martes, 9 de abril de 2013

San Lorenzo de Irlanda y Santa Casilda de Toledo

San Lorenzo nació en Irlanda hacia el año 1128, de la familia O’Toole que era dueña de uno de los más importantes castillos de esa época.

Cuando el niño nació, su padre dispuso pedirle a un conde enemigo que quisiera ser padrino del recién nacido. El otro aceptó y desde entonces estos dos condes (ahora compadres) se hicieron amigos y no lucharon más el uno contra el otro.

Cuando lo llevaban a bautizar, apareció en el camino un poeta religioso y preguntó qué nombre le iban a poner al niño. Le dijeron un nombre en inglés, pero él les aconsejó: "Pónganle por nombre Lorenzo, porque este nombre significa: ‘coronado de laureles por ser vencedor’, y es que el niño va a ser un gran vencedor en la vida". A los papás les agradó la idea y le pusieron por nombre Lorenzo y en verdad que fue un gran vencedor en las luchas por la santidad.

Cuando el niño tenía diez años, un conde enemigo de su padre le exigió como condición para no hacerle la guerra que le dejara a Lorenzo como rehén. El Sr. O’Toole aceptó y el jovencito fue llevado al castillo de aquel guerrero. Pero allí fue tratado con crueldad y una de las personas que lo atendían fue a comunicar la triste noticia a su padre y este exigió que le devolvieran a su hijo. Como el tirano no aceptaba devolverlo, el Sr. O’Toole le secuestró doce capitanes al otro guerrero y puso como condición para entregarlos que le devolvieran a Lorenzo. El otro aceptó pero llevó al niño a un monasterio, para que apenas entregaran a los doce secuestrados, los monjes devolvieran a Lorenzo.

Y sucedió que al jovencito le agradó inmensamente la vida del monasterio y le pidió a su padre que lo dejara quedarse a vivir allí, porque en vez de la vida de guerras y batallas, a él le agradaba la vida de lectura, oración y meditación. El buen hombre aceptó y Lorenzó llegó a ser un excelente monje en ese monasterio.

Su comportamiento en la vida religiosa fue verdaderamente ejemplar. Dedicadísimo a los trabajos del campo y brillante en los estudios. Fervoroso en la oración y exacto en la obediencia. Fue ordenado sacerdote y al morir el superior del monasterio los monjes eligieron por unanimidad a Lorenzo como nuevo superior.

Por aquellos tiempos hubo una tremenda escasez de alimentos en Irlanda por causa de las malas cosechas y las gentes hambrientas recorrían pueblos y veredas robando y saqueando cuanto encontraban. El abad Lorenzo salió al encuentro de los revoltosos, con una cruz en alto y pidiendo que en vez de dedicarse a robar se dedicaran a pedir a Dios que les ayudara. Las gentes le hicieron caso y se calmaron y él, sacando todas las provisiones de su inmenso monasterio las repartió entre el pueblo hambriento. La caridad del santo hizo prodigios en aquella situación tan angustiada.

En el año 1161 falleció el arzobispo de Dublín (capital de Irlanda) y clero y pueblo estuvieron de acuerdo en que el más digno para ese cargo era el abad Lorenzo. Tuvo que aceptar y, como en todos los oficios que le encomendaban, en este cargo se dedicó con todas sus fuerzas a cumplir sus obligaciones del modo más exacto posible. Lo primero que hizo fue tratar de que los templos fueran lo más bellos y bien presentados posibles. Luego se esforzó porque cada sacerdote se esmerara en cumplir lo mejor que le fuera posible sus deberes sacerdotales. Y en seguida se dedicó a repartir limosnas con gran generosidad.

Cada día recibía 30, 40 o 60 menesterosos en su casa episcopal y él mismo les servía la comida. Todas las ganancias que obtenía como arzobispo las dedicaba a ayudar a los más necesitados.

En el año 1170 los ejércitos de Inglaterra invadieron a Irlanda llenando el país de muertes, de crueldad y de desolación. Los invasores saquearon los templos católicos, los conventos y llenaron de horrores todo el país. El arzobispo Lorenzo hizo todo lo que pudo para tratar de detener tanta maldad y salvar la vida y los bienes de los perseguidos. Se presentó al propio jefe de los invasores a pedirle que devolviera los bienes a la Iglesia y que detuviera el pillaje y el saqueo. El otro por única respuesta le dio una carcajada de desprecio. Pero pocos días después murió repentinamente. El sucesor tuvo temor y les hizo mucho más caso a las palabras y recomendaciones del santo.

El arzobispo trató de organizar la resistencia pero viendo que los enemigos eran muy superiores, desistió de la idea y se dedicó con sus monjes a reconstruir los templos y los pueblos y se fue a Inglaterra a suplicarle al rey invasor que no permitiera los malos tratos de sus ejércitos contra los irlandeses.

