domingo, 2 de junio de 2019

Santos Marcelino y Pedro

Santos mártires Marcelino, presbítero, y Pedro, exorcista, de los cuales el papa san Dámaso cuenta que, en la persecución bajo Diocleciano, fueron condenados a muerte, y conducidos al lugar del suplicio, que estaba lleno de zarzales, después de obligarles a cavar su propia tumba fueron degollados y enterrados, para que no quedase su sepultura, pero, más tarde, una piadosa mujer llamada Lucila trasladó sus restos a Roma, en la vía Labicana, en el cementerio llamado «ad Duas Lauros».

Marcelino era presbítero y había nacido en Roma, y Pedro probablemente médico y exorcista. Primero encerraron a Pedro y le azotaron; en la cárcel se ganó el cariño de sus carceleros (entre ellos el futuro san Artemio y su familia), y al ver la cantidad de conversos que había conseguido, llamó a Marcelino para que les enseñara la doctrina cristiana, y los carceleros liberaron a todos los presos. Al ser descubierta esta catequesis, apalearon a Marcelino, y con el cuerpo molido le encerraron en el calabozo por mandato del delegado del emperador, Sereno. Lo dejaron tendido sobre cascotes de vidrio, sin agua ni alimentos, para que muriese de hambre.

Pedro fue llevado a otra prisión. Lo dejaron atado con grilletes y con todo el cuerpo macerado. Según la leyenda fueron liberados por un ángel, pero detenidos de nuevo, fueron conducidos al martirio a un campo lleno de asperezas y zarzales, llamado Bosque Negro; ellos mismos aclararon de espinas el lugar en el que iban a ser degollados, y que después en su honor se llamaría Bosque Blanco en las cercanías de Roma.

Antes de ejecutarlos les quisieron obligar a sacrificar a los dioses. Marcelino habló en nombre de los dos: "No permita jamás Dios que cometamos tan sacrílega acción... Sólo hay un Dios verdadero en cuya virtud y poder se hicieron añicos las cadenas de todos los presos y son ahuyentados los demonios de quiénes los poseen. No veas delito en estas maravillas. Antes bien, medítalo y tú conviértete a nuestra fe". El papa san Dámaso, escribió su epitafio. Su fama fue tan grande que los incluyeron en el Canon de la Misa, aunque sus Actas no son muy fiables. Constantino construyó una basílica sobre su tumba.

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