sábado, 7 de febrero de 2015

Beata Rosalía Rendu

Jeanne Marie se preocupa mucho por corresponder bien a las exigencias de su  nueva vida. Su salud se resiente tanto por la tensión de su espíritu como por  la falta de ejercicio físico. Siguiendo el consejo del médico y de su padrino,  señor Emery, envían a Jeanne Marie a la casa de las Hijas de la Caridad del  barrio Mouffetard, para dedicarse al servicio de los pobres. Allí permanecerá  54 años.

La sed de acción, de entrega, de servicio, que abrasaba a Jeanne Marie no podía  encontrar un terreno mas propicio para ser saciada que este barrio parisiense.  Es, en aquella época, el barrio más miserable de la capital en plena expansión:  pobreza en todas sus formas, miseria psicológica y espiritual, enfermedades,  tugurios insalubres, necesidades... son el lote cotidiano de sus habitantes que  luchan por sobrevivir. Jeanne Marie, que recibió el nombre de Sor Rosalía,  hizo allí “su aprendizaje” acompañando a las Hermanas en la visita a los  enfermos y a los pobres. Al mismo tiempo enseña el catecismo y la lectura a las  niñas que acogían en la escuela gratuita. En 1807, Sor Rosalía, con emoción  y con una profunda alegría, rodeada de las Hermanas de su comunidad, se  compromete por medio de los votos al servicio de Dios y de los pobres.

En 1815, Sor Rosalía es nombrada Superiora de la comunidad de la calle de los  “Francs Bourgeois”, que será trasladada dos años más tarde a la calle de  “L'Epée de Bóis” por razones de espacio y de comodidad. Entonces van a  poder revelarse todas sus cualidades de abnegación, de autoridad natural, de  humildad, de compasión, su capacidad de organización, etc. Sus pobres, como  los llama, son cada vez más numerosos en esta época turbulenta. Los estragos  de un liberalismo económico triunfante acentúan la miseria de los marginados.  Sor Rosalía envía a sus Hermanas a todos los rincones de la feligresía de la  parroquia de “Saint Médard” para llevar alimentos, ropa, atender a enfermos,  decir una palabra reconfortante... las damas de la Caridad las ayudan en las  visitas a domicilio. La joven Conferencia de San Vicente de Paúl viene a buscar  en Sor Rosalía apoyo y consejos para ir en ayuda de todos los necesitados.

Con el fin de aliviar a todos los que sufren, Sor Rosalía abre un dispensario,  una farmacia, una escuela, un orfanato, una guardería, un patronato para las jóvenes  obreras y una casa para ancianos sin recursos. Muy pronto, va a establecerse  toda una red de obras caritativas para combatir la pobreza.

Su ejemplo estimula a sus Hermanas, con frecuencia les dice: “Debéis ser  como un apoyo en el que todos los que están cansados tienen derecho a depositar  su carga”. Y así, sencillamente, vive la pobreza y deja transparentar la  presencia de Dios en ella.

Su fe, firme como una roca y límpida come una fuente, le hace ver a Jesucristo  en toda circunstancia: experimenta en lo cotidiano la convicción de San Vicente:  “Si vais diez veces cada día a ver a un pobre, diez veces encontraréis en  él a Dios... vais a pobres casas, pero allí encontraréis a Dios”. Su  vida de oración es intensa; como afirma una Hermana, “vivía continuamente  en la presencia de Dios; si tenía que cumplir una misión difícil, estábamos  seguras de verla subir a la capilla o de encontrarla de rodillas en su despacho”.

Estaba atenta a asegurar a sus compañeras el tiempo para la oración, pero había  “que saber dejar a Dios por Dios” como San Vicente había enseñado a  sus Hijas. Así, Sor Rosalía, al ir con una Hermana a hacer una visita de caridad,  la invita diciendo: “Hermana comencemos nuestra oración”. Indica con  pocas y sencillas palabras la historia y entra en un profundo recogimiento.

Como la religiosa en el claustro, Sor Rosalía camina con Dios: le habla de  aquella familia con dificultades porque el padre no tiene ya trabajo, de ese  anciano que corre el riesgo de morir sólo en la buhardilla: “Nunca he  hecho tan bien la oración como en la calle” dice ella.

“Los pobres notaban su modo de rezar y de actuar”, dice una de sus compañeras.  “Humilde en su autoridad, Sor Rosalía nos reprendía con una gran delicadeza  y tenía el don de consolar. Sus consejos, procedentes de la justicia y con todo  su afecto, penetraban en las almas”.

Es muy atenta en el modo de acoger a los pobres. Su espíritu de fe ve en ellos  a nuestros “maestros y señores”. “Los pobres os maltratarán”. Cuanto más  maleducados e insolentes sean, con más dignidad debéis tratarlos. Dice:  “Recordad que esos harapos esconden a Nuestro Señor”.

Los superiores le mandan las postulantes y las Hermanas jóvenes para la formación.  Le envían a su casa, por cierto tiempo, a Hermanas un poco difíciles o frágiles.  A una de sus Hermanas en crisis le da un día un consejo, que es el secreto de  su vida: “Si quiere que alguien la quiera, sea la la primera en amar, y si  no tiene nada que dar, dése a sí misma”. Con el aumento de Hermanas, la  casa de beneficencia se convierte en una casa de caridad con un ambulatorio y  una escuela. Ella ve en ello la Providencia de Dios.

Su notoriedad se extiende pronto por todos los barrios de la capital y, más allá,  a las ciudades de provincias. Sor Rosalía sabe rodearse de colaboradores  generosos, eficaces y cada vez más numerosos. Los donativos afluyen rápidamente,  pues los ricos no saben resistir a esta mujer persuasiva. Incluso los soberanos  que se sucedieron en el gobierno del país no lo olvidaron en sus generosidades.

