En la ciudad de Fu’an, en la provincia de Fujian, en China, san Francisco Fernández de Capillas, presbítero de la Orden de Predicadores y mártir, el cual anunció el nombre de Cristo primero en las Islas Filipinas y después en Fujian, donde, bajo la persecución de los tártaros, fue encarcelado por largo tiempo y finalmente degollado.
Nació en Baquerín de Campos (Palencia), en el seno de una familia campesina acomodada. En Palencia conoció a los dominicos en el Estudio General y allí realizó sus primeros estudios. Se hizo dominico en el convento de San Pablo de Valladolid, donde se destacó por su piedad y mortificación. Siendo diácono, en 1631, fue enviado a China después de que lo hubiera solicitado. Se destacó por su espíritu de oración y sus ansias misioneras. Caminó a Sevilla desde Valladolid; zarpó a Veracruz, en una nave que llevaba a bordo unos 30 dominicos, con la misma ilusión, donde Francisco destacó por su alegría, optimismo y comunicación; en Acapulco cogió unas graves calenturas.
En 1632, llegaron a Manila, y allí fue ordenado sacerdote. En distintos puntos de Filipinas inició su ministerio sacerdotal, esperando casi diez años que lo enviaran a China; estuvo destinado en la provincia de Cagayan, colaborando en Tocolana, Nasipi, Taban, islas Bubayanes y otras. Allí se destacó por sus virtudes y dulzura de trato, suavidad de gobierno y serenidad en las dificultades. El capítulo provincial de Manila de 1641 decidió su envío, pero durante unos meses debía dedicarse a aprender la lengua y las costumbres chinas. Por fin, unos meses más tarde, embarcó rumbo a Formosa, donde esperaron que llegara la ayuda de los cristianos chinos que les facilitaron la entrada a Fuchien o Fujian en 1642.
Trabajó incansablemente en Fuchien (China) pero, en la provincia nacieron agitaciones políticas y religiosas porque, en el 1647, hubo una revuelta popular contra los cristianos, su compañero san Francisco Díaz ya había muerto mártir y los tártaros de Manchuria la aprovecharon para sus propios fines.
Las comunidades de la ciudad de Xeunin y pueblos vecinos, a las que dedicó el resto de su vida, pronto entendieron por qué los católicos de Filipinas llamaban aquel misionero español “el santo Capillas”. El testimonio de una vida santa y la entrega sin reservas a las tareas misioneras son los dos elementos que definen sus últimos seis años de su vida en Xeunin.
Cuando se dirigía a su oculto refugio, después de atender a los enfermos de Tingteu, Capillas cayó en manos de un mandarín tártaro que había sido un antiguo erudito chino que luchaba contra los cristianos; fue encarcelado en 1647. Hizo someter a Francisco a la tortura “kiakuen”. Ésta consistía en colocar los pies entre dos tarugos de madera y, tensando una cuerda enrollada a su alrededor, apretarlos con tal violencia que los tobillos quedaban totalmente aplastados y se introducían en el interior del pie. Aún bajo este sufrimiento Capillas permaneció impasible.
Lo encerraron junto con los condenados a muerte, donde todavía bautizó a muchos. Francisco fue decapitado en Ting-Ten como espía. El dominico García, pudo hacerse con su cabeza, que hoy se guarda en Valladolid. Ha sido proclamado protomártir de China. Fue canonizado por san Juan Pablo II el 1 de octubre de 2000.
Nació en Baquerín de Campos (Palencia), en el seno de una familia campesina acomodada. En Palencia conoció a los dominicos en el Estudio General y allí realizó sus primeros estudios. Se hizo dominico en el convento de San Pablo de Valladolid, donde se destacó por su piedad y mortificación. Siendo diácono, en 1631, fue enviado a China después de que lo hubiera solicitado. Se destacó por su espíritu de oración y sus ansias misioneras. Caminó a Sevilla desde Valladolid; zarpó a Veracruz, en una nave que llevaba a bordo unos 30 dominicos, con la misma ilusión, donde Francisco destacó por su alegría, optimismo y comunicación; en Acapulco cogió unas graves calenturas.
En 1632, llegaron a Manila, y allí fue ordenado sacerdote. En distintos puntos de Filipinas inició su ministerio sacerdotal, esperando casi diez años que lo enviaran a China; estuvo destinado en la provincia de Cagayan, colaborando en Tocolana, Nasipi, Taban, islas Bubayanes y otras. Allí se destacó por sus virtudes y dulzura de trato, suavidad de gobierno y serenidad en las dificultades. El capítulo provincial de Manila de 1641 decidió su envío, pero durante unos meses debía dedicarse a aprender la lengua y las costumbres chinas. Por fin, unos meses más tarde, embarcó rumbo a Formosa, donde esperaron que llegara la ayuda de los cristianos chinos que les facilitaron la entrada a Fuchien o Fujian en 1642.
Trabajó incansablemente en Fuchien (China) pero, en la provincia nacieron agitaciones políticas y religiosas porque, en el 1647, hubo una revuelta popular contra los cristianos, su compañero san Francisco Díaz ya había muerto mártir y los tártaros de Manchuria la aprovecharon para sus propios fines.
Las comunidades de la ciudad de Xeunin y pueblos vecinos, a las que dedicó el resto de su vida, pronto entendieron por qué los católicos de Filipinas llamaban aquel misionero español “el santo Capillas”. El testimonio de una vida santa y la entrega sin reservas a las tareas misioneras son los dos elementos que definen sus últimos seis años de su vida en Xeunin.
Cuando se dirigía a su oculto refugio, después de atender a los enfermos de Tingteu, Capillas cayó en manos de un mandarín tártaro que había sido un antiguo erudito chino que luchaba contra los cristianos; fue encarcelado en 1647. Hizo someter a Francisco a la tortura “kiakuen”. Ésta consistía en colocar los pies entre dos tarugos de madera y, tensando una cuerda enrollada a su alrededor, apretarlos con tal violencia que los tobillos quedaban totalmente aplastados y se introducían en el interior del pie. Aún bajo este sufrimiento Capillas permaneció impasible.
Lo encerraron junto con los condenados a muerte, donde todavía bautizó a muchos. Francisco fue decapitado en Ting-Ten como espía. El dominico García, pudo hacerse con su cabeza, que hoy se guarda en Valladolid. Ha sido proclamado protomártir de China. Fue canonizado por san Juan Pablo II el 1 de octubre de 2000.
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