viernes, 10 de abril de 2009

Homilía - 10/04/2009, Viernes Santo – Semana Santa

HOMILÍA
10/04/2009, Viernes Santo – Semana Santa Ciclo B
Realizada por: P. Luis Carlos Aparicio Mesones s.m.

VIERNES SANTO

LA MUERTE NO ES EL FINAL

La muerte de Jesús es la historia de una muerte anunciada.
No fue imprevista, en accidente de tráfico o por un infarto, sino fruto de una responsabilidad libremente asumida.
Sabía que se la jugaba, que iban a por él, que no tenía escapatoria. Con juicio o sin juicio previo.
Cuando el odio y el fanatismo ciego prevalecen sobre la justicia y el amor, los caminos se cierran para los hombres de bien. Jesús no fue la excepción.
¡Con lo sencillo que habría sido morir en la cama, asistido por enfermeras y confortado con el calor humano de sentirse amado por todos los suyos!
Decididamente Dios es desconcertante. Muere como un esclavo ultrajado y humillado, despreciado por todos y como el más vil de los criminales.

Lo duro que ha resultado también para muchos hombres y mujeres ser fieles al ideal.

Luther King, negro americano, pastor baptista, sufrió penas de cárcel y abundantes amenazas de muerte por parte de los grupos racistas y del temible entonces “Ku-kus-klan”. Murió asesinado a los 39 años.

“No me comprendéis- decía-.Si alguno me hubiese dicho hace un par de años que me iba a encontrar en esta situación, hubiera hecho todo lo posible por escaparme. Esta no es la vida que me había imaginado. Pero, poco a poco, se va tomando más responsabilidad, hasta que finalmente ya no tienes en la mano. Uno tiene que darse del todo.”

Maximiliano Kolbe, franciscano polaco, muerto en el campo de concentración de Auswitz, tras reemplazar voluntariamente a un preso cuya familia le necesitaba.
Este padre de familia, salvado por él, escribió más tarde:

”En ese momento fue difícil para mí darme cuenta de la enorme impresión que me embargaba. Yo, el condenado, debía seguir viviendo, pero alguien ofrecía a gusto y alegre su vida por mí.¿Era esto un sueño o una realidad?”

Algo similar les ocurrió a Mons. Romero, en el Salvador, cuando decidió asumir la causa de los pobres y los oprimidos. Lo asesinaron al pie del altar, celebrando la Eucaristía y tras haber clamado días antes contra las injusticias y los atropellos.
Parecido destino sufrieron los jesuitas Ellacuría y compañeros, martirizados en su casa.

La verdad, trasmitida a través de la palabra oral y escrita molesta a los tiranos y pone al descubierto su baja catadura moral.

Hoy se siguen atropellando en el mundo los derechos humanos bajo ideales políticos, creencias religiosas y poder económico. El juego de los intereses tuerce el sentido de la justicia. Y las sentencias arbitrarias continúan.

El juicio contra Jesús es una historia demasiado conocida. Los personajes que van desfilando en ella son fácilmente identificables- con un salto de dos mil años- con protagonistas actuales. Pero, en lugar de echar balones fuera, cabe que nos preguntemos:

¿Con quiénes nos identificamos nosotros?
¿Cómo salvar a los inocentes?
¿Cómo salvar una sociedad enferma?
¿Cómo favorecer el que todos vivan con plena libertad en el ejercicio de sus derechos y mueran con la dignidad que los seres humanos se merecen por su condición de hijos de Dios?


Para esto murió Jesús, para que por sus llagas seamos curados y reemprendamos el camino de la vida, en el que la muerte es un paréntesis obligado.

Si realmente creemos en ese amor entregado, nos será más fácil poner nuestro granito de arena -no únicamente a nivel social- sino, sobre todo, personal, por los que más sufren.

La madre Teresa de Calcuta se hizo estas preguntas recorriendo las calles de la ciudad y viendo cómo los más pobres de entre los pobres, los sin techo, los sin hogar, los sin ingresos, morían abandonados en las esquinas de las calles. Se sintió tan conmovida que, partir de entonces, decidió consagrarse al servicio de los moribundos. Contaba cómo un mendigo a quien recogió al borde de la muerte y lo llevó a su casa para cuidarle en sus últimos instantes, le musitaba con ternura:

“Gracias, buen Dios, porque alguien me ha amado. Pensaba morir como un perro abandonado y muerto como yo quería, en paz y en una cama:”

Mirando el árbol de la cruz, en que estuvo clavada la salvación del mundo, encontramos el sentido último a los interrogantes y las lacras que nos afectan.
Es una realidad de dolor, pero es una promesa de esperanza y de resurrección, que celebraremos mañana,”porque la última palabra de Dios en la vida de Jesús - según expresión de Javier Gafo - y en nuestra propia vida no es una palabra de muerte, sino de salvación y resurrección”.

FELICES PASCUAS a todos y hasta el próximo domingo HERMANOS

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