HOMILÍA
Miércoles, 25 de febrero “MIÉRCOLES de CENIZA”
Realizada por: P. Luis Carlos Aparicio Mesones s.m.
Miércoles, 25 de febrero “MIÉRCOLES de CENIZA”
Realizada por: P. Luis Carlos Aparicio Mesones s.m.
CAMBIAR EL CORAZON
Hoy comenzamos un nuevo camino hacia la Pascua, hacia el Señor, hacia la casa del Padre, nuestra última y definitiva morada y debemos tomarnos muy en serio el camino que nos lleva hacia ella.
Los malos hábitos nos impiden andar en condiciones, dificultan nuestra marcha.
Necesitamos, como los motores una puesta a punto, una revisión periódica para rentabilizar el combustible y evitar averías y accidentes: las luces, el líquido de frenos, la pérdida de aceite, la temperatura, los parabrisas, la rueda de repuesto...
Lo único que tenemos claro los cristianos es la ruta a seguir, que es una autopista, trazada y construida por el mismo Jesús.
Pero el coche, que es nuestra vida, necesita revisión y no únicamente un lavado externo de la carrocería o una buena mano de pintura que mejore su imagen. Interesa que funcione, y funcione bien. Y, para ello, hemos de cambiar el mecanismo envejecidos, adecuándolos a las necesidades de nuestro tiempo.
A este mecanismo de cambio lo llamamos en términos religiosos CONVERSIÓN, que está en las entrañas mismas de la vida cristiana, pues la rutina termina cansando y anquilosando nuestras motivaciones y nuestros hábitos, que se traducen en pérdida de ilusión, apatía en la oración y progresivo desinterés por una relación activa de mutua pertenencia con otras personas.
Se cambia, no para que nos miren los demás y comprueben nuestra saludable imagen; nos revestiríamos de un ropaje falso. Cambiamos para que Dios nos vea por dentro y para vernos nosotros mismos más libres ante una agresiva sociedad de consumo que nos envuelve con sus encantos y nos presenta vías alternativas para el camino, que aportan satisfacción inmediata, pero no resuelven las ansias de eternidad de cada uno.
¿Cómo iniciar este proceso de conversión?
1.- Con nosotros mismos:
Cambiando nuestras actitudes ante el consumismo desenfrenado imperante en nuestra sociedad.
Ayuno de todo lo superfluo, de los caprichos injustificados, de las palabras hirientes y descalificadoras, de la crítica mordaz o destructiva, de la maledidencia, de la intriga perversa para ponerme yo por encima de todo.
La Cuaresma es un tiempo privilegiado para el discernimiento sobre nuestras necesidades y las de los otros.
Sabemos que, humanamente hablando, la felicidad en esta vida- siempre efímera- empieza por amar. Y amar es darse, facilitar el encuentro profundo con las personas, que también a su vez lo necesitan. Sin amor no hay conocimiento de uno mismo.
2.- Con los demás:
No acabaremos con el consumismo mientras pongamos nuestra esperanza de felicidad en las cosas, creyendo que ellas satisfarán nuestras necesidades.
Salir de este mundo materialista exige una fuerte voluntad y un afán positivo de sentar las bases para que mi vida discurra por otros derroteros y se proyecte hacia las personas, el diálogo con ellas, el compartir afectivo, la búsqueda común de altos ideales.
Quien ha sido fumador y ha logrado dejar el tabaco se da cuenta de cuán esclavo era del vicio y cuán saludable se siente ahora.
Buena parte de los hombres y mujeres de hoy no conocemos el amor, porque hemos vivido una cultura de intereses egoístas y de zancadillas para prosperar, aunque sea por encima del “cadáver” de los otros. Y damos en limosna lo que debemos por caridad.
El caso es que nos llenamos de palabras huecas, tales como solidaridad, fraternidad, democracia... mientras seguimos oprimiendo y estandarizándonos en el derroche y en el despilfarro.
La limosna, sólo es limosna cuando se asocia a la justicia y al compartir auténtico de bienes.
3.- Con Dios:
Aún así, y después de haber puesto los medios necesarios por nuestra parte, nada colmará plenamente nuestra felicidad si no aspiramos a descansar en Dios
El gran reto del hombre de hoy está en recuperar su dimensión religiosa y rescatarla de las preocupaciones de la vida, sobre todo cuando hay un ambiente de clara tendenciosidad hacia lo sagrado y se vitupera a los creyentes-practicantes como mojigatos, meapilas o pasados de moda, como si rezar fuera signo de conservadurismo retrógrado y fuera de órbita.
Identificar el progreso con el ateísmo práctico y una cultura sin Dios, y la regresión como un ritualismo vacío e inútil, es una peligrosa manipulación, que esconde falta de criterio ético e ignorancia de la cultura y del mismo hombre.
La fe dignifica y nos permite recuperar a diario nuestra condición de hijos de Dios, que nos lleva a comunicarnos con El y a desterrar las pobrezas, las desigualdades y las injusticias para formar una Gran Familia en torno al Padre común de todos, que es Dios.
