En Calosso d’Asti, en la Lombardía, muerte de san Alejandro Sauli, que fue primero obispo de Aleria, en la isla de Córcega, y después de Pavía, y formó parte de la Congregación de los Clérigos Regulares de San Pablo, trabajando con gran caridad en favor de los pobres.
Nació en Milán en el seno de una familia genovesa. Estudió Derecho en Pavía. Ingresó en los Barnabitas a los 17 años, para ello le pusieron como prueba que predicase en la plaza de los Mercaderes de Milán, vestido elegantemente de paje y llevando una tosca cruz de madera. Su predicación tuvo un gran éxito. Fue enviado a Pavía a estudiar Teología. Tenía una memoria prodigiosa y se dice que se aprendió de memoria toda la “Summa Theológica” de santo Tomas. En 1554 emitió los votos solemnes y en 1556 fue ordenado sacerdote. Tuvo una gran cultura, se dice de él que, con una mano tocaba la campana y con la otra leía. A los 29 años enseñó Teología en el colegio de estudios de Santa María de Capnepanova de Pavía, y al mismo tiempo hizo de sacristán. Fue profesor de la universidad de Pavía de Teología y divulgó la práctica de las Cuarenta Horas y de la comunión frecuente, e instituyó una academia universitaria. Durante la misa tenía raptos extáticos, y necesitaba de un hermano que le recordase en el punto que estaba.
Fue a Milán como superior del convento, y continuamente recibía la visita de san Carlos Borromeo, por sus "prudentes consejos". Fue superior general de los barnabitas en 1567; gobernó la Congregación con gran cordura y prudencia, promoviendo nuevas fundaciones. Fue nombrado confesor de san Carlos Borromeo y su colaborador en los sínodos diocesanos.
En 1570 fue elegido obispo de Aleria (Córcega); en la isla en ese momento faltaba de todo, pero como él decía: "Pero al menos Dios no nos faltará". Durante 20 años el obispo Alejandro luchó contra la miseria, la ignorancia, el embrutecimiento y el abandono, aplicando los decretos del concilio de Trento. "Es necesario servir a Dios donde él quiere" decía. Su vida siempre fue una entrega a los suyos, a su diócesis, dándoles todo lo que poseía. Fue llamado “el apóstol de Córcega”. Fue nombrado obispo de Pavía por el papa Gregorio XIV en 1592, y aquí también aplicó las directrices tridentinas y vigiló su observancia, en la predicación, catecismo, seminario, formación del clero, devoción popular, reforma de las costumbres y visita pastoral. Murió en Calosso d’Asti mientras realizaba su primera visita pastoral. Sus últimas palabras fueron "esperaré hasta que me sea dado el cambio". Los milagros continuaron después de su muerte y su canonización tuvo lugar en 1904 por san Pío X.
Nació en Milán en el seno de una familia genovesa. Estudió Derecho en Pavía. Ingresó en los Barnabitas a los 17 años, para ello le pusieron como prueba que predicase en la plaza de los Mercaderes de Milán, vestido elegantemente de paje y llevando una tosca cruz de madera. Su predicación tuvo un gran éxito. Fue enviado a Pavía a estudiar Teología. Tenía una memoria prodigiosa y se dice que se aprendió de memoria toda la “Summa Theológica” de santo Tomas. En 1554 emitió los votos solemnes y en 1556 fue ordenado sacerdote. Tuvo una gran cultura, se dice de él que, con una mano tocaba la campana y con la otra leía. A los 29 años enseñó Teología en el colegio de estudios de Santa María de Capnepanova de Pavía, y al mismo tiempo hizo de sacristán. Fue profesor de la universidad de Pavía de Teología y divulgó la práctica de las Cuarenta Horas y de la comunión frecuente, e instituyó una academia universitaria. Durante la misa tenía raptos extáticos, y necesitaba de un hermano que le recordase en el punto que estaba.
Fue a Milán como superior del convento, y continuamente recibía la visita de san Carlos Borromeo, por sus "prudentes consejos". Fue superior general de los barnabitas en 1567; gobernó la Congregación con gran cordura y prudencia, promoviendo nuevas fundaciones. Fue nombrado confesor de san Carlos Borromeo y su colaborador en los sínodos diocesanos.
En 1570 fue elegido obispo de Aleria (Córcega); en la isla en ese momento faltaba de todo, pero como él decía: "Pero al menos Dios no nos faltará". Durante 20 años el obispo Alejandro luchó contra la miseria, la ignorancia, el embrutecimiento y el abandono, aplicando los decretos del concilio de Trento. "Es necesario servir a Dios donde él quiere" decía. Su vida siempre fue una entrega a los suyos, a su diócesis, dándoles todo lo que poseía. Fue llamado “el apóstol de Córcega”. Fue nombrado obispo de Pavía por el papa Gregorio XIV en 1592, y aquí también aplicó las directrices tridentinas y vigiló su observancia, en la predicación, catecismo, seminario, formación del clero, devoción popular, reforma de las costumbres y visita pastoral. Murió en Calosso d’Asti mientras realizaba su primera visita pastoral. Sus últimas palabras fueron "esperaré hasta que me sea dado el cambio". Los milagros continuaron después de su muerte y su canonización tuvo lugar en 1904 por san Pío X.
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