domingo, 4 de diciembre de 2011

Homilías


“Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Caminante, no hay camino;
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar”

El camino

Nuestra vida es un camino continuo por valles, ríos montañas, llanuras, desiertos, días de lluvia, días de sol.
La historia de nuestra fe es también un camino, un peregrinar hacia la Casa de Padre.
El Adviento de nuestro Dios está a punto de llegar haciendo el mismo camino, pero a la inversa. Quiere bajar a nuestro encuentro para recorrerlo a nuestro lado y compartir con nosotros las tareas de cada jornada. No se manifiesta con trompetas y tambores, pero viene. ¿Nos atreveremos a invitarle y a caminar junto a El siguiendo sus huellas o, como tantas otras veces, le cerraremos las puertas?
“Preparad los caminos del Señor”, es el grito del adviento, transformado en canción de esperanza. ¿Lo esperamos realmente o pasará de largo porque nuestros cinco sentidos están pendientes de la tv, de la radio, del móvil, del ordenador, de los CDS de moda, con su música acompasada?
Es difícil hacer un hueco a Dios mientras nuestro corazón esté encandilado por ruidos discordantes, por los devaneos de un mundo que va perdiendo el sentido de la orientación al compás del consumismo y de la mal llamada sociedad del bienestar.
Es difícil escuchar a Dios cuando tenemos la música a todo volumen.
La melodía de Dios resuena suave en nuestros oídos cuando nos abrimos al silencio y es bien recibido en nuestro hogar y en nuestro corazón.

Juan el Bautista.

Juan el Bautista nos invita desde el desierto con su mensaje de reconciliación, de desbroce, de cambio de vida, de superación de los obstáculos que se oponen al paso de Dios. Sus palabras vienen avaladas por el testimonio de una vida, pobre, austera y religiosa. No tiene miedo a los poderosos y a los opresores. Pasa de grandezas humanas y aspiraciones terrenas. Por ello se siente libre para gritar a quien le quiera oír, aún a sabiendas de que sus palabras se pierdan en la inmensidad del desierto..
La separación del grano de la paja mediante la tarea de la bielda es una actividad que ha desaparecido hace años de nuestras eras, de cuando se trillaban las mieses en la parva.
Para los que no saben de antiguas ocupaciones agrícolas la paja es la parte ligera del cereal que por su escaso peso es llevada por el viento mientras el grano, más pesado, se va acumulando en montones. La paja es lo accesorio, el grano lo imprescindible .
Buena parte de nuestra vida la dedicamos a lo accesorio: compras superfluas, especialmente en esta época navideña, largas horas inútiles ante la tv, discusiones sin fin por cuestiones de fútbol o moda... Sería largo enumerar el catálogo de todas nuestras banalidades. El grano, sin embargo, es lo imprescindible.
No podemos prescindir del amor, de las relaciones humanas, del compartir con los más necesitados, del arropamiento familiar, del sentido de la justicia y de la libertad, del trabajo que nos aporta el pan de cada día...
Convertirse es abandonar la paja para dedicarnos al grano que alimenta nuestro cuerpo y da sentido a la Eucaristía.
Es prácticamente imposible beldar sin el soplo del viento de Dios que nos ayuda a separar el grano de la paja.
La conversión comienza por dejar a Dios ser Dios y siendo sensibles a las necesidades de las personas que conviven con nosotros y con los transeúntes y extranjeros con los que nos encontramos por el camino. Una sonrisa, una limosna, una carta que sirva de terapia a las depresiones, una llamada telefónica que permita a la persona sentirse reconocida, valorada y querida; detalles insignificantes que cuestan poco materialmente hablando y hacen mucho bien. Y, junto a ello, el sentido de la oración, la escucha atenta, la confianza, que es la llave del diálogo, la comprensión, el perdón, visitar a los enfermos, reconocer ante Dios nuestros errores...
Estos frutos de la conversión adornarán mejor que los turrones y mazapanes nuestro árbol navideño y sin duda allanarán el camino del Señor que viene a regalar con su tarjeta de visita nuestro hogar.
El nunca falla.

Historieta.

Cuenta la leyenda que “un pescador solitario tuvo las audacia de pedir al Señor un signo de su presencia y de su cercanía.
- Señor, hazme ver que tú siempre estás conmigo. Dame el don de experimentar que me amas. Y el gozo de saber que caminas conmigo...
Cuando reemprendía el camino que le conducía nuevamente a su casa, observó con asombro que junto a las huellas de sus pies descalzas había otras cercanas y visibles.
- Mira- le dijo el Señor- ahí tienes las prueba de que camino a tu lado. Esas pisadas tan cercanas a las tuyas son las huellas de mis pies. Tú no me has visto, pero yo caminaba a tu lado.
La alegría que tuvo fue inmensa. Pero no siempre fue así. Vinieron días de tormenta y de frío. Caminaba taciturno por la playa. Volvió sobre sus pasos y observó que, esta vez en la arena, sólo había la huella de dos pies descalzos.
- Señor, has caminado conmigo cuando estaba alegre. Ahora que el desánimo y el cansancio hacen mella en mi vida... me has dejado solo. ¿Dónde estás ahora?
- Amigo, cuando estabas bien, yo caminaba a tu lado. Pudiste ver mis huellas en la arena....; Ahora que estás cansado y abatido, he preferido llevarte en mis brazos.
Las pisadas que ves en la arena son las mías marcadas por el peso de tu propio cansancio” (“Parábolas de Comunidad”- Bonifacio Fernández)

Con esta bonita historieta nos disponemos a vivir la esperanza de la espera a lo largo de estos días que preceden a la gran fiesta de Navidad.

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