domingo, 10 de febrero de 2013

Homilía


Después del “fracaso” de Jesús en la sinagoga de Nazaret, el evangelio nos presenta hoy la llamada a los primeros discípulos.

Sabemos por el evangelio de San Juan que Jesús ya había llamado anteriormente a Juan, Andrés, Pedro, Felipe y Natanael, a quienes el encuentro con el Maestro les había impactado profundamente.

La escenografía del relato evangélico se desarrolla en el lago de Galilea, en medio de las faenas cotidianas de la pesca.
La redada de peces capturada en un lugar no habitual y a unas horas indebidas para pescar, anonada a Pedro, que se siente un “pobre pecador” indigno.
Pero, una vez más, como sucedió en otras llamadas proféticas del Antiguo Testamento, Dios elige a los suyos para una misión. Moisés abandona Egipto huyendo de la persecución del faraón para “encontrase” con Yahvé, que se le aparece en la forma de una zarza ardiendo y sin consumirse: “Yo soy el que soy; dirás a los hijos de Israel: el que es me envía a vosotros” También siente su impotencia por su tartamudez para cumplir el mandato de Yahvé, pero cuenta con su hermano Aarón, que habla por él;
Amós es un cultivador de higos, que no se siente preparado para afrontar las dificultades que se le avecinan; Isaías es llamado por Dios en el ámbito de una celebración cultual en el templo, mientras tiemblan las jambas y se percibe un fuerte olor a incienso. En esta atmósfera escucha la voz de Dios que le pregunta:¿A quién mandaré?¿Quién irá por mí?”
También se siente indigno como “hombre de labios impuros”.
A pesar de todo, acepta la misión con plena disponibilidad: “Aquí estoy Señor”.
Estas palabras nos recuerdan la llamada de Dios al niño Samuel, que responde: “Aquí estoy; habla, Señor, que tu siervo escucha”.

Este mismo esquema se repite en el texto de San Pablo.
El escrito, fechado hacia el año 50, puede ser considerado como el primer credo de la Iglesia, que está centrado en la la afirmación de la muerte y la resurrección de Cristo:”Esto es lo que os predicamos; esto es lo que habéis creído”.
El Apóstol también se siente indigno, porque un día fue perseguidor de la Iglesia, pero reconoce que, aunque es el último de todos, “como un aborto”, ha sido efectiva en él la llamada, no por méritos propios, sino por la gracia de Dios que le acompaña.

En todas las vocaciones descritas hay un común denominador: no sirven las excusas ni las coartadas. Es un obligación que “perfora” las entrañas del profeta o del apóstol, y no pueden escabullirse, porque es tan fuerte la interpelación que ningún contratiempo puede truncar su trayectoria.
Por eso no se dejan comprar ni seducir por la gloria humana o el afán de riquezas, ante la prioridad de la misión. ¿Adónde iré lejos de tu aliento, cómo escaparé de tu mirada” dice el salmista; ”Ay de mí si no evangelizare” agrega San Pablo.

Me imagino la actitud de muchos profesionales de vocación: docentes, médicos, sacerdotes, religiosos, misioneros, voluntarios… que han asumido un compromiso con la sociedad y son un ejemplo constante de servicio abnegado. Son de admirar cuando hacen frente con dignidad a insultos, descalificaciones, desprecios o agresiones, por el simple hecho de obrar con responsabilidad y rectitud.
Seguro que la mayoría han sentido- yo al menos sí,- la tentación de abandonar, de incardinarse en una vida más cómoda y tranquila, pero hay un “gusanillo” interior que lo impide.
Las palabras de Jesús: “Os haré pescadores de hombres” “No tengas miedo, porque yo estoy contigo” son como un eco que martillea el espíritu y siembra de alegría el corazón de todo apóstol.

Es una pregunta que el Señor nos dirige hoy a todos los cristianos. Nos debe hacer meditar, porque ser cristianos va todavía más lejos que pertenecer a la institución, poner una cruz en la casilla de la Iglesia o tener opciones claras sobre la eutanasia, el aborto o la política educativa. Implica sobre todo intentar reproducir en nuestra vida la misma experiencias de Jesús.
Está circulando estos días por internet un video americano con el lema:”Bienvenido a casa; somos católicos”, muy breve por cierto, en el que se hace una apología de la acción salvadora, educadora y transformadora de la Iglesia a lo largo de los siglos de su existencia. Fomenta una inyección de optimismo, de agradecimiento y afecto a las generaciones que hicieron posible, desde la fe cristiana, el avance científico, la democracia... y una gigantesca organización de ayuda al mundo.

A pesar del avance del secularismo y de doctrinas mal llamadas progresistas y ateas, que se presentan como salvadoras de la humanidad, hay multitud de jóvenes de todas las partes del mundo que ofrecen sus vidas por la causa del evangelio.

Me impresiona el testimonio de fe de la mártir Santa Eulalia de Mérida que, siendo todavía una niña y durante la persecución de Diocleciano, a comienzos del s.III, se presenta ante las autoridades romanas para decir: “¿Buscáis una cristiana?-Aquí estoy yo”.
“Aquí estoy”, es una expresión que muestra un acto de la voluntad para dejarse interpelar por alguien y responder a la llamada.

Todos estamos llamados a ser pescadores de hombres, a ir por lugares insospechados siguiendo el soplo del Espíritu. Esto queda reflejado en la parábola del tesoro escondido en el campo. Quien lo encuentra deja todo para adquirir la perla de gran valor. Así lo hicieron los primeros discípulos, y la historia se repite millares de veces.

El Dios de Jesús sigue llamando hoy a los hombres. Pide renuncias, pero nos premia con creces en esta vida y en la vida eterna.
Merece la pena dejar las redes y todas las pertenencias por seguir su camino y afirmar vigorosamente de palabra y con el corazón, como Santa Eulalia: “Aquí estoy”.

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