Las Damas de la Caridad ayudan en sus visitas a domicilio. A menudo podía verse  en el recibidor de la casa a obispos, sacerdotes, el embajador de España,  Donoso Cortés, Carlos X, el general Cavaignac, los hombres de Estado y de la  cultura, hasta el emperador Napoleón III con su cónyuge, así como estudiantes  de derecho, de medicina, alumnos del politécnico, que iban a buscar información,  recomendaciones o a pedir consejo sobre a qué puerta ir a llamar antes de hacer  una buena obra. Entre ellos el beato Federico Ozanam, cofundador de las  “Conferencias de San Vicente de Paúl” y el Venerable Juan León Le Prévost,  futuro fundador de los Religiosos de San Vicente de Paúl, que buscaban consejo  para poner en marcha sus proyectos.

Ella estaba en el centro de un movimiento de caridad que caracterizó París y  Francia en la primera mitad del siglo XIX.

La experiencia de Sor Rosalía es inestimable para aquellos jóvenes. Ella  orienta su apostolado, guía sus idas y venidas en el suburbio, les da  direcciones de familias necesitadas escogiéndolas con cuidado.

Entra también en relación con la Superiora del “Bon Sauveur” de Caen y le  pide que acoja a muchas personas. Está especialmente atenta a los sacerdotes y  religiosas afectados de trastornos psíquicos. Su correspondencia es breve pero  emocionante por su delicadeza, paciencia y respeto hacia esos enfermos.

Las pruebas no faltan en el barrio Mouffetard. Las epidemias de cólera se  suceden. La falta de higiene, la miseria favorecen su virulencia. De modo  particular, en 1832 y en 1846, la abnegación y riesgos que corren Sor Rosalía  y sus Hermanas causaron admiración. Se la vio recoger ella misma los cuerpos  abandonados en las calles durante las jornadas de motines de julio de 1830 y de  febrero de 1848 en las barricadas y las luchas sangrientas que enfrentan el  poder a una clase obrera desencadenada. Monseñor Affre, arzobispo de París, es  asesinado al querer interponerse entre los beligerantes. Sor Rosalía sufre,  ella también sube a las barricadas para socorrer a los combatientes heridos,  fueran del bando que fueran. Sin temor alguno, arriesga su vida en los  enfrentamientos. Su valentía y su espíritu de libertad causan admiración.

Cuando se restablece el orden, trata de salvar a muchos de aquellos hombres que  conoce bien y que son víctimas de una feroz represión. Le ayuda mucho el  alcalde del distrito, doctor Ulyssse Trélat, republicano puro, muy popular él  también.

En 1852, Napoleón III decide imponerle la Cruz de la Legión de honor. Ella está  dispuesta a rehusar este honor personal, pero el Padre Etienne, superior de los  Sacerdotes de la Misión y de las Hijas de la Caridad, le obliga a aceptar.

De salud frágil, Sor Rosalía nunca se tomó un instante de descanso, y acababa  siempre por superar sus fatigas y sus fiebres. Pero, la edad, una gran  sensibilidad y la acumulación de tareas, acaban por llegar al extremo de su  gran resistencia y de su fuerte voluntad. Durante los dos últimos años de su  vida, se va quedando progresivamente ciega y muere el 7 de febrero de 1856, tras  una corta enfermedad.

La emoción es grande en el barrio y en todos los medios sociales de París y  provincias. Después de celebrar los funerales en la Iglesia de Saint Médard,  su parroquia, una multitud inmensa, embargada por la emoción, sigue a su cadáver  hasta el cementerio de Montparnasse, queriendo así manifestar su admiración  por la obra que ha realizado y su afecto hacia esta Hermana extraordinaria.

Numerosos artículos de la prensa dan testimonio de la admiración e incluso de  la veneración que Sor Rosalía había suscitado. Periódicos de toda tendencia  se hacen eco de los sentimientos del pueblo.

L'Univers, periódico principal católico de la época, dirigido por Louis Veuillot,  escribe el 8 de febrero: “Nuestros lectores comprenderán la gran desgracia  que acaba de acontecer a la clase pobre de París y unirán sus sufragios a las  lágrimas y oraciones de los necesitados”. 

El Constitutionnel, periódico de la izquierda anticlerical, no duda en anunciar  la muerte de esta Hija de la Caridad.“Los pobres del distrito 12 acaban de tener una pérdida muy lamentable: Sor  Rosalía, superiora de la comunidad de la rue de l'Epée de Bois murió ayer  después de una larga enfermedad. Desde hace muchos años, esta respetable  religiosa era la providencia de las clases necesitadas, muy numerosas en ese  barrio”.

El periódico oficial del Imperio, le Moniteur, alaba la acción benéfica de  esta Hermana: “Se han rendido las honras fúnebres a la Hermana Rosalía  con un brillo inhabitual: esta santa mujer era, desde hace cincuenta y dos años,  muy caritativa en un barrio donde hay muchos miserables que socorrer. Todos los  pobres, llenos de gratitud, la han acompañado a la Iglesia y al cementerio. Un  piquete de honor formaba parte del cortejo”

 Muy numerosos son los que van a visitarla al cementerio “Montparnasse”. Y a  recogerse ante la tumba de aquella que fue su Providencia. Pero !qué difícil es  encontrar el lugar reservado a las Hijas de la Caridad! Por eso, se trasladan  sus restos a un lugar mucho más accesible, mas cerca de la entrada del  cementerio. En su tumba sencilla, hay una gran cruz, en cuya base están  grabadas estas palabras: “A Sor Rosalía, sus amigos agradecidos, los  pobres y los ricos”. Manos anónimas han adornado y continúan adornando  con flores su sepultura como homenaje, discreto pero permanente, a esta humilde  Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl.

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