Estando en Londres de rodillas rezando en la tumba de Santo Tomás Becket (un obispo inglés que murió por defender la religión) un fanático le asestó terribilísima pedrada en la cabeza. Gravemente herido mandó traer un poco de agua. La bendijo e hizo que se la echaran en la herida de la cabeza, y apenas el agua llegó a la herida, cesó la hemorragia y obtuvo la curación.

El Papa Alejandro III nombró a Lorenzo como su delegado especial para toda Irlanda, y él, deseoso de conseguir la paz para su país se fue otra vez en busca del rey de Inglaterra a suplicarle que no tratara mal a sus paisanos. El rey no lo quiso atender y se fue para Normandía. Y hasta allá lo siguió el santo, para tratar de convencerlo, pero a causa del terribilísimo frío y del agotamiento producido por tantos trabajos, murió allí en Normandía en 1180 al llegar a un convento. Cuando el abad le aconsejó que hiciera un testamento, respondió: "Dios sabe que no tengo bienes ni dinero porque todo lo he repartido entre el pueblo. Ay, pueblo mío, víctima de tantas violencias ¿Quién logrará traer la paz?". Seguramente desde el cielo debe haber rezado mucho por su pueblo, porque Irlanda ha conservado la religión y la paz por muchos siglos. Estos son los verdaderos patriotas, los que como San Lorenzo de Irlanda emplean su vida toda por conseguir el bien y la paz para sus conciudadanos. Dios nos envíe muchos patriotas como él.

Dichosos los que buscan la paz porque serán llamados hijos de Dios. (Jesucristo).
En el cerro que domina el valle, en el santuario actual, descansan desde el 1750 las reliquias de Santa Casilda, -"la virgen mora que vino de Toledo", muy venerada en Burgos-, en la urna, obra de Diego de Siloé, rematada por su propia imagen yacente. El lugar ha sido centro de peregrinación durante siglos y no deja de frecuentarlo la piedad de nuestros contemporáneos.

En torno a santa Casilda todo lo que encontramos es incierto, confuso y contradictorio. Pero su figura tiene el encanto de la sencillez y el sabor de lo heroico en el amor. Cautivó al pueblo cristiano medieval y le animó a la fidelidad. Su propio nombre -casida en árabe significa cantar- es como un verso con alas de canción.

Ni siquiera se conoce con exactitud el nombre de su padre, rey moro de Toledo, al que se nombra como Almacrin o Almamún. Sobre su condición, unos lo describen como un sanguinario perseguidor de los cristianos, mientras que otros lo presentan como apacible y bondadoso.

La princesita mora tiene un natural abundante en clemencia y ternura. Rodeada de todo tipo de comodidades y atenciones en la fastuosidad de la corte, no soporta la aflicción de los desafortunados que están en las mazmorras. Siente una especial piedad con los cautivos pobres y los intenta consolar llevándoles viandas en el hondón de su falda. Un día, cuando realizaba esta labor misericordiosa, fue sorprendida por su padre que le preguntó por lo que transportaba, contestando ella que "rosas" y ¡rosas aparecieron al extender la falda!

Quizá fueron los mismos cautivos cristianos quienes, viendo lo recto de su conducta, le hablaron de Cristo; posiblemente correspondieron a sus múltiples delicadezas y dádivas de la mejor manera que podían, instruyéndola en la fe cristiana.

Pero, aunque en su corazón era ya de Cristo, ¿cómo podría recibir ella el Bautismo con los lazos tan fuertes del Islam que la rodeaban?

Comienza una grave dolencia. El flujo de sangre aumenta y la ciencia médica de palacio es incapaz de curarla. El Cielo le revela que encontrará remedio en las aguas milagrosas de San Vicente, allá por la Castilla cristiana. Almamún prepara el viaje de su hija con comitiva real. En Burgos recibe Casilda el Bautismo y marcha luego a los lagos de San Vicente, junto al Buezo, cerca de Briviesca. Recuperada la salud según se le dijo, decide consagrar a Cristo la virginidad de su cuerpo milagrosamente curado y resuelve pasar el resto de sus días en la soledad, dedicada a la oración y a la penitencia.

Murió de muy avanzada edad, siendo sepultada en la misma ermita que ella mandó construir. Pronto se convirtió en lugar de peregrinación. Cuentan que los caminantes sintieron desde entonces su especial protección y las mujeres la invocan contra el flujo de sangre, y hasta dicen que basta que una mujer pruebe las aguas y eche una piedra al lago para tener asegurada la descendencia.

Se juntan la historia, la imaginación del pueblo sencillo y la bruma del misterio en torno a la santa. Resta aprender la lección del ejemplo. El amor a Cristo hace posible el trueque del regalo propio de la corte morisca por la aspereza de una vida austera y penitente.

No hay comentarios: