viernes, 17 de marzo de 2017

San Patricio, Apóstol de Irlanda


La labor y la vida del apóstol de Irlanda recuerdan las hazañas y la santidad de los grandes profetas del Antiguo, Testamento. La razón no es difícil de encontrar si consideramos las circunstancias históricas que rodean su trabajo en aquella isla. El Imperio romano, al extenderse a Francia y a las Islas Británicas, dio lugar a la penetración del catolicismo en aquellas regiones; pero la fe, que había avanzado con las legiones, tuvo que retirarse juntamente con ellas y el paganismo llegó a dominarlas otra vez mediante la invasión de los bárbaros. La divina Providencia eligió nuevos apóstoles para aquellos países, apóstoles dotados de todos los carismas necesarios para la lucha contra las fuerzas primitivas del mal. Por eso las vidas de aquellos misioneros se llenaban de milagros que nos recuerdan las escenas en Egipto cuando Moisés se enfrentó con los magos de Faraón o cuando Elías retó a los sacerdotes de Baal.

El futuro apóstol de Irlanda nació en 372, pero no se sabe con exactitud el lugar de aquel acontecimiento, Algunos lo ponen en Inglaterra, otros en Francia o Escocia. Sin embargo, sabemos algo de sus padres. Su madre, Concessa, pertenecía a la familia de San Martín, obispo de Tours, mientras su padre, Calfurnio, fue oficial del ejército romano, de buena familia. Ambos fueron cristianos. En el bautismo el niño recibió el nombre de Succat —el nombre de Patricio le fue dado mucho más tarde por el papa Celestino, juntamente con la misión de predicar el Evangelio en Irlanda—. De todas maneras, nosotros le llamaremos Patricio desde ahora para evitar confusiones.

En el año 388, cuando tenía dieciséis años, unos piratas le hicieron prisionero, llevándole a Irlanda, donde fue vendido como esclavo a Milcho, jefe de Dalraida, en el norte de la isla. Según sus Confesiones, que escribió más tarde, pasó la vida de esclavitud cuidando de las ovejas de su amo. La divina Providencia utilizó esta etapa de su vida para prepararle su futura misión, porque, en el silencio de las montañas, Patricio se dedicó a la oración muchas veces de día y de noche, de tal manera que podemos afirmar sin reparo que este período de su esclavitud llegó a ser también el principio de su santidad.

Un día, durante sus oraciones, Dios le mandó un ángel para consolarle en su miseria y para revelarle la futura gloria de Irlanda. Al mismo tiempo el ángel le mandó escapar de su dueño y dirigirse a un puerto lejano donde encontraría un barco que le llevaría a la libertad. Patricio obedeció este mandato divino y, efectivamente, al llegar a su destino al sur de la isla, encontró el barco tal como le había dicho el ángel, pero el capitán negóse a ayudarle en su propósito de escapar. Sin perder sus esperanzas, Patricio se puso a rezar y, de repente, el capitán cambió de parecer, le mandó subir al barco y le llevó a Francia.

Una vez conseguida la libertad, Patricio se refugió con su pariente, San Martín, quien le recibió en un monasterio cerca de Marmontier. Allí el obispo había construido pequeñas casas para algunos de sus monjes, mientras otros vivían en cuevas cercanas. En estas condiciones de vida ermitaña el joven pasó casi treinta años en preparación para su misión de apóstol. Los monjes vivían separados, reuniéndose solamente para rezar en común dos o tres veces al día según la costumbre de los monasterios orientales. En este ambiente de tranquilidad Patricio empezó el estudio de las Sagradas Escrituras, empapándose cada día más en la doctrina evangélica. Aquí también recibió otra visita angélica en la cual Dios le dio el mandato de convertir a la verdadera religión al pueblo de Irlanda. Al mismo tiempo oyó la voz de un irlandés llamándole para que volviese como misionero al país de su esclavitud.

