisión se le aparece por tres veces el Salvador instándole para que le ofrezca el sacrificio, entendiendo San Blas que el Señor lo llamaba para ofrecer el cáliz del martirio. Se levanta, ofrece los sagrados misterios y se presentan los ministros del prefecto. "Salte de tu gruta. le dicen: el prefecto te flama". Responde el Santo a la citación con rostro sonriente y palabras cariñosas. "Bienvenidos seáis, hijitos míos. Me traéis una buena nueva. Vayamos prontamente. y sea con nosotros mi Señor Jesucristo que desea la hostia de mi cuerpo".
El traslado de San Blas a Sebaste constituyó una apoteosis popular. Las gentes, incluso los mismos paganos, acudían en tropel para presenciar el paso del santo obispo, implorando su bendición, el remedio de los males, la curación de las dolencias. San Blas, olvidado de su extrema necesidad propia, atendía a las súplicas, repartía bendiciones, encomendaba al Señor las necesidades.
De pronto. una madre le presenta a su hijo moribundo, a causa de una espina atravesaba en la garganta, clamando: ¡Siervo de Nuestro Salvador Jesucristo, apiádate de mi hijo; es mi único hijo! Compadecido San Blas, impone la mano sobre el agonizante, signa su garganta con la señal de la cruz, ora por Él..., y devuelve el niño, sano y salvo, a la desolada madre. Y dilatando su caridad a través del tiempo y del espacio, pide que cuantos recurran a su intercesión en trances semejantes obtengan la protección del cielo.
Presentado San Blas al prefecto, éste le propone con blandas palabras la renuncia al cristianismo y la adoración de los dioses. Rechaza San Blas con santa indignación la idolátrica propuesta. En consecuencia es apaleado terriblemente. El brutal castigo no arranca de San Blas tina queja.. Los esbirros, cansados, lo encierran en la cárcel.
Otro día intentan quebrantar su fortaleza suspendiéndolo de un madero y desgarrando sus carnes con garfios de hierro... Pero el santo pastor no habla de ofrecer solo el sacrificio; lo hablan de acompañar sus ovejas y corderos. Al volver a la prisión regando el suelo con sangre, siete fervorosas cristianas recogen su sangre y se ungen con ella. Detenidas por ello, confiesan intrépidas su fe en Jesucristo sin que hagan vacilar su fortaleza los más crueles y variados tormentos y alentadas por el ejemplo de su pastor perseveran firmes, hasta ser decapitadas. Una de estas heroínas encomienda a San Blas sus dos hijitos, que querían seguirla por la senda celestial del martirio.
No tardó el pastor en consumar su sacrificio. El prefecto lo condena a la decapitación con los dos niños. Y en las afueras de Sebaste es sacrificado el pastor con los dos corderos. Ocurrió el glorioso martirio, según la opinión más probable. el año 316.
El culto de San Blas se extendió prontamente por toda la Iglesia. En el Oriente se celebra su fiesta desde muy antiguo con culto solemne el 11 de febrero. En Constantinopla había un templo dedicado a San Blas. En Armenia existió la Orden Militar de San Blas. El culto de San Blas es también muy antiguo en Occidente. Según el cardenal Schuster, en la Edad Media se erigieron en Roma no menos de 35 iglesias en honor de San Blas. Una de ellas llegó a ser contada entre las 24 abadías privilegiadas de Roma.
La república independiente de Ragusa (Yugoslavia) lo tenía por patrón principal. Lo honraba con fiesta de precepto muy solemne. Su efigie figuraba en las monedas. Uno de los principales monumentos de Ragusa es el templo de San Blas. En el calendario romano figuraba la fiesta de San Blas con rito simple, pero muchas diócesis de Europa occidental la celebran con rito doble. En muchas iglesias se conservan reliquias insignes.
Paralela al culto oficial ha sido la devoción del pueblo cristiano a San Blas, devoción popular y típica. Se le cuenta entre los 14 santos protectores, llamados así porque se les tiene por abogados eficaces en las penalidades de la vida.
Se le invoca especialmente como abogado en las enfermedades de la garganta. Como tal lo reconoce el Ritual. Es considerado como especial protector de los niños: San Blas bendito, que se ahoga este angelito. En Rusia es el patrón de los ganados. En otras naciones también se le atribuye cierto patronato sobre los mismos. Los cardadores y sombrereros lo veneraban por patrón. En el día de su fiesta se bendicen pan, vino, agua y frutos que se dan después a hombres y ganados. En muchas diócesis de Alemania, Bohemia, Suiza y también de otras naciones se da la bendición de San Blas por medio de dos velas cruzadas que se ponen sobre la cabeza de los fieles y con ellas se toca la garganta. En Roma y otras partes por unción del cuello con una candela mojada en aceite bendecido.
San Blas es el santo humano, bondadoso, accesible. Invoquémoslo en nuestras necesidades en las enfermedades de la garganta no sólo materiales, sino también espirituales: respeto humano para confesar nuestra fe, angustias de pecados mortales ocultados, intemperancias en la bebida, etc. En este sentido hay una hermosa oración indulgenciada en el Enquiridión de Indulgencias.
La existencia de este santo armenio, su episcopado en Sebaste, su glorioso martirio, su culto antiguo extendido en la iglesia oriental y occidental, su fama de taumaturgo, la popularidad de su devoción son hechos plenamente históricos que la tradición cristiana ha encuadrado en la leyenda de San Blas, no del todo segura en cuanto a todos los detalles, por proceder de fuentes históricas que no remontan más allá del siglo IX aunque derivan de tradición y culto muy antiguos.
Cuatro son las Actas de San Blas que traen los bolandistas. De ellas extraemos la semblanza del Santo, que presentamos a continuación, modernizada y aumentada con notas históricas referentes a su vida, devoción y culto.
Nació San Blas en Armenia, en la ciudad de Sebaste, la actual Sivas, en la segunda mitad del siglo III. Según quieren algunos, fue médico. El ejercicio de la medicina de los cuerpos lo preparó y le dio a la vez ocasión para ejercer la medicina de las almas, exigida por su fervoroso proselitismo cristiano. Ponderan las Actas las virtudes de este ejemplar cristiano: su humildad. Mansedumbre. paciencia, devoción, castidad, inocencia; en una palabra, su santidad.
Estas virtudes contribuyeron a que, vacante el obispado de Sebaste, fuera propuesto por voz unánime del clero y pueblo para ocupar la sede.
Terribles eran las circunstancias. La persecución desencadenada por Diocleciano a principios del siglo IV y continuada por sus sucesores Galeno, Máximo y Daia y Licinio, se ensañó particularmente en la iglesia de Sebaste, e hizo allí ilustres mártires: San Eustracio y compañeros. San Carcerio y consortes, San Blas, los famosos cuarenta soldados mártires. Los cristianos vivían perseguidos y escondidos, como si fueran alimañas. San Blas fue el pastor prudente, celoso e intrépido elegido por la Providencia para presidir aquellas trágicas cuanto gloriosas circunstancias.
Escasas son las noticias que nos dan las Actas acerca de su gobierno pastoral. San Blas, oculto por la persecución, sostenía, alentaba y edificaba ocultamente a los cristianos con su palabra y con el ejemplo de su santa Vida.
Las Actas nos han conservado, sin embargo, un episodio que revela el temple apostólico del Santo. San Eustracio se encuentra en la cárcel condenado a próxima muerte. Sale su obispo del escondrijo; obtiene por amero el acceso a la prisión; besa emocionado las cadenas del confesor de Cristo; lo conforta; pasan toda la noche en celestiales coloquios; le administra la santa Eucaristía. Eustracio entrega a San Blas su testamento, confiándole la ejecución del mismo. Al rayar el alba se despiden dándose el ósculo de paz. San Blas vuelve a su escondite y Eustracio al día siguiente rubrica su fe con glorioso martirio.
Arreciando más la persecución bajo el prefecto Agrícola, comisionado por Licinio para exterminar el cristianismo, San Blas, siguiendo el consejo de Cristo, huye a las montañas (Armenia es país muy montañoso), y se refugia en una gruta del monte Argeo. Allí hace vida eremítica, entregado a la penitencia y a la contemplación, privado de todo consuelo humano, pero abundando en consuelos celestiales. Cual otro Moisés, ora San Blas en el monte por su dispersa y desolada grey.
La leyenda, al relatar la estancia de San Blas en las soledades del Argeo, nos describe escenas paradisiacas. Al perseguido por los hombres le hacen compañía las fieras, que se agrupan en tropel a la entrada de la gruta, esperando respetuosas a que el santo anacoreta termine su oración, para recibir de él su bendición y obtener también la curación de sus dolencias. Así lo encontraron los satélites del prefecto Agrícola en una cacería organizada por aquellos montes, quedando estupefactos ante el nunca visto espectáculo. Comunican el caso al prefecto y ordena éste que le traigan al obispo solitario.
En la noche precedente a la prisión se le aparece por tres veces el Salvador instándole para que le ofrezca el sacrificio, entendiendo San Blas que el Señor lo llamaba para ofrecer el cáliz del martirio. Se levanta, ofrece los sagrados misterios y se presentan los ministros del prefecto. "Salte de tu gruta. le dicen: el prefecto te flama". Responde el Santo a la citación con rostro sonriente y palabras cariñosas. "Bienvenidos seáis, hijitos míos. Me traéis una buena nueva. Vayamos prontamente. y sea con nosotros mi Señor Jesucristo que desea la hostia de mi cuerpo".
