Nació en Bagdad y era hijo de Abrahán, árabe ismaelita, y fue educado en la religión musulmana. Con 17 o 18 años ingresó como experto en perfumería y en escritura árabe en el séquito de Nerses, hijo de Ardanases, etnarca de Kharthli, que había caído en desgracia durante el califato abasí de Abd-Allah al Mansur, (754-775), y había sido encarcelado en Bagdad. Cuando Nerses, liberado por el sucesor de al-Mansur, Mohammad al-Mahdi (775-785), con la amnistía del 776, dejó Bagdad, Abo lo siguió y enriqueció su vasta cultura con el estudio del ibérico, de la Biblia y de los primeros rudimentos de la religión cristiana que, introducida en Georgia bajo Constantino, era, desde tiempos de Justiniano, religión de Estado.
A pesar de su rápida adhesión a la verdadera fe, retrasaba Abo el bautismo por el temor a los musulmanes, dueños de Georgia desde el 650 y enemigos tradicionales del cristianismo, baluarte filo-bizantino del nacionalismo georgiano. Pero Nerses no tardó en perder el favor del nuevo califa: dejó el país por Osseth junto a 300 prófugos y Abo, que desde este momento o siguió en cada peregrinación. Nerses guio al grupo a las tierras septentrionales donde residían los hijos de Magog, los kázaros, hombres agrestes de aspecto terrible y de costumbres despiadadas, bebedores de sangre y desobediente a cualquier ley “excepto aquella de un Dios creador”. Los kázaros los acogieron como enemigos de sus enemigos ofreciéndoles comida y alojamiento. Abo encontró el coraje de profesarse cristiano, de dedicarse a la oración y al ayuno, de recibir el bautismo. Nerses pidió al rey de los kázaros proseguir a través de su territorio hasta el de los abasgos, donde había enviado a sus familiares y sus pertenencias desde que la burocracia árabe había comenzado a mostrarse hostil.
Mientras tanto Esteban, sobrino de Nerses, había obtenido del califa Al Mahdi el etnarcato de Tiflis y, juzgando que era imposible el regreso, Abo decidió volver a su patria. En vano consiguieron convencerle de no echarse en manos de sus antiguos correligionarios, que habían impuesto la religión musulmana. Abo, era para los árabes un infiel, pero siguió a Nerses a Tiflis, donde permaneció tres años viviendo de la caridad y conquistándose la fama de perfecto cristiano. Hacia el 785, el gobierno árabe lo hizo arrestar, pero el etnarca Esteban lo dejó libre. Los árabes se vengaron deponiendo de sus funciones al juez que se había atemorizado ante los georgianos. De nuevo fue detenido y le propusieron la apostasía. Su rechazo provocó su condena a muerte, y descuartizado su cadáver, que fue quemado, y luego dispersado en las aguas del río Mtcwar. Según la tradición, una columna de fuego señaló el lugar donde se encontraban los restos. Las reliquias fueron recuperadas y trasladadas a Tiflis en la capilla erigida en el lugar de su martirio. Fue canonizado por el católicos Samuel III.
A pesar de su rápida adhesión a la verdadera fe, retrasaba Abo el bautismo por el temor a los musulmanes, dueños de Georgia desde el 650 y enemigos tradicionales del cristianismo, baluarte filo-bizantino del nacionalismo georgiano. Pero Nerses no tardó en perder el favor del nuevo califa: dejó el país por Osseth junto a 300 prófugos y Abo, que desde este momento o siguió en cada peregrinación. Nerses guio al grupo a las tierras septentrionales donde residían los hijos de Magog, los kázaros, hombres agrestes de aspecto terrible y de costumbres despiadadas, bebedores de sangre y desobediente a cualquier ley “excepto aquella de un Dios creador”. Los kázaros los acogieron como enemigos de sus enemigos ofreciéndoles comida y alojamiento. Abo encontró el coraje de profesarse cristiano, de dedicarse a la oración y al ayuno, de recibir el bautismo. Nerses pidió al rey de los kázaros proseguir a través de su territorio hasta el de los abasgos, donde había enviado a sus familiares y sus pertenencias desde que la burocracia árabe había comenzado a mostrarse hostil.
Mientras tanto Esteban, sobrino de Nerses, había obtenido del califa Al Mahdi el etnarcato de Tiflis y, juzgando que era imposible el regreso, Abo decidió volver a su patria. En vano consiguieron convencerle de no echarse en manos de sus antiguos correligionarios, que habían impuesto la religión musulmana. Abo, era para los árabes un infiel, pero siguió a Nerses a Tiflis, donde permaneció tres años viviendo de la caridad y conquistándose la fama de perfecto cristiano. Hacia el 785, el gobierno árabe lo hizo arrestar, pero el etnarca Esteban lo dejó libre. Los árabes se vengaron deponiendo de sus funciones al juez que se había atemorizado ante los georgianos. De nuevo fue detenido y le propusieron la apostasía. Su rechazo provocó su condena a muerte, y descuartizado su cadáver, que fue quemado, y luego dispersado en las aguas del río Mtcwar. Según la tradición, una columna de fuego señaló el lugar donde se encontraban los restos. Las reliquias fueron recuperadas y trasladadas a Tiflis en la capilla erigida en el lugar de su martirio. Fue canonizado por el católicos Samuel III.
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