Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. 
Por la fe del corazón llegamos a la justificación,- y por la profesión de los labios, a la salvación. 
Dice la Escritura: «Nadie que cree en él quedará defraudado.» 
Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan. 
Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará.» 
Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo, si no creen en él?; ¿cómo van a creer, si no oyen hablar de él?; y ¿cómo van a oír sin alguien que proclame?; y ¿cómo van a proclamar si no los envían? Lo dice la Escritura: « ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio! » Pero no todos han prestado oído al Evangelio; como dice Isaías: 
«Señor, ¿quién ha dado fe a nuestro mensaje?» Así, pues, la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo. 
Pero yo pregunto: «¿Es que no lo han oído?» Todo lo contrario: 
«A toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los limites del orbe su lenguaje. » 
En aquel tiempo, pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. 
Les dijo: 
-«Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» 
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. 
Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. 
Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. 
Palabra del Señor.



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