domingo, 19 de enero de 2014

Beatos Santiago de Sales y Guillermo Saltamoquio

Santiago de Sales, insigne teólogo, y Guillermo Saltamoquio, humilde hermano lego, ambos de la Compañía de Jesús, pertenecen al número de las víctimas de los hugonotes en las guerras religiosas de Francia de la segunda mitad del siglo XVI, y por haber sido sacrificados precisamente en defensa de la misa, son designados como mártires de la Eucaristía.

Santiago de Sales nació en marzo de 1556 en Leroux, diócesis de Clermont, en Francia. Su padre estaba en buenas relaciones con el obispo, por lo cual éste le sufragó los gastos para sus estudios en el colegio de Billom, de los jesuitas. A los cuatro años sintióse llamado a la Compañía de Jesús, y así, contando diecisiete de edad, entró en el noviciado. Después de su primera profesión, en 1575, obtuvo el diploma de maestro en Artes en el célebre colegio de Clermont y, ordenado sacerdote en abril de 1585, hizo finalmente la última profesión de cuatro votos, característica de la Compañía de Jesús. Destinado a la enseñanza de la filosofía en la universidad de Pont-a-Mousson, comenzó a brillar extraordinariamente por sus cualidades intelectuales, por lo cual, en 1587, por un privilegio especial, recibió la borla de doctor en teología.

Ya en este tiempo se distinguió de un modo especial por su encendido amor a la Eucaristía, a lo cual se añadía un ansia extraordinaria del martirio. Por esto, decidiese al fin a suplicar a sus superiores el destino a las Indias, a lo cual, según se refiere, le respondió el R. P. General, Claudio Aquaviva, que "él encontraría en Francia todo lo que podían ofrecerle las Indias". Bien pronto, pues, lo puso la obediencia en situación de ejercitar su celo apostólico. Habían pedido en 1590 desde Lyon un padre celoso y bien preparado teológicamente y, en efecto, fue enviado el padre Sales. Dio, pues, en Tournon un curso de teología, pero al mismo tiempo se industrió para ejercitar el apostolado, del que resultó la conversión del joven Claudio de Bane, quien, a su vez, fue luego decidido apóstol católico. Por otro lado, predicó una cuaresma en 1591 y comenzó a redactar un tratado teológico sobre la Eucaristía.

Hallábase, pues, el P. Santiago Sales en medio de los primeros fervores de su vida de profesor y apóstol, cuando en noviembre de 1592 fue enviado a Aubenas a petición del gobernador de la ciudad. Allí lo esperaba el ángel del Señor para premiarlo con la corona del martirio.

Su compañero de martirio, Guillermo Saltamoquio, era hijo de un sencillo comerciante italiano y de una madre francesa. Habiendo entrado en la Compañía de Jesús en el grado de coadjutor temporal, era sumamente sencillo, pero muy piadoso y entregado por completo al cumplimiento de los diversos empleos en que lo puso la obediencia. En esta forma había recorrido las casas de Pont-a-Mousson, Verdun y Lyon y había llegado poco antes a Tournon, donde la obediencia lo designó como compañero del P. Sales en su misión a Aubenas. A semejanza del P. Sales, distinguíase el ejemplar hermano por una especialísima y tierna devoción a la Sagrada Eucaristía.

Llegados a Aubenas ambos religiosos, fueron muy bien acogidos por el gobernador, si bien era bien conocido de todos que la población era uno de los baluartes de los hugonotes y que éstos se hallaban en gran excitación por el giro que iba tomando la cuestión religiosa en Francia, nada favorable a su causa. El domingo, día 29 de noviembre de 1592, el P. Santiago Sales comenzó sus conferencias o sermones, sabiendo perfectamente que entre sus oyentes había muchos hugonotes. La impresión que todos recibieron fue de una erudición pasmosa, pero juntamente de un gran respeto a la opinión de otros. Por esto, terminadas las predicaciones con gran satisfacción de todos, pidió el gobernador al P. Sales que continuara con ellos hasta la Cuaresma. Accedió a ello el padre, y durante este intervalo dio algunas misiones en las poblaciones vecinas, Largientiére, Chassiers y otras. En Ruoms se organizó una discusión pública entre el P. Sales y Pedro Labat, jefe local de los hugonotes, pero a última hora éste no compareció, por lo cual sus partidarios quedaron humillados.

Con todo esto, el ambiente, ya muy tenso, se fue cargando hasta lo sumo y llegó el momento de estallar. Los triunfos que iba obteniendo el jesuita P. Sales habían ido excitando más y más a Pedro Labat y a todos los hugonotes, muy poderosos en aquella región. Así, pues, ante el presentimiento de la nueva derrota que les aguardaba en aquella discusión, Labat no quiso presentarse, pero decidió dar rápidamente un golpe de mano. Movió, pues, al señor de Chambad, jefe de los hugonotes de Vivarais, para que, cayendo de repente sobre Aubenas, se apoderaran de la población y prendieran a los jesuitas. El P. Sales tuvo noticia o una especie de intuición de lo que les amenazaba. Volvió, pues, rápidamente a Aubenas y dedicóse con más celo que nunca a enfervorizar a los católicos y a la conversión de los herejes.

La tarde del 5 de febrero de 1593, después de muchos esfuerzos, obtuvo un gran triunfo con la conversión de una distinguida dama, Judith de la Teule, pero el sábado, 6 de febrero, en las primeras horas del día, el padre y el hermano fueron despertados por un gran griterío y estruendo de armas fuera de las murallas de la ciudad. Grandes pelotones de caballería hugonote estaban forzando la puerta. Al tener, pues, noticia de lo que estaba ocurriendo, el P. Sales y el hermano Saltamoquio acudieron con la mayor rapidez a la iglesia para impedir se cometiera ningún sacrilegio. El P. Sales dio la comunión al hermano y consumió lo que restaba.

Sea porque se abrieran camino por la fuerza, sea por la traición de alguno, los hugonotes realizaron su entrada en la población y, naturalmente, no tardaron mucho en descubrir al P. Sales, a quien con reconcentrado odio buscaban. Al punto fueron apresados los dos jesuitas. Mas como les exigieran que les entregaran todo el dinero y el padre no les diera más que unos sueldos, esto exasperó a los captores. Fueron, pues, arrastrados brutalmente y conducidos ante una especie de tribunal de ministros hugonotes o calvinistas, entre los cuales se encontraba Pedro Labat, quien, ciego de odio contra el P. Sales, quiso tomar de él sangrienta venganza.

Después de haberles colmado de toda clase de injurias y haberles hecho objeto del trato más indigno durante el resto del sábado y la noche siguiente, resolvieron celebrar su triunfo el domingo por medio de un simulacro de discusión teológica. Organizóse, en efecto, esta discusión. Labat dijo en ella todo lo que le vino a la boca, y cuando el P. Sales empezó a dar claras pruebas de su absoluta superioridad dialéctica y a tocar el tema dé la Eucaristía, se lanzaron como fieras sobre él, lo arrastraron fuera de la ciudad y martirizaron bárbaramente, disparando contra él a quemarropa un arcabuz.

Su compañero, Guillermo Saltamoquio, aunque el padre Sales le había indicado que escapara y tuvo oportunidad de hacerlo, no quiso separarse de su lado, proclamando que quería morir con él en defensa de la Eucaristía. Al caer mortalmente herido el P. Sales, la chusma se abalanzó contra ellos y sació su odio en sus cuerpos con las mayores brutalidades. El fiel hermano extendió sus brazos sobre el P. Sales, y cuando posteriormente se examinó su cuerpo, se vio que había recibido dieciséis heridas de diversas armas.

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