domingo, 22 de febrero de 2015

Homilía


El Espíritu impulsa a Jesús al desierto para ser tentado por Satanás.

Es el momento de demostrar que la fuerza de Dios vence siempre al pecado.

La breve narración de Marcos tiene un alto contenido simbólico, y utiliza términos como “desierto”, “cuarenta días”, “Satanás”, “fieras y “ángeles”, que conviene explicar.

La palabra “desierto”, bíblicamente hablando, evoca un lugar, no tanto físico como de encuentro del hombre con Dios.

Aquí, la soledad, el silencio, las fuerzas de la naturaleza y también las tentaciones se alían para enfrentar al hombre a su destino y clarificar su misión.

Jesús es probado con las mismas tentaciones que sufrimos los hombres.

Pero, a diferencia de Adán, que sucumbe a la tentación, Jesús la supera y restablece en su persona la condición primigenia del hombre cuando no había sido desfigurado por el pecado.

El término “cuarenta días” nos retrotrae a los cuarenta días del Diluvio y a los cuarenta años que duró la travesía del Pueblo de Israel por el desierto.

Es una cifra simbólica de plenitud, que quiere reflejar que Jesús fue siempre tentado.

San Marcos no se detiene en pormenorizar las tres grandes tentaciones de Jesús, descritas en San Mateo y San Lucas.

Escribe sobre la tentación en singular, porque no le interesa el modo o forma de ser tentado, sino el hecho mismo de ser tentado, que tiene un denominador común: frustrar en nosotros el plan salvífico de Dios, tanto a nivel individual como comunitario.

“Satanás” simboliza al mal, que es un obstáculo para la implantación del Reino de Dios.

San Marcos presenta a Jesús, en muchas páginas del evangelio, echando demonios. De esta manera expresa la primacía del Reino de Dios en la persona que se abre a la acción salvadora de Jesús.

La alusión del texto a las “fieras” evoca la comunión inicial del hombre con los animales en el Paraíso y un tributo al Supremo Hacedor, que hace un pacto con Noé - primera lectura- para proteger a todos los seres vivientes y sellar, con el arco iris como testigo, la amistad universal.

Los “ángeles”, como todas las criaturas, sirven y participan en el proyecto de Dios.

Nosotros vivimos actualmente años de duras pruebas, marcados por una aguda crisis económica, que está dejando sin empleo a millones de trabajadores y acabando con el llamado “estado de bienestar”.

Hay familias que pasan graves necesidades, incluso alimenticias.

La crisis del sistema pone en evidencia otra serie de carencias: la insolidaridad, el hedonismo, el individualismo, el pasotismo..., que terminan desembocando en relativismo moral.

Muchos reducen las creencias a las apetencias del momento o se dejan arrastrar por la inercia de prácticas cultuales, sin compromiso alguno que condicione su libertad.

El ejercicio de austeridad, aunque venga impuesto por la coyuntura económica del momento, quizás nos venga bien para recuperar la fuerza de la familia y el apoyo de los vecinos y la gente de bien para afrontar juntos las dificultades que nos aguardan.

No se puede construir una sociedad al margen de Dios sin arriesgarnos a caer en el más cruel de los vacíos.

Hoy, más que nunca, debemos volver a oír y vivir las palabras de Jesús:

“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en la Buena Noticia” (Marcos 1, 15).

Las prácticas cuaresmales, que nos sugiere la Iglesia: oración, ayuno, penitencia y limosna, forman parte del itinerario seguido primero por Jesús como ejercicio de purificación y acercamiento a Dios.

Nos conviene hacer un alto en el camino, detenernos a reflexionar y mantener un equilibrio físico y moral, para lo cual es saludable la moderación en la comida y en la bebida, así como el cultivo espiritual a través de la lectura de la Sagrada Escritura, la oración personal y comunitaria y todo lo que ayuda a relacionarnos con Dios y con el prójimo.

Hemos ido perdiendo durante los últimos años el sentido de la penitencia individual y comunitaria; apenas nos confesamos ni nos damos tiempo para compartir nuestros proyectos, ideas o sentimientos.

De la misma manera que se preconizan cambios, reajustes estructurales o reforma laboral para reactivar la economía y acelerar la creación de empleo, también necesitamos reajustes en nuestra vida en forma de cambio de mentalidad, de actitudes y de sensibilidad ante situaciones injustas.

En otras palabras: urge que recuperemos la identidad cristiana, clarifiquemos sus objetivos y reformulemos los valores que nos sustentan.

Esto sólo se logra con la conversión, que comienza cuando reconocemos los propios fallos, pedimos perdón y abrimos nuestro corazón a la misericordia y a la paz.

No hay reconciliación sin perdón.

Nuestra historia personal no se diferencia mucho de la que exponemos a continuación.

No hace mucho tiempo, dos hermanos que vivían en granjas adyacentes discutieron por primera vez después de cultivar juntos, durante 40 años, los campos, compartir la maquinaria e intercambiar cosechas y bienes de forma continua.

Rompieron la relación por un pequeño malentendido, que fue creciendo hasta explotar en un intercambio de palabras amargas y semanas de silencio.

Una mañana alguien llamó a la puerta de Luis, el hermano mayor.
Al abrirla, encontró a un hombre con herramientas de carpintero, pidiendo trabajo por unos días.
- Bien, dijo Luis. Tengo un trabajo para usted.
- Mire al otro lado de la granja; allí vive mi hermano menor.

La semana pasada había una hermosa pradera entre nosotros, pero él cogió su tractor y desvió el cauce del río para alejarse de mí.
Creo que pudo hacer esto para enfurecerme.
Por eso le voy a dar una lección.

Quiero que me construya una cerca de dos metros de altura, porque no quiero verlo nunca más.
- Comparto la situación, añadió el carpintero.
- Muéstreme dónde están los clavos y la pala, para hacer los hoyos de los postes, y le entregaré pronto un trabajo del que quedará satisfecho.

Puestos de acuerdo, Luis salió todo el día a comprar comida en el pueblo. El carpintero trabajó duro toda la jornada hasta terminar el encargo.

Cuando Luis regresó, se quedó atónito y admirado al contemplar la obra:

¡¡¡No había ninguna cerca de dos metros, sino un puente que unía las dos granjas por encima del río!!!

En ese momento, su hermano menor vino desde su granja, abrazó a su hermano y le dijo:
- Eres un gran tipo.
¡¡¡Mira que construir este hermoso puente después de lo que dije e hice!!!

Mientras estaban reconciliándose los dos hermanos, el carpintero tomó sus herramientas para marcharse.

- ¡No, espera!, le dijo el hermano mayor. Quédate unos días, porque tengo proyectos para ti.

- Me gustaría quedarme, respondió el carpintero, pero tengo muchos puentes que construir”.


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