La conversión que se nos pide, por tanto, en esta Cuaresma de 2.009, nos invita a limpiar una vez más nuestro espejo y reflejar en él la imagen de Dios, que subyace en todos los acontecimientos de nuestra vida...
Los malos hábitos nos impiden andar en condiciones, dificultan nuestra marcha.
Necesitamos, como los motores una puesta a punto, una revisión periódica para rentabilizar el combustible y evitar averías y accidentes: las luces, el líquido de frenos, la pérdida de aceite, la temperatura, los parabrisas, la rueda de repuesto...
Lo único que tenemos claro los cristianos es la ruta a seguir, que es una autopista, trazada y construida por el mismo Jesús.
Pero el coche, que es nuestra vida, necesita revisión y no únicamente un lavado externo de la carrocería o una buena mano de pintura que mejore su imagen. Interesa que funcione, y funcione bien. Y, para ello, hemos de cambiar el mecanismo envejecidos, adecuándolos a las necesidades de nuestro tiempo.
A este mecanismo de cambio lo llamamos en términos religiosos CONVERSIÓN, que está en las entrañas mismas de la vida cristiana, pues la rutina termina cansando y anquilosando nuestras motivaciones y nuestros hábitos, que se traducen en pérdida de ilusión, apatía en la oración y progresivo desinterés por una relación activa de mutua pertenencia con otras personas.
Se cambia, no para que nos miren los demás y comprueben nuestra saludable imagen; nos revestiríamos de un ropaje falso. Cambiamos para que Dios nos vea por dentro y para vernos nosotros mismos más libres ante una agresiva sociedad de consumo que nos envuelve con sus encantos y nos presenta vías alternativas para el camino, que aportan satisfacción inmediata, pero no resuelven las ansias de eternidad de cada uno.
¿Cómo iniciar este proceso de conversión?
1.- Con nosotros mismos:
Cambiando nuestras actitudes ante el consumismo desenfrenado imperante en nuestra sociedad.
Ayuno de todo lo superfluo, de los caprichos injustificados, de las palabras hirientes y descalificadoras, de la crítica mordaz o destructiva, de la maledidencia, de la intriga perversa para ponerme yo por encima de todo.
La Cuaresma es un tiempo privilegiado para el discernimiento sobre nuestras necesidades y las de los otros.
Sabemos que, humanamente hablando, la felicidad en esta vida- siempre efímera- empieza por amar. Y amar es darse, facilitar el encuentro profundo con las personas, que también a su vez lo necesitan. Sin amor no hay conocimiento de uno mismo.
2.- Con los demás:
No acabaremos con el consumismo mientras pongamos nuestra esperanza de felicidad en las cosas, creyendo que ellas satisfarán nuestras necesidades.
Salir de este mundo materialista exige una fuerte voluntad y un afán positivo de sentar las bases para que mi vida discurra por otros derroteros y se proyecte hacia las personas, el diálogo con ellas, el compartir afectivo, la búsqueda común de altos ideales.
Quien ha sido fumador y ha logrado dejar el tabaco se da cuenta de cuán esclavo era del vicio y cuán saludable se siente ahora.
Buena parte de los hombres y mujeres de hoy no conocemos el amor, porque hemos vivido una cultura de intereses egoístas y de zancadillas para prosperar, aunque sea por encima del “cadáver” de los otros. Y damos en limosna lo que debemos por caridad.
El caso es que nos llenamos de palabras huecas, tales como solidaridad, fraternidad, democracia... mientras seguimos oprimiendo y estandarizándonos en el derroche y en el despilfarro.
La limosna, sólo es limosna cuando se asocia a la justicia y al compartir auténtico de bienes.
3.- Con Dios:
Aún así, y después de haber puesto los medios necesarios por nuestra parte, nada colmará plenamente nuestra felicidad si no aspiramos a descansar en Dios
El gran reto del hombre de hoy está en recuperar su dimensión religiosa y rescatarla de las preocupaciones de la vida, sobre todo cuando hay un ambiente de clara tendenciosidad hacia lo sagrado y se vitupera a los creyentes-practicantes como mojigatos, meapilas o pasados de moda, como si rezar fuera signo de conservadurismo retrógrado y fuera de órbita.
Identificar el progreso con el ateísmo práctico y una cultura sin Dios, y la regresión como un ritualismo vacío e inútil, es una peligrosa manipulación, que esconde falta de criterio ético e ignorancia de la cultura y del mismo hombre.
La fe dignifica y nos permite recuperar a diario nuestra condición de hijos de Dios, que nos lleva a comunicarnos con El y a desterrar las pobrezas, las desigualdades y las injusticias para formar una Gran Familia en torno al Padre común de todos, que es Dios.
La conversión que se nos pide, por tanto, en esta Cuaresma de 2.009, nos invita a limpiar una vez más nuestro espejo y reflejar en él la imagen de Dios, que subyace en todos los acontecimientos de nuestra vida...
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