Conmemoración de los santos cuatro mil novecientos sesenta y seis mártires y confesores de la fe: obispos, sacerdotes y diáconos de la Iglesia de Dios y una muchedumbre de fieles, durante la persecución vándala en África, por orden del rey arriano Hunnerico, fueron exiliados por odio a la verdad católica en un terrible desierto y celebraron, al final, el martirio después de diversas torturas. Entre ellos se encontraban Félix y Cipriano, obispos, insignes sacerdotes del Señor.
Eran dos obispos africanos, jefes de una multitud de cristianos; fueron exiliados por el rey vándalo Hunnerico al desierto del Sahara para que se murieran de hambre. Víctor de Utica nos cuenta sus sufrimientos:
Cuando llegó finalmente la orden de partir al desierto, los cristianos salieron de aquella mazmorra cantando salmos y desfilaron entre el coro de lamentaciones de sus correligionarios que estaban aún en libertad. Algunos de estos últimos, entre los que se contaban muchas mujeres y niños, siguieron voluntariamente al destierro a los confesores de la fe.
Los guardias, viendo que San Félix, obispo de Abbir, era ya muy anciano y estaba casi paralítico, sugirieron a Hunerico que le dejase morir en la prisión, pero el salvaje tirano respondió que si Félix estaba demasiado débil para cabalgar, le atasen a una yunta de bueyes para que éstos le llevasen a rastras al desierto. San Félix hizo el viaje atado al lomo de una mula. Muchos de los más jóvenes y vigorosos murieron en el camino. Cuando alguno caía extenuado, los guardias le levantaban a punta de lanza y, si veían que no podía continuar el viaje, le echaban a un lado del camino para que pereciese de sed y de fatiga. San Cípriano, que era también obispo, dedicó todas sus energías a asistir y alentar a los cristianos, hasta que fue aprehendido y desterrado; murió en el destierro, víctima de los malos tratos que había recibido.
Eran dos obispos africanos, jefes de una multitud de cristianos; fueron exiliados por el rey vándalo Hunnerico al desierto del Sahara para que se murieran de hambre. Víctor de Utica nos cuenta sus sufrimientos:
Cuando llegó finalmente la orden de partir al desierto, los cristianos salieron de aquella mazmorra cantando salmos y desfilaron entre el coro de lamentaciones de sus correligionarios que estaban aún en libertad. Algunos de estos últimos, entre los que se contaban muchas mujeres y niños, siguieron voluntariamente al destierro a los confesores de la fe.
Los guardias, viendo que San Félix, obispo de Abbir, era ya muy anciano y estaba casi paralítico, sugirieron a Hunerico que le dejase morir en la prisión, pero el salvaje tirano respondió que si Félix estaba demasiado débil para cabalgar, le atasen a una yunta de bueyes para que éstos le llevasen a rastras al desierto. San Félix hizo el viaje atado al lomo de una mula. Muchos de los más jóvenes y vigorosos murieron en el camino. Cuando alguno caía extenuado, los guardias le levantaban a punta de lanza y, si veían que no podía continuar el viaje, le echaban a un lado del camino para que pereciese de sed y de fatiga. San Cípriano, que era también obispo, dedicó todas sus energías a asistir y alentar a los cristianos, hasta que fue aprehendido y desterrado; murió en el destierro, víctima de los malos tratos que había recibido.
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