En Riez, de la Provenza, en la Galia, san Fausto, obispo y antes abad de Lérins, que, contra los arrianos, escribió sobre el Verbo Encarnado y el Espíritu Santo consubstancial al Padre y al Hijo y coeterno con ellos, siendo exiliado por el rey Eurico.
Según algunos de origen inglés o francés de Bretaña. Se dice que inició su vida pública como abogado, pero, si así fue, no duró mucho en el ejercicio de la profesión, puesto que fue monje en Lérins, antes de que san Honorato, el fundador de aquel monasterio, lo abandonase, en el año de 426. Después de haber sido ordenado sacerdote, pasó unos ocho años tranquilos y desprovistos de acontecimientos en el monasterio y entonces fue elegido abad (433), cuando san Máximo dejó vacante el puesto para hacerse cargo de la sede episcopal de Riez. San Honorato y san Sidonio Apolinar no se quedan cortos cuando se trata de alabar las virtudes y los méritos de Fausto, y san Sidonio dice que su observancia de las reglas y su regularidad eran semejantes a las de los padres del desierto y que, además, tenía el don de la elocuencia y de la improvisación. El mismo santo relata en una de sus cartas cómo él mismo gritó entusiasmado durante uno de los sermones de Fausto. En aquellos tiempos, los aplausos y aun las aclamaciones en las iglesias, eran cosa corriente.
Obispo de Riez (Provenza, Bassos-Alpes) en el 452, después de haber gobernado a los monjes de Lérins durante veinticinco años. Fausto fue un obispo tan bueno y eficaz, como antes había sido abad. Se esforzó por fundar nuevos monasterios en toda la extensión de su diócesis; mantuvo siempre las prácticas de mortificaciones y penitencias que acostumbraba en el claustro, sin dejar por ello de cumplir escrupulosamente todos sus deberes episcopales y sin cesar en su lucha por conservar la pureza de la fe, por lo que siempre se opuso vigorosamente al arrianismo y a los errores de Pelagio, a quien llamaba "el pestilente maestro."
Cierto sacerdote llamado Lúcido predicaba la doctrina herética que negaba a Dios la voluntad de salvar a todos los hombres y afirmaba que la salvación o la condenación dependen exclusivamente del juicio de Dios, sin que cuenten para nada las acciones del libre albedrío del hombre y sus méritos o perjuicios consecuentes. Para tratar de las herejías del sacerdote Lucido, el obispo convocó en 475, a dos sínodos en Arles, y en el curso de los mismos el propio Fausto convenció a Lúcido para que se retractase de sus errores y le indujo a que escribiese un tratado contra sus enseñanzas para demostrar que eran "erróneas, blasfemas, heréticas, fatalistas y conducentes a la inmoralidad."
Opuesto a los arrianos y al macedonianismo, fue desterrado por el rey visidogo Eurico; en el exilio pasó ocho años. Autor de “Tratado de Gracia” y “De Spiritu Santo”.
Se decía de él "que se había casado con la Filosofía y que la había convertido". Si bien defendió con encono la divinidad del Espíritu Santo, también es verdad que estuvo en contra de las tesis agustinianas con respecto a la gracia, acercándose a las tesis semipelagianas de san Juan Casiano; pero ya había muerto cuando, en el 529, la Iglesia condenó el pelagianismo, y él ya estaba gozando de la veneración popular. Fue uno de los obispos más influyentes de su tiempo.
Según algunos de origen inglés o francés de Bretaña. Se dice que inició su vida pública como abogado, pero, si así fue, no duró mucho en el ejercicio de la profesión, puesto que fue monje en Lérins, antes de que san Honorato, el fundador de aquel monasterio, lo abandonase, en el año de 426. Después de haber sido ordenado sacerdote, pasó unos ocho años tranquilos y desprovistos de acontecimientos en el monasterio y entonces fue elegido abad (433), cuando san Máximo dejó vacante el puesto para hacerse cargo de la sede episcopal de Riez. San Honorato y san Sidonio Apolinar no se quedan cortos cuando se trata de alabar las virtudes y los méritos de Fausto, y san Sidonio dice que su observancia de las reglas y su regularidad eran semejantes a las de los padres del desierto y que, además, tenía el don de la elocuencia y de la improvisación. El mismo santo relata en una de sus cartas cómo él mismo gritó entusiasmado durante uno de los sermones de Fausto. En aquellos tiempos, los aplausos y aun las aclamaciones en las iglesias, eran cosa corriente.
Obispo de Riez (Provenza, Bassos-Alpes) en el 452, después de haber gobernado a los monjes de Lérins durante veinticinco años. Fausto fue un obispo tan bueno y eficaz, como antes había sido abad. Se esforzó por fundar nuevos monasterios en toda la extensión de su diócesis; mantuvo siempre las prácticas de mortificaciones y penitencias que acostumbraba en el claustro, sin dejar por ello de cumplir escrupulosamente todos sus deberes episcopales y sin cesar en su lucha por conservar la pureza de la fe, por lo que siempre se opuso vigorosamente al arrianismo y a los errores de Pelagio, a quien llamaba "el pestilente maestro."
Cierto sacerdote llamado Lúcido predicaba la doctrina herética que negaba a Dios la voluntad de salvar a todos los hombres y afirmaba que la salvación o la condenación dependen exclusivamente del juicio de Dios, sin que cuenten para nada las acciones del libre albedrío del hombre y sus méritos o perjuicios consecuentes. Para tratar de las herejías del sacerdote Lucido, el obispo convocó en 475, a dos sínodos en Arles, y en el curso de los mismos el propio Fausto convenció a Lúcido para que se retractase de sus errores y le indujo a que escribiese un tratado contra sus enseñanzas para demostrar que eran "erróneas, blasfemas, heréticas, fatalistas y conducentes a la inmoralidad."
Opuesto a los arrianos y al macedonianismo, fue desterrado por el rey visidogo Eurico; en el exilio pasó ocho años. Autor de “Tratado de Gracia” y “De Spiritu Santo”.
Se decía de él "que se había casado con la Filosofía y que la había convertido". Si bien defendió con encono la divinidad del Espíritu Santo, también es verdad que estuvo en contra de las tesis agustinianas con respecto a la gracia, acercándose a las tesis semipelagianas de san Juan Casiano; pero ya había muerto cuando, en el 529, la Iglesia condenó el pelagianismo, y él ya estaba gozando de la veneración popular. Fue uno de los obispos más influyentes de su tiempo.
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