Cuando murió San Martín, otro santo, Germán de Auxerre, tomó a Patricio bajo su protección de tal manera que se puede decir que, bajo la tutela de él, Patricio empezó la verdadera preparación para su misión. Primero se hizo monje, luego sacerdote y después se fue a la isla de Lerins, aislado del mundo, donde continuó su vida de eremita. Atraídos por la fama de su santidad, muchos otros monjes quisieron reunirse con él, y muy pronto Lerins llegó a ser uno de los más famosos monasterios del mundo. Sin embargo, Patricio se dio cuenta de su obligación de prepararse cada día más para la misión que Dios le había confiado; por lo tanto se marchó a Roma para continuar sus estudios en el Colegio de Letrán.

San Germán le llevó consigo a Inglaterra para ayudarle en su labor de apostolado, pero, después de unos años, Patricio volvió a Roma y recibió del papa Celestino la comisión de ayudar a Paludio en su misión de convertir a Irlanda. Salió con verdadera alegría, pero, antes de marcharse de Italia, recibió las noticias de la muerte de Paludio y otra vez fue a ver al Papa, quien le mandó recibir la consagración como obispo, juntamente con los poderes necesarios para su misión. Le consagró Máximo de Turín en Eboria, la moderna Ivrea, en el año 432, en la presencia del papa Celestino, quien le dio el nombre de Patricio. El nuevo apóstol de Irlanda salió para empezar su apostolado cuando tenía sesenta años.

Unos meses más tarde llegó a Irlanda, y como la gente del pueblo de Bray no quisiera recibirle ni oírle, se marchó otra vez al condado de Meath. Allí convirtió a su primer irlandés, bautizándole con el nombre de Benigno. Este joven llegó a ser el sucesor de Patricio en el arzobispado de Armagh. Después de predicar unos meses en Meath, pasó al condado de Down, más al norte, y fue entonces cuando empezó aquella serie de milagros que nos recuerdan las escenas más famosas del Antiguo Testamento.

El jefe de una tribu de Down, un tal Dichu, quiso asesinar a Patricio, pero, en el momento de clavarle su espada, el Santo le paralizó el brazo derecho, convirtiéndole luego a la fe con muchos de sus súbditos. De Down viajó otra vez hacia el norte, llegando al territorio de su antiguo dueño, Milcho, quien le había tenido como esclavo, mas éste, en vez de recibirle, se mató, después de haber prendido fuego a todas sus posesiones. Pero sus hijos se convirtieron con mucha gente de la región. Era ya Pascua de Resurrección del año 433. Patricio había estado en Irlanda solamente un año; sin embargo, el éxito de su misión estaba casi seguro. Pero ahora iba a enfrentarse con la prueba más dura de todas.

Todos los años, en aquellas fechas, los sacerdotes druidas tenían la costumbre de reunirse en Tara con el rey Laeghaire para la ceremonia del fuego sagrado. En este acto Patricio vio la oportunidad para enfrentarse de una vez con aquellos sacerdotes paganos que tenían en esclavitud el alma del pueblo entero. Para ello, cuando estaban reunidos todos para encender el fuego sagrado, apareció Patricio con sus sacerdotes en una montaña de Tara, al otro lado del valle, y allí encendió el fuego del Sábado de Gloria. Nada más ver aquellas llamas, los sacerdotes acudieron presurosos al rey Laeghaire para decirle que, si aquel fuego sacrílego no era apagado en seguida, sería imposible apagarle ya nunca.