El traslado de San Blas a Sebaste constituyó una apoteosis popular. Las gentes, incluso los mismos paganos, acudían en tropel para presenciar el paso del santo obispo, implorando su bendición, el remedio de los males, la curación de las dolencias. San Blas, olvidado de su extrema necesidad propia, atendía a las súplicas, repartía bendiciones, encomendaba al Señor las necesidades.
De pronto. una madre le presenta a su hijo moribundo, a causa de una espina atravesaba en la garganta, clamando: ¡Siervo de Nuestro Salvador Jesucristo, apiádate de mi hijo; es mi único hijo! Compadecido San Blas, impone la mano sobre el agonizante, signa su garganta con la señal de la cruz, ora por Él..., y devuelve el niño, sano y salvo, a la desolada madre. Y dilatando su caridad a través del tiempo y del espacio, pide que cuantos recurran a su intercesión en trances semejantes obtengan la protección del cielo.
Presentado San Blas al prefecto, éste le propone con blandas palabras la renuncia al cristianismo y la adoración de los dioses. Rechaza San Blas con santa indignación la idolátrica propuesta. En consecuencia es apaleado terriblemente. El brutal castigo no arranca de San Blas tina queja.. Los esbirros, cansados, lo encierran en la cárcel.
Otro día intentan quebrantar su fortaleza suspendiéndolo de un madero y desgarrando sus carnes con garfios de hierro... Pero el santo pastor no habla de ofrecer solo el sacrificio; lo hablan de acompañar sus ovejas y corderos. Al volver a la prisión regando el suelo con sangre, siete fervorosas cristianas recogen su sangre y se ungen con ella. Detenidas por ello, confiesan intrépidas su fe en Jesucristo sin que hagan vacilar su fortaleza los más crueles y variados tormentos y alentadas por el ejemplo de su pastor perseveran firmes, hasta ser decapitadas. Una de estas heroínas encomienda a San Blas sus dos hijitos, que querían seguirla por la senda celestial del martirio.
No tardó el pastor en consumar su sacrificio. El prefecto lo condena a la decapitación con los dos niños. Y en las afueras de Sebaste es sacrificado el pastor con los dos corderos. Ocurrió el glorioso martirio, según la opinión más probable. el año 316.
El culto de San Blas se extendió prontamente por toda la Iglesia. En el Oriente se celebra su fiesta desde muy antiguo con culto solemne el 11 de febrero. En Constantinopla había un templo dedicado a San Blas. En Armenia existió la Orden Militar de San Blas. El culto de San Blas es también muy antiguo en Occidente. Según el cardenal Schuster, en la Edad Media se erigieron en Roma no menos de 35 iglesias en honor de San Blas. Una de ellas llegó a ser contada entre las 24 abadías privilegiadas de Roma.
La república independiente de Ragusa (Yugoslavia) lo tenía por patrón principal. Lo honraba con fiesta de precepto muy solemne. Su efigie figuraba en las monedas. Uno de los principales monumentos de Ragusa es el templo de San Blas. En el calendario romano figuraba la fiesta de San Blas con rito simple, pero muchas diócesis de Europa occidental la celebran con rito doble. En muchas iglesias se conservan reliquias insignes.
Paralela al culto oficial ha sido la devoción del pueblo cristiano a San Blas, devoción popular y típica. Se le cuenta entre los 14 santos protectores, llamados así porque se les tiene por abogados eficaces en las penalidades de la vida.
Se le invoca especialmente como abogado en las enfermedades de la garganta. Como tal lo reconoce el Ritual. Es considerado como especial protector de los niños: San Blas bendito, que se ahoga este angelito. En Rusia es el patrón de los ganados. En otras naciones también se le atribuye cierto patronato sobre los mismos. Los cardadores y sombrereros lo veneraban por patrón. En el día de su fiesta se bendicen pan, vino, agua y frutos que se dan después a hombres y ganados. En muchas diócesis de Alemania, Bohemia, Suiza y también de otras naciones se da la bendición de San Blas por medio de dos velas cruzadas que se ponen sobre la cabeza de los fieles y con ellas se toca la garganta. En Roma y otras partes por unción del cuello con una candela mojada en aceite bendecido.
San Blas es el santo humano, bondadoso, accesible. Invoquémoslo en nuestras necesidades en las enfermedades de la garganta no sólo materiales, sino también espirituales: respeto humano para confesar nuestra fe, angustias de pecados mortales ocultados, intemperancias en la bebida, etc. En este sentido hay una hermosa oración indulgenciada en el Enquiridión de Indulgencias.
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