En Edessa en la antigua Siria, san Abrahán, anacoreta, cuya vida fue descrita por el diácono san Efrén.
Debió nacer en Edessa, en la Mesopotamia del norte. El primer episodio que conocemos de su vida es extraño y escandaloso: en su noche de bodas abandonó a la novia y huyó muy lejos, hasta la región del Helesponto (lo que hoy llamamos el estrecho de los Dardanelos) para convertirse en penitente ermitaño. Allí, en una gruta vivió diez años en la más completa soledad y pobreza de medios materiales.
El obispo de Lampsaco (ahora ciudad de Lapseki) le suplicó que accediera a evangelizar a un pueblo de aquellos contornos cuya barbarie era proverbial y que se distinguía también por su tenacidad en el paganismo (Beth Qidona). El eremita, muy a pesar suyo, acabó aceptando tal misión y, después de ser ordenado sacerdote, se dirigió allí.
Lo primero que hizo fue levantar una suntuosa iglesia, para que el verdadero Dios tuviese una casa digna de Él, y luego destruyó los ídolos, a los que tan apegados estaban los indígenas; estos, como era previsible, montaron en cólera, le apalearon y lo expulsaron. Al día siguiente volvió a predicar, y se repitió la misma escena, con palos e injurias dándole por muerto. Así, una y otra vez, Abrahán insistió siempre lleno de mansedumbre y caridad, recibiendo los malos tratos con una sonrisa, hasta que al cabo de tres años su ejemplo les conmovió, hasta que le pidieron hacerse cristianos. Les instruyó en la fe, bautizó a un millar de personas y en seguida huyo a su gruta para seguir viviendo hasta su muerte en soledad con Dios. Su biografía fue escrita por san Efrén, que era su admirador y amigo personal. La leyenda le une con su presunta sobrina santa María de Quiduna, que la sacó del burdel y la llevó a la conversión.
Debió nacer en Edessa, en la Mesopotamia del norte. El primer episodio que conocemos de su vida es extraño y escandaloso: en su noche de bodas abandonó a la novia y huyó muy lejos, hasta la región del Helesponto (lo que hoy llamamos el estrecho de los Dardanelos) para convertirse en penitente ermitaño. Allí, en una gruta vivió diez años en la más completa soledad y pobreza de medios materiales.
El obispo de Lampsaco (ahora ciudad de Lapseki) le suplicó que accediera a evangelizar a un pueblo de aquellos contornos cuya barbarie era proverbial y que se distinguía también por su tenacidad en el paganismo (Beth Qidona). El eremita, muy a pesar suyo, acabó aceptando tal misión y, después de ser ordenado sacerdote, se dirigió allí.
Lo primero que hizo fue levantar una suntuosa iglesia, para que el verdadero Dios tuviese una casa digna de Él, y luego destruyó los ídolos, a los que tan apegados estaban los indígenas; estos, como era previsible, montaron en cólera, le apalearon y lo expulsaron. Al día siguiente volvió a predicar, y se repitió la misma escena, con palos e injurias dándole por muerto. Así, una y otra vez, Abrahán insistió siempre lleno de mansedumbre y caridad, recibiendo los malos tratos con una sonrisa, hasta que al cabo de tres años su ejemplo les conmovió, hasta que le pidieron hacerse cristianos. Les instruyó en la fe, bautizó a un millar de personas y en seguida huyo a su gruta para seguir viviendo hasta su muerte en soledad con Dios. Su biografía fue escrita por san Efrén, que era su admirador y amigo personal. La leyenda le une con su presunta sobrina santa María de Quiduna, que la sacó del burdel y la llevó a la conversión.
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