A pesar del mandato real y de todos sus esfuerzos los paganos no consiguieron apagar el fuego que había encendido el Santo, ni tampoco matar a Patricio quien, al día siguiente, fue a entrevistarse con el rey, rodeado de sus sacerdotes. Los druidas hicieron todo lo posible para vencer al apóstol mediante sus artes mágicas, pero no contaron con el poder milagroso de Patricio. Delante de todos cubrieron el cielo con una nube que convirtió el día en noche, pero no pudieron disiparla cuando les retó Patricio, quien, con una oración, hizo salir el sol. El jefe de los sacerdotes se hizo levantar en el aire por magia, pero después de otra oración de Patricio, fue lanzado contra las rocas, con tal fuerza, que murió en el acto. Así, en un ambiente que recuerda las famosas hazañas de los profetas del Antiguo Testamento, el cristianismo triunfó en Irlanda. El rey Laeghaire dio al Santo permiso para predicar con toda libertad en la isla y muy pronto se verificó la profecía de los druidas, porque Patricio encendió el fuego de la fe entre los habitantes de Irlanda, de tal manera, que no ha sido nunca apagado desde entonces. Poco a poco consolidó la victoria ganada en Tara. En 444 construyó la iglesia de Armagh y desde allí viajaba constantemente por todas las provincias, construyendo iglesias, consagrando obispos y fundando monasterios. Según una tradición bien fundada, cuando murió había consagrado a 350 obispos y ordenado a más de 2.000 sacerdotes.

Sin embargo, como sabemos por su libro Confesión, escrito por el mismo Patricio, el éxito de su misión no se consiguió sin mucho trabajo y sin pasar por muchos peligros. Una docena de veces fue hecho prisionero por los secuaces de los sacerdotes druidas, escapando por milagro; otras veces trataron de matarle y en una ocasión se salvó por el coraje de un sacerdote fiel, quien, sabiendo el peligro, ocupó el lugar de Patricio, sacrificando así su propia vida para salvar la del Santo. Peor todavía fueron las luchas con el demonio, quien hizo todo lo posible para mortificarle e impedir su labor. El Santo tenía la costumbre de retirarse del mundo a veces para rezar y meditar. En una ocasión lo hizo por cuarenta días, como Moisés, en una montaña que se llama hoy día Croagh Patrick en su honor, Esta vez la razón de su ayuno y oración fue conseguir de Dios ciertos beneficios para el pueblo irlandés. Los demonios le atacaron con más furia que nunca, sabiendo algo de sus propósitos. Después de una lucha feroz, el Santo les venció y, según la tradición, dejaron al país y sus habitantes en paz durante siete años.

Pero ahora, como Jacob, tuvo que luchar con Dios mismo para conseguir lo que quería. Continuó ayunando y rezando hasta que, por fin, el ángel se le apareció para decirle que Dios le había concedido lo que pedía. Según la tradición, los favores especiales obtenidos por el Santo en aquella ocasión fueron los siguientes: Muchas almas se librarían del purgatorio mediante su intercesión; el que, en espíritu de verdadera penitencia y arrepentimiento, rezase su himno antes de morir, conseguiría la bienaventuranza eterna; los bárbaros no vencerían nunca su iglesia; siete años antes del fin del mundo, el mar cubriría la isla para salvar a sus habitantes de las tentaciones y males del anticristo; San Patricio mismo tendría el privilegio de juzgar, juntamente con Cristo, a todos los irlandeses en el juicio final.

Su vida estaba llegando ya a su fin. Una vez afirmada la posición de la Iglesia en Irlanda, el Santo empezó a prepararse para la muerte, habiendo recibido de Dios una revelación diciéndole el día y la hora en que iba a salir de este mundo para recibir el premio de sus trabajos. San Tassack le dio los últimos sacramentos, y el día 17 de marzo del año 493 murió en la ciudad de Saul, siendo enterrado en el sitio donde hoy día está la catedral de Down.

Ahora vamos a examinar su apostolado, para ver cómo consiguió en tan poco tiempo la conversión de toda la isla de Irlanda y de una manera tan duradera. Dejando aparte la divina Providencia, fuente de todo éxito sobrenatural, el secreto de su triunfo está en el hecho de que encontramos en la labor de San Patricio un modelo del verdadero espíritu misionero.

En primer lugar, nunca estuvo contento con trabajo a sus subordinados, sino lo hizo, cuando pudo, personalmente. En todas las regiones de la isla se puso en contacto, primero con los jefes de las tribus, haciendo todo lo posible para convertirles a la fe, o por lo menos, conseguir su amistad y permiso para predicar en el territorio de ellos. La ventaja de este procedimiento se ve claramente, porque así consiguió reducir al mínimo la oposición oficial a su labor. Pero la conversión de los reyes o jefes de tribu siempre tuvo como objeto principal llegar con más facilidad al pueblo. De la misma manera, en vez de acudir a sacerdotes extranjeros para ayudarle en su trabajo, dio la sagrada ordenación a indígenas. Entre estos sacerdotes muchos fueron hijos de los jefes de tribu y alguno había sido antes sacerdote druida. Patricio fundó colegios especiales para los futuros sacerdotes y nunca ordenó a nadie sin asegurarse primero de su conocimiento de la fe y de su santidad moral. Pero quizá las dos cosas que conducían más que nada al éxito de su misión fueron su manera de predicar la fe y su revisión sabia de las leyes del país.

Predicó de una manera muy sencilla y directa, empleando imágenes y ejemplos tomados de la naturaleza y perfectamente adaptados al espíritu poético de la nación irlandesa. Quizás el más famoso es su empleo de la hoja de trébol para demostrar la Trinidad y la Unidad de Dios. Sus temas predilectos fueron la naturaleza y los atributos de Dios, la divina providencia, la redención y sus frutos, la penitencia por los pecados, las responsabilidades que siguen como consecuencia del bautismo, la necesidad de la oración y, sobre todo quizá, la señal de la cruz. El mismo hacía la señal de la cruz cien veces cada día y noche. Entre las oraciones que compuso para el uso de su pueblo, la más famosa, sin duda, es la que se llama La coraza de San Patricio. Es larga y sencilla. Bajo muchas figuras tomadas de la naturaleza insiste en la presencia de Dios en el mundo, sus atributos, y, sobre todo, su especial providencia, cuidando siempre del cristiano fiel.

Otro elemento de su apostolado que ayudó muchísimo para consolidar la fe en Irlanda fue la sabia reforma de las leyes civiles hecha por el mismo Patricio. Al estudiar la constitución civil y política de la isla, encontró un fondo muy bueno y sabio, mezclado con elementos paganos contra la ley divina o natural. Con mucha paciencia reformó aquella constitución, de tal manera, que dejó intacto lo bueno, cambiando solamente aquella parte que era pagana y falsa. Así la jurisprudencia irlandesa dio lugar al Sanchus Mor, el código irlandés de leyes civiles y religiosas. De aquí nació, un poco más tarde, todo el sistema penitencial de los celtas. Quizá este mismo espíritu de adaptación le llevó a determinar, como fecha para Pascua de Resurrección, una fecha distinta de la del resto de Europa, tanto como el uso de la tonsura celta, adoptada por los monjes irlandeses, y, sin duda, de origen druida. También es digno de notar que, en Irlanda, bajo el mando de San Patricio, el obispo de la diócesis fue, casi siempre, abad de un monasterio, un hecho que deriva de la constitución civil de las distintas regiones de la isla. Gran parte del éxito del apostolado de San Patricio se debe a esta adaptación del paganismo a la verdadera religión.

Los escritos del Santo, especialmente su Confesión y la Epístola ad Coracticurn, nos permiten ver con bastante claridad el carácter y la personalidad del apóstol de Irlanda. Un hombre sencillo, con gran espíritu de humildad y de pobreza, demuestra al mismo tiempo un celo en su apostolado y una fortaleza que recuerdan los apóstoles de Jesús y los profetas del Antiguo Testamento. Cuando no está ocupado con el apostolado activo, se dedica a la oración y a la penitencia. Cariñoso y bondadoso, insistiendo siempre en el perdón del enemigo, se revela al mismo tiempo temible en la represión del mal, especialmente contra los enemigos de la fe. Debido a esta firmeza, el nestorianismo nunca logró penetrar el catolicismo de Irlanda, pero sí el pelagianismo, quizá por razón del origen celta de su autor. La prueba de la eficacia de su labor y apostolado se encuentra en el hecho de que el catolicismo de la nación irlandesa sigue siendo, aún hoy día, una de las estrellas más brillantes en la corona de la Iglesia de Dios.

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